Otras maneras de disfrutar Psicosis

TRAVIS, 03/04/2023

El reciente post sobre las anécdotas de los Óscar de ediciones históricas me llevó a revisitar Psicosis por ¿sexta, octava? vez. Es una de mis películas favoritas del “tramposo” director británico, y no digo tramposo con afán crítico, sino en su caso como halago, porque él mismo presumía de la cantidad de engaños al espectador que colocaba en sus obras. En las listas sobre las mejores películas del director se suelen mencionar Vértigo, Encadenados o Con la muerte en los talones, que sí, que vale, que están muy bien y contienen grandes momentos, pero sus guiones no aguantarían una revisión crítica, se caerían en varios puntos de la trama. A Hitch le interesaban más las escenas icónicas que tenía en su mente que la verosimilitud de lo narrado, pero en mi caso busco esa coherencia argumental, así que en mi top-5 de Hitchcock no faltarían La ventana indiscreta, Frenesí y Psicosis, de la que toca hablar hoy.

Por supuesto que Psicosis es una película tramposa, repleta de artimañas para despistar al espectador, quizás una de las que más de su filmografía, pero están colocadas de manera “honesta”, es decir, sin escenas forzadas ni metidas con calzador para inducir al espectador a creer lo que no tendría sentido cuando se desvele todo el esqueleto (recordad No hagan trampas, señores). Marion Crane (el personaje de Janet Leigh) no fue “asesinada” en el rodaje por el propio Anthony Perkins, sino por una mujer a la que habían ensombrecido la cara y ataviada con la peluca y la bata que al final veremos que lleva Madre. El propio Alfred Hitchcock presume de muchas de estas tretas en el libro de conversaciones con François Truffaut El cine según Hitchcock.

A.H. La primer parte de la historia es exactamente lo que se llama en Hollywood un “arenque rojo”, es decir, un truco destinado a apartar su atención, con objeto de dar mayor intensidad al asesinato, para que resulte una sorpresa total.

Usted sabe que el público intenta siempre anticiparse a la acción, adivinar lo que va a pasar, y le gusta decirse: “¡Ah, ya sé lo que va a pasar ahora!”. Por tanto, no sólo hay que tener esto en cuenta, sino dirigir completamente los pensamientos del espectador.

Nadie se carga a su estrella principal a la media hora de la película. Las peleas de Hitchcock con los productores fueron enormes para sacar adelante su propuesta. Podía haber dado a Janet Leigh el papel de su hermana, que aparece posteriormente con la investigación, pero “por mi parte el asesinato de la estrella era voluntario, pues de esta manera resultaba todavía más inesperado”. “La construcción de esta película es muy interesante y es mi experiencia más apasionante como juego con el público. Con Psycho dirigía a los espectadores, exactamente igual que si tocara el órgano”.

La película parte de una novela de Arthur Bloch de la que conozco a muy poca gente que la haya leído. Durante sus conversaciones con «el mago del suspense», François Truffaut decía:

«Leí la novela Psycho y la encontré vergonzosamente trucada. En el libro se leen cosas como esta: «Norman fue a sentarse al lado de su anciana madre y sostuvieron una conversación». Este convencionalismo de la narración me molesta mucho. El film está contado con mayor lealtad y se da uno cuenta de ello cuando la vuelve a ver».

Mi amiga Reggie, con quien escribí a dos manos aquellos dos post sobre películas que superaban la obra original en la que estaban basadas (Mucho mejor la peli), me comentó:

Vi Psicosis con 21 años una tarde aburrida en el colegio mayor y fue una película de las que te cambian. Para mí supuso un antes y un después porque me sacó de las películas tontas de adolescentes y las comedias románticas que tanto gustan a esas edades y me enseñó lo que era el Cine con mayúscula. Psicosis despertó en mí una afición cinéfila. Lo normal, por lo menos para mí, cuando te gusta mucho una película que sabes que se ha basado en un libro es decir: “voy a hacerme con el libro cuanto antes”. Pero con Psicosis, al conocer de antemano el gran giro final, leí el libro con otros ojos y percibí los detalles de otra manera. La novela de Bloch es una grandísima novela, me encantó, pero la película me dio una nueva afición que me ha dado muchos placeres y claro, por muy buena que sea una novela, competir con algo así es difícil. Hay muchas cosas que no puedes disfrutar de la novela sabiendo el giro final, pero sería interesante ver cómo percibe el libro con respecto a la peli alguien que haga el orden inverso al que hemos hecho la mayoría.

