Maratón de Nueva York (II),… y el glorioso después, by Lester

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«Congrats!», «You got it!», «Great job!», emociona oír frases así cuando terminas una carrera tan dura como esta. Y puedes seguir oyéndolas a lo largo de todo el día, porque una de las tradiciones del maratón de Nueva York es pasear las horas y los días posteriores con la medalla de finisher al cuello. Anoche Times Square estaba lleno de corredores con su medalla al cuello, haciéndose fotos y escuchando los elogios de la gente con la que te cruzabas. Te emocionas, te creces, te congratulas, sobre todo si lo has tenido que pelear o sufrir a lo bestia.

La jornada empezó a las cinco de la mañana, con los típicos rituales del maratón: un buen desayuno, hidratarse, vaselina, cremas y tiritas para evitar rozaduras y ampollas, y una de las cosas más importantes: hacer de vientre. Quitar lastre, evacuar. Con los nervios de la carrera nunca he tenido problemas.

A las seis de la mañana teníamos que estar en la Biblioteca Pública de la Quinta Avenida para hacer una cola de ¿cinco mil, ocho mil, personas? para subir a los autobuses que nos llevarían a Fifth Pussy Downtown, traducción libre de Quintocoño de Abajo, o Staten Island, que estaba a tomar viento de Manhattan. La explanada en la que nos tumbamos los más de cincuenta mil zumbaos que íbamos a salir a correr es de lo más curioso.

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Servicios religiosos, gente con albornoces, con mantas multicolores, o con la ropa más vieja que tienes en casa y que vas a donar a una ONG que recoge toneladas ese día, enormes colas para mear,… Voy a hacer un reportaje desde el interior del maratón, pero entenderéis que omita la parte de las casetas portátiles de baño.

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Existe una solidaridad del runner, una extraña conexión que te permite entablar conversación con cualquier otro corredor que te encuentres, sea como en mi caso de México, Sudáfrica, Italia, Nueva York, Canadá, o un joven guatemalteco con el que estuve charlando un buen rato. Esa solidaridad es la que te lleva a dejarle lo que te pida en esos momentos, a regalar sonrisas y buen rollo durante la carrera, o a animar a un corredor al que ves sufriendo o con calambres.

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La carrera comienza en el puente Verrazano bajo los acordes del New York, New York de Frank Sinatra, que te pone la carne de gallina. En estos días he entendido mejor que nunca la parte de «… the city that never sleeps», porque los ruidos nocturnos son tan impresionantes que apenas te dejan dormir. Cuando un coche de policía pone la sirena a las tres de la mañana parece que está pasando por el pasillo del hotel de tu misma planta. Pero cuando es un camión de bomberos directamente sientes que está pasando por encima de tu cama. Yo creo que dormí bien apenas cuatro horas. Como dije en la primera parte estaba muy cansado antes de empezar, pero no me importaba. Este era un maratón para hacer turismo, más para hacer un reportaje que una buena marca, así que salí tranquilito a 5m. 30s. el kilómetro en lugar de los 5m. o 5m. 10s. de mis últimos maratones. El objetivo era acabar, y a ser posible por debajo de cuatro horas.

El maratón de Nueva York atraviesa los cinco barrios o boroughs de la ciudad. Tras dejar Staten Island entramos en el animadísimo Brooklyn. Me pareció una pasada la enorme cantidad de gente congregada en las calles, animando, gritando con el característico y ensordecedor «uuuouuouuuh!», aplaudiendo el paso de todos los corredores. Un montón de bandas musicales amenizaban el recorrido. De todo tipo, bandas de rock, raperos, percusionistas, un coro evangélico, y un tipo que no sé si era el último Nobel de Literatura o un viejo rockero con unas cuantas copas de más.

