Supongo que la mayoría ha visto este fin de semana las espectaculares imágenes del keniata (o keniano, como dicen otros) Dennis Kimetto batiendo el récord del mundo de maratón en Berlín. Este hombre, o este extraterrestre, fue capaz de terminar los 42 kilómetros (¡y 195 metros!, como siempre recuerdo) en 2 horas, 2 minutos y 57 segundos. Para el que no sea capaz de entender qué significa esta barbaridad, le diré que significa correr a 2 minutos y 55 segundos por kilómetro. Hace años, Martín Fiz, campeón del mundo de maratón en 1995, hizo una prueba en El Retiro de Madrid para aficionados. Consistía en tratar de correr 500 metros a su lado a ritmo de maratón profesional. Sólo los muy preparados (y con esfuerzo) eran capaces de seguirle. Es una barbaridad, vas esprintando todo el tiempo y antes de llegar a los 500 metros te falta el aire. Pues venga, majete, imagínate ahora 42 kilómetros a ese ritmo. Es imposible. De hecho, estos kenianos, etíopes o eritreos no corren, flotan sobre el asfalto. No lo pisan con sus pies de geisha, como nosotros los mortales hacemos con nuestros zapatones, sino que levitan y se desplazan más de dos metros hasta el siguiente roce con la calzada.
Las imágenes de Kimetto atravesando la puerta de Brandeburgo me han recordado aquel lejano 25 de septiembre de 2011 en el que corrí el maratón en ese mismo escenario. Atravesar la puerta de Brandeburgo corriendo (más bien arrastrándome) entre otros atletas populares, con miles de personas animando, es una sensación inolvidable que me puso la carne de gallina. Igual que el domingo viendo las imágenes de Kimetto.
Berlín es la ciudad perfecta para correr el maratón. Allí se ha batido el récord del mundo las últimas cinco veces. En realidad es una ciudad perfecta para muchas cosas. Tiene una historia interesantísima detrás, con todo lo referido al muro y lo que significó, la Stasi y su sistema de espionaje sobre los ciudadanos, y por supuesto, la viva historia de la reunificación de las dos Alemanias. Tiene rincones tan curiosos como el museo Checkpoint Charlie o el Museo Judío, paseos tan agradables como cualquiera que hagas en barco por el río Spree, o la isla de los Museos, y sitios como la Gendarmenmarktplatz o la cúpula del Reichstag. Y el sorprendente Museo de Pérgamo, con el altar completo «robado» a los otomanos, una maravilla de 35 metros de ancho y 33 de profundidad.
Una ciudad plana, con un clima templado en septiembre. Perfecta para correr. Allí estábamos 40.000 corredores a las 9 de la mañana dispuestos a darlo todo. En la primera línea de la carrera, más de 100 metros por delante de nosotros, estaban los profesionales. Entre todos ellos destaco a uno: Haile Gebreselassie, quizás el mejor fondista de todos los tiempos. Le pido datos a la «Central» Barney, que inmediatamente me los da: 25 récords del mundo a sus espaldas, cuádruple campeón del mundo de los 10.000 metros, medalla de oro en Atlanta 96 y Sidney 2000 en 10.000, y recordman del mundo de maratón por aquellas fechas de 2011, con 2h. 03m. 59s. Entre los españoles, el carismático Martín Fiz, quien a sus 48 años todavía era capaz de correr por debajo de las 2 horas y media.
Del bueno de Gebreselassie me maravillaban muchas cosas. Bajito, apenas 1,65 m., pero con una zancada que destacaba entre corredores mucho más altos. Es el noveno de 10 hermanos y desde pequeño se acostumbró a ir al colegio corriendo con los libros bajo el brazo izquierdo. 20 kilómetros diarios con un par de libros agarrados al pecho, de ahí que tenga ese gesto tan característico con el brazo izquierdo, como si añorara los ejercicios de matemáticas.
Cuando corría en pista era capaz de dar la última vuelta, los últimos 400 metros, en apenas 52 segundos. Y con una sonrisa en la cara. En la final de los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004 corrió con una lesión en el tendón de Aquiles, pese a lo cual siguió en pista para tratar de ayudar a su compatriota Kenenisa Bekele a que consiguiera el oro. Le marcó el ritmo mientras pudo, salió en respuesta a los kenianos, y consiguió terminar quinto, pese a que en los últimos 3 kilómetros ya se le apreciaba una ostensible cojera. No consiguió medalla, pero una vez más se ganó el cariño de todos los que lo presenciamos. En meta, un tipo como él, que ya lo había ganado todo, lejos de quejarse del dolor o de lamentarse de su peor puesto en una carrera en los Juegos, mostró su mejor sonrisa para celebrar la victoria de Bekele.
