Tus mierdas

LESTER, 26/03/2023

Ahí estás. Orgulloso de dejar tu carro bajo la señal de prohibido. Que sí, que “solo es un polideportivo, no un hospital”, que llegabas tarde a la clase de natación de la niña, o a tu partidito de baloncesto o pádel con los colegas, los mismos que te decían “tío, no aparques ahí, que se lo lleva la grúa”, y tú les contestabas “bah, nunca lo hacen, no pasa nada”. Total, que lo dejaste ahí dos horas y claro que no “pasa nada”, solo que ahí está prohibido aparcar porque es el inicio de la curva que separa las plazas de aparcamiento del acceso, con lo cual, durante tus dos putas horas todos los que pasaron por allí tuvieron que maniobrar, esquivar tu coche, casi rozarse, esperar a que pasaran otros vehículos… en definitiva, los incomodaste. Nos tocaste las pelotas. Pero a ti te daba igual porque estarías pegando unos bolazos con tus amigos o leyendo tus mierdas en el móvil mientras tu hija hacía largos en la piscina. Molestaste a no menos de medio centenar de personas, pero eso te da igual porque de lo que se trataba era de llegar a tiempo aunque hubieras llegado tarde. Y que se jodan los que vengan detrás, que “el mundo es de los vivos”.

A veces cambia tu cara, pero eres el mismo imbécil que deja abierta la puerta de la taquilla en el gimnasio cuando ya has terminado de recoger tus mierdas, y te da lo mismo que otros estemos sentados en el banco o de espaldas a ti, que no te veamos y que al levantarnos o girarnos nos demos con la puerta de la taquilla en la cara o en la cabeza, o que pensemos “casi me saco un ojo con la esquina de la puerta” al ponerme en pie. Porque la has dejado abierta a medio metro de mi cabeza, niñato malcriado, del mismo modo que otra media docena de niñatos malcriados han dejado abiertas las taquillas, con sus esquinas puntiagudas hacia fuera. No sé si te da igual o no, porque ni siquiera eres consciente, igual que no eras consciente de la cantidad de gente a la que molestaste con tu manera de aparcar porque no miras a los demás, no piensas en los demás, quizás porque no piensas ni que haya “demás” al margen de tu reducido mundo.

Eres el mismo imbécil que encuentra publicidad en el parabrisas del coche y la tiras al suelo, porque “no me interesan estas mierdas, que no me las hubieran puesto ahí, sí, ya sé que ensucio el suelo, pero para eso están los servicios de limpieza”, el mismo niñato malcriado al que le dan una octavilla a la salida del Metro y la tira donde caiga en cuanto ve que no hay un cupón de descuento o una oferta inmediata que le interese. Eres el mismo tipo que no se quita para dejarnos salir del vagón, no ya a mí, que puedo mirarte a los ojos, sino a esa señora mayor que necesita espacio porque tiene menos agilidad. Pero qué digo de mirarte a los ojos, si llevas la mirada perdida mientras escuchas tus mierdas en tus auriculares inalámbricos a un volumen que hasta yo lo escucho a medio metro de ti. Y vaya mierdas escuchas, niñato malcriado. Las mismas que cuando vas con un altavoz por la calle, ¡un puto altavoz atronador!, o una de esas mochilas con altavoz, perdona, una speaker backpack con bluetooth para que todos apreciemos esa caja repetitiva de ritmos a la que a veces se une una voz gangosa de la que no se entiende una palabra. Pero que nos tenemos que tragar porque tú has decidido con tus santos cojonazos que tenemos que escucharla.

A veces te transfiguras en mujer, en esa anormal que me ve en el parking dejando pasar a un coche que daba marcha atrás y aprovecha para acelerar y ocupar mi lugar en la cola para salir. Sí, hazte la despistada, que ibas mirando al móvil, pero sé perfectamente que tienes tus mierdas súper importantes que hacer, por eso has pitado al que estaba delante, junto a la barrera teniendo problemas con el ticket. Tus mierdas son tan importantes que, no contenta con pitar y causar una estruendosa incomodidad en un sitio cerrado, has bajado la ventanilla para proferir cuatro insultos barriobajeros al tipo de delante. Torpe, sí, pero ese señor mayor no merecía tu mala educación. Eres la misma que aparca tu coche en doble fila junto a un hueco porque no te apetece maniobrar y así conviertes una calle de doble sentido en una de sentido único en la que se forma un pequeño follón durante unos segundos. No tengo duda de que las mierdas que tenías que comprar en el chino eran vitales en tu vida, y de una urgencia tal que no podías dedicar treinta segundos de valiosa vida a aparcar correctamente el coche.

Eres el mismo que escupe en la calle, que no recoge las mierdas del perro, la misma que se hace la despistada y trata de colarse en el supermercado, el mismo cerdo que deja un baño público convertido en un lodazal «y que lo limpie el siguiente». Lo que hace que la mayoría no seamos como vosotros se llama civismo y nos ayuda a que este mundo, país, ciudad o barrio sea más habitable. Más vivible, más amable. Por eso me gustó la teoría de los carritos de los supermercados.

Antes, en la mayoría de los supermercados había que meter un euro en el carrito para asegurarse de que la gente los devolvía a su sitio. Entre los protocolos Covid y que la gente cada vez usa menos el efectivo, se quitó lo del euro y por tanto, desapareció esa «recompensa» por el trabajo de llevarlo al punto de recogida. Así que proliferan los imbéciles que lo abandonan donde caiga una vez vacían sus contenidos en el maletero del coche. ¿Que ocupa una plaza de parking, un lugar de acceso, que no te deja abrir la puerta de tu coche, que incomoda a los siguientes usuarios? Les da absolutamente igual. Hace unos meses se hizo viral una teoría sobre este asunto. Llevar el carrito de la compra a su sitio o no, «sabiendo que no hay una gratificación o un castigo por hacerlo (o no hacerlo), puede colocarte del lado de los que hacen lo correcto en la vida y los que no». «El carrito de la compra es la última prueba de fuego para saber si una persona es capaz de gobernarse a sí misma», añadió su autora.

