Tenía prevista esta entrada desde hace meses, pergeñada en mi libreta bloguera en la que iba apuntando espantosos “palabros” que escuchaba o leía por ahí y esperando el momento adecuado para subirla a las redes, el cual estaba previsto para cuando la recopilación de estupideces varias ocupara una página suficientemente amplia. Quizás haya llegado ya ese momento.
A finales de los noventa, el que fuera director de la Real Academia Española de la Lengua publicó El dardo en la palabra, una recopilación de dos décadas de errores y malos usos lingüísticos, acompañada de una serie de correcciones y recomendaciones. Una bendición para los que tratamos de encontrar la palabra adecuada para expresarnos o, ya que nuestra formación no nos da para eso, que nos acerque al menos a un uso correcto del lenguaje. Decía Don Fernando en su prólogo que «Una lengua natural es el archivo adonde han ido a parar las experiencias, saberes y creencias de una comunidad. Pero este archivo no permanece inerte, sino que está en permanente actividad, parte de la cual es revisionista: los hablantes mudan el valor o la vigencia de las palabras y de las expresiones».
Y estoy de acuerdo, la lengua no debe ser fija, invariable, debe adaptarse y además saber hacerlo con criterio, pues «la lengua, lejos de ser un residuo arqueológico que queda fosilizado en los diccionarios, tratados y gramáticas, es un instrumento vivo que se forja continuamente a través del uso cotidiano». No sometida a modas, no de cualquier modo. De esa adaptación a la realidad del habla es de lo que trata la mayor parte del prólogo.
El título de esta entrada o artículo (y no post) pretende aunar las principales tendencias de moda lingüística que tanto chirrían en mis oídos cada vez que las escucho: la incorporación de anglicismos y los inventos de género.
1. La moda de los extranjerismos
Al principio mi idea era centrarme exclusivamente en el lenguaje vacío y repleto de anglicismos de los consultores, gente que se otorga a sí misma mayor importancia de la que su profesión o conocimiento le infiere, y todo ello a base de poblar su jerga de términos ingleses, con especial afición por los acabados en -ing. En mi libreta tengo apuntados todos esos términos que nunca faltan en todo Power Point de empresa que pretende colocarte sus servicios: outsourcing, forecasting, consulting, benchmarking, Credit scoring, coaching, storytelling,… Tengo una presentación que incluye un «visioning integral del proyecto». No leí más, a la papelera.
Las palabras partner, checklist, budget, overview, to-do list o cash flow se utilizan en nuestras conversaciones con cierta naturalidad, por mucho que algunos, como decía Josean, contesten con su equivalente en español. «Lo extranjero», decía Lázaro Carreter, «constituye siempre una tentación, sobre todo si por cualquier razón se considera superior y, por tanto, deseable. (…) Ante este afán, la costumbre idiomática propia cede con gusto a lo nuevo, y no cabe queja alguna si ello contribuye al progreso de los hablantes. (…) El neologismo necesario no sólo parece inevitable: es imprescindible. (…) Sólo cabe prevenir contra el extranjerismo superfluo».
Y ahí es donde veo el problema, en adoptar el término inglés por mera superficialidad o por considerarlo superior cuando tenemos un rico, amplio y hermoso vocabulario que podría sustituirlo a la perfección. «Los arabismos de entonces no eran menos raros que los anglicismos actuales», continúa Don Fernando, «… el tiempo, como sucedió, los ablandaría y habilitaría para el uso común». Miedo me dan algunas de esas palabras que se están incorporando con asombrosa naturalidad a nuestro devenir diario: monetizar, customizar, empoderamiento, gamificación (¡arrgh!), procrastinar, visión holística, o mi última «adquisición»: «esmartizar». Será cosa del heteropatriarcado y el mansplanning.
2. La perversión del género
«Pero no son los extranjerismos el problema de más envergadura que debe afrontar quien habla o escribe para el público: mucho más importante (…) es la inseguridad en la propia lengua. Las infracciones que por su causa se cometen contra el uso común distan de reportar los beneficios…» Cada vez son más los que creen que «la lengua en que han nacido no les obliga, y ello por múltiples razones que van desde su instrucción deficiente hasta la utilización del lenguaje para la exhibición personal. (…) …aludo a quienes creen que violentándolo y apartándose del común van a crecer en la estima ajena», «…hasta el punto de haberse creado una jerga que muchos juzgan imprescindible usar como seña de identidad».
