En contraposición a esa reciente lista de «Cosas que odio», me veo en la obligación de escribir sobre todas aquellas otras que hacen que la vida merezca la pena (el comentario del Economista Salvaje me empuja a ello), por simples que estas puedan parecer.
Para cosas simples, aquella que mencionaba Ramón Gómez de la Serna en una de sus célebres Greguerías:
No hay que suicidarse porque merece la pena vivir
aunque no sea más que para ver revolotear las moscas contra el cristal de las ventanas.
Bueno, cada uno tiene sus motivos. Por mi parte tenía en mente esta idea desde aquella entrada de Travis sobre el Manhattan de Woody Allen, y el monólogo final con esa lista de cosas tan particular:
Su lista se decanta fundamentalmente por la belleza artística, la música, el cine, los libros o la pintura, y por las personas que le maravillaron o asombraron. Ocurre lo mismo en la (algo floja) película de Manuel Gómez Pereira que se titula igual que este post, Cosas que hacen que la vida valga la pena, en la que Iñaki Gabilondo y Gemma Nierga enumeran sus razones, con las que se puede estar de acuerdo, como el chiste de Forges, el mar, el sol en invierno, el vino de Rioja o el jamón serrano, y otras con las que no tanto, como jugar al mus, los primeros novios de tus hijos (¿en serio?), o las siestas en el sofá.
Si parodiáramos al genio neoyorquino, mi lista podría ser la siguiente:
Salvo lo de Megan Fox… El Economista Salvaje me recomendó que leyera Otro poema de los dones, de Jorge Luis Borges, y así lo he hecho (gracias, amigo). La bloguera Whalla recomendó en su comentario que nos fijáramos en la letra de la canción de Joaquín Sabina Más de cien mentiras (gracias, amiga), cuyo estribillo dice así:
Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
Según parece, esta canción estaba dedicada a una amiga que había intentado suicidarse y el de Úbeda le desgrana esos «más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas».
Así que entre Borges, Sabina, Woody Allen y el dúo Nierga-Gabilondo tengo cientos de cosas en las que fijarme para hacer mi lista, varios puntos en común para no quedar demasiado pedante o dar lástima cuando me atreva:
- Lugares que conocer y disfrutar: según Borges, «por la mañana en Montevideo», «por las altas torres de San Francisco y Manhattan», «por la mañana en Texas», al igual que para Sabina, «tenemos Venecia, tenemos Manhattan», o Gemma Nierga «Menorca».
- El aspecto más intelectual: La educación sentimental, de Flaubert para Woody Allen, mientras Borges se decanta «por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema, por el hecho de que el poema es inagotable», «por Verlaine, inocente como los pájaros», «por Schopenhauer, que acaso descifró el universo». Según Sabina «tenemos poetas, colgados, canallas, Quijotes y Sanchos, Babel y Sodoma», «tenemos lolitas, tenemos donjuanes», «guerras de Macondo», y «las novelas de Javier Marías» para Nierga (¿todas, también Tu rostro mañana?).
- Personas y situaciones que nos marcaron: «Groucho Marx, Jimmy Connors», «Marlon Brando, Frank Sinatra» o «el rostro de Tracy» en la lista de Allen. Sabina recordaba que «tenemos memoria, tenemos amigos», «abuelos que siempre ganaban batallas», «gángsters de Coppola«, «verónica y cuarto de Curro Romero». Borges escogía misterios insondables para el que esto escribe, como «las místicas monedas de Ángel Silesio» o «por ciertas vísperas y días de 1955», y afortunadamente dejaba otras universales como «el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad» o «por el arte de la amistad». La película de Gómez Pereira nos hablaba de «las películas de amor» o «los chistes de los niños».
- Y por supuesto la música: fundamental en la vida, indispensable en cualquier relación de cosas que hacen que la vida valga la pena. Woody Allen se quedaba con «el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, Louis Armstrong y su grabación Potato Head Blues», mientras que Sabina escoge «Lennon y McCartney, Gardel y Le Pera», «tenemos Quintero, León y Quiroga, y un bisnes pendiente con Pedro Botero». «Chavela Vargas» o «la música» para el dúo Nierga-Gabilondo, a la par que Borges agradece al divino «por la música verbal de Inglaterra, por la música verbal de Alemania», para finalizar «por los íntimos dones que no enumero, por la música, misteriosa forma del tiempo».
Así que me toca lanzarme a desgranar todas esas cosas que hacen que la vida valga la pena, aunque creo que ya me he referido a muchas con anterioridad en este blog, o si no, lo ha hecho alguno de los amiguetes:
Por supuesto no pueden faltar las cervezas con los amigos, los cafés pausados y sin prisas, el pan con aceite, el tercer tiempo y la charla distendida y sin pretensiones. El «cómo estás», el «dame un abrazo», el «qué alegría verte» y el «esto hay que repetirlo».
Las películas de Billy Wilder. Con Jack Lemmon y Walter Matthau, pero también sin ellos. Los gángsters de Coppola, y también los de Scorsese. Los matones de Tarantino, las comedias francesas, los neuróticos de Woody Allen y los que buscan su libertad o su sitio en este mundo irracional. Las criaturas de hace mucho, mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana y las tribus que pueblan la Tierra Media.