Y estoy de acuerdo. Es muy simple, es una mera cuestión de educación. Y «tus mierdas» han hecho que se te olvidaran las nociones mínimas de educación, niñato malcriado (por si no lo he dicho suficientes veces). Y niñata malcriada, que para esto sí uso el lenguaje inclusivo.

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Profesor Tamames

LESTER, 27/02/2023

«Que el ritmo no pare», como dice la publicidad junto a la foto del incombustible profesor. Quién nos iba a decir a aquel grupo de estudiantes de Estructura Económica de la Autónoma de Madrid a principios de los noventa que nuestro ya entonces veterano profesor Ramón Tamames sería noticia de portada tres décadas después. Lo veo en los medios o en los telediarios como cabeza visible de la moción de censura presentada por los de Santiago Abascal y pienso para mis adentros, como tanta gente, “Ramón, profesor, quién le ha visto y quién le ve”.

Con el paso de los años tengo que reconocer que tuve suerte, que tuvimos mucha suerte con los profesores que nos tocaron en aquellos años en la universidad pública (1988-93, en mi caso), aunque cuando tienes veinte años tu preocupación se reparte entre si los árbitros de Tenerife estaban comprados o si algún día tendríamos secuela de Star Wars. Por mucho que estuviéramos matriculados allí, la economía no estaba en nuestras conversaciones en el césped de la universidad.

Tamames nos dio clase en tercero de su especialidad de siempre, Estructura Económica. En el último año, en quinto, en aquellos años en los que la carrera era de cinco años, tuvimos a Emilio Ontiveros, fallecido hace unos meses, una cara mediática bien visible en esto de la economía, y una voz habitual en los medios del grupo Prisa, tanto escritos como hablados. También tuvimos a José Manuel Revuelta, director de Cinco Días y años después presidente de Navantia. Mis compañeros de Empresariales tuvieron a Cristóbal Montoro antes de ser el ministro Montoro que ha protagonizado un par de post a lo largo de la historia de este blog (Premios Montoro a la mala gestión y Montoro miente).

Don Ramón Tamames era y es un economista con un bagaje cultural indiscutible, con un conocimiento apabullante de numerosas materias. Con muchos tiros metafóricos pegados en el pasado, muchas batallas a sus espaldas y un inconformismo fuera de toda duda, como acredita su detención en 1956 en la primera huelga de estudiantes durante el franquismo, su paso por el Partido Comunista, la Federación Progresista, su trabajo en la fundación de Izquierda Unida, el paso por el Centro Democrático y Social de Suárez, y su sorprendente fichaje por Vox para una moción sin recorrido.

Sus clases no tenían un guion previo, o quizás su virtud era que no parecían tenerlo, pero el caso es que enganchaba un tema y comenzaba a disertar una hora entera sobre el asunto en cuestión, yéndose a otras historias, ligándolo a asuntos diversos de toda índole, comparando con situaciones previas o soluciones dadas en otros países… Recuerdo que la pizarra acababa las clases repleta de siglas, o de letras que no eran siglas, sino abreviaturas en la cabeza del profesor. PDM podían ser los “Pactos de la Moncloa”, CM era un “Consejo de Ministros” y a veces los alumnos nos preguntábamos qué quería decir eso de “CDP”. ¿Era el Carbon Disclosure Project? ¿O era un Comité de Profesionales, o solo “una Casa de Putas”, como me respondió mi amigo Carlos?

En algunas de sus clases dejaba caer sus participaciones en algunos de los hechos históricos recientes de nuestro país, o cómo algunos políticos de postín habían demandado su asesoramiento para la configuración de esta nación en los años de la transición. Como ya salí del anonimato hace unos meses, no me importa decir que Ramón Tamames y Emilio Ontiveros aparecen en el libro sobre la universidad que publiqué en Temas de Hoy en 1995, en la colección de narrativa de humor El Papagayo.

Pero para hablar hoy de la aparición de Tamames en mi libro, tengo que hablar primero de Emilio Ontiveros. En aquellos años de gobierno socialista, él era el economista que aparecía en numerosos medios afines, el mismo del que nunca olvidaremos aquella clase en que nos dijo categóricamente: “tras las dos primeras devaluaciones de la peseta (del 5% y el 6%) y los ajustes realizados por el gobierno, no hay ninguna razón para una nueva devaluación de la moneda”. No había internet y nuestras clases eran por las tardes, pero nunca olvidaré que fue llegar a casa y ver en el telediario que la peseta se devaluaba un ocho por ciento. ¡Un ocho por ciento adicional! Desde entonces, marcarse un Ontiveros era para nuestro grupo de amigos de la universidad hacer una predicción económica errónea. Y «jugar a Tamames» es una broma exclusiva de nuestro reducido grupo de guasap. Ojo, que Don Emilio era brillante explicando el pasado y las causas de lo que sucedía en el día a día, pero pocas veces vimos que acertara en los pronósticos. Este es el perfil resumido que dibujé de Ontiveros en 1993:

Míster “Pez Gordo”

El “pez gordo” es ese sujeto de reconocido prestigio en su campo que da clases en la universidad como cuarta ocupación profesional y que tiene la vanidad como principal característica. Trabaja en un despacho propio, escribe artículos en algún periódico o revista especializada, es catedrático, participa en debates o programas de radio y alguna vez de televisión (no en La batalla de las estrellas) y está enamorado de su figura. (…)

Alaba sus propios trabajos, sus intervenciones en radio y televisión, sus artículos (de obligada lectura) y, por supuesto, su libro es el mejor y es también el que se sigue para la asignatura. Es el prototipo de profesor al que la tarima le viene enana y necesitaría más altura para separarse de la chusma de sus alumnos, a quienes en su mayoría desprecia.

