Cine y tenis (II)

TRAVIS, 10/07/2022

Continuación de Cine y tenis (I)

Lo normal es que las películas sobre deportes como el tenis hablen del talento unido al esfuerzo, al sacrificio de los entrenamientos y las renuncias a todo aquello que pueda despistar del objetivo final, pero Woody Allen reflejó en el arranque de Match Point otro de los factores en ocasiones fundamentales que no se pueden desdeñar: la suerte.

«Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, le asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control».

El primer break de Djokovic en la final de Wimbledon de hoy ha sido con una bola que ha golpeado la cinta y ha caído muerta en la pista de Kyrgios. Ese momento en el que la pelota puede caer de un lado o del otro, llevar al triunfo o a la derrota, es una metáfora de la vida que Woody Allen utilizará para la trama de su película sobre un exjugador profesional, un trepa, arribista, un tipo sin escrúpulos interpretado por Jonathan Rhys-Meyers. El tenis es solo la excusa para entrar en el mundo de los ricachones de Londres y apenas aparecerá después a lo largo del metraje, pero el momento cumbre de la película se resolverá con genialidad de un modo similar a este golpeo de la pelota en la cinta del primer minuto, cámara lenta incluida.

No es la primera vez que Woody Allen introduce el tenis en algún punto de sus guiones. Supongo que los que vimos Annie Hall lo recordamos vestido con su inconfundible estilo y un porte un tanto escuchimizado, o por las secuencias con Diane Keaton con la raqueta o sobre la cancha:

Con otra raqueta diferente, la de squash, apareció en Manhattan, y entre su lista de Cosas que hacen que la vida valga la pena de la misma película coló a Jimmy Connors. ¡Jimmy Connors junto a La educación sentimental de Flaubert, o Groucho Marx, ja, ja, ja, qué grande! La relación de Woody Allen con el deporte viene de lejos, como contó en una entrevista en L’Equipe a principios de este siglo. O cómo pasar de aspirar a tenista a hacerse cultureta:

“A los 30 años me aficioné al tenis. Creo que el tenis y el golf son buenos sitios para ligar. De joven leía periódicos deportivos, pero cuando empezaron a interesarme las chicas, descubrí que ellas hablaban de cosas como la literatura, de las que yo no tenía la más mínima idea. Por eso comencé a leer libros».

Woody Allen

Tanto Manhattan como Annie Hall son películas de los setenta, y durante esos años se celebró un partido de tenis de exhibición/reivindicación que dio lugar en 2017 a una película completa: el que disputaron la número uno de entonces, Billie Jean King, con el tenista retirado Bobby Riggs, La batalla de los sexos. La película fue dirigida por los mismos creadores de Pequeña Miss Sunshine, Jonathan Dayton y Valerie Faris, y vista hoy en día, sorprende que varias de las frases del fanfarrón Bobby (que no dudo que se pronunciaran de ese modo) serían impensables medio siglo después. No me imagino una rueda de prensa con medio centenar de periodistas en la que un tipo se autoproclamara «cerdo machista» y dijera que «claro que le gustan las mujeres: en la cocina y en la cama». Todo eso bajo las risas de los periodistas, aficionados e incluso de su rival femenina. Muy bien Emma Stone y Steve Carell (¿algo paródico, quizás?) en una película que prometía más, pero abre tantos frentes (la homosexualidad oculta, la presión de los patrocinadores, el nacimiento de la WTA, el machismo del mundo del deporte y los premios) que se queda en entretenida, para pasar un buen rato. No conocía la historia, pero a lo largo del metraje se pronuncian tal cantidad de frases de carga machista que sabía que solo podía concluir con la victoria de Billie Jean.

Por cierto, qué cascada se veía a Billie Jean King este año durante la archirrepetida entrega del trofeo a Rafa Nadal como ganador de Roland Garros:

El deporte de élite no es sano y mucho me temo que Nadal dentro de treinta años puede estar igual de cascado o más. Me lo imagino con bastón para sujetarse porque las rodillas ya no lo hacen, una bota ortopédica para el pie, tiritas en las manos, corsé y faja para las lesiones de costillas y abdomen. Y sin que los brazos le alcancen para sacarse los calzoncillos del culo. Qué grande es, si fuera americano ya tendría una película sobre su locura competitiva.

Retrocedo hasta los sesenta, ¿una raqueta como escurridor de espaguetis? No lo veo, Jack Lemmon, Billy Wilder, puede que sea lo único que no funciona en El apartamento (1960).

