Objetos de culto (II): las armas de Chéjov

TRAVIS, 26/03/2022

(Continuación de la primera parte, iniciada con los MacGuffins)

H. Para esta letra muda, un MacGuffin en el que se habla mucho y que figura en el propio título de la película: El Halcón Maltés. Se supone que se trata de una pieza de incalculable valor arqueológico, pero lo cierto es que la misma importa más bien poco a lo largo de todo el metraje. No es más que un elemento para una trama compleja de cine negro clásico, con un Humphrey Bogart sentando cátedra sobre lo que es un detective del género, con todos los clichés habituales en su atinada interpretación del mismísimo Philip Marlowe. Este MacGuffin se emplea de modo habitual en cursos de guion porque el propio Marlowe resta importancia al objeto, al MacGuffin, la excusa, la soplagaitez que ha tenido a los personajes en vilo, cuando hacia el final de la película y nada más cerrarse la trama, le preguntan:

– ¿Qué pájaro es ese halcón que todo el mundo quiere apoderarse de él? ¿De qué está hecho?

Y Bogart/Marlowe contesta:

– Del material con el que se forjan los sueños.

Que es como decir “y qué más dará, te has pasado hora y media siguiendo mis andanzas, qué importará esta figura fea como el demonio».

I. No es un MacGuffin, sino una broma que utilizó Robert Zemeckis para dar más trascendencia a la vida de su personaje más famoso: Forrest Gump, la historia de ese chaval aparentemente limitado que logra triunfar en la vida. Y lo hace de tal modo que visita hasta tres veces la Casa Blanca para recibir el reconocimiento de tres presidentes de Estados Unidos y la Insignia que le distingue por sus méritos:

  • John Fitzgerald Kennedy lo condecora por ser uno de los mejores jugadores jóvenes de fútbol del país.
  • Lyndon B. Johnson le entrega el distintivo de héroe de guerra tras su herida en Vietnam «en el pompis».
  • Richard Nixon lo felicita por su éxito en un campeonato de tenis de mesa en China y lo invita a alojarse en un hotel cercano al edificio Watergate. Vaya ojo.

Las insignias o las visitas a la Casa Blanca son parte fundamental de las bromas de la película sobre la decisiva participación de Forrest en la historia americana, como la inversión en Apple, las camisetas con el Smiley o los movimientos de cadera de Elvis Presley.

J. Las Joyas son un MacGuffin en cualquier película de robos, como en la D de Diamantes o en la L de Lingotes, pero ahora quiero hablar de otra herramienta propia de los guionistas: el arma de Chéjov. En una carta que el escritor ruso Antón Chéjov remitió a su amigo Aleksandr Lazarev a finales del siglo XIX, le explicó su teoría sobre qué tipo de elementos debían figurar en un relato:

“Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería ser puesto ahí”.

Hay que eliminar lo superfluo, lo que no aporte o no se vaya a utilizar en la historia, y se puede observar este “arma de Chéjov” con mayor frecuencia en los guiones que en las novelas, en muchas de las cuales abundan los elementos, incluso capítulos enteros, que aportan poco a la trama. Si en una película aparece un acuario enorme, descuida, que está ahí para ser reventado. Recuerdo acuarios saltando en pedazos en Misión imposible, Arma Letal 2, Octopussy, Gigoló o Eraser, y seguro que hay muchos más. Si en otra película te explican el valor de un Jarrón de la dinastía Ming que un milloneti tiene en su salón, descuida que ese jarrón va a acabar destrozado, como en la comedia francesa Jour J, aquí traducida como La wedding planner, extraña traducción al inglés del francés. La escena se mantiene en su versión española Hasta que la boda nos separe. Es como el cristal que dos operarios transportan por las calles de San Francisco en What’s up, Doc? (¿Qué me pasa, Doctor?) durante la escena de la persecución. Aunque la escena dure dos minutos y parezca que han salvado la integridad del mismo, todos sabemos cómo va a acabar, lo que ignoramos es el cómo:

Como ya vamos por esta letra, actualizo la lista con algunos ejemplos de «pistolas de Chéjov», o «rifles de Chéjov», que según la fuente consultada puede ser una u otra:

A. El Acuario mencionado, pero también las Aspirinas que se compra John MacClane en La jungla 3, puesto que le darán la clave para atrapar al malvado que interpreta Jeremy Irons.