Su dedo es el más temido a la hora de las preguntas, porque, sea cual sea la respuesta, intentará ridiculizar al alumno. (…) ¿Intentan vengarse de alguna tortura psicológica sufrida en su más tierna infancia? (…) Por supuesto, este “pez gordo” no hace revisiones de examen. Faltaría más, deberíamos estar contentos de que se digne a darnos clase. Además, su opinión va a misa y no tiene por qué aguantar estupideces de sus alumnos”.

En la vida de los que estudiamos con Don Emilio hay un antes y un después de sus clases. Antes de ellas, en los periódicos solo leíamos los deportes, la programación de cine y el humor gráfico. Después de un añito con él, nos tocó interesarnos sobre economía y política. Y lo logró. Hay una frase suya que nunca olvidaré sobre los economistas que aparecían en los medios: “En este país nadie escribe bien. Bueno, yo sí”.

Guardo un mejor recuerdo de Don Ramón Tamames, quien ya parecía octogenario en los noventa, y de él escribí lo siguiente (no olvidemos que tenía menor peso en los medios):

Míster “Pececito Gordo”

Así llamado por tratarse también de un profesor de cierto prestigio, colaborador habitual de prensa y televisión, pero a quien se concede menos importancia que al sujeto anterior. Esto es algo que difícilmente soporta y su reacción consiste en dar un relieve desmesurado a todos sus actos mediante la táctica de restarles trascendencia, de mal disimular modestia, de decir las cosas como sin querer. Sus frases favoritas son:

  • “Perdonad el retraso, Vengo ahora mismo del puente aéreo Barcelona-Madrid”. (Sin duda, habrá forzado ese retraso para poder contarlo).
  • “Como decía ayer en Antena 3…”.
  • “Mañana no habrá clase porque tengo que dar una conferencia sobre…”. (Descuida, sabiendo que no hay clase no interesan los motivos).

De vez en cuando, como revancha ante el “pez gordo” por restarle protagonismo, lanzará tímidos ataques subliminales contra el mismo con expresiones del tipo:

  • “No puedo estar muy de acuerdo con la opinión de “pez gordo” sobre…”.
  • “Me cuesta creer que así se pueda frenar la inflación, porque…”.
  • “Que me perdone mi querido colega, pero no puedo darle la razón respecto a…”.

La falsedad con la que pronuncia “mi querido colega” solo puede equipararse a las recreaciones de un asesinato en un reality show.

M. “Pececito gordo” se enorgullece de que su libro vaya por la vigesimosegunda edición, aunque quizás debería tener en cuenta que lleva veinticinco años utilizándolo como libro de texto.

La editorial Temas de Hoy encargó al ilustrador Luis Miguel Pérez González que acompañara mis textos con una serie de dibujos y el diseño de la portada, y aunque nunca lo conocí en persona, me pareció un crack. Un fuera de serie que captó la esencia de cachondeo que había en el libro. Con Don Ramón Tamames lo clavó:

Estaré pendiente de la moción de censura, o mejor dicho, del discurso de Tamames en el que nos hablará de los problemas de la nación, de la deriva de este país, de la ruptura de la HDPC por la RN y SD, de la TIU con Bildu, o de los intentos de DNE. Con el profesor siempre se aprende.

Para curiosos:

HDPC: Histórica Declaración del Partido Comunista.

RN y SD: Reconciliación Nacional y Solución Democrática.

TIU: Traición de Izquierda Unida.

DNE: Destrucción de la nación española.

Ah, y por suerte, mi libro está descatalogado: no soportaría los controles de censura actuales.

Quién me iba a decir

Pues sí, quién me iba a decir ¡a mí!, y que se me perdone tanto egocentrismo, que, con la timidez que siempre tuve y las pocas ganas que me acompañaron toda la vida para hablar en público, acabaría el año dando un par de charlas e interviniendo en un canal de YouTube.

Y quién me iba a decir ¡a mí! que me atrevería a subir vídeos con mis frikadas particulares y mi propia voz para arrancar el año. Aquí lo dejo… y me retiro a la cueva dos minutos y medio, el tiempo que dura el vídeo:

El video aúna un poco de todo lo que los lectores han podido encontrar en el blog en 2022: el cine de Travis, el Real Madrid de Barney, la familia de Lester, «su» libro, o las críticas al Mundial de Catar y a la corrupción de la FIFA de Josean. Espero que os guste. Y como en el canal de Kollins siguen contando conmigo, hoy mismo se ha publicado un nuevo vídeo. El tema escogido ha sido la salida de Cristiano Ronaldo a Arabia Saudí y las (estúpidas y poco inteligentes) críticas vertidas por una parte de ese bochornoso periodismo deportivo que tenemos en España. El autoproclamado «mejor periodismo deportivo del mundo».

Quién me iba a decir ¡a mí!, que pasé ocho años en el anonimato de este blog, que me moví siempre mucho mejor con la palabra escrita que con la hablada, que ahora iba a prestar mi cara y mi voz para un tema que polariza tanto a la gente como el fútbol.

Arrancamos un nuevo año, en forma, aunque puede que con formas distintas a las de los años anteriores.

2021: No mires atrás, no mires arriba

2020: El año que nos encerramos cautelosamente

2019: Despropósitos de Año Nuevo

2018: Ahora más que nunca

Y por supuesto, sigo sin dejar de buscar lo que ya anunciaba en el primer post de 2015, en uno de los artículos más leídos de la historia de este blog: En busca de la tranquilidad. Como un puñetero hobbit.

