San Petersburgo (II): el desenlace del maratón y alguna lección de historia

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LESTER, 03/07/2019

«Aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a repetirlo», dice la célebre frase atribuida a Napoleón, a Karl Marx, a George de Santayana, o a «proverbio árabe», que vale para todo. Para este post la adaptaré a mi manera para decir que «aquellos maratonianos que no recuerdan sus errores están condenados a cagarla de nuevo», que fue exactamente lo que me pasó el domingo.

San Petersburgo debe su nombre al patrón de la ciudad, San Pedro, no a su fundador, Pedro I el Grande, como se ha atribuido erróneamente en ocasiones. Fue fundada en 1705 y la religión mayoritaria de Rusia es la ortodoxa.

Si Pedro I el Grande puso la primera piedra de la ciudad y San Pedro representa la primera piedra de la iglesia, para obtener un buen resultado en el maratón la primera piedra se basa en una buena preparación y cualquiera que leyera la previa a la carrera estará conmigo en que la mía no fue la más ortodoxa. Puede que no la más acertada, eso no lo negaré. Ni una, ni dos, ni tres veces, pero quizás así fuera más llevadera.

Frente al impresionante museo del Hermitage, al otro lado del río Neva, se encuentra la Fortaleza de Pedro y Pablo, lugar donde dio inicio la revolución bolchevique en 1917. El cañonazo lanzado desde el crucero Aurora fue la señal para el levantamiento. La fortaleza se encuentra sobre una isla que en su día era conocida como Isla de las liebres.

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La carrera arrancó a las ocho de la mañana junto al palacio-museo del Hermitage, en una plaza que siempre figura en la lista de las más bonitas, hermosas, sobrecogedoras o alucinantes del mundo. Durante los primeros kilómetros atravesamos el río Neva para rodear la isla de la Fortaleza y en el kilómetro 6 pasamos junto al crucero Aurora. Salí ligero, a buen ritmo, y me uní a una buena liebre, una rusa que marcaba el paso de las tres horas y media a la que seguíamos un grupo de unos cincuenta corredores. La chica no pesaba ni cincuenta kilos, tenía los brazos completamente tatuados y marcaba un ritmo estajanovista perfecto para la prueba, constante, intenso, mecánico. Robótica. Cinco minutos el kilómetro, clavados. La definición de «impertérrita» está en el rostro de esta liebre de nombre desconocido. No cambiaba la expresión en ningún momento, así le comunicaran la muerte de su madre o tuviera el orgasmo más placentero de su vida.

Recorrido 1

Atravesamos varias veces el río y llegamos al medio maratón. Fui algo más lento que hace un año en la Sunshine Coast, pero si tengo en cuenta que justo antes hice la primera parada con mi grupo de admiradoras (formado por una sola persona, maravillosa, eso sí) y que además tuve que vaciar mi atiborrada vejiga en el 20, el tiempo marcado de 1h. 47 min. entraba dentro de lo previsto.

El metro de San Petersburgo es el más profundo del mundo, con estaciones a más de 80 metros de profundidad, si bien, según bajas por esas escaleras infinitas al final de las cuales te espera una rusa más ancha que alta y con gorra roja pseudomilitar en una garita, por momentos piensas que te están bajando a un refugio nuclear o a la sala de interrogatorios del KGB. El metro de San Petersburgo, al igual que el de Moscú, tiene estaciones profusamente decoradas, algunas con un lujo inusual para un transporte que se distingue ante todo por su funcionalidad, pero es una de las herencias de la época soviética, consistente en mostrar al pueblo el poderío que el Partido Comunista creía poder ofrecer.

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A partir del kilómetro 25 empecé a notar que las piernas no iban todo lo fluidas que me gustaría, pero las 2h. 07 min. de paso me hacían estar tranquilo. Quizás no fuera a hacer marca personal, pero el bajón tendría que ser tan profundo como la estación de Admiralteskáia para no hacer una buena marca para mí. La carrera bordea durante varios kilómetros el principal canal de la ciudad, el Fontanka, con palacios e iglesias a ambos lados.

Recorrido 2

Karl Gustávovich Fabergé fue un famoso joyero ruso nacido en San Petersburgo en 1846. Con motivo de la Pascua ortodoxa, el zar Alejandro III le encargó un huevo de Pascua para su esposa María Fiodoróvna en 1885 y quedó tan encantado con el resultado que a partir de ese año ordenó que todos los años le fabricara una de sus piezas únicas.