B. Bolígrafo de la senadora que Hannibal Lecter observa en El silencio de los corderos. Está ahí para que el psicópata gourmet pueda escaparse, aunque su obtención sea una trampa que los guionistas no debían haber permitido jamás. Ni el director.

C. El susodicho Cristal de What´s up, Doc?

D. Otra saga que deja varias armas de Chéjov sembradas por el camino es El señor de los anillos, que aparecerá varias veces en este listado. Dardo es el nombre de la Daga que recibe Hobbit de su tío Bilbo, una daga que se ilumina cuando hay orcos cerca, como veremos varias veces a lo largo de la trilogía.

E. El Exoesqueleto que utiliza la teniente Ripley al principio de Aliens. Esa escena está ahí, metida aparentemente con calzador, para que tenga sentido en la pelea final.

F. A veces una Frase es ese arma de Chéjov, funciona a modo de advertencia o premonición. ¿Por qué tanta insistencia en la diseñadora de trajes de superhéroes de Los increíbles acerca de los problemas de llevar capa? Pues por lo que ocurrirá al final con Síndrome. Los guiones de Pixar no suelen dejar nada al azar.

G. Cualquiera de los Gadgets que Q enseña a James Bond. Ya puede ser un boli, un reloj o un botón en el coche, da lo mismo: el artilugio será utilizado en el momento más chungo de 007.

H. Otra película que está repleta de pistas, de «armas de Chéjov» que serán utilizadas más adelante es Regreso al futuro. La Hoja en la que Marty apunta el teléfono de su novia es en realidad una octavilla sobre una campaña para restaurar el reloj del edificio del juzgado de Hill Valley, paralizado por un rayo. Y precisamente un rayo será lo que necesite en su visita a 1955 cuando trate de volver al presente.

I. En la tercera entrega de Regreso al futuro, Marty contempla una escena de Clint Eastwood en Por un puñado de dólares. Nada es casual, por supuesto, y las Imágenes escogidas por Zemeckis tampoco, puesto que Marty utilizará el mismo truco de Eastwood en su duelo de revólver con el malvado Buford Tannen.

J. Los Jarrones de película. Es un placer verlos hechos pedazos, y mayor es el placer cuanto mayor es el valor.

Bien, y una vez al día con estos mecanismos de guion (en la tercera parte incorporaré otro), simultanearé MacGuffins y Armas de Chéjov.

K. El gorila gigante de King Kong no es propiamente un MacGuffin, pero en ocasiones lo parece, sobre todo si tenemos en cuenta que tarda más de media hora de metraje en aparecer en escena. El gorila es una excusa para hablar de muchas otras cosas: de la desesperación de algunas personas tras la crisis de 1929, de la ambición de determinados hombres de negocios, de su falta de escrúpulos, y sobre todo, es una actualización de la leyenda de la bella y la bestia. De hecho, en cada nueva versión (De Laurentiis en 1976 y Peter Jackson en 2005) ha aumentado la importancia del gorila en detrimento del resto de historias, y con ello la película ha salido perdiendo. Por cierto, no podía dejar de poner este chiste aquí:

Chéjov hablaba de armas que cuelgan de la pared, y ese excepcional guionista que es Quentin Tarantino dejó otra mítica, también sobre la pared y lista para ser descolgada: la Katana de Hatori Hanzo. La primera vez que aparece la katana en las obras de Tarantino es en Pulp Fiction, pero su fascinación por el cine oriental de samuráis hizo que le diera un papel casi protagonista en Kill Bill.

L. Igual que las joyas o los diamantes, los Lingotes de oro son otro MacGuffin muy socorrido para las películas de robos. Los violentos de Kelly emplean la excusa de ese cargamento para una divertida comedia bélica en plena Segunda Guerra Mundial. Y los lingotes de la Reserva Federal norteamericana son el MacGuffin tras el caos que siembran los terroristas en La Jungla 3, o el objeto de deseo de los ladrones en The Italian Job. Minutos y minutos de persecuciones en los que los lingotes apenas ocupan unos pocos segundos.

Y si Galadriel le da a Frodo un frasco con «la Luz de Eärendil«, no hay que ser un experto en guiones para saber que tendrá que utilizarla en algún momento de su periplo, en este caso, en la cueva de Ella-Laraña.