Después de esa carrera se operó el tendón y se dedicó a las largas distancias del maratón y el medio maratón, en esa extraña mutación de los fondistas que ya no pueden correr 10 kilómetros a ritmos de 2,40 min./km., pero sí son capaces de hacer 42 kilómetros a 3 min./km. Es decir, menos rápidos, pero más resistentes. Grandes campeones como Carlos Lopes, Martín Fiz, Abel Antón o Gebre dieron el salto al maratón rondando los 35 años de edad. Y todos sabíamos que si Gebre se ponía con algo, lo conseguiría. Y así fue. Batió el récord del mundo del maratón en 2007, con 2h.04m.26s y volvió a hacerlo en 2008, con 2h.03m.59s. En Berlín las dos veces, cómo no. Para el que tenga 15 minutos, le recomiendo que vea el Informe Robinson sobre Gebreselassie y sobre esta carrera de 2008. Una maravilla.
Tres años después de aquel récord del mundo, el 25 de septiembre de 2011, allí estábamos Gebre, Martín, 40.000 personas más y yo. Y como decía al principio, los mortales partíamos por detrás. Esto tampoco lo he entendido nunca. No sólo son infinitamente mejores, sino que además les damos ventaja. Lo suyo sería que salieran por detrás y nos fueran adelantando luego a todos, ¿no? Así al menos tendríamos la oportunidad de verles. En ocasiones y dependiendo del recorrido, tienes la suerte de cruzarte con los profesionales. Ellos van por el kilómetro 36 y tú por el 20, pero los recorridos se cruzan en algún punto de las ciudades. Es impresionante. Son de otra raza, y no porque sean negros. También los blancos son de otra raza. O más bien, son de otra especie animal. Son una evolución del cuerpo humano, con piernas finísimas y fibrosas, sin grasa, sin tripón cervecero ni michelines.
Antes de salir ya me encontraba un poco cansado, por la paliza que nos habíamos dado el día anterior pateando la ciudad. Desde luego que no es lo más conveniente, pero uno compite para disfrutar, no para hacer marcas, así que tampoco me iba a lamentar. Más me habría lamentado de no haber conocido la ciudad. El recorrido del maratón de Berlín comienza por el lado oriental, que no es especialmente bonito. Había mucha animación, pasábamos por grandes avenidas y hasta el kilómetro 25 lo disfruté bastante. Pero había cometido muchos errores, no sólo la paliza del día anterior: una mala noche, el desayuno, y sobre todo, el error de principiante de beber en exceso. Como no se trata de hacer una crónica de «mi» maratón, simplemente diré que en el kilómetro 30 ya empezaba a ir tocado, y en el 38 me encontraba bastante regular, como si me hubieran atado unos sacos terreros a los muslos. El 39 pasaba por la puerta del hotel en el que nos alojábamos y de verdad que estuve tentado de abandonar, pegarme una buena ducha y meterme en la cama. Pero seguí, no iba a retirarme tan cerca de la meta. Me estaba mareando un poco, así que paré en el puesto del kilómetro 40. Los alemanes son tan austeros (no digamos la palabra «cutres», pese a que de noche las calles estén a oscuras) que en lugar de darte esponjas húmedas en cada avituallamiento, te dan una sola para toda la carrera y luego hay baldes con agua para que la mojes tú mismo cada 5 kilómetros. Como yo no llevaba esponja, metí las manos en el balde y me empecé a echar agua en la cara, para que se me pasara el sofocón. Fue otro error más, porque el balde debía llevar el sudor mezclado de los 10.000 corredores que me precedían. Lo noté por el sabor salado que sentí por las mejillas y la comisura de los labios. ¡Ascazooo!!!
Pero pude volver a la carrera y enfilar los últimos dos kilómetros por la Avenida Unter den Linden, que termina en la Puerta de Brandeburgo. Me estaba arrastrando por la calzada, justo a tiempo de ver cómo una teutona que seguro que se llamaba Astrid o Gertrud, con un culo del tamaño del de la Merkel, me adelantaba por la derecha. Me daba igual. Cuando atravesé la Puerta de Brandeburgo, a menos de 300 metros de la meta, se me puso la carne de gallina y sonreí. Lo iba a conseguir. Tuve fuerzas incluso para levantar los brazos y salir sonriente en la foto. Unos segundos por debajo de las 4 horas de carrera. 15 minutos más del tiempo que aspiraba a conseguir. Pero me daba igual.
Al llegar a la meta vi un cartel con el tiempo del ganador. Patrick Macau: 2h. 03m. 38s. Récord del mundo. Qué bestia. Cuando él llegaba a meta yo debía andar por el kilómetro 24.