El trastorno de desdoblamiento de la personalidad de Norman Bates y la escena de la ducha tienen una potencia visual con Hitchcock que difícilmente igualables en un texto, por muy buenos que fueran los párrafos. La escena de la ducha tal como fue concebida y rodada no se puede contar de un modo ni remotamente cercano en un libro. El propio Alfred Hitchcock decía sobre la novela de Arthur Bloch: «Creo que lo único que me gustó y me decidió a hacer la película era la instantaneidad del asesinato en la ducha; es algo completamente inesperado y, por ello, me sentí interesado». Precisamente por momentos como la mítica escena de la ducha considero superior la película.

«El rodaje duró siete días y tuvimos que realizar setenta posiciones de cámara para obtener cuarenta y cinco segundos de película. Para esta escena me habían fabricado un maravilloso torso artificial con sangre que debía brotar bajo la presión del cuchillo, pero no me serví de él. Prefería utilizar a una muchacha, una modelo desnuda, que servía de doble a Janet Leigh. De ésta no se ven más que las manos, los hombros y la cabeza. (…) Es la escena más violenta del film y después, a medida que la película avanza, hay cada vez menos violencia, pues el recuerdo de este primer asesinato basta para hacer angustiosos los momentos de suspense que vendrán después». (Alfred Hitchcock).

Y como remate de la escena, como elemento inseparable de las imágenes, la mítica banda sonora de Bernard Herrmann, unas notas punzantes imposibles de olvidar, que Guillermo Cabrera Infante definió como una «orquesta de cuerdas con la amplitud de una sinfonía y la intimidad de la música de cámara», «histérica suite de cuerdas (…) de una maestría musical pocas veces igualada en el cine». (Cine o sardina). Música, fotografía, montaje y sorpresa. Mi amigo Hank (portentoso escritor, ya lo veréis) habla de Psicosis como «la sorpresa» de Hitchcock y lo compara con… mejor leedlo vosotros:

“La sorpresa” o Sinfonía n° 94 de Joseph Haydn es mi obra favorita de este compositor austríaco. En ella, el músico conocido como “el padre de la sinfonía” dirigía más que a la orquesta a una audiencia que se veía sobresaltada cuando de repente, la música, haciendo honor al nombre de esta ópera, apretaba repentinamente el acelerador justo al inicio del segundo acto, llegando a asustar a los más despistados. 

Extrapolando esta técnica al mundo del cine, Alfred Hitchcock dirigió de manera magistral y similar no la que considero su mejor película (ese honor se lo reservo a The rear window), pero sí la más importante e impactante de su filmografía. No sólo por la potencia de su cuidada fotografía. No sólo por la escuela que creó con esas míticas escenas que quedaron para siempre tanto en nuestras retinas como en los libros de historia del cine. Tampoco por los simbolismos que tan bien manejaba el maestro del suspense en cada una de sus películas. Ni siquiera por ese final que tanto revuelo pudo producir en la mente de cada espectador primerizo que no lo vio venir.

No, es la película más importante de este legendario director por el valor que demostró a la hora de sorprender a su público. De la misma manera que el compositor austríaco, que parecía estar creando una obra relativamente normal y corriente, uno comienza visionando este film esperando a ver como el argumento inicial del que parte el mismo, la aventura amorosa con dinero de por medio protagonizada por una de las estrellas de la época, la bellísima Janet Leigh, se puede tornar en un thriller de atmósfera absorbente y asfixiante. Lo que uno no se podía esperar de ninguna manera es que de repente, como en la ópera del músico austríaco, empiecen a sonar de manera atronadora unos violines surgidos de la nada y el espectador se halle ante una película en la que su protagonista haya muerto en nada menos que en la primera media hora de película en una escena que ya es historia eterna del cine.

Decisiones que pueden marcar carreras. Se podrán echar en cara cosas a Alfred Hitchcock, pero nunca falta de audacia. Tal era la confianza en su guión y dirección que se permitió matar a su Ned Stark en la primera temporada de GOT. Tras este hecho, continúa la traca y la trama. De nuevo una música que bien podría haber sido la de Haydn dirigiendo a un Hitchcock que a su vez dirigía a su público hacia el impactante final de esta película, de la que poco se puede decir a estas alturas que no se haya dicho ya. Pero al igual que sucedía con la Sinfonía n° 94, la verdadera “sorpresa” aguardaba agazapada entre el primer y el segundo acto, dispuesta a abalanzarse sobre el corazón de los pobres incautos que no supieran en qué tipo de película se estaban metiendo. Porque al final de todo, la sorpresa de Alfred Hitchcock siempre residió en su valentía. 