20161106_112118Salí reservón, pero las piernas me iban fenomenal. Cargadas, pero bien, y sin darme cuenta ya llevaba una hora corriendo. La animación solo cesó cuando atravesamos el barrio judío de Brooklyn. Me llamó la atención el silencio que había. El escándalo lo montábamos la marabunta de corredores, pero en las aceras solo se veía a algunos judíos ortodoxos jasídicos. Para que me entendáis, lo que el vulgo denominamos «judíos con tirabuzones y bombín». Y mujeres con peluca y gorro de Jackie Onassis, añadiría. Nos miraban como si estuviéramos invadiendo su barrio, que era realmente lo que estábamos haciendo, y pude comprobar cómo cuando un judío con tirabuzones dice que va a cruzar una calle, la cruza sin inmutarse, aunque cientos de personas estén a punto de pasarle por encima.

Creo que todavía no habíamos llegado al siguiente barrio, Queens, concretamente al llamado Jamaica Queens, pero el caso es que me quedé impregnado del buen rollo que transmitía una banda de jamaicanos con rastas cantando reggae. Transmitían tan buen rollito que estuve a punto de pedirles un par de caladas de esas hierbas aromáticas que fumaban y que al parecer provocan un efecto inmediato de relajación muscular. De Queens no hay nada especialmente reseñable, salvo una rubia espectacular, con ropa muy apretada y un cartel en alto con solo tres letras: «SEX». Yo creo que nos levantó una enorme sonrisa a todos, y seguro que alguno se paró en seco a ver si la propuesta iba en serio. 20161106_134756

Los carteles del público para animar el maratón son otro de los alicientes que encontré. Me quedé con algunos, como «Run Now, Rum later», «¿tanto esfuerzo para conseguir un plátano gratis?», o varios anti-Trump. Especialmente uno que vi en varios puntos con una foto de Trump y la frase: «golpea aquí para conseguir una motivación extra». Bum! Y la gente golpeaba el careto, ya lo creo que lo hacía. Una chica corrió la carrera disfrazada de leopardo, con cola y todo, y en la espalda llevaba un cartel que decía «Yo corro como si me persiguiera Donald Trump«.

El público es espectacular a lo largo de casi todo el recorrido. Se calcula que dos millones de neoyorquinos salen a las calles a disfrutar de esta fiesta del deporte popular. No puedo decir como el tópico aquello de «te llevan en volandas», porque a mí no me llevó nadie cuando más chungo estaba, pero sí te hacen sentir que no puedes defraudarles, que están deseando que termines tanto como tú mismo. Y para eso no van a escatimar en ofrecerte ayuda, ya sea en forma de ánimos, como con comida. Plátanos, naranjas, galletas, unas bebidas de color extraño (y no eran isotónicas), barritas de cereales,…

Sin darme cuenta estaba en la media maratón. Una hora cincuenta y siete minutos, más o menos el ritmo previsto de 5m. 30s. Un poco por encima, pero si le quitamos el tiempo de hacer fotos o saludar a la familia, estaba ahí. Al pasar el puente de Queensboro que nos llevaba a Manhattan, empezaron las primeras dificultades. No sé de qué material estaba hecho ese puente, pero el caso es que empezaron a dolerme las plantas de los pies, y especialmente los dedos. Y no era un dolor de ampollas, sino del propio hueso, como si algo me oprimiera el pie. Nada del otro jueves, fue bajar ese puente interminable, cerca del edificio del organismo que está consiguiendo hacer de este mundo un sitio idílico para vivir (me refiero a Naciones Unidas, por supuesto) y el dolor se me pasó.

Comenzó entonces el recorrido por un Manhattan repleto de gente animando en las calles, neoyorquinos, holandeses, belgas, italianos, muchos mexicanos, franceses, y por supuesto, muchos españoles. La First Avenue parece no tener fin cuando la tomas. Unos seis kilómetros en línea recta donde no ves el final, pero te da igual porque realmente vas mirando a los lados, disfrutando de ese ambiente único. 20161106_131844

La carrera ya solo abandona Manhattan una vez y es para hacer un pequeño recorrido por el Bronx. Allí, nada más pasar la milla 20, kilómetro 32, me llegó el pinchazo en la parte posterior del muslo. El bíceps femoral, creo. En cierto modo, sonreí. No me preocupé en absoluto. No sé por qué estaba convencido de que me iba a llegar antes y de que tendría que pensar seriamente en retirarme. Pero en el kilómetro 32 ya solo piensas en llegar y seguir disfrutando a pesar del dolor. Paré a estirar, me recompuse un par de minutos, y arranqué de nuevo. Un negro muy negro se me acercó y me gritó: «You’ll get it! You’ll get it!», y cuando un negro del Bronx te dice que vas a conseguir algo, descuida, amigo, que sabes que lo vas a conseguir.

