Tras casi diez minutos de paciente espera, cuando por fin encontré el hueco para pedir un par de cañas y la camarera estaba sirviendo de modo diligente las mismas, se me acercó una atractiva compañera de Recursos Humanos y me dijo «ya que estás, pídeme otra, por favor», frase acompañada de una agradable sonrisa, a lo cual por supuesto que me presté, «otra, por favor», pues nada resulta más persuasivo que una sonrisa femenina, así somos algunos de simples; mas siempre ocurre que el imbécil de la oficina técnica al que no soportas, aquel cuya fama de caradura le precede, se arrima a tu oído y te escupe «ah, Lester, y para mí, un tinto y un blanco», «¡ah, y ya que estás ahí, una sin alcohol!», y no contento, se gira hacia sus ya casi borrachos compañeros y les anima «¿queréis algo vosotros, os falta algo por ahí?», peticiones que atiendes por educación, no por ganas, mientras reprimes esa fuerza interior que te impele a mandarle a tomar por donde le introducirías un poste de madera astillada del cableado eléctrico.
Sí, amigos, la copa de empresa en formato cóctel con canapés, jamoncito, bandejas de pinchos sofisticados y, por supuesto, barra libre de cerveza, vino y refrescos. Un formato con ventajas evidentes a la hora de departir con un mayor número de compañeros y evitar así el tradicional problema de las comidas alrededor de una mesa: «que no me toque con el jefe», o con el cenizo, o con el plomo, o el triste, o con la loba, o con el del mal olor (¿se admite «halitóxico»?), o con el que siempre la lía o con los que te hacen sentir vergüenza ajena por el tono impropio de sus supuestas gracietas, proferidas con un volumen que no utilizarían ni en las gradas de un estadio de fútbol.
Cada vez que te acercas a por una cerveza ves que hay algunos compañeros, por supuesto tíos, que se mimetizan con la barra, no pierden nunca su sitio y seguramente por eso siempre tienen el vaso lleno, vaso que no marean, sino que degluten con prisas pues saben que hay un límite (de hora) para pedir sin límite (de birras). Y los tíos con una cerveza en la mano somos muy peligrosos. Barra libre de comentarios. De todo tipo. Poniendo a caldo a la empresa, al jefe, criticando al que ha elegido el sitio, o despotricando del jamón o del catering mientras se les escapa el bigotillo del langostino entre los dientes. Si el lugar es modesto, porque es modesto, y si el lugar es cojonudo, pues porque la empresa se gasta un pastizal en estas cosas en lugar de subirle el sueldo ¡a él!, «que soy el que más dinero hace ganar» a los jefes. Trato de huir de los tipos del doble-pegado-a-la-mano como de la peste, pero en estos eventos de tantas horas de duración es inevitable cruzar un par de frases con ellos, sobre todo porque te llaman la atención con un primer gruñido como el que utilizan los pastores para el ganado:
– ¡¡Heeeey, hey, Lester!! ¡¡Yeejeey, aquí!! (ante tu fingido despiste) ¿Tú sabes cuánto se han gastado por cabeza en este sitio?
Es una pregunta retórica, pues ante tu indiferencia y sea cual sea tu respuesta, «no sé», «no me interesa», «treinta euros», «está todo cojonudo» o directamente «me la suda», ellos te lo sueltan con todo tipo de apreciaciones, interpretaciones y por supuesto, críticas. A medida que avanza la jornada, aumenta el número de felipones que sueltan por la boca, una mezcla pastosa de cerveza y carne mechada que salta de sus resquicios interdentales directamente a la pechera de tu chaqueta. Tratas de limpiártelo como puedes, sobre todo para ver si se dan cuenta o se disculpan, hechos que por supuesto no se producen, y en cuanto puedes te largas de allí, pues sabido es que de permanecer en esa conversación tu camisa acabaría con tantos churretones como la cúpula de Barceló para la ONU.
