Especial USA (III): el New York imaginado de Travis

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«New York, New York, it’s a wonderful town! The Bronx is up and the Battery’s down.»

Así empieza la animadísima canción de Un día en Nueva York, interpretada, como todos recordaréis por Gene Kelly, Frank Sinatra ¿y?…, ¿y?,… nadie se acuerda del pobre Jules Munshin. Todo el que va por primera vez a Nueva York dice que cree reconocer muchos sitios de la ciudad porque los ha visto mil veces en las películas y en las series de televisión. Como todos los lugares típicos que nos enseñan los marineros de la película mencionada en un tour turístico muy recomendable de apenas tres minutos de duración.

Pero mi Nueva York imaginada, my New York, the city that never sleeps, no existe. O existe solo en las películas, en esos cientos de películas y series que viven en sus calles, tropiezan con sus gentes o atraviesan sus míticos puentes.

new-york1Podemos llegar a Manhattan bajando del portaviones Intrepid o atravesando el puente de Brooklyn, como Gene, Frank y «el otro» (la versión americana de «el de en medio de Los Chichos»), o podemos llegar en el ferry repleto de currantes que viene de Staten Island, como aquel de Armas de mujer en el que llegaba Melanie Griffith con su traje de chaqueta, las hombreras ochenteras y sus zapatillas de deporte con calcetines blancos.

O por el puente de Queensboro, el que se utiliza casi siempre en las panorámicas de cine cuando vemos a alguien llegando en taxi a la ciudad desde el aeropuerto, como el exterminable Macaulay Culkin de Solo en casa 2. Este es el famoso puente del inmortal póster de Manhattan de Woody Allen, un puente que ahora se puede contemplar desde un banco como el de la peli… que no existía cuando se rodó la misma.

Cerca de ese puente se encuentra el edificio de Naciones Unidas en el que te esperas encontrar a El dictador de Wadiya dando un discurso sobre las bondades de la dictadura, o te imaginas a Cary Grant huyendo tras no haber apuñalado a un supuesto espía en North by Northwest (que como todos sabemos significa Con la muerte en los talones). También en ese edificio trabaja La intérprete Nicole Kidman y se debate durante días, meses, años y décadas acerca de problemas que nunca se resuelven, como la pobreza en el mundo o el terrorismo (Estado de sitio).

new-york4O la inmigración. Si llegabas a Nueva York a principios del siglo XX como inmigrante tenías que pasar forzosamente por el caos de la isla de Ellis, como Vito Andolini, allí rebautizado como Vito Corleone. Y pese a la cuarentena que les tocaba pasar, llegar a la isla de Ellis, junto a la isla de la Libertad con su célebre estatua, era la aspiración máxima de los inmigrantes, como los de El sueño de Ellis, Las cenizas de Ángela o todos aquellos que nunca llegaron a bordo del Titanic.

«La última vez que estuve dentro de una mujer fue cuando visité la Estatua de la Libertad»

(Woody Allen)

En ese Manhattan de película que imagino, me encuentro, cómo no, a Woody Allen saliendo de uno de esos apartamentos con marquesina y portero con traje y gorra de dictador africano, o al mismo director en un museo divagando con Diane Keaton, o en un restaurante charlando de sus neuras con Mia Farrow, o en la cola del cine discutiendo con un repelente intelectualoide sobre Marshall McLuhan, con el apoyo inestimable del propio Marshall McLuhan (recomiendo el vídeo).

Nueva York es sin duda la ciudad de Woody Allen, pero también la de Martin Scorsese, de Francis Ford Coppola y de Brian de Palma, entre muchos otros. Los italoamericanos nos llevaron por sus new-york3Malas calles, nos mostraron el Little Italy de los Corleone, y lo que significaba ser Uno de los Nuestros. Sus personajes tenían el rostro de Robert de Niro, Joe Pesci o Al Pacino y nos enseñaron a amar la pasta o la salsa de las albóndigas, explicado con la misma cotidianeidad con la que le descerrajaban un tiro en la cabeza a uno de sus enemigos. Nueva York tiene el rostro italoamericano mafioso de Paul Sorvino, o el de Chazz Palminteri en la obra maestra Balas sobre Broadway o en la estupenda Una historia del Bronx.