20161106_134820Puesto que el tiempo era secundario, el objetivo único era acabar. Iba bien de respiración y de pulsaciones, pero no podía hacer nada contra los calambres que empezaron a atacarme en varios puntos: gemelos, cuádriceps, pestañas,…Así que me dediqué a mirar a mi alrededor y a tratar de sacarle todo el jugo a la experiencia. Hice varias fotos, choqué todas las manos que me ofrecieron los niños, sonreí en todos los puntos en que me pedían una sonrisa, hasta bailé (solo con los brazos) con el rap del kilómetro treinta y muchos.

Del Bronx pasas a Harlem, y de ahí a meta ya solo quedan ocho kilómetros, los últimos tres por esa maravilla verde en el interior de Manhattan que es Central Park. Mi ritual era el mismo: estiraba un poco, caminaba con zancadas largas, y cuando el dolor muscular bajaba un poco, corría de nuevo hasta que tenía que volver a parar por el dolor. En estos últimos kilómetros la multitud que se agolpa en los laterales es todavía mayor que la que hay durante el resto del trayecto. No paran ni un segundo y no dejan de recordarte lo cerca que tienes esa meta. «Ahora no puedes parar». No, claro que no, y por la razón que fuera conseguí correr unos tres kilómetros seguidos. A ritmo de octogenaria camino de la panadería, eso sí.

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Mi familia me estaba esperando en el kilómetro 40 y me dio una bandera de España con la que entraría en meta. Estaba tan cansado que más bien parecía que llevaba una vela enorme que me frenaba, pero no la solté. La meta estaba allí, a menos de ochocientos metros. Me di el gustazo de adelantar con la bandera a un tipo que llevaba un cartel a la espalda de esos que pone la organización «I run for… / Yo corro por…» para que pongas tu mensaje particular, y el de este individuo ponía «Freedom for Catalunya». Le enseñé mi capa española y sería mi solidaridad de runner la que quiso animarle: » tienes razón, a ver si os libráis de esos políticos que tenéis».

Mis últimos doscientos metros fueron patéticos. Espero que el vídeo no salga nunca a la luz, porque iba totalmente acalambrado y reduje mi zancada hasta unos penosos veinte o treinta centímetros. La octogenaria me habría adelantado, sin duda. Entré en meta y fue tal la emoción que sentí que se me saltaban las lágrimas. Sí, lo reconozco, me estoy haciendo mayor y me emociono con facilidad. Sentí algo parecido a mi primer maratón, la enorme satisfacción de haber superado algo que creías que no conseguirías. 20161106_144210

4 horas, 15 minutos, mi tercera peor marca en 14 maratones. Una marca como las que hacía hace diez años. Media hora peor que un año antes. 38 minutos peor que mi mejor marca, casi un minuto por kilómetro más. Y qué más da, la satisfacción era mayor que nunca. Tengo mi medalla, tengo el reconocimiento de la gente por la calle, tengo mi satisfacción personal. Gracias, cariño, por haber estado siempre ahí, apoyando. Me gustaría decirle a mi nuevo amigo negro del Bronx:

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19 comentarios en “Maratón de Nueva York (II),… y el glorioso después, by Lester

  1. Grande Lester!!! Experiencia única que te llevas. Sí señor!. Espero que no te amargue el sabor de tu logro saber que Raúl hizo una marca bastante más discreta que la que tiene Luis Enrique…

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  2. Enhorabuena Lester!! eres un crack. No conozco a mucha gente que haya corrido 14 maratones… de hecho, sólo a ti. Yo estoy empezando a entrenar mi primer Maratón, el de Madrid en abro 2017, y ya estoy nervioso. Ya me contaras cómo hacerlo posible

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  3. Lo he leído despacio e intentando visualizar cada momento y me sale la envidia (sana) por los ojos . Iba a hacer broma sobre tus 20 minutos de retraso en la 2ª media respecto a la 1ª con lo de la “rubia del sex” pero… ¡mas envidia! Diría algo sobre la relación inversa entre futbol y “fondismo” (a mejor futbolista peor resultado en maratones) pero… ¡aun mas envidia!