M. Un Maletín. Da igual el contenido, no tenemos ni por qué verlo. O un Microfilm. Dará igual la información que albergue. Son los MacGuffins por excelencia, objetos portadores de algo muy valioso por lo que todos los personajes de la trama están dispuestos a asesinar:

– El de Marsellus Wallace en Pulp Fiction, que despertó varias teorías imaginativas acerca de si contenía el alma del propio Marsellus porque se abría con la combinación 666.

– El que persigue el personaje de Bardem en No es país para viejos, una excusa para ir cepillándose gente por el camino.

– El maletín que agentes rusos y un grupo de mercenarios persiguen en Ronin, una de las últimas películas de ese artista de las persecuciones que era John Frankenheimer. Parece que contiene un arma secreta, pero no se llega a saber en ningún momento, ni nos importa.

Vuelvo a Chéjov y a El señor de los anillos para dejar otro elemento que recibe Frodo en algún momento de su viaje: Mithril, la armadura que le protegerá de las peores heridas, como la que está a punto de provocarle un troll en las cuevas de Moria. Como puede comprobarse, todo lo que recibe Frodo será utilizado en algún momento, que a veces parece que lleva la bolsa más cargada que el bolsillo de Doraemon. Aunque para buen uso de un elemento que aparece al principio de la película, el Martillo de gemas aparentemente inocente que utilizará Andy Dufresne para su huida en Cadena Perpetua.

N. Si me atengo a la visión de Hitchcock acerca de los MacGuffins como simple excusa para iniciar una epopeya, pocos ejemplos mejores que el de una de mis novelas favoritas de la adolescencia: Miguel Strogoff, de Julio Verne, que además ha tenido varias versiones cinematográficas. El correo del zar tiene que recorrer casi 5.000 kilómetros, de Moscú a Irkutsk, portando una Nota secreta del zar para su hermano. Que digo yo que después de varios meses de recorrido, el contenido del mensaje no sería tan importante, pero el hermano la recibe, la lee y por arte de magia la guerra con los tártaros da un vuelco. Algo parecido ocurre con otra Nota, la que dos soldados deben entregar tras atravesar las filas enemigas en 1917. La resolución es simple en comparación con todo lo vivido por los protagonistas: se entrega la nota, se lee y el coronel paraliza el ataque.

Por su parte, como arma de Chéjov me vienen a la mente todas esas películas en las que los protagonistas están viendo un Noticiario, o lo escuchan de fondo en las noticias. Oye, qué puñetera casualidad que lo que cuentan siempre está relacionado con el que lo escucha: Clint Eastwood en Poder absoluto o Álex Angulo en El día de la bestia, pero mi selección para la N volverá a ser Regreso al futuro. Gracias a que Marty escucha en «el presente» que Goldie Wilson se presenta a la reelección como alcalde, podrá utilizarlo en «el pasado» cuando conozca al Goldie Wilson veinteañero como camarero.

Ñ. … puño, muñeco (Chucky), muñeca (Tamaño natural, de Berlanga), caña, mañana,… coño, no se me ocurre nada. Es un buen momento para dejarlo aquí, llevamos una buena lista.

(Continuará…)

2022: el año de Soylent Green

TRAVIS, 30/01/2022

El 1 de enero de este año que acaba de comenzar recibí esta imagen junto con una de las primeras felicitaciones, una línea temporal con las principales películas que se ambientan en hipotéticos futuros imaginados por los guionistas:

La manera en que el cine o la literatura han tratado de imaginar el futuro me ha interesado siempre, razón por la cual ya lo he tratado en anteriores ocasiones en el blog (El futuro ya está aquí). Esta imagen me llamó la atención, aunque tengo alguna que otra matización, y además echo en falta algunas grandes obras con fechas concretas en sus predicciones:

1984: la novela de George Orwell, imprescindible, no como la película que se basó en la misma. Aunque con algunos años de retraso sobre lo que el escritor británico predijo, el control y manipulación de la información, la censura totalitarista, la alteración del lenguaje para pervertir el pensamiento, o la reescritura de la historia forman parte ya por desgracia de nuestro día a día.

1995. La Naranja Mecánica, ambientada supuestamente en ese año: la novela se adelantó a su tiempo al hablar de las bandas de delincuentes juveniles, el abuso de las drogas y la ultraviolencia, y quizás se pasó de frenada con las terapias de reeducación y el célebre método Ludovico.