En esos días de exaltación colectiva de la amistad, no podía faltar la barra libre de comentarios machistas. No me voy a escandalizar siguiendo las normas de la moral políticamente correcta que nos tratan de imponer, ni mucho menos mentiré diciendo «yo no los hago, los demás son chicos malos», porque la realidad es que prácticamente todos los hacemos o al menos los consentimos. Esta misma semana se ha disculpado incluso el «macho alfa» Pablo Iglesias por su comentario de hace años sobre Mariló Montero y ciertos azotes excesivos, pero en el fondo lo que ha dicho no deja de ser cierto: cuántas de estas bromitas soltadas en grupos de WhatsApp y únicamente para amigotes y kolegas nos avergonzarían si salieran a la luz pública, o si por un casual se publicaran en la Intranet de la compañía.
Lo que sí tengo muy clara es la línea invisible entre la broma y el mal gusto, y así como tolero con agrado lo primero, detesto lo segundo. Y no está de más alabar la elegancia y belleza de nuestras compañeras de curro (por trasladar de un modo legible lo de «la azotaría hasta sangrar»), pero odio los comentarios soeces sobre las mismas y las prácticas sexuales que determinados compañeros imaginan con ellas, «la empotraría contra la pared». Vas listo. Ante tu mirada indiferente, te sueltan:
– Vamos, Lester, no pongas esa cara, no me digas que tú no la empotrarías contra la pared.
– La chica está para lo que tú quieras, para empotrarla contra la pared, claro que sí, pero es muy distinto si te digo que yo, yo personalmente, no la empotraría contra la pared, no tengo ningún interés.
Es el momento de todas las copas de empresa en el que alguien suelta el célebre refrán sobre la olla y dónde no introducir los atributos masculinos. ¡Chupito para el primero que la suelta! No es por eso, les digo, sino porque estoy felizmente casado y no voy a hacer el payaso con chicas veinte años menores que yo. Además, tengo un truco infalible que aprendí hace años para salir con elegancia de estos momentos:
– Siempre recuerdo lo que decía Lord Chesterfield: «el placer efímero, la postura ridícula y el precio escandaloso».
Jojojojo, se ríen, aunque alguno no ha entendido la frase, sueltan otros tres perdigones y entonces es cuando otro de esos compañeros casados te cuenta su truco:
– Yo me pongo frente al espejo como Travolta en Pulp Fiction y me repito su frase: «ahora te vas a tu casa y te haces una buena paja».
Es así, son los grandes clásicos de la copa de empresa o la cena de navidad. Decía que los tíos con una cerveza en la mano son muy peligrosos, pero más lo son aquellos con una cerveza en la mano y media docena en el cuerpo. Algunos rajan más de la cuenta y hablan con total desconocimiento de los compañeros, y sobre todo, de las compañeras. Hace poco leí la diferencia entre ligar y acosar: si eres guapo, ligas. Si eres feo, estás acosando.
En mi primera cena de empresa, hace ya unos 25 años y recién incorporado a la misma, estuve hablando con una chica diez o doce años mayor que yo, llamémosla Elena, por ejemplo. Una conversación agradable, sin ningún interés afectivo o sexual por ambas partes. Pues se me acercó un tío y me soltó:
– Bah, no tienes nada que hacer, Elena es lesbiana.
Pero apenas unos minutos después se me acercó otra chica, esta vez de mi departamento, y me dijo:
– Ya he visto cómo se ha lanzado la loba de Elena a por ti, le molan los yogurines.
«¿Cómo?» Con el tiempo descubrí que la tal Elena tenía novio de los de toda la vida y que solo hablaba conmigo porque sí, por su simpatía innata, con naturalidad, pero para los tíos era lesbiana porque le habían tirado los tejos y había pasado de ellos, y para las chicas era un putón porque se llevaba bien con los que acabábamos de entrar. Pues muy bien, será que el pueblo nunca salió de algunos.
