El duende cabrón, por Lester

 

 

Sunshine Coast logo

  • Pensabas que me había quedado dormido, ¿eh?

Pues no, no lo pensaba. No sé si es verde y tiene las orejas puntiagudas, o si va de rojo o de negro y tiene la cara llena de verrugas. Lo que sí sé es que el duende que se me posa en el hombro derecho es un cabrón. Simpático, pero cabrón, y como es parte de mí, lo aguanto y hasta le aprecio. Como a un «cuñao». Menos mal que el duende cabrón solo se me aparece cada vez que participo en un maratón.
Se coloca siempre en la mejor posición para pasarse los 42 kilómetros rajando junto a mi oído, piando sin parar a ver si primero me despista, y luego me desmoraliza. Con los años y los maratones ha perfeccionado su estilo, como veréis en el relato del maratón de Sunshine Coast que disputé el pasado domingo. Sus frases aparecerán en verde, no por el Duende Verde enemigo de Spiderman, sino por ser el color de la Kryptonita que debilita a Supermán.

  • Hace frío, a ver si te vas a constipar antes de empezar. Pero no te abrigues mucho, que luego te sobra todo.

Sunshine Coast es una pequeña ciudad costera en el estado de Queensland (Australia), situada alrededor de unas inmensas playas en las que se reparten jubilados por un lado y surferos por el otro. Estos días estamos en el invierno australiano, un invierno de unos dieciocho a veinte grados que te permite ir a la playa si el sol aprieta y no hay viento. El recorrido del maratón, idóneo para una buena marca: a nivel del mar, prácticamente llano, temperatura perfecta para correr.

Sunshine Coast foto

El maratón del pasado domingo en Sunshine Coast comenzaba a las seis de la mañana hora local, cuando todavía no había amanecido. Es un maratón modesto, en el que solo acabamos 546 corredores, más otros casi mil ochocientos en el medio maratón, nada que ver con las aglomeraciones de los grandes maratones internacionales (Nueva York, Chicago, Berlín, Londres, Mapoma). Pero lo bueno de este tipo de maratones es que ves a una ciudad volcada en su fiesta, un evento en el que se conocen muchos de los participantes, corredores de los clubes locales cuyas familias y amigos se han acercado a la salida para desearles lo mejor.

En esa fiesta local nos colamos tres tipos llegados desde España: mis hijos Rachel y Lester Jr., que corrieron el medio maratón, y ese tipo con el duende cabrón en el hombro derecho. Hacía un poco de frío en la salida, unos diez grados, pero esa sensación desaparecería hacia el kilómetro 2, mientras el cuerpo entraba en calor y disfrutábamos de un espectacular amanecer junto a la playa.

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Rachel se descolgó muy pronto, nada más empezar, pero Lester Jr. estuvo conmigo durante los primeros 20 kilómetros de su carrera. A menos de cinco minutos el kilómetro, y lo sorprendente es que iba muy cómodo, quizás demasiado. Sin darme cuenta estaba con el globo de las 3 horas, 30 minutos.

  • ¿No crees que vas un poco rápido? Esto te va a pasar factura luego.

«Calla, cabrón». Iban pasando los kilómetros y clavábamos los tiempos, cuatro o cinco segundos por debajo de los 5 min./km. Pasamos los 10 kilómetros en 49:19 y los 20 en 1h. 39m. 14s., todo demasiado perfecto. El recorrido del maratón de Sunshine Coast consta de un recorrido de 21 kilómetros y luego dos vueltas a otro recorrido de 10,5 kilómetros que coincide casi enteramente con la primera vuelta, así que tenía la suerte o la desgracia de pasar hasta tres veces por la puerta del apartamento en el que nos alojamos el fin de semana, en los kilómetros 20, 30,5 y 40,5.