1997, Escape from New York: la versión española incluía el año en su título, 1997: Rescate en Nueva York. Una divertida peli de serie B dirigida por John Carpenter en 1981 y con un personaje de culto para muchos, ese Snake Plissken mitad héroe, mitad delincuente, interpretado por Kurt Russell. Para este juego del Timeline peliculero, echo de menos la segunda parte, 2013: Rescate en Los Ángeles. Se rodó en 1996 con el mismo director y protagonista, y en la misma estaba prohibido fumar, comer carne roja o ser musulmán. Quizás no estemos tan lejos de estas prohibiciones si cambiamos el Islam por el cristianismo.

2001, Una odisea del espacio: rodada en 1968. Otra película con el peligro de llevar una fecha en su título, porque no, el hombre no ha logrado llegar aún a Júpiter. O a Saturno, como decía la novela de Arthur C. Clarke. En este blog ya dejé mis particulares timelines de películas espaciales en A (bored) man on the moon:

2015, Regreso al futuro: Robert Zemeckis y Steven Spielberg imaginaron en 1985 cómo sería el 2015 al que viajaba Marty McFly y resulta curioso verlo una vez que llegamos a la fecha en cuestión. No tenemos aún coches voladores (salvo algunos prototipos), ropa ajustable, drones para pasear a los perros o aeropatines, pero sí «acertó» con el cine en 3D, las pantallas planas, las videoconferencias, la identificación biométrica y unas gafas muy parecidas a las Google Glass. Pero acertó sobre todo con algo que no es una innovación tecnológica, sino un comportamiento: el atontamiento que produce el enganche a las pantallas, sobre todo en los adolescentes.

1984-2029: Terminator, ¿cómo puede faltar Terminator en ese timeline? La guerra contra las máquinas se sitúa en 2029, pero han sido tantas las idas y venidas al pasado que se podría llenar esa imagen con distintas marcas. El primer Terminator viaja a 1984 para cargarse a Sarah Connor. En la segunda, para mí la mejor de todas, nos cuentan que el 29 de agosto de 1997 Skynet se cargó a 3.000 millones de personas con su petardo nuclear. En 2017, la sociedad está tan absorbida por la inteligencia artificial que hay tras las pantallas de sus tablets, ordenadores y televisiones que no se entera del control absoluto que existe sobre sus vidas (Terminator: Génesis).

2019: Blade Runner. Los seguidores de este blog ya saben que no se encuentra precisamente entre mis favoritas, pero es que además el noviembre de 2019 que imaginó se parece muy poco al real. La cagó incluso con las marcas comerciales que escogió para los carteles de neón: quebraron todas, excepto la Coca-Cola. La «maldición de Blade Runner» se llevó por delante a Atari, RCA, Pan-Am, Bell Systems o TDK.

2199, Matrix: ¿de verdad se desarrolla en ese año? Esa es la fecha que Morfeo calcula, porque durante la primera parte de la película (la primera, la mejor, la obra maestra) se supone que la acción se sitúa en el momento presente, con detalles como la fecha de vencimiento del pasaporte de Neo/Thomas Anderson, el 11 de septiembre de 2001. Acojonante, porque se rodó en 1999. Lo que ocurre es que llega un momento en el que cuesta distinguir el mundo real del virtual, ¿será el Metaverso de Facebook el principio de algo parecido?

Sobre algunas otras fechas: La fuga de Logan se desarrolla en el año 2116, la escasez de papel higiénico de Demolition Man se adelantó algo en el tiempo con el confinamiento de 2020 y me importa un carajo la fecha de ese bodrio llamado El quinto elemento. ¿Y dónde situamos Fahrenheit 451, en qué momento las autoridades censoras se ponen a quemar libros? ¿Canadá, en pleno 2021?

2022. Llegamos al año de Soylent Green. Cuando el 1 de enero recibí esa imagen, no había visto la película, pero se encuentra fácilmente por internet, así que dejo aquí un enlace por si alguno siente la misma curiosidad por verla: Película «Cuando el Destino nos Alcance»

Se rodó en 1973, estaba basada en la novela ¡Hagan sitio, hagan sitio!, de Harry Harrison y su título español fue Cuando el destino nos alcance. La trama nos sitúa donde se sitúan siempre las escenas apocalípticas, ya sean meteoritos, inundaciones, nevadas, Godzillas, ataques zombis o atentados terroristas: en Nueva York. Pero una Nueva York con un ligero problema de hiperpoblación (40 millones de habitantes) y desempleo (20 millones de parados solo en Manhattan). La película fue dirigida por Richard Fleischer, uno de esos artesanos de Hollywood sin tanto nombre como otros directores, pero con una filmografía repleta de entretenidísimas películas: Asalto al carro blindado, 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje alucinante, Tora! Tora! Tora!, o mi favorita de largo: Los vikingos.

