Son vikingos, por Lester

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Este mes de agosto he pasado buena parte de mis vacaciones en Finlandia y Estocolmo. Vaya por delante que el viaje ha sido una maravilla, recorriendo sitios maravillosos con un tiempo espectacular, y que nos ha encantado todo lo que hemos visto. A los finlandeses quizás les dedique una entrada otro día, pero hoy quería hablar de mi experiencia sueca, quería desmontar con algo de humor algunos de los tópicos o de las ideas preconcebidas que tenemos sobre Suecia y sus habitantes.

¿Y cuáles son esos tópicos? Pues que son gente muy civilizada, que gozan de uno de los mejores sistemas de educación del mundo, que tienen la suerte de vivir en un estado avanzado, con enormes beneficios sociales, bajas tasas de paro,… Es la cuna de los Nobel, de Ingmar Bergman, de Stieg Larsson, Bjorn Borg, Pippi Calzaslargas, de Ikea, la Volvo, Ericsson, ¡de Abba!. Un pueblo culto, que habla idiomas, con una democracia sólida, con gente trabajadora que paga sus impuestos, que cuenta con una monarquía que no se discute entre sus habitantes. Y las suecas, «¡las suecas!», como dirían los entrañables Alfredo Landa o José Luis López Vázquez, que elevaron a los altares para siempre el mito de las nórdicas como símbolo de belleza y feminidad.

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Pero son vikingos, a mí eso no me lo quita nadie de la cabeza. Es lo que aprendí de pequeño, viendo los dibujos de Vickie, el Vikingo, y cómo la inteligencia de este niño chocaba con la querencia por la fuerza bruta de sus paisanos. O Astérix y los normandos, que pinta a este pueblo como unos bárbaros cabezabuque, los cuales, aburridos en su aldea nevada, deciden salir a conocer el miedo.

Luego en el colegio aprendí que los escandinavos (Suecia, Noruega y Dinamarca) son los descendientes de los pueblos nórdicos que se hicieron famosos hace siglos por sus costumbres «asilvestradas» y los continuos saqueos a que sometieron al resto de Europa. Atacaron Inglaterra, Irlanda, Escocia, Alemania, la costa italiana, ¡incendiaron Sevilla en el año 844!

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De mi adolescencia recuerdo la película Los vikingos (1958), con Kirk Douglas, Janet Leigh, Ernest Borgnine y Tony Curtis, «¡por Odín!», recuerdo su modo de vida, esas fiestas salvajes comiendo con las manos y bebiendo cerveza en cuernos de toro, y yo pensaba lo bien que hubiera encajado en esa cultura, en ese pueblo, con mis amiguetes. Las diferencias se solucionan a hostias, para qué andarnos con zarandajas.

Hoy en día nos venden la idea contraria, la de un pueblo civilizado. Me llamó la atención que no oí bocinazos, ni pitos de los coches una sola vez. Tampoco vi coches abollados en Estocolmo, ni arañados por el típico gracioso que te raya la pintura porque sí, por putear. Yo creo que es por miedo, no por civismo. Si un vikingo te pilla rayándole el coche con una llave, te espera una muerte segura. ¿Qué ha ocurrido hace poco en un Ikea de Suecia? Dos muertos acuchillados. En la sección de cocina. Vikingos de toda la vida discutiendo por el último ejemplar de algo de nombre impronunciable. Seguro. Que esa es otra, el idioma que tienen y los nombres que ponen a sus artículos en Ikea. Este vídeo explica en siete segundos cómo los escogen:

 

A mí me extraña que no haya más asesinatos en los Ikea los fines de semana. Habré ido dos o tres veces en toda mi vida y pese a lo bien que me oriento normalmente, he acabado siempre mareado diciendo «quiero salir, quiero salir», angustiado en ese laberinto, con pensamientos homicidas hacia el primero que me roce en las costillas llevando su Ejklhomjers bajo el brazo. Quiero que algún médico me reconozca mi enfermedad, que podría llamarse «Ikleaustrofobia».

Y luego, tan modernos que son, tan capaces de meterte en una caja plana de 1,50 por 60 una cómoda completa, con sus cajones, pomos y demás, para que la montes en tres horitas tontas de fin de semana, y no son capaces de poner platos de ducha en sus cuartos de baño. Pensé que era vikingos11exclusivo de mi hotel, pero en Finlandia eran iguales, y en casa de mis amigos suecos, lo mismo. Te duchas sobre los baldosines y el baño tiene una ligera pendiente hacia un desagüe en mitad del baño. Absurdo, lo pones todo perdido, pero «como son muy civilizados», te ponen un palo fregona tipo limpiaventanas para que lo recojas. Yo prefiero el sistema tradicional, civilizado, un platito de ducha, y como mucho me molesto en recoger los pelos que la alopecia (y la falopecia) vayan soltando.