Como el tema no me va, procuro moverme bastante para hablar con cuanta más gente mejor, pero sin quererlo, me encuentro con «Mantodemierda», el mismo tipo que se ha pasado las últimas dos semanas con la copla de todos los años, «no pienso ir», «no me apetece encontrarme con determinadas personas», «no estoy de humor», «que no, que no voy», frases que te espeta aunque no le hayas preguntado, ni mucho menos insistido.
– Hola, Lester, al final he venido.
– ¡No jodas! No me había dado cuenta, pensé que eras un holograma.
– Cachondo, todos los años la misma gracieta.
– ¿Me repito? ¿Yo?
En fin, le dedicas dos minutos, escuchas sus quejas, y antes de que te amargue lo que queda de evento, le dices que te vas a por otra cerveza. Así transcurren las horas, hablando con unos, con otras, divirtiéndome, escuchando de todo, relajándome del estrés laboral, comiendo lo que se puede, bebiendo más de lo que debieras, y cuando miras el reloj compruebas con asombro que llevas seis horas en el sitio. Me doy cuenta de lo insultantemente jóvenes que son mis compañeros, y de lo mayor que empiezo a resultar para estos eventos, así que empiezo a recogerme para retornar a mi humilde morada.
Que quede claro por mucho que haya largado que me lo paso siempre de pelotas. Tengo numerosos compañeros a los que considero amigos, en los que confío un huevo y me lo paso bien con ellos, y sí, la becaria está de miedo, ¡qué pasa!
Y ahora, barra libre para las críticas, amigos.
Por lo que preveo, no creo que nunca jamás aterrice en una de esas terroríficas «copas de empresa», Quizá sea muy radical, pero creo que el que asiste a esos «magnos acontecimientos» es que no tiene una familia con la que estar o atender ni perro que le ladre.
Saludos,
Aguador
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Vaya, Aguador, pues por tu comentario y algunos otros directos de amigos, he suavizado el final porque cualquiera diría que no lo paso bien en estos eventos cuando en realidad como digo al final sí lo hago. Evito a los plastas y a los metemierdas, y por supuesto cualquier rollo, flirteo o tonteo con las compañeras de trabajo. Sí tengo una maravillosa familia con la que estar, lo cual no quita para que estos días nos relajemos todos un poco de la tensión del día a día y nos echemos unas risas con los buenos compañeros, con esos amigos que sin embargo no dan e suficiente juego para una crítica mordaz como la que trataba de hacer con el post.
Saludos, y voy a descansar ¡que este viernes tengo otra!
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Ya que hay barra libre para las críticas, ahí va la mía: digo yo que esos encuentros no son 100 % negativos, que también hay algo de positivo, por ejemplo, espíritu de equipo (de empresa), encuentro con un antiguo compañero y amigo, repartir cordialidad a tus subordinados, recordar y celebrar un éxito de nuestro departamento, aceptar el apretón de manos del Presidente, comprobar que los demás están un año o más más viejos, etc. También hay posibilidades aprovechables en plan hedonista, pero mejor me las callo.
Feliz y Fecundo 2019.
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Por supuesto que no son 100% negativos. Si lo fueran, directamente no acudiría, y en realidad no me pierdo ni uno. Claro que tienen aspectos positivos como los que comentas, como relajarnos, bromear con compañeros, juntarnos con los de otras delegaciones a los que aprecias sinceramente, tomar una buena cerveza y brindar por lo bien que ha ido el año o por lo que esperamos del siguiente, y sí, aceptar el apretón de manos del Presi, pero no con la fuerza que te pide el cuerpo, je, je, je.
Feliz 2019 igualmente.
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Supongo que también depende de si hay buen o mal rollo en la empresa. Si hay mal rollito se parecerá más a lo que describe Lester, supongo…
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¡Muy bueno! Y bien descritas las escenas.
Tenía que haber ido Barney a la cena en vez de Lester. El futbol es un tema habitual donde hay ruido de cervezas y seguro que hubiera hecho mas bronca.
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