Interesante teoría de la sorpresa, como interesante me resulta lo que comenta Guillermo Cabrera Infante sobre este aspecto:

«Hitch hizo en Psicosis una obra maestra compuesta siguiendo la teoría del montaje, y así burló una de sus leyes básicas. Según Hitch el suspense, que si no inventó lo hizo central en nuestras vidas, es lo contrario de la sorpresa. (…) Suspense era el niño que llevaba una bomba en el bus de Londres en sabotaje. Su hermana lo ignora, pero su marido, el malvado terrorista, lo sabe bien y con él -he aquí la clave del suspense- el público, el cómplice que espera en angustiosos minutos que la bomba estalle en los brazos de un niño doblemente inocente y vuele junto con los pasajeros no menos inocentes. La sorpresa sería hacer estallar la bomba ya, sin preámbulo, sin el menor conocimiento de dónde está, quién la lleva, cuándo estallará. Pero en Psycho Hitch utiliza sólo la sorpresa (todas las muertes son violentas, inesperadas y súbitas) y el estallido de la locura deja como estela un leve suspenso o más bien una intriga.»

El montaje es perfecto, y se aprecia más en estos tiempos en los que el cine moderno peca de no saber meter la tijera, de alargar los metrajes y las escenas más de lo necesario. El giro argumental que da la película a partir de esta escena es bestial: no volvemos a preocuparnos por Marion y su huida con el dinero, sino que todo el foco de la acción pasa a Norman y la relación con su madre. Como dice Quentin Tarantino en sus Meditaciones de cine: «¿alguien echa realmente de menos a Marion Crane cuando abandona la película?». El aclamado director de Knoxville, que de violencia sabe un rato, aprecia y valora la escena de la ducha con su peculiar estilo en el mismo libro. Lo hace al referirse a una escena de un asesinato en una bañera de una película de Russ Meyer, el director de porno gore, o sexplotation que tuvo cierto éxito entre los sesenta y los setenta:

«Sin duda la escena entre Charles Napier y Shari Eubank es una de las grandes secuencias violentas del cine de los años setenta. Está a la altura del clímax de Perros de paja y la violación de Deliverance, además de ser la única rival legítima de la escena de la ducha de Hitchcock en Psicosis».

Hay películas rodadas hace años de las que siempre pensamos: «con unos efectos especiales adecuados… mejoraría», pero la versión de Hitchcock envejece muy bien, aunque no llegue a verse una sola puñalada atravesando la piel de la joven. Es angustiosa por la música, por el montaje frenético, la ocultación de la «asesina» o la vulnerabilidad de la protagonista. La innecesaria versión que rodó Gus Van Sant en 1998 no resiste la comparación, por mucho que haya copiado casi plano a plano:

«Es un asesinato que es como una violación», añadiría François Truffaut. La película también habla del voyeurismo, pero no solo de Norman Bates, sino del propio director, uno de los temas recurrentes en sus películas. Los pájaros disecados que contemplan cada escena con los ojos bien abiertos, la mirada furtiva del propio Norman Bates sobre su huésped, la madre desde su atalaya… y los espectadores con los que el director juega de manera consciente. Norman sufre un trastorno de personalidad que será imitado hasta la saciedad en el cine posterior. Según la web La mente es maravillosa:

«Los celos se apoderaron de Norman cuando su madre comenzó una relación junto a otro hombre; estos celos, unidos a la frágil mente de Norman, se convirtieron en patológicos y le llevaron a la total irracionalidad, asesinando tanto a su madre como a su amante. Al no aceptar la muerte, al no lograr desvincularse de la madre, Norman robó el cadáver y lo mantuvo en su casa. Esta personalidad violenta y este gusto por “mantener vivos a los muertos” se puede anticipar ya en su afición por conservar aves disecadas. La culpa y la no aceptación de la muerte hicieron que Norman terminase por convertirse en su madre. Su mente comenzó a disociarse hasta el punto de presentar dos personalidades completamente definidas: la madre y Norman. Estas personalidades entraron en conflicto y, a medida que pasaba el tiempo, la personalidad de la madre se fue haciendo más y más fuerte, llegando a mantener conversaciones y terminando por dominar a Norman.