Si seguimos retrocediendo en el tiempo, llegamos a los cincuenta, en donde aparece la mismísima Katharine Hepburn demostrando sus habilidades deportivas en La impetuosa, Pat and Mike en el original, dirigida por George Cukor en 1952. La actriz no necesitó que la doblara ningún especialista en las escenas de golf o tenis, puesto que había desarrollado un buen nivel en ambos deportes durante su juventud, al igual que en la natación. Como supimos por el documental All about me, Miss Hepburn siguió jugando al tenis hasta pasados los ochenta.

Y en el golf logró varios títulos regionales antes de cumplir los veinte años. Según parece, esta escena, en la que Hepburn golpea nueve bolas seguidas, se grabó del tirón:

Un partido de tenis puede generar una enorme tensión, y eso lo sabía bien el mago del suspense, el británico Alfred Hitchcock, quien llevó la resolución de su trama al desarrollo de un partido en Extraños en el tren (Strangers in the train, 1951). Ese final es inverosímil, como tantos de Hitchcock, pues nadie se cree que las gafas estén en el mismo sitio del asesinato días después del mismo, pero el director convierte esa anécdota (un MacGuffin, quizás) en la clave que hace que el personaje de Farley Granger tenga que resolver por la vía rápida un partido de tenis, lo cual resulta imposible porque, como sabe todo el que haya jugado a este deporte, cuanta más prisa tienes por acabar un encuentro, más posibilidades hay de que lo pierdas o juegues peor.

Hitchcock era un exquisito inventor de trucos visuales, y de esta película me quedo con el de este vídeo en concreto, el del personaje de Robert Walker entre el público, con la mirada fija y sin moverse al compás de sus compañeros de graderío. Muy potente:

Como decía en la primera parte, el tenis es un deporte poco cinematográfico en calidad y en cantidad, cuando creo que de él se podrían sacar historias interesantes. Aquí dejo otras dos propuestas: la puñalada a Mónica Seles y el mundo del tenis en esos años convulsos en la antigua Yugoslavia (1993) y la vida de Boris Becker, durante su carrera profesional, pero de manera especial, después. Y poco más para completar este post doble, simplemente una referencia a lo atractivas que suelen quedar las actrices con los uniformes de tenistas.

  1. Catherine Deneuve, en Belle de Jour.
  2. Kirsten Dunst, en Wimbledon.
  3. Dominique Swain, en la Lolita de 1997, no la de Kubrick.
  4. El jardín de los Finzi-Contini.

Los tíos no tenemos esa suerte, y si no, que se revise el look desastrado y a lo Borg trasnochado del mayor de Los Tenenbaums, un tenista retirado de manera prematura, como su ídolo:

O por supuesto, la escena del partido de tenis más patético de la historia del cine, aquel de El otro lado de la cama en el que dirimen sus disputas de pareja Ernesto Alterio y Willy Toledo cuando era un actor con una tremenda vis cómica y no un tipo cabreado con el mundo:

Punto, set y partido. Game over.

Un japo en Cannes, por Travis

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Un año más un tipo semidesconocido para el gran público ha ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes, galardón que en esta edición de 2018 ha ido a parar al japonés Hirokazu Kore-eda por su película Shoplifters. Es posible que en ningún otro lugar como en esta ciudad de la Costa Azul se evidencie la distancia sideral entre lo que gusta al público y lo que los críticos valoran como arte hecho cine.

Hay un poco de todo en la habitual elección de «pelis raras» o «de autor» (en ocasiones auténticos truños) como ganadores del máximo galardón del festival, pero me voy a atrever a citar las que a mí modestamente me parecen reseñables:  Cyclo

1. Por esnobismo: el mundo está lleno de imbéciles que adoran ser únicos, exclusivos o especiales, tipos a los que les encanta presumir de que sus gustos no coinciden con los de la plebe. Si una película es comercial, automáticamente la desdeñan. Si un taiwanés graba a un niño en bici durante dos horas recorriendo el inframundo de los suburbios, el esnob la apreciará. No, corrijo, dirá que la aprecia como una nueva forma de hacer cine, como algo grandioso que solo él y algunos privilegiados son capaces de entender. Es el mismo tipo esnob del tendido 5 de Las Ventas, el comepipas del Bernabéu o el estiradillo del meñique enhiesto del Teatro Real.