Y si te quieres mover por la ciudad, puedes tomar uno de sus taxis amarillos, los archifamosos Yellow Cabs. Claro que deberías tener cuidado si el taxista ha nacido en la cabeza de Scorsese, porque podría ser como el tarado de After Hours (me niego a utilizar el título español de ¡Jo, qué noche!), un tipo con prisas que te dejará sin un chavo, o como el «inestable» Travis Bickle (Taxi driver), del que he adoptado el nombrenew-york5 para este blog (¿por su claridad de ideas?). Por cierto, este taxista tiene un gran parecido con el trompetista de New York, New York o con el Toro Salvaje del Bronx antes de ponerse como un tonel.

En ese taxi me acercaría al centro financiero de Wall Street, poblado de esos «lobos de las finanzas» que tanto cabrean a Josean. Imagino a Eddie Murphy y a Dan Aykroyd en el centro del parqué comprando y vendiendo futuros sobre concentrados de zumo de naranja (Entre pillos anda el juego) y devolviendo la pelota de la ruina económica a los especuladores Randolph y Mortimer. Eran otros tiempos.

Los lobos de los ochenta tenían principios, según Gordon Gekko/Michael Douglas en Wall Street 2, se limitaban a utilizar la información privilegiada antes que sus competidores, pero los del siglo XXI según el propio Gekko son estafadores, timadores sin escrúpulos. Son como los tipejos de La gran apuesta, Margin call o los manipuladores de datos de Money Monster, creadores de operaciones con derivados que ni ellos mismos saben explicar (Capitalism: A love story). En mi recorrido turístico cinematográfico huiría pronto de allí, no sin antes buscar el tesoro milenario escondido bajo la Trinity Church (La búsqueda).

Cogería el metro para ir a una zona más tranquila. Un metro ruidoso como pocos, con ratas junto a las vías, pero tremendamente rápido y eficaz. En los vagones podría encontrarme de todo, desde fantasmas (Ghost), hasta secuestradores (el Pelham 1, 2, 3 de Walter Matthau y Robert Shaw, no el de Denzel Washington y Travolta) o narcotraficantes franceses con la cara de Fernando Rey (French Connection). Me bajaría en la Quinta Avenida, a la altura del Empire State, pero no subiría porque no me está esperando nadie en el mirador como en Tú y yo, de Leo McCarey (1939), o en Sleepless in Seattle (otra gran traducción hispana con Algo para recordar, 1993). Unos metros más allá llegaría a la Biblioteca Pública de la ciudad, en la que admiraría la belleza de su interior y sus ejemplares,… o esperaría que llegaran los Cazafantasmas.

new-york6Me desviaría apenas trescientos metros para llegar a la estación de tren, la Grand Central Terminal, escenario de innumerables películas, como el final de Carlito’s Way (por supuesto rebautizada como Atrapado por su pasado), o la escena más emotiva de El rey pescador. Su atractivo cinematográfico es tal que incluso se rodaron allí algunas escenas que se sitúan en Chicago, como la famosa de la escalera y el carrito de bebé de Los intocables de Elliot Ness. Y algo que no sabe ni la policía: bajo la estación, a unos 50 metros de profundidad está escondida la guarida de Lex Luthor en el Superman (1978) de Richard Donner. new-york7

Volvería a la Quinta Avenida para seguir subiendo y no entraría en Tiffany’s, aunque sí me quedaría mirando siempre por si esos azares del destino me permitían ver frente a sus escaparates a una preciosa y elegantísima Audrey Hepburn tomando un café con un croiassant (Breakfast at Tiffany’s o Desayuno con diamantes, que para el caso es lo mismo).

Siguiendo por la Quinta casi hasta Central Park entraría en la tienda de juguetes FAO’s Schwartz para saltar sobre el piano gigante e intentar componer la misma música que Tom Hanks en Big.

Aunque la pasta no me da para alojarme en él, sí cruzaría la avenida para entrar en el vestíbulo del Hotel Plaza, y tratar de encontrarme con Donald Trump o con Cocodrilo Dundee. Vaya dos, a cual más rudo, el salvaje y el australiano.