James Stewart, Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Kirk Douglas, Lauren Bacall, Cary Grant, Marilyn Monroe, Paul Newman, Ingrid Bergman,… no terminaría nunca.
La sonrisa de los niños, ser capaz de provocar su carcajada, que lloren de risa o se meen encima. La fascinación de los niños en la sala del cine, sus ojos abiertos ante un espectáculo de magia. La magia, los magos, esos artistas que nos hacen creer en los poderes sobrenaturales.
El aprendizaje de un hijo, la esponja que hay en su cerebro, verte a ti mismo reflejado en sus gestos, sus frases, sus reacciones.
El teatro, que nunca defrauda. El maravilloso milagro de contemplar en un escenario cómo el mundo entero aparece sobre las tablas, lugares alejados, personajes de otra época, tiempos pasados, historias eternas.
Rafa Nadal, el gol de Iniesta, el triple de Llull, el triple de Herreros, el 12-1 a Malta, la volea de Zidane, la recta final de Fermín Cacho, España 70-Grecia 47 en Japón, los 40 puntos de Gasol a Francia, el salto de los Gasol en el All Star, la victoria de Arantxa sobre Steffi Graf con 17 añitos,…
Correr sin cronómetro, por placer, descubriendo sitios desconocidos. Correr en Central Park, en las islas Aland, por bosques finlandeses o rodeando el Stanley Park de Vancouver. La recta final de tu primer maratón. La recta final del último. El cachondeo sano de la San Silvestre. Correr sin rumbo fijo mientras tus auriculares reproducen a Lennon y McCartney, y también al George Harrison de While my guitar. A Eric Clapton, Steve Vai, Dire Straits y el Angie de los Rolling. Sitting on the dock of the bay, I can’t get no satisfaction junto a The river, porque I want to break free.
La música, cómo no. Según pasan los años me voy aficionando a la clásica (si me oye mi madre). Me criticará si menciono el canon de Pachelbel, la Cabalgata de las Walkirias, el Adagio de Albinoni o la novena de Beethoven. Decía Sabina que hay más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas. Lo cierto es que el Adagio para cuerda de Barber o el violín de Itzhak Perlman para La lista de Schindler te provocan directamente las ganas de coger la navaja.
Los buenos sentimientos de las personas, desgraciadamente cada vez menos frecuentes. La solidaridad, el altruismo, la entrega desinteresada. La amabilidad. La gente que mantiene y defiende sus principios morales. Los voluntarios, los cooperantes, las ONGs. Los griegos que recogen ropa y alimentos para los refugiados sirios.
La casa del pueblo, el vino, las chuletillas de cordero, las meriendas con los amigos del verano, el pan recién hecho, el chuletón de Ávila y el cocido maragato.
La tan añorada tranquilidad. El placer de la lectura. Las novelas de Javier Marías, sí, como aquella que comienza diciendo que «nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda«. Los relatos de Borges, el sarcasmo de Groucho, El Buscón de Quevedo, El lazarillo de Tormes y La vida es sueño. No poder apagar la luz sin devorar unas páginas más de Tom Wolfe, Pérez-Reverte, Forsyth o Follett. El colegio me enemistó con El Quijote, La Regenta y la poesía en general, lo reconozco.
Envejecer junto a ella. Compartirlo todo con esa persona que ha estado siempre a tu lado. Los recuerdos compartidos y lo que está por venir. Mirar sus ojos y ver los tuyos. Pasear sin mirar el reloj, desayunar en una terraza con el sol del invierno en la cara. Y por los besos, los abrazos, las caricias y el cariño, solo por eso creo que la vida ya merece la pena.
Las siestas de verano, la pizza de los viernes, la magia de la Noche de Reyes, el primer trago de cerveza después de correr, las grandes llanuras de John Ford, ese libro que nunca empiezo a escribir, ese libro que nunca me canso de releer, las torrijas, la única canción que me hace llorar, los videos de cuando éramos pequeños… como dice Borges la lista es infinita…
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Gracias por la mención al blog. Efectivamente hay muchas cosas que merecen la pena. Tendré que escribir mi listado. De momento una de las que merecen es a la que voy… salir con las amigas, echar unos bailes, reír y contarnos nuestras historias. Como dice Coldplay: Viva la vida!
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Son infinitas las cosas por las que la vida mereca la pena. Sobre todo está el amor de la familia. Pero los amigos que nos han acompañado a lo largo de la vida y que hemos crecido juntos. Me sigue gustando mucho conocer gente nueva y aunque parece que ya no quieres ampliar el grupo, siempre te sorprenden. Para mí, de las cosas importantes ha sido la música, desde muy niña la he vivido y practicado. Cuando estoy en algun concierto de los que hacen historia, casi con lágrimas en los ojos, pienso(He sido testigo de ésto) por ejemplo hace un par de años o tres, vino Claudio Abado y tocaron la novena sinfonía de Mahler. Fué tal la fuerza con que transmitía esa música con un final tremendamente triste, y que terminaba apagándose como si fuera la muerte. Se hizo un silencio sobrecogedor. Todos los que estábamos allí, comprendimos que se estaba despidiendo de los que amamos la música. Murió a los pocos meses.
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