No fueron inocentadas

No lo fueron. No fueron bromas de mal gusto, sino hechos, realidades que sucedieron en este año que está a punto de terminar, otro año de acontecimientos históricos e histéricos.

BARNEY

La UEFA publicó su ranking de los mejores equipos de Europa y el Real Madrid, tras ganar la Liga y la Champions (la más inverosímil que recuerdan mis ojos), desciende un puesto, hasta el sexto concretamente. El PSG, o Qatar Saint Germain, sin embargo, asciende una posición en esta absurda clasificación, hasta el quinto. Entre sus méritos está, sin duda, haber sido eliminado por el Madrid en octavos de final de la Champions. Méritos similares a la mayoría de clubes que preceden a los blancos en la clasificación. Chelsea, Manchester City y Liverpool también fueron derrotados por el Real Madrid, no ganaron la Liga de su país (excepto el City de Abu Dhabi), y se mantuvieron en mejor posición en este curioso ranking.

Son las cosas absurdas que ocurren en el mundo del deporte, algunas sujetas a coeficientes de cálculos absurdos, y otras a votaciones infumables como las de los trofeos individuales. Gavi fue elegido el mejor jugador joven de Europa y conquistó el Golden Boy. Otra broma, como se vio con la caída de su equipo (de nuevo) a la Europa League, o si se comparan sus prestaciones en el infame mundial de Catar con las de otros jóvenes que quedaron por detrás en la votación, como Bellingham, Musiala o el mismo Camavinga, quien añadió a su notable participación en la Champions, una final espectacular en el mundial en un puesto que no era el suyo. Tanto Gavi como Pedri, como Ansu Fati, son proyectos de jugadores muy esperanzadores para los culés, pero (creo modestamente) han sido elevados a una categoría en la que todavía no están. Que Gavi, un buen jugador, haya sido elegido mejor joven de Europa cuando su mayor virtud es una agresividad pareja solo con su marrullería es una inocentada propia de un día como hoy. Pero vamos, que tampoco hay que extrañarse demasiado: Xavi Hernández fue elegido entre los quince mejores entrenadores del mundo.

TRAVIS

CODA, la mejor película del año. Repito, no es una inocentada: CODA se llevó el Óscar a la mejor película del año. Vale que no hubiera obras grandiosísimas, majestuosas, de las recordables por décadas, pero, sinceramente, había varios puñados que se podían haber llevado tal premio antes que esta, una adaptación correcta de la buenista y amable película francesa La familia Bélier. Pero son las cosas de Hollywood. West Side Story (Steven Spielberg), El callejón de las almas perdidas (Guillermo del Toro), Belfast (Kenneth Branagh), Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson), King Richard (Reinaldo Marcus Green), hasta El sopor del perro, perdón, El poder del perro (Jane Campion) o No mires arriba (Adam McKay) me parecían más oscarizables. Lo que tampoco fue inocentada, salvo que nos tomaran el pelo, fue el sopapo que le soltó Will Smith a Chris Rock en pleno directo. Dejando aparte la piel fina de Will Smith o de su mujer, lo más reprochable del presentador fue la poca gracia de su broma. Que aprenda de la mordacidad salvaje de Ricky Gervais en los Globos de Oro, en especial en su quinta (y última) ceremonia, en 2020:

¡Eso es repartir y no lo que hacen los de Amazon! Leonardo di Caprio, Martin Scorsese, Meryl Streep, todo Hollywood (¡Judy Dench, jojojo, vaya, vaya, vaya!) recibió guantazos de un presentador que sabía que no iba a repetir, y aguantaron con la sonrisa o la carcajada en la boca (en especial, aquellos para los que no iba la broma). El Príncipe Andrés, Apple, Greta Thunberg,… aquella noche repartió más que Magic Johnson en toda su carrera.

JOSEAN

Tiene cojones, pero no fueron inocentadas las cosas que vimos en política durante este 2022. No fue una broma, ni siquiera de mal gusto, ver a EH Bildu y a ERC hablar de que el Partido Popular estaba en contra del sistema, o que estaban faltando a sus deberes. O escuchar a Pedro Sánchez decir que la oposición estaba contra la Constitución mientras trataba de sacar proyectos adelante con el voto favorable de Bildu y ERC, los aclamadores de etarras o de la Declaración Unilateral de Independencia del 1-O. Han pasado cosas tremendas este año, como que la reforma laboral se aprobara por la torpeza reiterada de un diputado del Partido Popular (Alberto Casero, quien, sin duda, no era el más listo de la clase), o que Felipe Sicilia comparara las togas de los jueces del Tribunal Constitucional con las metralletas de Tejero el 23-F.

Que se rebajaran o redujeran los delitos de sedición y malversación para lograr aprobar los presupuestos, o que las penas a agresores sexuales se vieran minoradas por la torpeza de una ley promovida por quienes carecen de formación para ello. Tampoco fueron inocentadas los gambazos de la oposición, como la dimisión de Pablo Casado tras acusar a Isabel Díaz Ayuso de los negocios de su hermano con las mascarillas. Negocios probados, legales, según parece, pero reprobables en términos de ética y política. Y no es una inocentada ver que su sucesor, Alberto Núñez Feijóo (bufff…), junto con Santiago Abascal (más buffff…), forma la alternativa más probable a este gobierno que me deja anonadado cada semana, cuando los lunes me digo «no será capaz de…» para comprobar el viernes que «ha vuelto a hacerlo».

Todo parece una broma de mal gusto, como que los chavales de quince años no puedan conducir, tomar unas cañas, votar o consentir explícitamente las relaciones sexuales, porque se considera que carecen de la madurez suficiente para ello, pero que sin embargo puedan abortar o determinar su sexo libremente sin el consentimiento paterno. Lo que no es una broma es la deuda pública, y lo comprobaremos durante años.

