El inicio de Match Point, de Woody Allen, nos regala un discurso sobre el azar y la vida, la importancia del talento o el poco valor que atribuimos a algo tan fundamental como la suerte. La bola tropieza con la cinta de la red y puede caer a un lado y ganas, o quedarse en el tuyo, y pierdes. A veces la vida, como los partidos, se va en esos pequeños golpes de suerte.
Hablando de vida y deporte, yo no sé cuántos años de vida pierdo después de algunos partidos de baloncesto. Sobre todo con los finales igualados, ¿pero es que acaso hay partidos decisivos que no lo tengan? La final de la Copa del Rey 2018, celebrada el domingo pasado entre el Real Madrid y el Barcelona, volvió a ser uno de esos días en que si llevara pulsómetro, lo reventaría. Y todo para que al final, tras tres días de intensas batallas, todo se decida en un lanzamiento que puede ir adentro, o rebotar en el aro y salir despedido.
La línea que separa la victoria de la derrota, el éxito del fracaso, es aún más fina que en el fútbol. El balón rueda por los aires y durante un par de segundos la respiración se congela. Como el triple de Nocioni en las semifinales del Mundial de Japón 2006. Todo el trabajo de años pendiente del resultado de ese lanzamiento. A veces la suerte cae de tu lado, como aquel día frente a Argentina. Como el triple de Herreros para ganar una liga en Vitoria frente al Baskonia. Como la canasta de Llull para ganar la Copa del Rey de 2014:
Otras veces en cambio, como el domingo pasado, la suerte es esquiva. El Barça fue mejor durante tres cuartas partes del partido, pero el baloncesto tiene ese punto tan jodidamente maravilloso que te permite arreglar en cinco minutos lo que has tirado por tierra en los treinta y cinco anteriores.
Puesto que tanto trabajo depende de una sola jugada, de la fortuna que pueda haber en ese lance postrero, lo único que pide el aficionado es que esa jugada esté bien arbitrada. Eso lo saben muy bien en Barcelona, donde les tangaron en 1996 la que hubiera sido su primera Copa de Europa. Para el que no recuerde la jugada, le pongo en antecedentes. En aquel partido el Panathinaikos fue superior al Barça durante todo el partido, pero el arreón final de los blaugranas les permitió colocarse a solo un punto de los griegos a falta de pocos segundos. Para colmo, los griegos perdieron la posesión. Como los griegos han sido durante años los grandes protectores y, por tanto, protegidos de la FIBA, dominaban no solo los arbitrajes, sino también los marcadores y a ese tipo tan importante que es el que lleva el cronómetro. Llamo la atención sobre el despelote del cronómetro, en función de si favorecía o no a los griegos lo que ocurría en el campo:
El tapón de Vrankovic es claramente ilegal, como dice Ramón Trecet desde el primer segundo, o como decimos cualquier aficionado al baloncesto. No pasa nada por reconocerlo. El Barça tuvo expuesta en su museo durante muchos años una carta de la FIBA. No lo sé por haber visitado el museo, pues tengo un estómago sensible, sino porque lo cuenta el periodista Robert Álvarez en el capítulo La carta ganadora del libro 57 Historias del deporte por una causa solidaria. Si observamos el vídeo, los griegos del Panathinaikos vencieron a su manera: con polémica y saltando todos a la cancha para que a nadie se le pasara por la cabeza rearbitrar la jugada o discutir el triunfo final.
Según cuenta Robert Álvarez, el Barcelona impugnó el partido y desplegó toda su maquinaria: Salvador Alemany, Joan Gaspart y los dirigentes de la ACB Eduard Portela y Jordi Bertomeu (sí, el mismo que ahora dirige esta Euroliga que tanto putea al Madrid). Como todo aquello no era suficiente, lograron incluso la intermediación de Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional. No sirvió de nada y la apelación fue rechazada. El club no aceptó la derrota. Gaspart encargó una reproducción de la Copa para entregársela a cada jugador y los directivos del club mantuvieron su discurso victimista habitual hasta conseguir que:
«La Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), un mes más tarde de la polémica final de 1996, remitió la carta que el Barcelona expuso en su museo. En su segundo apartado se puede leer: <<La FIBA admite, en razón de las anomalías producidas, el derecho que asistía al FC Barcelona en la reclamación ante el Juez Único, a pesar de que fuera rechazada por este. FIBA desea con esta declaración ofrecer una compensación moral al FC Barcelona por el posible perjuicio causado por los errores cometidos, en la medida que pudieran haber afectado al resultado final del encuentro>>. En definitiva, se venía a dar la razón al capitán del Barcelona, Andrés Jiménez, cuando nada más concluir la final reivindicó: <<No tenemos la Copa, pero somos los ganadores>>.»