El duende cabrón dormita la primera parte de las carreras, como esperando su momento, que suele llegar a partir del paso por el medio maratón, paso que, todo hay que decirlo, hice mejor que nunca (1h. 44m. 24s.). Un kilómetro antes le dije a mi hijo que esprintara y me dejara tirado, cosa que hizo porque su carrera acababa ahí. El muy perro, con la fuerza de un chaval que no ha cumplido aún los veinte años y con la falta de respeto propia de los de su edad hacia su anciano padre, se puso como una moto a casi 4 el kilómetro con unas piernas envidiables llenas de explosividad.

  • ¡Síguele, ve con él, coge ese ritmo!

«Calla, joputa, ¿quieres que me de un colapso aquí mismo?», le solté. Ahí empezaba mi maratón. Y el del duende cabrón. En ese momento el tipo de verde se dedica no solo a calentar mis oídos y recordarme todo lo que he hecho mal los meses previos:

  • Cuesta esta cuesta, ¿eh? Pues no haber preferido dormir aquel día que tocaba entrenar en pendiente.
  • Se van notando los kilos y el exceso de peso, ¿verdad? ¿Recuerdas aquel hamburguesón con queso y los litros y litros de cerveza a los que no has sabido decir que no?
  • Si hubieras entrenado más las series en lugar de cambiarlas por rodajes largos… ¡Y no hablo de elegir entre Juego de tronos o El señor de los anillos!

El duende cabrón no se limita a minar mi moral, decía, sino que además desenfunda su punzón y comienza a pincharme por algún punto del cuerpo. En el kilómetro 22 empezó a molestarme la planta del pie izquierdo en cada pisada.

  • Si te hubieras hecho un estudio de la pisada y comprado unas buenas plantillas…

No le hice caso y seguí sin aflojar el ritmo. El dolor remitió y pasé el kilómetro 30 en 2h. 29m. 30s., todavía a un ritmo medio de 4m. 59s. por kilómetro, una barbaridad para mí. Como dábamos vueltas al mismo recorrido se produjo una circunstancia extraña, y es que yo estaba adelantando a los últimos corredores que terminaban su medio maratón, pero a mí empezaban a doblarme los primeros de la general del maratón completo, que enfilaban ya hacia meta. Galgos, trotones y tortugas en el mismo asfalto.

  • No has entrenado más de 25 kilómetros seguidos, así que no te creas que vas a aguantar este ritmo.

Tenía que abstraerme y seguir haciendo mi carrera. Muy mal se me tenían que dar las cosas para no mejorar mi marca personal.

  • Pero vas listo si crees que te voy a dejar tranquilo.

Y efectivamente. El duende cabrón clavó su punzón junto a la rodilla derecha y luego en la izquierda. Tuve unos metros bastante complicados hacia el kilómetro 35, y me tuve que parar. Estiré, traté de recomponerme y volví a trotar lentamente, pero el duende cabrón, sabedor de que había fortalecido el gemelo derecho en los meses previos a la carrera, me atacó el izquierdo. Dicen que todos debemos dejar una huella en la vida, pues bien, yo la dejé en la señal de Paso de cebra del kilómetro 36, porque me apoyé en ella para estirar el gemelo con tal fuerza que la doblé hasta casi tirarla. Lo reconozco, autoridades, lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir.

Un tipo de esos que corren con una especie de cartuchera en la cintura como si fueran Mario Bros, de esos que lo mismo llevan glucosa, geles reconcentrados de hidratos o vaselina que yo-qué-sé una inyección de cortisona, me ofreció un espray que leí que era «Cramp Stop», o sea un anticalambres, un líquido milagroso para frenar los calambres.

  • No te creerás esa mierda, que ahora te echas un espraicito y te va a desaparecer el dolor, ¿no?