2. Por chovinismo: en Francia siempre ha existido una especie de rechazo al cine comercial, de modo especial al norteamericano, al menos entre los críticos y periodistas franceses. El cine francés es una industria muy potente, cuenta con presupuestos medios elevados, con grandes actores, buenas historias, espléndidas comedias, y a veces alcanza unas cifras de recaudación que aquí en España envidiamos. Aunque a veces miren con desdén al cine made in USA y sus críticos lo ataquen con frecuencia, el público al final termina cediendo ante el poder de las majors:

Cuota de pantallaLa Palma de Oro es una excelente carta de presentación para el arranque comercial de los títulos que la reciben, y los franceses no se lo van a poner fácil a películas americanas con marchamo de taquilleras que puedan robarle el público a sus propias obras.

4 semanas 3 meses 2 días3. Porque son verdaderos entendidos: depende del jurado seleccionado para cada año, pero en ocasiones el del Festival de Cannes ha premiado películas «raras» de directores semidesconocidos que sin embargo eran auténticas joyas. El público no suele acudir en masa a verlas, pero estas películas consiguen tener un recorrido y una difusión mundial que sin Cannes no tendrían. Hay que reconocer a este y a otros festivales que hayamos descubierto títulos tan incómodos como la rumana Cuatro meses, tres semanas y dos días (2007) o la alemana La vida de los otros (Óscar y César en 2006). Igual que se atrevieron a reconocer en su día el valor de Scorsese en Taxi driver (1976) o el desasosegante documental de Michael Moore Fahrenheit 9/11. (2004).

4. Por venganza: sí, sí, estoy convencido, explico mi teoría. Tanto el jurado como los periodistas que siguen el festival tienen apenas una semana para ver decenas de películas, emitidas muchas veces a horas intempestivas. Recuerdo hace mil años una crítica de un bodrio de arte y ensayo realizada no sé si por Carlos Pumares o por Ángel Fernández Santos, en la que, por encima de la ausencia de calidad y ritmo de la película, el crítico destacaba que les habían hecho ver la misma a las ocho de la mañana. Y claro, a esas horas y si encima has trasnochado, yo creo que te cuesta disfrutar hasta del mejor Indiana Jones. Así que estoy convencido de que como venganza un grupo de críticos elige todos los años un bodrio infumable al que empiezan a regalar adjetivos de admiración y loas exageradas, «la película de la década», «el mejor descubrimiento del cine en años», «una obra maestra absoluta» y titulares por el estilo, para que otros pasen el suplicio que han pasado ellos. De algún modo, no sé si a base de copas en los saraos que rodean al evento, o creando una corriente de opinión, un efecto «traje nuevo del Emperador», convencen al jurado de que tienen que elegir la producción franco-tunecina-armenia como ganadora de la Palma de Oro. «Que se joda el mundo», pensarán sin duda.

La lista de películas ganadoras de los últimos treinta años contiene grandes títulos, enormes aciertos del jurado al elegir películas que aguantan el paso del tiempo, pero también encontramos algunos bodrios intelectualoides infumables que solo se explican como una broma de mal gusto del jurado hacia la humanidad. Me gusta imaginar a esos miembros del jurado cenando la noche previa a la lectura de los ganadores, hastiados de cine denso como un plato de engrudo, y charlando tras el vino, las cervezas y un par de copazos:

– ¿Cómo dices que se titula esa de los yugoslavos que viven bajo tierra?

– ¿La de Kusturica? Underground. Ja, ja, ja, pero no seas cabrón, que dura tres horas.

– Ja, ja, ja. Palma de Oro en Cannes, la de gente que se la va a tragar igual que nosotros, jo, jo, jo.

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Uno ve la lista, variopinta, que tiene de todo, y lo que no encuentra es un patrón, una película típica que te haga pensar: «esta es una peli de Palma de Oro». Reconozco que solo he visto la mitad, pero junto a obras maestras o películas claramente perdurables como Pulp fiction (Tarantino) o El pianista (Polanski), hay tostones como el mencionado Underground o como La eternidad y un día, o películas sobrevaloradas como El piano o La habitación del hijo. Y entre las premiadas, la segunda película con la que más gente he visto irse del cine: Bailando en la oscuridad, de Lars von Trier. Convencí a un par de amigas para ir a verla y casi me matan. Creo que no me han perdonado todavía, porque ahora, siempre que vamos al cine eligen ellas. Y el jurado la noche previa:

– Jo, jo, jo, verás la de gente que se va a tragar la de la islandesa medio ciega y el director danés ese que está como un cencerro.