Soylent Green cuenta con un reparto con tres grandes de la interpretación, Charlton Heston, Edward G. Robinson y Joseph Cotten en un papel menor, algunos secundarios conocidos como Chuck Connors (el de la cara cuadrada que casi siempre hacía de malo) y Brock Peters (Matar a un ruiseñor), y una actriz que desconocía, pero que es pura sensualidad en su papel de «mobiliario» del apartamento: Leigh Taylor-Young. Lo interesante de la trama es que se trata de una de las primeras películas con un mensaje claramente ecologista. Ya en los estupendos dos primeros minutos, en los que describe en fotos de época unos cien-ciento cincuenta años de historia, de 1850 hasta la segunda mitad del siglo XX, advierte del peligro de la polución, la superpoblación, el calentamiento global y el ritmo de vida de entonces. Tanto la ganadería como la agricultura se han echado a perder y la gente se alimenta de Soylent, en sus variedades roja y amarilla. La película habla también del control de grandes corporaciones, como Soylent, que anuncia el lanzamiento de su último producto, Soylent Green, elaborado a partir de plancton, según indica la publicidad de la empresa.

Sin desvelar grandes aspectos de la trama, me han llamado la atención algunos detalles que parecen actuales (recuerdo que se rodó casi medio siglo antes del 2022 en que sitúa la acción), como el toque de queda, las mascarillas que llevan algunos personajes, la iglesia como refugio o «Cáritas» para los más desfavorecidos o la referencia a violaciones en cuadrilla. Las élites tienen acceso a productos de lujo que no alcanzan a la población, pero nada del otro mundo, sino una ducha de agua caliente, un filete o la mermelada de fresa. Hay revueltas sociales, como en tantos lugares hoy día, y los antidisturbios tienen que actuar de manera un tanto particular (no desvelo nada, está en la carátula al principio del post).

No me ha parecido una gran película, aunque entretiene, y su resolución es algo floja, falta de metraje, de alternativas o de una gran final como el de esa otra película de Charlton Heston anterior en unos pocos años: El planeta de los simios. Por cierto, ya que hablo del actor de la Asociación Nacional del Rifle, su personaje es un jeta de cuidado, aunque si el papel consistía en hacernos valorar los placeres de la vida (lo que hoy parece cotidiano, en Soylent Green tratado como un lujo), cumple de maravilla. Su manera de solucionar el problema de superpoblación en el mundo guarda una cierta relación con La fuga de Logan, si bien aquí se matan dos pájaros de un tiro. Estamos en 2022, esperemos poder seguir disfrutando de buena comida, «¡un tomate!», dice Sol (Edward G. Robinson), y no compuestos plásticos insípidos distribuidos por la corporación megamillonaria de turno.

Una película que nos habla directamente de la belleza de este mundo, de sus paisajes, de la naturaleza viva y de la importancia de protegerla. Ya lo he comentado en otros post, pero la idea de la Tierra como vertedero que aparece en Wall-E me parece de lo más aterrador de estos futuros distópicos imaginados por el cine o la literatura.

Tostones ochenteros, por Travis

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Desde hace un tiempo, tengo la sensación de que se idealiza todo lo hecho en los años 80, especialmente en el mundo del cine o la música, como si todo lo anterior o sobre todo lo posterior no tuviera el mismo valor artístico, o como si en esa década se hubiera vivido un boom cultural único en la Historia. Sigue leyendo

Regreso al futuro que ya está aquí

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21 de octubre de 2015, 4 horas, 29 minutos de la tarde en Hill Valley, California. Una y media de la madrugada del día 22 en España, el día ha llegado. Por alguna extraña razón esta fecha de Regreso al futuro se ha convertido en mítica para cientos de miles de personas. Debe ser porque los cuarentones de ahora, los adolescentes de los ochenta que manejamos buena parte del cotarro en la actualidad, llevamos años reivindicando esa década de mil formas, como si no hubiera habido otra mejor.

El éxito de los libros y la web Yo fui a EGB, Sigue leyendo