Por supuesto que no, pero aun así me lo eché. Se lo agradecí al tipo, un neozelandés según pude saber, pero no sirvió de nada. El pobre kiwi iba peor que yo, así que le dejé atrás y seguí mi camino. El kilómetro 38 se me hizo eterno y llegué a pensar que me había confundido de recorrido porque no veía el cartel pese a que me parecía que llevaba corriendo cien años seguidos. Además, pese a que no me había adelantado, volvía a tener al kiwi por delante, por lo que sospecho que o yo me confundí de recorrido o el tramposete había acortado el camino por algún sitio. Era sencillo, bastaba con saltarse los conos y podías recortar un par de kilómetros.

  • Ponle la zancadilla, por fullero.

«No, que seguro que me caería yo, que no me quedan fuerzas».

Por fin pasé el kilómetro 38 y fue ahí donde se produjo el momento humillante del día. Resulta que a las 9 de la mañana comenzaba la carrera de 10 kilómetros y salieron como posesos a devorar cada kilómetro. Y su kilómetro 3 coincidió con mi 38, así que sentí a unos aviones que me venían por detrás como si les persiguiera la policía o una jauría de perros rabiosos. La madre que me parió, me pasaron como el Correcaminos al Coyote, dejando una estela a su paso. La organización debería pensar que no es bueno para nuestra moral ver a unos tíos que van a menos de 2m.45s. el kilómetro en el mismo asfalto que los que ya estamos por encima de 6m./km.

  • Venga, valiente, cógele la rueda, una buena referencia.

«No te mando a donde me gustaría porque esto lo lee mucha gente, pero si no…». Seguí a lo mío, que no quedaba nada, pero pasar por la puerta de tu casa (km. 40,5) cuando estás deseando acabar es una tentación demasiado grande a la que afortunadamente no sucumbí.

  • Déjalo ya y te das un bañito en la piscina. ¡Tienes hasta jacuzzi!

Y otro pinchazo más al gemelo. Mi familia me esperaba como último punto en el 41, me dieron una bandera de España y los ánimos que necesitaba para acabar. Y no hice nada mal ese último kilómetro, como he visto en el vídeo de la organización, lucí la bandera con orgullo y atravesé la meta en 3 horas, 45 minutos y 9 segundos. Creo que fui el primer español en la clasificación general. Y el último también.

Me quedé lejos de las 3 horas, 30 minutos a los que apunté durante la mayor parte de la carrera, pero acabé muy satisfecho. Como siempre. Entré por los pelos en el primer tercio de la clasificación general, así que no estuvo nada mal. Pero lo importante no es eso, sino superar el reto una vez más. Vencer al raca raca de mi amigo el duende cabrón, el Tío del Mazo, como le llaman otros. El Muro contra el que te estrellas porque tu cuerpo desconoce la sensación de correr tanto tiempo seguido.

  • Enhorabuena, chaval, lo has conseguido. Ahora, una duchita y nada de postureo, ¿eh?

Gracias, duende cabrón, pero lo bueno de terminar un maratón junto a la playa y a una hora tan temprana es que a las once de la mañana puedo estar tirado en una playa de arena blanquísima practicando el mayor postureo fotográfico que practica la gente hoy en día. Ahí la tienes, puro relax merecidísimo:

Postureo

P.D.: mis chicos estuvieron estupendos. Rachel acabó en 2 horas y 4 minutos, y Lester Jr. en 1h. 43m. 24s. No es porque sea su padre, pero ¡aquí hay madera!

Medallas maratón

Cara Lester

 

6 comentarios en “El duende cabrón, por Lester

  1. El dia que corras una maraton pensando solo en como poner un pie y luego el otro el minimo tiempo posible en el suelo y nada mas, bajaràs de 3h:30 seguro. Pero no te sabrà igual de bien que esta, ni tendràs estos detalles e historias para contarnos. Con lo cual mejor sigue asì. Felicidades otra vez y como siempre: Envidia pura por los lugares y viajes!!!. Admirable lo de tus hijos!! No se tu, pero yo con veinte años no hacìa estas temeridades (a esas horas los domingos solìamos estar muy bien hidratados…jajaja

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