    Ese ambiente, el griterío acojonante que contáis todos los que habéis estado, creo que marca la diferencia. Creemos que los protagonistas son los corredores, pero son los centenares de miles de espectadores. Son los vaqueros que guían a voces a las reses para que entren finalmente en el recinto, ya estén cojas o sanas. Su objetivo es que no se les descarríe, ni se les pare ninguna en el trozo que les toca defender. Jalean, gritan, entretienen, alimentan, curan… lo que haga falta y se ponen contentos por todo “el ganao” que han logrado que traspase su zona. ¡Algún día quiero sentirme toro! Jejeje. A ver si después del mandato de Trump queda algún puente en pie y alguna avenida recta…

    Lo del catalán: Teníais que haberlo abrazado (el también lo estaba deseando) y entrar en meta juntos. Después, tras llevar la rojigualda y la estelada a la sede de la ONU para que hagan con ellas lo que mejor saben… haberos tomado una buena birra. Él contándote lo mucho que le gustó el Museo del Prado y tú diciéndole lo bonitas que son las vistas de Barcelona desde el Tibidabo, por ejemplo.

    ¡ENHORABUENA LESTER! Es uno de esos momentos de la vida que no se olvidan nunca. Gracias por compartirlo y además de una forma tan gráfica.

    ¡Que mas quisieran estos yanquis que tener un maratón con tanto ambiente como habrá en Málaga este año! Pescaito frito y rebujito en los avituallamientos (creo).

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  4. Enhorabuena, Lester. Yo disfruté exactamente de tu misma experiencia palabra por palabra este pasado Domingo con la diferencia de que acabé cuatro minutos más tarde y tan exhausto que aún tengo sabor agridulce de la carrera. Gracias por compartirlo!

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    • Enhorabuena a ti, Guillermo. Solo acabarlo es un meritazo enorme, y los neoyorquinos lo saben y lo valoran como nadie, como verías por las felicitaciones que nos iban dando por la calle. Me emocioné al poco de acabar la carrera cuando un par de policías (¡héroes en su país!) se me acercaron, me saludaron, me preguntaron por el tiempo que hice y me felicitaron por el esfuerzo y el gran trabajo. Me quedo con todos esos grandes momentos, por mucho que mi tiempo no fuera bueno. No me importó. Quizás las dificultades lo hicieron más emotivo para mí. Un saludo.

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  5. ¡Enhorabuena Lester!
    Alegra ver gente que lucha por conseguir su sueño y lo hace realidad. Eres muy grande!
    (ya me contarás la diferencias entre Central Park y la Avenida de la Albufera…..)

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    • Gracias, Tadelpo. Quizás hay dos momentos igualables a algunos del maratón de Nueva York. Uno está en el paso del maratón de Madrid por la Puerta del Sol, con mucha gente congregada en un lugar estrecho. El otro, sin duda, está en la Avenida de la Albufera y las calles del Valle del Kas animando a los esforzados corredores que disfrutan la última noche del año trotando por Madrid. La mayor diferencia está posiblemente en los sonidos: en Central Park se oyen aullidos típicos guiris, en Vallekas, chocar de botellines. Saludos.

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    • Pues nada, Daniel, espero haberte animado al mundillo este de los maratones, que tiene su aquel. Ahora, a calzarte unas zapatillas, y si ya eres aficionado a los 10 km. en nada estás en medio maratón, y de ahí al completo solo hay… 21 kilómetros más. Casi nada. Un abrazo.

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