Y unas persianas, señores civilizados, amigos vikingos, que en verano amanece a las cuatro y media de la mañana, y por la ventana entran rayos de sol que traspasan hasta a la mejor de las fundas nórdicas. Entiendo que la persiana es un magnífico invento que sobra en esos inviernos larguísimos de noches interminables, pero, coño, en verano es indispensable. Lo que ocurre es que estos vikingos son gente práctica por encima de todo. ¿Cómo eran los Volvo clásicos? Unos coches cuadradotes, tipo caja de muertos, famosos por su resistencia y longevidad (casi veinte años de media), unos coches, en definitiva, tan robustos como una nave vikinga. Luego metieron a diseñadores, redondearon y estilizaron su línea, y la cagaron. Han acabado en manos de los chinos, como acabaremos todos.

Una de las principales atracciones de Estocolmo está en otro de sus «grandes éxitos» de la ingeniería: el Museo Vasa. Este museo está dedicado íntegramente al buque de guerra del mismo nombre, fabricado entre 1625 y 1628 con el objetivo de ser el mayor del mundo. El rey de Suecia, Gustavo Adolfo II Vasa, se empeñó a mitad de los trabajos en que lo construyeran todavía más alto, más grande, pese a que el ingeniero lo desaconsejaba. El rey le convenció a la manera vikinga, «o lo haces, o te ejecutamos», y como ocurre siempre que un jefe se mete a decidir acerca de lo que no sabe, la cagó. vikingos16

El barco zarpó un mes de agosto de 1628, y a la primera racha de viento, apenas a trescientos metros del puerto, se escoró y se hundió. Acabó como el barco de los piratas de Astérix y Obélix, en el fondo del mar. Un desastre de la ingeniería sueco-vikinga. El barco fue recuperado del Báltico 333 años después y ahora se expone en este interesante museo.

Pero nadie discute a la monarquía en Suecia, como decía al principio. Cualquiera que haya leído un poco la historia de este país, o en su defecto, haya visto la película Desirée, con Marlon Brando y Jean Simmons, conocerá la curiosa historia que hay tras la dinastía actual, los Bernadotte. Resulta que a principios del siglo XIX, la dinastía sueca se había quedado sin descendencia, y el Parlamento aprobó la designación de Jean-Baptiste Bernadotte, mariscal del ejército de Napoleón, como Rey de Suecia. Raro, ¿no? Unos vikingos eligiendo a un militar francés como representante de la corona sueca. Y nadie lo discute. Excepto, quizás, el propio Jean-Baptiste Bernadotte, que lucía un tatuaje con el lema «Mort aux rois», ¡Muerte a los Reyes!

Y es que la gente es civilizada en Suecia, pese a que se apuñalen en los Ikea. O pese a que sea el único país cercano en el que recordamos que se han cargado a su Primer Ministro por la calle, Olof Palme. Los otros son mucho más lejanos, como Kennedy o Lincoln en Estados Unidos, o Benazir Bhutto en Pakistán, países con una fama que no acompaña a los suecos.

No son tan trabajadores como nos cuentan, al menos el diseñador de las banderas de toda esa zona, el cual, según esta broma, era «Un puto vago». En horas de trabajo anuales están muy por debajo de los griegos y de los españoles. En algunos sitios han comenzado a implantar la jornada de treinta horas semanales.

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Tiene unos beneficios sociales tremendos para sus ciudadanos, condicionados sin duda por el clima y las horas de sol que tienen. Alguna ventaja tienen que ofrecer a sus habitantes o a extranjeros para que no emigren como las aves a latitudes más cálidas. Yo creo que en el fondo ese cachondeo de 20 horas de noche en invierno y 20 horas de sol en verano les tiene medio trastornados. Los animales se guían por el sol, no lo olvidemos, y dentro de cada uno de nosotros hay un primate, y dentro de cada sueco un vikingo. No es cierto el mito acerca de la tasa de suicidios del país, pero sí su problemática relación con el alcohol. En el divertidísimo (e inverosímil) libro El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson, todo se soluciona con dinamita o bebiendo. «Allan había aprendido a vikingos8desconfiar de quienes no se tomaban una copa si se les brindaba la ocasión», o «los abstemios representaban una amenaza para la paz mundial».

Supongo que el invierno es largo y muy duro, y de alguna manera tienen que llenar esas horas en el hogar junto a una sueca espectacular de pelo rubio casi blanco. Así dicho, cualquier español diría «¿encerrado en una casa durante horas con una sueca?», y emitiría a continuación una serie de gruñidos. El animal que llevamos dentro, recuerden. Echaríamos de menos a los amigos para contárselo a continuación, como Mario Cabré con Ava Gardner.