 

Bailando en la oscuridad, o un título alternativo: Durmiendo en la penumbra de la sala de cine. La segunda película con la mayor fuga de espectadores del cine, porque la primera está en la relación siguiente, 2003-2017, a ver si la averiguáis:

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¡Bingo! El árbol de la vida, de Terrence Malick, 2011. Este bodrio tuvo tan buena acogida entre los críticos (HdP, qué bromistas) como negativa fue la reacción que provocaba en el público. La gente salía del cine en tal número, cabreada con la tomadura de pelo, que algunos cines llegaron a indicar en un cartel que si te salías antes de la media hora te devolvían el dinero o te daban una entrada para otra película. Acojonante. Y Palma de Oro en Cannes, por supuesto. Se cumple la máxima (inventada por mí) según la cual para saber si una película es un coñazo basta con ver si hay un árbol en su título: Mientras nieva sobre los cedros, A través de los olivos, El olivo, El sol del membrillo (o El sopor del ladrillo, para mí), Cerezos en flor, El manzano azul,…

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El Festival de Cannes tiene cierta predilección por el cine oriental, algo complicado de ver en nuestras pantallas. Y si logras verlo, resulta algo difícil empatizar con la historia que cuenta. Imamura, Chen Kaige, Kurosawa, Koreeda, Yimou,… Aparte del japo que se llevó el gran premio de este año, el segundo favorito era el coreano Lee Chang-Dong, por la película Burning, basada en un relato del japonés Murakami, el eterno aspirante al Nóbel de Literatura. Los relatos que he leído del escritor nipón son tan abstractos e inadaptables como un prospecto médico, así que tengo curiosidad por ver la película. Curiosidad, nada más.

No tengo nada en contra del cine oriental, aunque a decir verdad, lo veo poco. Pero siempre me ha gustado leer críticas de cine, incluso de películas que no pensaba ver, como las tan valoradísimas por la crítica de Zhang Yimou o Shoei Imamura. Hace años hice un viaje en autobús a Murcia y en el trayecto emitieron Sorgo rojo, de Zhang Yimou. Desconozco quién eligió esa película, y sinceramente no supe si alabarle el gusto o pedir el libro de reclamaciones. No tenía escapatoria, así que me la tragué enterita. Y no estaba mal, pero si un viernes por la noche veo que la ponen en la tele, argh,… me apetece tanto en esos momentos como… como… como un viaje en autobús a Murcia.

Hollywood endingCrítica y gran público, eterna divergencia. El propio mundo del cine se ríe en ocasiones de estos «entendidos» del séptimo arte, de los Wenders, Antonionis, Oliveiras, Kusturicas, von Triers y los que los secundan. Recuerdo la película de Woody Allen Un final made in Hollywood, en la que el protagonista, director de cine, sufre una ceguera total que le afecta durante todo el rodaje de un filme.

– No puedo dirigir una película, ¡estoy ciego!

– ¿Pero tú has visto las películas que hacen ahora? -responde su agente para convencerle.

Allen se hace ayudar por un intérprete que ejerce de lazarillo y director de fotografía. Como no puede ser de otro modo, el rodaje es un auténtico desastre, con todos los planos mal encuadrados, mal iluminados, mal enlazados. El resultado es lamentable y se da un batacazo en taquilla, pero sin embargo, Allen nos regala una broma final y la película resulta todo un éxito en Europa:

– Por alguna razón me aprecian más en Francia que aquí. ¡Los subtítulos deben de ser realmente buenos!

Pero sin duda, el momento que mejor expresa esta dualidad lo encuentro en una película menor, como Las vacaciones de Mr. Bean. En ella, el cómico inglés termina en el Festival de Cannes, en el estreno del último filme de un director de culto, un tal Carson Clay interpretado por Willem Dafoe. Egocéntrico, enamorado de sí mismo y de su obra, tedioso, de ritmo lento e incluso rebobinado,… el público se duerme. Creo que merece la pena ver este pequeño corte, al menos los primeros dos minutos:

Ja, ja, ja, payasadas de Mr. Bean aparte, estoy convencido de que algunos pases de Cannes son como la «obra maestra» del Carson Clay de los cojones. O lo que es peor, como la «obra maestra sin intención de serlo» de Mr. Bean.