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El Hotel Plaza está frente a una de las entradas a Central Park, el inmenso parque en el centro de Manhattan, en el que me encontraría a cientos de corredores como el amiguete Lester preparando el maratón de Nueva York, o como el Dustin Hoffmann de Marathon Man, cuyo entrenamiento le permitirá salvar la vida. Central Park fue creado para las parejas de Woody Allen (Annie Hall, Delitos y faltas, o Poderosa Afrodita) y para que los niños puedan ver a los animales que no se han escapado del zoo (Salvaje, Madagascar). O para ver al plasta de Stuart Little con voz de Emilio Aragón manejando un barco de modelismo en el estanque. ¡Un torpedo, por favor!

Daría un paseo por Central Park hacia el lado oeste de la ciudad y saldría frente a los apartamentos new-york10Dakota, que albergan alguna que otra historia oscura en su pasado. En este edificio vivía Mia Farrow en Rosemary’s Baby (su traslación al castellano nos trajo un spoiler al título: La semilla del diablo), y algunos creen que el rodaje de la terrorífica película atrajo malos espíritus de todo tipo. Un año después del rodaje, en 1969, Charles Manson y sus secuaces asesinaron cruelmente a siete personas en Hollywood. Entre ellas estaba Sharon Tate, mujer por entonces de Roman Polanski, director de la película sobre el diablo. Otro triste suceso relacionado con el edificio fue el asesinato de John Lennon a sus puertas, una mañana de diciembre de 1980, cuando el cantante inglés y Yoko Ono salían a dar un paseo. Una estrella en el suelo recuerda al autor de Imagine.

Si siguiera mi paseo hacia una zona más tranquila de la ciudad, el Upper West Side, podría encontrarme a un tipo triste con la cara de Jack Lemmon sentado en un banco, esperando a ver cómo sus jefes se zumbaban a la golfa de turno para poder regresar a su casa en El apartamento. Valiente modo de ascender en la empresa. Si me quedara mirando con Baxter/Lemmon hacia New Jersey a lo mejor teníamos la suerte de ver aterrizar (¿o «acuatizar»?) a un Airbus en medio del Hudson, como en Sully, la última de Tom Hanks.

new-york11Pero Nueva York, my New York, es follón, así que volvería al centro, a ese inmenso follón en el que miles de personas andan sin chocarse. Iría a Times Square, la mayor concentración de anuncios publicitarios del mundo. El lugar por el que Michael Keaton se pasea en calzoncillos en el momentazo de Birdman. La concentración humana de Noche de fin de año. El lugar perfecto para que los americanos copien nuestra Gran Vía desierta de Abre los ojos en el inicio de Vanilla Sky (tratándose de Tom Cruise, puedo entender la huida del personal).

Decía antes que no subiría al Empire State, y es porque creo que el mejor mirador de la ciudad está en el Top of the Rock, en el Rockefeller Center. Por supuesto que subiríamos después de contemplar la pista de hielo y el enorme árbol de Navidad que se instalan en la parte inferior del complejo, como rockefeller-center-ice-skatingsabemos por los miles de películas que nos lo muestran, igual que a la figura dorada haciendo una palomita. Allí suben los tres marineros del principio (Frank, Gene y ¿os lo habéis aprendido ya?) y allí suben a Cocodrilo Dundee para las fotos de promoción. Al norte, Central Park, al este, el East River y el edificio de la Chrysler, al oeste New Jersey y el Hudson, y al sur: el Empire State. Enorme, aparentemente aislado, y yo que me lo imagino con un enamorado King Kong en blanco y negro enganchado a su antena.

Me dejo mucho por contar, sitios, películas, restaurantes, pero como decía al principio, esta Nueva York, my New York, solo existe en las películas.

(Continuará en Especial USA (y IV): el New York real de Travis)

Cara Travis

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5 comentarios en “Especial USA (III): el New York imaginado de Travis

  1. Estoy disfrutando un montón con vuestra serie sobre Nueva York, desde el maratón de Lester, pasando por el deporte de Barney y el Potus Trump de Josean, hasta este NY imaginado por Travis, muy bueno, de lo mejor. Espero anhelante el siguiente capítulo que, parece ser, será el último de la serie, qué pena.
    Bravo.

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