Las suecas. ¿Son para tanto, como nos hizo creer Alfredo Landa? Pues sí y no. Las que son guapas, son guapísimas, como en todas partes, con la diferencia, quizás, de que no sabes si tienen 18 o 35 años. No tienen apenas arrugas en la cara, en esa piel tan blanca, supongo que ayudadas por la conservación en frío. Sí me ha llamado la atención la cantidad de mujeres mayores tatuadas, pero tatuadas a lo bestia, espalda, hombros, escote, brazos, antebrazos, gemelos,… Mujeres de sesenta años, que es lo que me llamaba la atención, porque en nuestro país esta es una moda reciente que siguen sobre todo las más jóvenes. Esas suecas estaban a años luz de ser un mito erótico, más parecían las vikingas que esperaban a los guerreros para agasajarles con cerveza y/o con sus cuerpos.

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En fin, un gran país Suecia, una preciosa ciudad Estocolmo. ¿Los suecos? Raros. Bjorn Borg era el mejor tenista del mundo y decidió dejarlo todo a los 26 años por una rumana que luego le dejó a él. Algún vahído similar le dio a Greta Garbo cuando decidió desaparecer del mundo a los 35 tacos. Ingmar Bergman debe ser el único director que ha hecho que me entren ganas de cortarme las venas tras ver una película. Ibrahimovic es una bestia parda más rara que un perro verde, o tan rara como los modelitos horteras de las dos parejas que componían Abba, un grupo que debía andar emporrado todo el día, a juzgar por sus canciones a Waterloo («At Waterloo Napoleón did surrender oh yeah«) o a esa chiquitita que mira a las estrellas «allá en lo alto».

¿Y qué decir de Pippi Calzaslargas? Una pelirroja de trenzas almidonadas con un padre pirata que nunca estaba en casa, un caballo con lunares y un mono llamado señor Nilsson. ¿Qué clase de enseñanzas son esas para los chavales suecos? ¿Qué tipo de secuelas dejó en las generaciones que crecieron con esas historias que solo se entienden ideadas bajo los efluvios del vodka Absolut? Supongo que los tíos de extrema derecha que hacían que Stieg Larsson viviera escondido en su apartamento escribiendo las historias de Millennium estaban influidos por el espíritu de Pippi Langstrumpf (el apellido se creó igual que el nombre de los muebles de Ikea). Y para rara la historia de la viuda de Larsson, los derechos de autor y los buitres de su padre y hermano. Y las portadas de los libros, qué chungo, colegarsson.

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Un sueco tuvo la genial idea de inventar la dinamita para la industria y la minería, Alfred Nobel, y enseguida llegaron los vikingos para darle un uso equivocado y ponerse a destruir cosas y personas. Las duchas suecas se consideran un modo de tortura cuando no lo haces por placer pagando treinta pavos en un spa. Aunque para raro ese síncope cerebral que te da cuando simpatizas o te enamoras de tu secuestrador, del tipo o tipa que te está amenazando. No podía llamarse de otro modo que síndrome de Estocolmo.

Cuando volvía de esta ciudad en el avión cogí la revista de Scandinavian Airlines y encontré un artículo que define en cuatro palabras por qué estos señores tan civilizados, educados y con tantos beneficios sociales, en el fondo nos envidian. Envidian nuestro sol, nuestra calidad de vida, nuestra calidez humana y climática, nuestras playas, y sobre todo los precios de un apartamento en Nerja o Estepona.

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5 comentarios en “Son vikingos, por Lester

  1. Si, Lester, son raros los suecos, y para rarezas esa delicatessen típica a base de arenques podridos en lata que comen sobre panecillos y cuyos efluvios son tan tóxicos que hace falta ponerse mascarilla para respirar.

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  2. He estado tres veces en Suecia, y las tres me he ido del país con la misma impresión, que es sin duda la de un garrulo tipo Alfredo Landa en la peli que comentas: qué país más bonito; qué gente más civilizada; qué poco me gustaría quedarme a vivir aquí.

    No obstante, y por mucho mito que haya en todo lo que oimos y leemos de ellos, creo sinceramente que tenemos bastante que aprender de los pueblos nórdicos, especialmente en cuanto a la conciencia de sociedad que tienen. El hecho de que en varios de esos países todos los salarios sean públicos y comprobables por cualquier interesado, me parece envidiable, y me encantaría que eso fuera posible aquí. Apuesto a que ni el 5% de la población española querría una medida ni remotamente parecida.

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