LESTER

Pues no fue una broma, pero durante unos días, mi libro Volver al asfalto estuvo en el número 1 del top de Libros más vendidos de Running, maratones o como quieran llamar a este vicio de correr.

Y con esta no-inocentada, como por la propia publicación, como por la presentación o los comentarios de amigos y familiares (¿gente con conocimientos culturales excelsos o pelotas rastreros?… me inclino por lo primero), me doy por más que satisfecho en este 2022 a punto de finalizar.

Maratón de Málaga: Running in the rain

Hoy tocaba “volver al asfalto”, enfrentarse de nuevo a este reto en el que peleas durante 42 kilómetros para luego mostrar una euforia desmedida durante los últimos 195 metros. Este 2022 que está a punto de terminar nos llevó a Mabú y a mí junto con mis zapatillas a Málaga, la capital de la Costa del Sol, que ya sabéis todos que es esa zona en la que luce un sol radiante todo el año, excepto el día en que se disputa el maratón de la ciudad. En 2016 tuvo que suspenderse el mismo día de la salida por las inundaciones y hoy, bueno, hoy nos ha llovido desde el kilómetro 8 hasta el treinta y muchos, pero podemos decir que el tiempo «nos ha respetado». Lo curioso es que ayer tuvimos un sol muy propio de… pues de la Costa del Sol.

Y hoy, apenas tres horas después de acabar mi carrera, tomarme una cerveza y una buena hamburguesa, lucía un sol radiante.

Esta mañana teníamos acceso a la zona VIP (¡gracias, Javi!) y estuve en la salida con mi cuñaaao Rafa, que iba a competir la media, y con Luis (Sete, otro bloguero runner, pero este de los buenos, al menos como runner, ¿eh?).

No sé si poner una queja a la organización, porque eso de encontrarte bollos a tutiplén cuando quedan quince minutos para el pistoletazo de salida es una cabronada. Y unos brazos de gitano que tenían una pinta espectacular, pero que no pude catar. Pido disculpas si ya no se llaman así. Igual que la corrección política hizo que se cambiaran los Conguitos, el helado Negrito y que dejara de escucharse la canción de “aquel negrito del África tropical” que nos recogía el cacao con una sonrisa de oreja a oreja y con el mismo regocijo que un esclavo de las plantaciones de algodón en Louisiana en el siglo XIX tras recibir una veintena de cariñosos latigazos… ya me he perdido y creo que es mejor dejarlo aquí.

Pistoletazo de salida, a por ello. El cielo estaba nublado, pero aguantaba, y así se mantuvo hasta el kilómetro 8, en el que, como decía Forrest Gump, “alguien abrió el grifo de la lluvia” y comenzó a lloviznar. Suave por suerte, con algunas rachas algo más intensas. La lluvia se dejó complementar con viento durante los kilómetros que recorrimos alrededor del muelle de cruceros, en el que había un edificio flotante de esos de Norwegian. Planazo el de los cruceristas, llegan a Málaga y se encuentran la ciudad cortada por esos diez mil zumbaos en pantalón corto. Que se fastidien. Que se j… por las veces que visitamos los centros de las ciudades turísticas y hay decenas de tipos con la pegatina del barco de crucero invadiendo todos los puntos de interés.

Pocos kilómetros después, sobre el 13, pasamos por el chiringuito en el que el sábado nos apretamos unos estupendos espetos de sardinas acompañados con las cervezas de rigor. Todo fuera por la hidratación y la ingesta de proteínas. Y un poco más adelante pasé junto a la clínica Parque San Antonio (hoy Vithas Hospital) en la que nació mi hija pequeña, Miriam, hace más de veinte años. Qué tiempos aquellos en que los pañales, potitos y la agenda social de los niños no te dejaban sacar tiempo para entrenar un maratón.

Pasé el medio maratón en el tiempo aproximado que había previsto: 1h. 50m. No sé si los meses previos me darían para estar en torno a las 3h. 45m. que quería lograr, o si la lluvia iba a frenar algo mis aspiraciones, pero hasta la mitad iba bien. Mabú me dijo que Luis había pasado ya por allí “como una moto”, y mi cuñaaaao Rafa acabó su media particular pocos minutos más tarde de mi paso. No voy a negarlo, no podía dejar que mi cuñao me ganara ni siquiera la primera mitad de la carrera. Que luego hay que aguantarle en Nochebuena.

A partir de ahí, como todo el que haya completado un maratón sabe, comienza la carrera de verdad. Y más en este caso en que el recorrido se marcha hacia la parte más desangelada de la ciudad, el Parque del Oeste, la chimenea junto al parque de Los Guindos y los terrenos junto al Parque Litoral en donde estaban las oficinas en las que trabajé un año, allá por el lejano 2001. Las piernas comienzan a notar los kilómetros y ya no corres con la misma alegría de unos kilómetros antes. Tenía muy claro el recuerdo de lo sucedido un año antes en Madrid, si bien mis sensaciones y los tiempos en los entrenamientos previos eran muy diferentes a los de entonces. Sobre el kilómetro 29 ocurrió una cosa curiosa que no me había encontrado con anterioridad: entramos en la pista de atletismo del estadio Ciudad de Málaga y recorrimos allí trescientos metros. Pasar de la dureza del asfalto, que, aunque he tratado de mitificar en mi “obra magna”, es duro como la jeta o las pelotas de algunos de nuestros políticos, a una pista de tartán es una maravilla que nuestros gemelos y plantas de los pies agradecieron.