Hay muchas maneras de ver, disfrutar e interpretar Psicosis. Incluso desde la parodia. Los Simpsons se han valido de ella en numerosos capítulos:

Menos conocido, pero igualmente hilarante, me resulta este corte:

Por supuesto no podía faltar la manera de reinterpretar la película en modo Les Luthiers y la entrega de los Premios Mastropiero:

Y luego está la visión alternativa del Amiguete Barney para La Galerna. Negreira está detrás de todo, también de la obra maestra de Hitchcock: El culerío de Norman Bates y los navajazos de Ockham.

Cine y tenis (II)

TRAVIS, 10/07/2022

Continuación de Cine y tenis (I)

Lo normal es que las películas sobre deportes como el tenis hablen del talento unido al esfuerzo, al sacrificio de los entrenamientos y las renuncias a todo aquello que pueda despistar del objetivo final, pero Woody Allen reflejó en el arranque de Match Point otro de los factores en ocasiones fundamentales que no se pueden desdeñar: la suerte.

«Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, le asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control».

El primer break de Djokovic en la final de Wimbledon de hoy ha sido con una bola que ha golpeado la cinta y ha caído muerta en la pista de Kyrgios. Ese momento en el que la pelota puede caer de un lado o del otro, llevar al triunfo o a la derrota, es una metáfora de la vida que Woody Allen utilizará para la trama de su película sobre un exjugador profesional, un trepa, arribista, un tipo sin escrúpulos interpretado por Jonathan Rhys-Meyers. El tenis es solo la excusa para entrar en el mundo de los ricachones de Londres y apenas aparecerá después a lo largo del metraje, pero el momento cumbre de la película se resolverá con genialidad de un modo similar a este golpeo de la pelota en la cinta del primer minuto, cámara lenta incluida.

No es la primera vez que Woody Allen introduce el tenis en algún punto de sus guiones. Supongo que los que vimos Annie Hall lo recordamos vestido con su inconfundible estilo y un porte un tanto escuchimizado, o por las secuencias con Diane Keaton con la raqueta o sobre la cancha:

Con otra raqueta diferente, la de squash, apareció en Manhattan, y entre su lista de Cosas que hacen que la vida valga la pena de la misma película coló a Jimmy Connors. ¡Jimmy Connors junto a La educación sentimental de Flaubert, o Groucho Marx, ja, ja, ja, qué grande! La relación de Woody Allen con el deporte viene de lejos, como contó en una entrevista en L’Equipe a principios de este siglo. O cómo pasar de aspirar a tenista a hacerse cultureta:

“A los 30 años me aficioné al tenis. Creo que el tenis y el golf son buenos sitios para ligar. De joven leía periódicos deportivos, pero cuando empezaron a interesarme las chicas, descubrí que ellas hablaban de cosas como la literatura, de las que yo no tenía la más mínima idea. Por eso comencé a leer libros».

Woody Allen

Tanto Manhattan como Annie Hall son películas de los setenta, y durante esos años se celebró un partido de tenis de exhibición/reivindicación que dio lugar en 2017 a una película completa: el que disputaron la número uno de entonces, Billie Jean King, con el tenista retirado Bobby Riggs, La batalla de los sexos. La película fue dirigida por los mismos creadores de Pequeña Miss Sunshine, Jonathan Dayton y Valerie Faris, y vista hoy en día, sorprende que varias de las frases del fanfarrón Bobby (que no dudo que se pronunciaran de ese modo) serían impensables medio siglo después. No me imagino una rueda de prensa con medio centenar de periodistas en la que un tipo se autoproclamara «cerdo machista» y dijera que «claro que le gustan las mujeres: en la cocina y en la cama». Todo eso bajo las risas de los periodistas, aficionados e incluso de su rival femenina. Muy bien Emma Stone y Steve Carell (¿algo paródico, quizás?) en una película que prometía más, pero abre tantos frentes (la homosexualidad oculta, la presión de los patrocinadores, el nacimiento de la WTA, el machismo del mundo del deporte y los premios) que se queda en entretenida, para pasar un buen rato. No conocía la historia, pero a lo largo del metraje se pronuncian tal cantidad de frases de carga machista que sabía que solo podía concluir con la victoria de Billie Jean.