Unas horas más tarde en el hotel estuve buscando los resultados de la carrera y mis tiempos de paso. Leí lo ocurrido con los profesionales. Gebreselassie tuvo que retirarse pasado el kilómetro 28 entre fuertes dolores. Ya tuvo un amago de retirada unos kilómetros antes, pero siguió peleando hasta que las fuerzas le fallaron. Martín Fiz acabó en 4 horas y 37 minutos, lo cual me resultó incomprensible en ese momento. Unos días después colgó su crónica en una web y explicaba cómo comenzó a sentir molestias en el kilómetro 15. En lugar de abandonar, su objetivo pasó a ser terminar la carrera, como los atletas populares. Por encima de 4 horas si era necesario. Quería saber qué supone el sacrificio de acabar un maratón con dolores, con el sufrimiento del resto de los mortales. Luchando contra los calambres. Su maratón de Berlín 2011 es una gesta mayor que muchas de sus victorias.
Como anécdota, ante los amiguetes, suelo vacilar diciendo que en un día malo conseguí derrotar a dos campeones del mundo.
Ahora que comienzo a dar mis «primeros pasos» en esto del running (hasta ahora mi deporte favorito era el shopping) valoro, más aún si cabe, las proezas de estos deportistas. El resto de los «muggles» tendremos que conformarnos con llegar a la meta, intentar superar nuestras marcas y sobre todo con disfrutar del deporte, ¡que no es poco!
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Buenas, Whalla. He tenido que buscar en Internet qué es un muggle, es lo que tiene no ser un forofo de Harry Potter. Una escoba de esas no vendría mal para acabar las carreras. Te dejo un link a un enlace sobre las razones para animarse a correr: http://www.elle.es/moda/consejos-de-moda/ventajas-running
A superar tus metas, ¡ánimo!
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No soy forofa de Harry Potter jajaja 😉
El enlace, qué casualidad, lo leí hace un par de días pero de todas maneras muchísimas gracias (y por los ánimos también), quizá algún día pueda correr una de 42 Km quien sabe…
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Lester, estoy totalmente de acuerdo contigo sobre tus impresiones sobre Berlin, su interesante historia, museos, grandes avenidas con impresionantes edificios y, sobre todo, una gran animación a pesar de esa austeridad palpable hasta en el vestir de la gente.
Coincidiríamos quizás ese mismo domingo soleado de Septiembre en la carrera?
Gracias por compartir tu experiencia maratoniana, tus emociones y gracias por hacernos ver a los que solo aacudimos a las carreras a animar y alentar a esos valientes que la vida esta llena de retos y no se trata de ganar a nadie sino de superarnos a nosotros mismos. Alcanzar nuestras propias metas. Enhorabuena!
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Gracias, compañera. Puede que coincidiéramos en Berlín. Yo iba con una camiseta de Madrid y me encontré a varios españoles animándome. Y corriendo también. Al acabar la carrera recuerdo que nos zampamos unas jarras de cerveza de un litro y el típico menú degustación alemán: salchichas blancas, salchicas rojas y delgadas, salchichas rojas y gordas, salchichas rosas, codillo, dumplings,… Creo que al acabar el día y pese al desgaste, había cogido peso. Como bien dices, otro reto superado (el de acabarme la fuente de salchichas, me refiero).
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Ehhhh Lester, dijisteis que avisaríais con un correo cuando os juntarais a tomar unas jarras!!!
Siento envidia sana por el turismo-running. Algún día espero poder hacerlo por el mundo aunque me juegue unos minutos de marca en una carrera. Seguro que tu día anterior mereció mucho mas la pena que si te hubieras ido al hotel a descansar.
Buenísima la anécdota del perol de agua salada, me lo estoy imaginando hasta con otros fluidos flotando… Seguro que en esas distancias a partir del kilometro 30 corriendo en «nivel popular» se calienta el cerebro y mejor no usarlo mucho.
La preparación de un maratón debe ser muy dura: Frio, calor, después o antes del trabajo, tiempo con la familia, fuerza de voluntad, constancia, sufrimiento, dolores… Aun así me gustaría probarlo cuanto antes, pero al «so ca… riñoso» de mi jefe (el director de control de gestión) últimamente le da por gestionarme el tiempo y me envía de viaje todas las semanas. Supongo que lo hará por mi bien para que no sufra ni me lesione entrenando y haga turismo.
Run Lester, run!!!!!!
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Pues ánimo, que seguro que tienes una buena marca en tus piernas. Y lo de sacar tiempo para entrenar, estoy de acuerdo contigo. Es muy sacrificado, hay que sacar tiempo de donde sea, en cuanto tienes un hueco. Y ser disciplinado. Si ahora te toca viajar, complicado, habla con el CEO de tu empresa a ver cómo valora reducir los viajes porque necesitas entrenamiento. Quizás sea una persona comprensiva y acceda a tus pretensiones. Venga, échale un par…
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