En el kilómetro 28 pasamos junto al museo Fabergé y en ese momento supe que acabar por debajo de las cuatro horas sería una cuestión de huevos. Las piernas habían perdido su fluidez, la cadencia y todavía no había llegado al muro. Demasiado cansancio, demasiados fallos en la preparación. Inmediatamente le di la vuelta al título del libro de Chema Martínez que comenté en la primera parte. El No pienses, corre más pasó a ser un Piensa más, corre menos. Cabeza, huevos, lo que sea, porque todavía quedaba lo peor del recorrido.

La iglesia del Salvador de la sangre derramada se erigió en el lugar exacto en el que fue herido mortalmente el zar Alejandro II en 1881. El asesor y «médico» personal del último de los Romanov, Rasputín, fue asesinado en 1916, pero no lo mataron ni el veneno ni los disparos, sino que murió ahogado cuando arrojaron su cuerpo al canal Fontanka, donde apareció días después.

La sangre derramada delata a los corredores novatos a estas alturas de la carrera. Nos acercábamos al kilómetro 30, junto al lugar en el que nos contó la guía que apareció el cadáver de Rasputín. A lo lejos se divisaban las cúpulas multicolores de la iglesia de San Salvador, y a lo mejor tanto pensar en cosas truculentas fue lo que me llevó a sentir el primer latigazo en el gemelo derecho. «No pasa nada, 2h. 36 min., cabeza, cabeza, cabeza». Una mujer menuda con aspecto de haber llegado directamente desde la estepa nos animaba con una sola palabra «Go!» que repetía rítmicamente espaciando con una sonora palmada proveniente de unas manos gordas que bien podían estar amasando tortas de harina congelada en una tienda de piel de yak en Mongolia. Me puse a trotar antes de que me atizara con esas manazas por no atender a su frenético «Go!»

Recorrido 3

El río Neva es el más ancho de todas las ciudades europeas. Tiene un promedio superior a los 500 metros y en su parte más ancha, entre el Hermitage y la Fortaleza de Pedro y Pablo, alcanza los 1,2 kilómetros. Los vientos del Báltico se notan especialmente en esa zona tan abierta de la ciudad.

Mal que bien conseguí llegar al kilómetro 35. Quedaba enfrentarme al viento en contra. El día anterior había mirado la estimación de rachas de viento y Google la situaba entre los 22 y los 36 kilómetros por hora. En el momento que atravesamos esa zona se me hizo imposible avanzar. Por cada zancada parecía retroceder dos metros. Uno de los avituallamientos ofrecía unos vasos de tamaño mínimo de agua y tuve que preguntar si de verdad lo era, porque no entendía el ridículo aspecto de chupito. «¿Seguro que no es vodka?», le pregunté. El voluntario me miró perplejo. Los siguientes kilómetros consistieron en luchar contra el viento y esquivar los vasos y botellas vacías de agua que venían hacia los corredores. Una pena.

Una de las audioguías nos contó que San Petersburgo fue la primera ciudad del mundo en contar con un servicio de ambulancias para la población civil. Es una información que no he podido contrastar, pero que situaba en 1799.

En el kilómetro 39 y medio me quedé tieso en el sitio. La pierna izquierda se me quedó tan rígida como a Torres en la final del Mundial de 2010 en la prórroga contra Holanda. No pude ni tirarme al suelo para estirar. Por primera vez en diecisiete maratones me tuvo que atender el servicio médico de la organización. No fue nada serio, estuve dos o tres minutos atendido, me ayudaron a estirar, me masajearon un poco, entendí el significado del «no siento las piernas» y seguí adelante. Mi mujer me esperaba apenas a quinientos metros y la meta estaba ahí, a menos de dos kilómetros, así que acabaría aunque fuera andando. Aparte de su paciencia, pude comprobar lo buena fotógrafa que es porque en las fotos que me hizo aparezco con buen aspecto, como si lo que estuviera haciendo fuera algo parecido a correr. Solo quedaba ya un objetivo: llegar a meta por debajo de las cuatro horas, antes del cañonazo de las doce, un sonoro disparo desde la Fortaleza de Pedro y Pablo que retumba en toda la ciudad.