Por cierto, qué cascada se veía a Billie Jean King este año durante la archirrepetida entrega del trofeo a Rafa Nadal como ganador de Roland Garros:

El deporte de élite no es sano y mucho me temo que Nadal dentro de treinta años puede estar igual de cascado o más. Me lo imagino con bastón para sujetarse porque las rodillas ya no lo hacen, una bota ortopédica para el pie, tiritas en las manos, corsé y faja para las lesiones de costillas y abdomen. Y sin que los brazos le alcancen para sacarse los calzoncillos del culo. Qué grande es, si fuera americano ya tendría una película sobre su locura competitiva.

Retrocedo hasta los sesenta, ¿una raqueta como escurridor de espaguetis? No lo veo, Jack Lemmon, Billy Wilder, puede que sea lo único que no funciona en El apartamento (1960).

Si seguimos retrocediendo en el tiempo, llegamos a los cincuenta, en donde aparece la mismísima Katharine Hepburn demostrando sus habilidades deportivas en La impetuosa, Pat and Mike en el original, dirigida por George Cukor en 1952. La actriz no necesitó que la doblara ningún especialista en las escenas de golf o tenis, puesto que había desarrollado un buen nivel en ambos deportes durante su juventud, al igual que en la natación. Como supimos por el documental All about me, Miss Hepburn siguió jugando al tenis hasta pasados los ochenta.

Y en el golf logró varios títulos regionales antes de cumplir los veinte años. Según parece, esta escena, en la que Hepburn golpea nueve bolas seguidas, se grabó del tirón:

Un partido de tenis puede generar una enorme tensión, y eso lo sabía bien el mago del suspense, el británico Alfred Hitchcock, quien llevó la resolución de su trama al desarrollo de un partido en Extraños en el tren (Strangers in the train, 1951). Ese final es inverosímil, como tantos de Hitchcock, pues nadie se cree que las gafas estén en el mismo sitio del asesinato días después del mismo, pero el director convierte esa anécdota (un MacGuffin, quizás) en la clave que hace que el personaje de Farley Granger tenga que resolver por la vía rápida un partido de tenis, lo cual resulta imposible porque, como sabe todo el que haya jugado a este deporte, cuanta más prisa tienes por acabar un encuentro, más posibilidades hay de que lo pierdas o juegues peor.

Hitchcock era un exquisito inventor de trucos visuales, y de esta película me quedo con el de este vídeo en concreto, el del personaje de Robert Walker entre el público, con la mirada fija y sin moverse al compás de sus compañeros de graderío. Muy potente:

Como decía en la primera parte, el tenis es un deporte poco cinematográfico en calidad y en cantidad, cuando creo que de él se podrían sacar historias interesantes. Aquí dejo otras dos propuestas: la puñalada a Mónica Seles y el mundo del tenis en esos años convulsos en la antigua Yugoslavia (1993) y la vida de Boris Becker, durante su carrera profesional, pero de manera especial, después. Y poco más para completar este post doble, simplemente una referencia a lo atractivas que suelen quedar las actrices con los uniformes de tenistas.

  1. Catherine Deneuve, en Belle de Jour.
  2. Kirsten Dunst, en Wimbledon.
  3. Dominique Swain, en la Lolita de 1997, no la de Kubrick.
  4. El jardín de los Finzi-Contini.

Los tíos no tenemos esa suerte, y si no, que se revise el look desastrado y a lo Borg trasnochado del mayor de Los Tenenbaums, un tenista retirado de manera prematura, como su ídolo:

O por supuesto, la escena del partido de tenis más patético de la historia del cine, aquel de El otro lado de la cama en el que dirimen sus disputas de pareja Ernesto Alterio y Willy Toledo cuando era un actor con una tremenda vis cómica y no un tipo cabreado con el mundo:

Punto, set y partido. Game over.

Los sueños interrumpidos, por Lester

dali

El domingo me volvió a pasar. Y no era la primera vez. Estaba soñando plácidamente, en plena fase REM y sé que estaba teniendo un buen sueño, cuando de pronto sonó el teléfono y me despertó. Me despertó y me desperté. No era nada de vida o muerte, era mi madre para decirme que fuéramos a comer a su casa ese día, pero no se le ocurrió otra cosa que llamarme a las nueve y media de la madrugada. Le dije que sí, que vale, colgué e intenté dormir de nuevo y recuperar el sueño. Sigue leyendo