Cabrea mucho perder a la griega. Y algo así sentí el domingo pasado cuando vi repetido el final. Varias veces, en un acto de masoquismo propio de mi modo de vivir el madridismo. El palo de Claver a Jeffery Taylor es clarísimo, falta personal sin paliativos. El árbitro con el 31 a la espalda, el ahora famoso Carlos Peruga, lo ve perfectamente, pero se traga el silbato. El banquillo entero del Barça salta al campo, final del partido, aquí no hay más tela que cortar. Intento no darle más vueltas a ciertos detalles, como Rudy Fernández: «La última jugada es falta, lo acabamos de ver. Pero bueno, ya está. Es falta y punto. Es lo único que puedo decir. A veces te pitan bien, otras veces te pitan mal. Hoy nos ha tocado esa cruz, pero nada más. A seguir trabajando«.
Pero sigo dándole vueltas, no olvido ese final. Pasados tres días, volví a ver el último cuarto completo. Pura flagelación. Tengo dudas de que Taylor hubiera anotado los dos tiros libres, porque no todos los jugadores tienen la sangre fría necesaria, como se vio con Tomic, Claver y Oriola. Pero es que no solo hay falta a Taylor, también la hay sobre Doncic en el rebote tras el fallo de Oriola, y también hay un toque sobre el hombro derecho de Causeur cuando lanza el triple desde el lateral. Es muy difícil pitar en los finales de partido y la mayoría de veces los árbitros dejan seguir, miran hacia otro lado, como hizo Peruga, o como hicieron Virovnik y Dorizon tras el tapón de Vrankovic.
Molesta más cuando ves que el mismo Carlos Peruga es el que pita cinco segundos de saque (que algunos vídeos en Internet demuestran que no se producen) a falta de cuatro minutos para el final, con la consiguiente pérdida de balón para el Madrid. Molesta cuando ves que este árbitro daba likes en redes sociales a comentarios que criticaban a Doncic antes de la final (gracias, @PabloLolaso). No entiendes por qué no se utilizó el videoarbitraje para la última jugada de la primera parte, en la que tenía que haber sacado el Madrid de banda, pero le dieron el balón al Barça y la jugada acabó con el triple que puso el 34-40. Recordemos que no se puede rearbitrar una falta, y por eso no se utilizó para el final de partido, pero sí decidir sobre qué jugador ha sido el último en tocar un balón.
En fin, son muchas cosas las que pasan en estos torneos, algunas tan incomprensibles como que Gerard Freixa, director de eventos de la ACB (casualmente apellidado igual que el bufón tuitero metido a vice del Barça, Toni), se acercara a la mesa y pidiera que no emitieran repeticiones por los videomarcadores, diez segundos antes del final del partido. Quizás temía lo que podía pasar.
Enhorabuena al Barça, justo campeón, fue el mejor del torneo. Mejor dejémoslo en casi justo campeón, tendré siempre la duda de qué hubiera hecho Taylor desde el tiro libre. El mítico Jou Llorente escribió esta misma semana: Una gran Copa salpicada de frustraciones: era personal. Enhorabuena a los Berserkers, infatigables, ejemplo de comportamiento, no como los aficionados rivales, convirtiendo este maravilloso evento en un nuevo escenario para sus reivindicaciones políticas y las falacias sobre los políticos en prisión.
El triple de Solozábal
Se cumplen ya treinta años de uno de los momentos que recuerdo con mayor rabia, el famoso triple de Solozábal que supuso la victoria del Barça en la final de Copa del Rey de 1988. Esta jugada la recuerda casi todo el mundo, pero en cambio las dos anteriores cayeron en el olvido porque la prensa las olvidó o tapó inmediatamente. Las recuperé en su día, en aquel post de homenaje al inmenso Fernando Martín, y las traigo de vuelta ahora, en el momento justo del vídeo. No es falta de Romay y su canasta debió de subir al marcador, y en la jugada siguiente no hay falta de Llorente en la entrada a la desesperada de Solozábal:
Los árbitros fallaron en ambas jugadas y dieron al Barça la posibilidad de ese último tiro que, esta vez, la suerte quiso que acabara dentro.
Me encanta el baloncesto, I love this game!, pero, ufff, qué sufrimiento.
Un comentario en “El tapón de Vrankovic, el palo de Claver y el triple de Solozábal, por Barney”