Así que la próxima vez que vean en cartelera una película china o japonesa premiada con la Palma de Oro en Cannes, cuidado, cuidado, vaya a verla antes Vd. solo, no la recomiende, no lleve a nadie animado por sus deseos de experimentación de algo novedoso porque no habrá término medio posible: obra maestra o truño servido como venganza por un jurado que la detestó. ¡Sayonara!

Woody, Roman y Kevin

Móni Money y Travis, abril de 2018

Travis: El aluvión de denuncias tras los escándalos de abusos sexuales del productor Harvey Weinstein puede provocar otras víctimas. Lo hemos visto en los recientes Óscar, en los que se ha ignorado la película y la interpretación de James Franco en The Disaster Artist, con la que obtuvo un Globo de Oro apenas dos días antes de que tres actrices le acusaran de abusos sexuales. Ni rastro de él pese a que no haya habido condena, ni juicio, y ni siquiera investigación.

Se ha llegado a decir que es posible que no se estrene la última del gran Woody Allen, porque a raíz de esta marea de denuncias, Dylan Farrow, la hija de su ex pareja Mia Farrow, ha decidido desempolvar los supuestos abusos sexuales que sufrió a manos del director cuando apenas tenía siete años de edad. Kevin Spacey, hasta hoy, o hasta ayer, uno de mis actores favoritos, puede haber terminado su exitosa carrera en Hollywood de modo prematuro. Su papel en Todo el dinero del mundo fue rodado de nuevo por Ridley Scott, sustituyendo al actor caído en desgracia por el insulso Christopher Plummer. Y su personaje de más éxito en estos últimos años, el manipulador Frank Underwood de House of cards, desaparece de la serie de modo definitivo. Estoy seguro de que no habrá otro a su altura. Sigue leyendo

Especial USA (y IV): el New York real de Travis


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Hace casi tres décadas me compré un póster de Nueva York en el mirador del World Trade Center, que creo que estaba en la planta 107. Lo mantuve expuesto en mi habitación mientras viví en casa de mis padres y me sabía de memoria todos sus detalles. Representaba no tanto lo que me gustaba como lo que hacía especial esta ciudad. El follón, el trasiego continuo de gente, muchos de ellos comiendo por la calle, el caos de taxis, bicis, ciclistas, coches de bomberos,… Y cómo no, Woody Allen. Sigue leyendo

Especial USA (III): el New York imaginado de Travis

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«New York, New York, it’s a wonderful town! The Bronx is up and the Battery’s down.»

Así empieza la animadísima canción de Un día en Nueva York, interpretada, como todos recordaréis por Gene Kelly, Frank Sinatra ¿y?…, ¿y?,… nadie se acuerda del pobre Jules Munshin. Todo el que va por primera vez a Nueva York dice que cree reconocer muchos sitios de la ciudad porque los ha visto mil veces en las películas y en las series de televisión. Como todos los lugares típicos que nos enseñan los marineros de la película mencionada en un tour turístico muy recomendable de Sigue leyendo

Cosas que hacen que la vida valga la pena, por Lester

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En contraposición a esa reciente lista de «Cosas que odio», me veo en la obligación de escribir sobre todas aquellas otras que hacen que la vida merezca la pena (el comentario del Economista Salvaje me empuja a ello), por simples que estas puedan parecer.

Para cosas simples, aquella que mencionaba Ramón Gómez de la Serna en una de sus célebres Greguerías:

No hay que suicidarse porque merece la pena vivir

aunque no sea más que para ver revolotear las moscas contra el cristal de las ventanas.

Bueno, cada uno tiene sus motivos. Por mi parte tenía en mente esta idea Sigue leyendo

Manhattan, por Travis

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Tal como anunciara Lester en su post American Beauty, me tocaba hablar de Manhattan, la película de Woody Allen que tiene puntos en común con la mencionada por mi amiguete.

Tengo amigos y conocidos que dicen que no aguantan una peli de Woody Allen, porque les parece demasiado aburrido, demasiado “intelectual”. ¿Intelectual?, les digo yo siempre. El gran Woody será muchas cosas, pero “intelectual” lo que se dice intelectual no lo es para mí, por mucha gafapasta que luzca. Woody Allen es un tío tan maniático, cachondo y, sobre todo, salido como cualquiera de nosotros. Sí, sí, salido, en ocasiones hasta un pelín guarrete. Pero con clase. Lo veremos más adelante, primero, como decía Leonard Cohen, tomaremos Manhattan. Sigue leyendo