Pero duró poco, rodeamos el Pabellón Martín Carpena, el recinto en el que juega el Unicaja, ese equipo estupendamente gestionado desde años ha, y tiramos hacia Málaga de nuevo. Nos metieron por un túnel en el que curiosamente lo pasé peor al bajar, por la sobrecarga, que al subir del mismo. No sé si fue por el estado de mis piernas a esas alturas, o porque había unos tíos en mitad del túnel con el Gonna Fly Now de Rocky a todo meter, y de tanto retumbar las paredes y erizárseme la piel hasta me puse a dar puñetazos imaginarios al aire.

Los charcos hacían mella y las zapatillas empezaban a pesar. No es que los calcetines absorbieran el agua y sintieras que chapoteabas entre los dedos, pero no es lo más cómodo durante tanto tiempo. Mi ritmo bajó considerablemente, aunque todavía me mantuve varios kilómetros sobre los 5m. 45s., pero no pensaba quejarme. En absoluto. Estaba feliz, coño, hay que decirlo, las piernas notaban el cansancio, pero yo estaba mucho mejor que un año atrás y hasta me imaginé volviendo a mis mejores tiempos en breve. Con 52 tacos, uno es joven todavía. Pisé varios charcos, casi tantos como en una jornada laboral en sentido metafórico, y me acordé de Gene Kelly y ese maravilloso, espectacular, irrepetible, número musical que es Singin’ in the rain.

I’m running in the rain

Just running in the rain

What  a glorious feeling

I’m happy again!

En el kilómetro 37 me vi por última vez con Mabú, que me insistía en que Luis iba “como una moto por delante”, no sé si para que me picara, para que me animara o para que fuera consciente de que Luis tiene unos pocos años menos que yo y que ya estoy mayor para según qué cosas. Nah, con buena intención, sin duda, y a título meramente informativo. Yo ya iba a poco más de 6m./km.

El último repecho del día nos llevó hacia La Rosaleda, el estadio en el que Juanito dejó noches gloriosas, y el sitio en el que juega el Málaga Club de Fútbol, horriblemente gestionado desde que la familia Al Thani se hizo con el control del club. Los últimos tres kilómetros fueron una maravilla por el interior de Málaga: la Alcazaba, el Museo de Málaga, el Teatro Cervantes, la Catedral y una calle Larios recargadísima con la decoración navideña, pero muy animada de gente que no dejaba de aplaudirnos.

No acabé nada mal los últimos dos kilómetros y hasta hice un ridículo cambio de ritmo en los últimos 195 metros. En meta me esperaban Mabú, Luis, el cuñao Rafa, Javi, parejas y otros amigos que vinieron el fin de semana. En la zona VIP estaba Martín Fiz, al que le regalé mi libro hace un mes y con el que charlé unos minutos. Él solo había corrido quince kilómetros porque andaba tocado y me felicitó, ¡Martín Fiz me felicitó!, por haber llegado “con la que os ha caído”, me dijo, “estás empapado”. Coño, Martín, que eres de Vitoria, que esto es un txirimiri de nada, un “calabobosrunners”.

Dejadme que me imagine este diálogo:

MARTÍN.- Me ha encantado tu libro, Rafa.

RAFA.- Gracias, Martín, todo un honor.

MARTÍN.- No corres un carajo, pero tienes gracia contándolo.

33 segundos me sobraron para bajar de las cuatro horas. Una pena, porque estaba convencido de que bajaría de esa marca psicológica. La medalla del maratón es original, muy adecuada a la ciudad, la carrera y uno de sus máximos activos: una barca con un espeto de sardinas insertado. Tecnología punta que ni los chinos han sabido clonar.

Luis acabó en 3h. 22m., «pero fatal, iba fatal los últimos kilómetros». Lamadrequemep… «fatal», dice. Por aquí os dejo su crónica, muy recomendable. Mi hermano Álvaro corrió la semana pasada el maratón de Valencia en el mismo tiempo y también se quejó de su final de carrera. Lo mismo que Thomas en Valencia, otro colega, que hizo 3h. 23m. y dijo que su carrera había sido «un despropósito» de principio a fin. Mirad, los del Club de las tres horas y veintipocos minutos: me tenéis hasta los mismísimos, mamones.

Y ya por último, dejo aquí dos páginas de la revista oficial del maratón que me ha gustado leer, porque me he sentido identificado con casi todo lo que dice: el punto de locura, las escaleras el lunes, las uñas de los pies, la idea de dejarlo y de pensar en el siguiente… Lo tiene todo, enhorabuena, Alberto Hernández.

El club de los currelas muertos (XXI)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no hablar del mundial de la infamia de Catar.

El Museo Picasso de Málaga se inauguró en 2003, el mismo año que (por desgracia) dejé de vivir en la zona. Se encuentra ubicado en el centro de Málaga, cerca de la Catedral (la Manquita), en el palacio de los Condes de Buenavista, un magnífico edificio declarado Monumento Nacional en 1939.

Es una visita obligada a Málaga, una ciudad que sigue cambiando y mejorando su aspecto cada vez que la visito. Por mucho que pueda no gustarte el estilo de Picasso, porque, a decir verdad, para los que no somos expertos en esto del Arte (salvo si lo miro con perspectiva cinéfila), Picasso nos resulta demasiado… cubista. No sé si alguna vez alguna de sus múltiples mujeres y amantes le dijo: “Pablo, por favor, sigue pintando bestias y toros, pero no me hagas más retratos”. Y los hay expresivos, coloridos, atractivos para la vista, pero otros, en fin… si trataban de reflejar la vida interior de las retratadas, se ve que para el artista eran demasiado retorcidas. O quizás fuera el malagueño el retorcido, me inclino a pensar más bien esto último.