Pues tampoco, con el estruendoso cañonazo casi se me saltan los empastes, las lentillas que no llevo y tuve que sujetarme el corazón para que no me saliera por la boca. «Se nota que Putin es de aquí», pensé. Llegué en cuatro horas y dos minutos tras haber pasado unos últimos kilómetros muy duros, casi habría preferido el interrogatorio en el Gulag. La medalla me pesaba una tonelada y volví a preguntar si esos vasitos de chupito eran realmente de agua y no de vodka.

El Palacio de Peterhof es una residencia de los zares a 35 kilometros de San Petersburgo. Tiene hectáreas de jardines versallescos, fuentes, estatuas doradas, palacios, palacetes y estanques de todo tipo. Puro lujo y ostentación. Fue destruido durante la invasión nazi y algunas fotos muestran el estado en el que acabó. Apenas un día después de finalizada la guerra los rusos comenzaron su reconstrucción hasta recuperar el magnífico aspecto que luce hoy en día.

Apenas un día después de terminado el maratón de las Noches Blancas y pese al lamentable estado en el que acabé, ya estoy pensando en el siguiente, y sobre todo, en corregir los errores. ¡Nasdrovia, lectores!

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«Tus errores están escritos, hijo mío. Ve y enmiéndalos, idiota»

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6 comentarios en “San Petersburgo (II): el desenlace del maratón y alguna lección de historia

  1. Está claro: correr un maratón es algo muy serio. Es muy gratificante si lo has preparado bien. Pero si no lo has hecho, puede ser un sufrimiento y hasta tener malas consecuencias. Mejor no arriesgarse, o bien o nada. Que no se te olvide para el próximo, ni a tí ni a los tuyos. Enhorabuena por la marca. Tal como habías entrenado, es un machada …. y una temeridad.

    San Petersburgo y Peterhof, maravillosos. Y escandalosos si pensamos en las hambrunas de la gente. Lo que pasó estaba cantado y merecido.

    Salud.

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    • «Lo que pasó estaba cantado y merecido», la verdad es que la frase resulta aplicable tanto a los zares como a mi experiencia en este maratón. Ya en frío, entrené todo lo que pude, sacando tiempo de donde me costaba encontrarlo y si no, no me habría atrevido a salir a ritmos de 5 min/km., si bien es cierto que no descansé lo suficiente y luego pasó lo que pasó, «cantado y merecido».

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  2. Muy bonita la medalla Lester. ¡Enhorabuena!

    Siempre se aprenden cosas nuevas: Tenía la idea de que San Petersburgo fué una ciudad medieval, donde quedaban vestigios de murallas, su románico, con su gótico encima y después todo esto que cuentas y «la puerta de Rusia a Europa» de los zares.

    Deportivamente: ¿Que decir a quien ha saboreado todos los tipos de muros de hormigón de un montón de ciudades? Solo mencionar lo justa que es la Diosa Maratón. Nos da siempre lo que merecemos según la hayamos rezado (entrenado) los meses previos. No somos capaces de engañarla.

    Una estrategia para la próxima (no un consejo pues no soy quien): Visto que vas bien hasta el km 25, pones al club de fans mas o menos por ahí (cuando todavía nos creemos muy machotes). Llegas, te sientas estirando piernas durante 15 min de reloj, te dan un batido de frutas (poca cantidad, espeso casi sin agua, a temperatura corporal, que tenga basicamente plátano y si puede ser hecho por ti y experimentado antes). Estaremos hablando despues de solo esos 15 min por encima de la marca que buscabas con el ritmo de los primeros 25, que no es poco. Matemática pura, pero la épica de la carrera se te va al carajo.

    Como siempre: Envidia de tu excusa deportiva para viajar y conocer ciudades. Ojalá hagas y nosotros leamos tus 100 próximas maratones.

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      • Así es, Perico, solo acabar es una victoria, bien lo sabes tú, por eso sienta tan bien la medalla que nos dan a todos los finishers. Habrá que repetir en el hemisferio sur otro año de estos, ¿no?

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    • Uf, 100 maratones, no dices tú nada. Me quedan contados, quizás con los dedos de una mano y me sobran. No es un problema de motivación, todo lo contrario, sino de sacar tiempo, de renunciar a otros placeres de la vida (y numerosas obligaciones) para poder entrenar bien. Sé que tengo que seguir tus consejos y entrenar, entrenar, entrenar más. Para el próximo, ¡seguro!

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