El hype de este post puede aumentar y convertirlo en trendy si no eludo la reciente polémica «de género», surgida como consecuencia de otras modas que se abren paso en la lengua y que tratan de imponernos determinados usos con criterios ideológicos y no etimológicos, gramaticales o semánticos. Me refiero, cómo no, a la ocurrencia de Irene Montero sobre las “portavozas” y esa concepción del lenguaje como algo machista o propio de «machirulos».
¿En “miembras”, “portavozas” y “presidentas” hemos convertido la lucha por un lenguaje menos machista? Señores y señoras, lectores y lectoras, amigos y amigas, colegas y… “colegos”, estudiantes y… estudiantas, ¿por qué no? ¿Qué necesidad había de feminizar de ese modo absurdo una palabra que no lleva género? Pues parece que para algunos esa es la batalla que toca librar. Perdón, y para algunas, que se me olvida la forma femenina, aunque en nuestra vasta (y cada vez más basta) lengua esa duplicidad no sea necesaria para referirse al grupo, al común sin distinción de sexos.
Estos días circula un sketch de José Mota que se está convirtiendo en tristemente premonitorio, pese a que tiene cierta antigüedad:
El problema es que la moda imperante nos lleva por estos derroteros, «…y son especialmente preocupantes como radiografía de la instrucción del país y del estado de su razón, así como de su enseñanza«. Ay de aquel que se atreva a cuestionar estas nuevas formas, inventadas como si de una ocurrencia de bar se trataran, engendros que se abren paso con la fuerza de una apisonadora.
Lázaro Carreter decía ya entonces que «es nefasta la fe pedagógica en el espontaneísmo», «merece respeto casi reverencial y prima sobre lo resultante de la reflexión o del estudio». Ya hay miembros de otros partidos que han tomado la palabra “portavoza” como reivindicación, como símbolo de su lucha a favor de un lenguaje inclusivo.
La portavoza de hoy es la miembra de ayer, y celebro que no se impusiera la segunda palabra, o el segundo palabro, del mismo modo que espero que el que lleva LA voz, o la que lleva LA voz, no se conviertan nunca en eso, en la que lleva la voza. Cierto es que por alguna rendija en el muro de contención de estas modas se nos han colado algunas formas que hemos incorporado con naturalidad, como jueza, fiscala o presidenta, pero conviene estar alerta o “alerto” para no destrozar el patrimonio de uno de nuestros mayores activos.
Estos días se ha recuperado también el fenomenal escrito de una profesora de instituto que da una lección de gramática tan sencilla como verdadera. Gracias a que es mujer puede ser respetada o por lo menos leída en algunos foros de miembras activistas del lenguaje.
«En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es “atacante”, el de salir es “saliente”; el de cantar es “cantante” y el de existir, “existente”. ¿Cuál es el del verbo ser? Es “ente”, que significa “el que tiene identidad”, en definitiva “el que es”. Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación “ente”.
Así, al que preside, se le llama “presidente” y nunca “presidenta”, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción».
Hemos incorporado presidenta sin demasiados problemas, quizás vencidos ante la invasión del coñazospreading (¿por qué no?), pero cualquier día nos toca escuchar cantanta, estudianta, residenta, capilla ardienta, dependienta o dirigenta. Y quizás sea entonces cuando pretendamos que los cuatro amiguetes de este blog sean el madridisto Barney, el economisto Josean, el aspiranto a cineasto Travis y el deportisto cronisto que ahora les escribe estas palabras. O palabros, término ya admitido por la RAE.
Los dardos de Fernando Lázaro Carreter «…nacieron como un desahogo ante rasgos que deterioran nuestro sistema de comunicación». «Se trata de una empresa que no puede afrontarse aisladamente por una o por algunas personas: requiere un planteamiento pedagógico de gran amplitud, fundado en la convicción profunda de que una cierta pulcritud idiomática es esencial para el avance material, espiritual y político de la sociedad».