¿Recordáis cuando en el colegio intercambiábamos cromos y según nos pasaban el mazo decíamos “sí le, sí le, no le”? Pues algo así me pasa con los cuadros y esculturas de Picasso. Unos “sí le” o “sí me gustan” y otros “no le”. Una de las salas contiene un tapiz de Las señoritas de Aviñón, de cuyo original “sabemos por Hollywood” que se hundió en el Titanic. Este “sí le”. Otra contiene cuadros que parecen del colombiano Fernando Botero, “no le”, o una escultura de un guerrero griego, “sí le”… como obra de estilo Forges.

Lo que sí alabo y reconozco de Picasso es su búsqueda incansable de lo que fuera que pasase por su cabeza: la belleza alternativa, la mirada propia, la descomposición de los objetos para recomponerlos, la experimentación, el torbellino de ideas… Debía de ser agotador, como se puede intuir por las fotos del artista en su taller.

La mejor definición seguramente la da el propio Pablo Picasso en una frase que se muestra en una de las paredes.

“El arte es la mentira que nos acerca a la realidad”.

Por cierto, Picasso es ese malagueño universal que los franceses quisieron apropiarse como suyo, no en vano su crecimiento creativo se desarrolló en París y en el sur de Francia, pero los auténticos expertos en esto de robar el Arte ajeno han sido siempre los ingleses. Razones ambas para desear que hoy se produzca ese imposible tan picassiano de que ambos pierdan su partido de cuartos en ese mundial del que sigo “sin hablar”.

El club de los currelas muertos (XIX)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no ver el mundial de la infamia de Catar.

8 de diciembre, ando encerrado en casa de manera voluntaria, seguramente porque he pasado mucho tiempo fuera las últimas semanas y porque en las próximas me sucederá algo parecido. Bien es cierto que la lluvia no ayuda a la hora de pensar en planes que hacer fuera, pero es que además mi cuerpo pedía sofá, manta y lectura. Y me dio por pensar en otro tipo de encierros. Uno me ha llevado a los Países Bajos, el país al que hasta hace nada llamábamos Holanda, y el otro a Argentina. Casualidades de la vida, no vayan a pensar que guarda relación con…

En 2015 visité la casa museo de Ana Frank en Ámsterdam. He estado tres veces en la capital holandesa, perdón, neerlandesa, y es una ciudad que me encanta sin que sea capaz de describir muy bien por qué. No tiene monumentos espectaculares, ni los mejores museos del continente, ni está en un enclave natural único, pero me la he pateado de arriba a abajo varias veces y la disfruto mucho. Por sus canales, por la gente, los parques, por las bicis, por la tranquilidad de algunos barrios, por lo que sea. Podría vivir allí un tiempo a pesar de las incomodidades del transporte o de esas casas estrechas sin ascensor, estoy convencido de ello.

Compré el Diario de Ana Frank en la propia tienda del museo y comencé a leerlo en el vuelo de vuelta. Conocía la historia de la niña judía encerrada durante dos años junto con su familia en la parte trasera de una casa de la calle Prinsengracht para ocultarse de los nazis, pero me hice una idea mucho más cruda de la dureza del cautiverio cuando visité la misma. Y de manera especial, cuando traté de imaginar lo que debió de ser para una niña tan vital convivir con su tío en esa pequeña habitación durante tanto tiempo. La capacidad del ser humano para sobrevivir es asombrosa, la capacidad de adaptarse a las circunstancias desfavorables puede ser infinita. El diario se interrumpe de forma abrupta y la casa museo desvela con imágenes y documentos del campo de concentración el trágico final de la niña y de su hermana. No hubo un final feliz.

De la otra punta del mundo, de Argentina, nos llegó en 2009 una magnífica y acongojante película, El secreto de sus ojos, dirigida por Juan José Campanella. Escrita por el mismo director en colaboración con Eduardo Sacheri, el novelista autor de La pregunta de sus ojos, la obra en la que se basa la película. Ahora que estamos en tiempos futboleros, uno de los protagonistas pronuncia una frase que podría valer (y de hecho vale) para muchas otras cosas, no solo para referirse a las filias por un equipo de fútbol: «El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín, no puede cambiar de pasión». Benjamín es ese actorazo con la cara de Ricardo Darín.

Precisamente un partido de fútbol da pie a uno de los planos secuencia más impactantes que yo haya visto nunca en una película, un plano en el que la acción comienza a centenares de metros de un estadio de fútbol, baja hasta la grada, se posa junto a los protagonistas y los acompaña durante la persecución posterior por el interior del estadio. Hace tiempo encontré un vídeo en YouTube que explica cómo se rodó ese plano, y como casi siempre en el cine, el engaño es de tales dimensiones que sorprende ver la casi rutinaria acción filmada en comparación con la alucinante escena que vimos en el montaje final.

Como dice esa frase, las personas viven atrapadas en su pasión, que en algunos casos y por circunstancias de la vida puede convertirse en obsesión. Hay encierros mentales y encierros físicos. Voluntarios o forzosos. El final de El secreto de sus ojos es amargo y no voy a desvelarlo. Como dije al mencionar a Ana Frank, no hubo final feliz, ¿o sí lo fue?

El club de los currelas muertos (XIV)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no ver el mundial de la infamia de Catar.

Hoy hace 33 años años que falleció Fernando Martín en accidente de tráfico, y podría proponer, como todos los años, un repaso a lo que representó su figura para mí, por entonces un aficionado al baloncesto de menos de veinte años, y visualizar los vídeos que me encargué de buscar para el homenaje. Fernando I el Grande, lo titulé.

Pero voy a remitirme a otro aniversario. El 3 de diciembre de 1894 falleció Robert Louis Stevenson con 44 años de edad. Nunca tuvo muy buena salud, ya desde los tiempos de la universidad, en parte debido a la bronquitis, una tuberculosis y sin duda, su desenfrenada afición a la bebida. Falleció tras una hemorragia cerebral en la isla de Samoa, donde fue enterrado. Pese a su mala salud, fue un viajero incansable y cambió de residencia con frecuencia (Edimburgo, Londres, California, Davos, Nueva York y las islas del Pacífico Sur).

Sus obras más conocidas son precisamente las que he leído de este autor, La isla del tesoro (una de las incluidas en la primera parte de aquella vuelta al mundo en ochenta libros) y El extraño caso del Dr. Jekyll y el señor Hyde. Muy recomendables ambas. Y tengo una tercera obra en casa, un relato largo o una medio novela, que devoré, me divirtió y me hizo pasar un rato estupendo. Se titula El diablo de la botella y trata de una botella a la que acompaña una bendición, pero también una maldición aún peor.

Como los derechos de autor ya están vencidos y la obra es de dominio público, la comparto como plan de tarde de sábado. Merece la pena, ¡diablos!

Enlace: El diablo de la botella.

El club de los currelas muertos (XII)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no ver el mundial de la infamia de Catar

Pepe Kollins es el nick de Twitter, o el seudónimo bajo el que se escondía Javier Alberdi, quien fuera editor de La Galerna durante los años de crecimiento y profesionalización de la página. Javi/Pepe lleva años en el mundo del periodismo, escribiendo (muy bien) y como editor de esta web (impresionante labor) hasta que nos dejó en marzo de 2021 para emprender nuevos proyectos. En aquella pieza coral que escribimos en su despedida (bajo el título Gracias, Kollins), dije sobre él:

De Javi aprecié su precisión, no solo en el lenguaje, sino en el uso de las imágenes para evitar polémicas innecesarias, para que nuestros textos fueran irrebatibles, para no ser tendenciosos dentro de un medio cuyo madridismo ya nos hace serlo. Pero en algunas ocasiones, muy pocas, me corrigió sobre alguna jugada: «esta imagen no es exactamente la misma jugada que esta otra», «este ejemplo de fuera de juego mal pitado tiene un matiz diferente con este otro que sí fue validado». Uno que no es profesional de esto y puede hablar con ligereza de polémicas aprecia que le hagan ver otro punto de vista, que no todo es blanco o negro, madridista o antimadridista. Me marcó una línea que siempre respeté y fueron muy pocas las veces que discrepó con mis artículos, o me instó a que modificara algo.

Ayer charlamos amigablemente en su canal de YouTube, un proyecto joven, recién iniciado hace pocos meses, y que aspira a ofrecer reflexiones, opiniones calmadas alejadas de chirincircos y gente con algo interesante que contar. Eso intenté ayer, durante nuestra media hora de vídeo bajo el título Relatos y fantasmas. Y aunque el tema era criticar «el relato» culé con motivo de la publicación del libro Reial Madrid, l’equip de Franco, al final conversamos sobre el uso no fortuito del lenguaje, el modo de crear opinión por parte de algunos medios y la génesis de ese relato. De Vázquez Montalbán y la creación del victimismo culé, o del modo tan diferente de hablar sobre los jugadores jóvenes que comienzan a despuntar. La neolengua de Orwell, tan del gusto del periodismo deportivo tan penoso que tenemos en España. Aquí dejo la charla, para quien le interese:

Ah, sí, también hablé de mi libro, que ya sé que soy un poco pesado.

El club de los currelas muertos (XI)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no ver el mundial de la infamia de Catar

Se acaba el día y no he cumplido con mi rutina habitual reciente, un post diario, una reflexión, un plan que ofrecer. Demasiado follón, demasiadas obligaciones, demasiadas historias por hacer que me lo han impedido. En uno de los millones de correos que recibo al día, me he parado en uno que estaba leyendo en diagonal (el boletín de salud de la empresa) y mi curiosidad me ha llevado a leer un artículo sobre el journaling. Consiste en «una estrategia de autoconocimiento activo sobre prácticas reflexivas. Se trata de auto examinarse, analizando lo vivido para mejorar y potenciar el desarrollo a nivel personal y profesional«. Básicamente se trata de algo tan sencillo como coger una libreta en blanco y escribir cada día una idea, una reflexión, un pensamiento acerca de lo vivido o experimentado en el día.

Quizás no se diferencie mucho de lo que hago desde hace un tiempo, igual yo hacía journaling y no me había dado cuenta. Mi reflexión de hoy iría para la cantidad de cosas que se pueden meter en un solo día, pero no todos los días. Hoy, por ejemplo:

  • He hecho el test de los 2 x 6000 que suelo hacer diez días antes de correr un maratón. Los diez días que me quedan para Málaga. Eso ha sido a las siete de la mañana y he hecho unos tiempos similares a los de 2017, cuando corrí en Budapest. Estoy muy satisfecho.
  • He trabajado desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, con un descanso entre las dos y media y las cuatro.
  • Durante esa jornada de trabajo he tenido varias reuniones productivas y un par de ellas de coña, hilarantes, de las que posiblemente darán para un post estilo Lester. Una reunión de dos horas en inglés entre españoles, un indio, una egipcia, un alemán y un par de British de acento indeterminado ha sido por momentos surrealista.
  • En ese hueco de mediodía, he hecho mi debut en un canal de YouTube (¡madre mía, qué apuro!). Mañana lo colgaré aquí.
  • Cena con la familia y un capítulo de The crown. Ni un minuto del mundial. Como todos los días, por cierto. Me enorgullezco de ello.

El día no me da para hacer journaling, reflexiones sobre lo que vaya más allá de decir que «qué día más largo». Me voy a dormir, estoy fundido.

Por cierto, el journaling tiene su propia bibliografía: el libro de Meera Lee Patel, Todo empieza aquí: Un diario para conocerte mejor.

Doce menos tres minutos. He cumplido, buenas noches.