No se puede hacer más lento, por Lester

Hace aproximadamente un mes, el 7 de febrero, escuché por la radio que acababa de fallecer René Lavand. El nombre no me decía nada, pero cuando oí que se trataba de un mago argentino y manco, su imagen me vino de inmediato a la cabeza.rené lavand

Es sorprendente porque sólo le había visto actuar dos veces y las dos por televisión, pero sus actuaciones se me grabaron en la memoria para siempre. En especial, recuerdo la frase con la que titulo esta entrada: “No se puede hacer más lento”. A la que añadía: “O quizás”, y entonces nos repetía el truco haciéndolo más lento todavía a ver si éramos capaces de detectarlo. Y no lo pillamos nunca. Pura magia.

El no menos mágico mundo de internet me ha permitido rescatar una de sus actuaciones:

René Lavand era diestro, pero perdió el brazo derecho a los 9 años de edad en un accidente. No quiero ni imaginarme el número de horas que le requirió el adiestramiento o “azurdamiento” de los trucos de magia que le harían famoso.

René Lavand te maravillaba con sus trucos, pero sobre todo, si recuerdo sus actuaciones aun tantos años después, es porque te embaucaba con las palabras. Adornaba los trucos con elegancia, utilizando las palabras precisas con la entonación adecuada y con su característico acento porteño, narrándote una historia como quien no quiere la cosa mientras te cambia las cartas sin que te des cuenta. ¿O era magia?

Con el acento argentino me pasa como con las antiguas novias: las amas o las detestas. No hay término medio. Me encanta por su elegancia el acento de Julio Cortázar, el gran Federico Luppi, Ricardo Darín y sobre todo, Héctor Alterio. Nadie mejor para transmitir la serenidad, la pausa en la vida.

alterio alterio2

Por el lado contrario, detesto porque suena a tramposo y vanidoso a la vez, el acento de Cristina Fernández de Kirchner, su difunto marido el Tuerto, Maradona o cualquiera de los ex presidentes de los últimos cuarenta años. Me dice Barney que meta a Messi, pero no lo voy a hacer porque no odio su acento. Sobre todo porque no le entiendo cuando habla y de ahí que sus anuncios sean mudos.

Incluso se da el caso de acentos argentinos que pueden estar en el primer grupo y pasan al segundo. Como las antiguas novias. Jorge Valdano, por ejemplo. Como futbolista y en sus primeros años como ex futbolista, me parecía un tipo culto y cultivado, que hablaba bien, no como sus colegas de profesión, que no sólo se permitía opinar de literatura, sino que además había escrito un relato que quizás sea el mejor que he leído relacionado con el fútbol. Se titulaba Creo, vieja, que tu hijo la cagó. Internet me ha permitido rescatarlo, y compruebo que es del año 88. Casi nada. Aquí dejo el enlace. Sumamente recomendable.

Con los años, sin embargo, Jorge Valdano ha pasado para mí a ese segundo grupo de acentos argentinos de vendedor de coches defectuosos de segunda mano que te lo intenta encasquetar a precio de Ferrari. Será por sus comentarios interesados en radio y prensa, será por el cargo “político” que ocupó en su última etapa en el Real Madrid, desconozco las razones, pero el caso es que ahora no le aguanto. Me parece un cantamañanas. Con estilo, pero un cantamañanas.

Pero no quería desviarme del tema principal, que era la magia. Recuerdo a René Lavand por su elegancia, esa cadencia barajando las cartas con una sola mano, engatusándonos con una historia con regusto a clásico y ¡zas! cambiándonos los naipes delante de nuestras propias narices. Por mucho que dijera “la cámara implacable no me deja mentir” el caso es que lo hacía. Y lo hacía muy bien. René definió su arte como la “lentidigitación”, en contraposición, claro está, a la prestidigitación del resto de magos. tamariz

Vi esas dos actuaciones en los programas de magia de otro gran genio para mí, Juan Tamariz. El primero era Magia Potagia en TVE, y el segundo, Chan-tatachán, en Telemadrid. Creo que sigo a Tamariz desde que le vi por primera vez en televisión, allá por mediados de los setenta, cuando tenía 6 ó 7 años de edad. Juan Tamariz debe tener ahora la edad que siempre aparentó y sigue exactamente igual que entonces, con su sombrero de copa, su chaleco, los piños destrozados… “Igual de atractivo”, dirá el mago con su sentido del humor habitual.

Hace un par de años llevé a mis hijos y a mi mujer a ver un espectáculo de Tamariz en el Teatro Marquina. Quería ver su reacción ante esos maravillosos trucos de magia y también, por qué no, comprobar si los viejos chistes del maestro seguían funcionando con las nuevas generaciones. Y por supuesto que funcionan, mis hijos disfrutaron el espectáculo desde el primer minuto hasta el último. Me encanta la mirada virgen y asombrada de un niño ante estos espectáculos, si bien es cierto que la misma mirada virgen y emocionada es la que mantenía yo en mi butaca. Porque la sensación es nueva cada vez, los trucos son inagotables y por mucho que un adulto intente aplicar la lógica o la física, lo cierto es que pocas veces, por no decir nunca, acertará con el truco. Por mucho que el artista lo haga a cámara lenta.

Hace más años, como ocho, tuve oportunidad de hablar con Jorge Blass, cuando no era tan conocido como es ahora. Mis hijos estaban presenciando el diálogo con los ojos bien abiertos. El día anterior habíamos visto todos uno de sus espectáculos, y no pude dejar de preguntarle sobre uno de sus trucos: “estábamos apenas a cinco metros de ti, ¿cómo lo hiciste?” Aunque me escudé en que eran mis hijos, lo cierto es que era yo el que necesitaba saberlo, y el buenazo de Jorge Blass me contestó:

– No hay truco, es magia.

Y a veces pienso que es verdad, porque aunque algunos trucos los puedas imaginar, otros te parecen inconcebibles, o directamente desafían las leyes de la ciencia, la física o la lógica.

snow

Lo bonito de la magia es lo inagotable de sus recursos, y cómo los espectáculos se renuevan año tras año. Hace un par de años llevé a la familia a un espectáculo titulado Mister Snow, de un desconocido joven llamado Antonio Díaz. Fue de lo mejor que he visto en mi vida, un espectáculo lleno de sensibilidad, buen gusto y sobre todo, gran magia. Acompañado por música de grupos como Coldplay o Police, o un número de lo más sugerente al ritmo del Romeo and Juliet de los Dire Straits. Le dije a mi mujer: «este chico va a ser un crack, llegará lejos». Ahora es el famoso Mago Pop que sale continuamente en televisión, y le he visto hacer trucos tan bestiales y novedosos (al menos para mí) como el del viaje en directo a Tokio:

Y la semana pasada encontré un vídeo que no sabría cómo definir (¿alucinante? ¿flipante? ¿increíble en el sentido de que no me lo puedo creer?) que utiliza la última tecnología para dejarnos embobados frente a la pantalla. Concretamente el artista utilizaba un IPad en el programa de Ellen de Generes.

La cara de la presentadora es la misma que tengo yo cuando presencio un espectáculo de magia o la de mis hijos viendo a Tamariz, Jorge Blass o el mago Pop. ¿Cómo lo hacen? Sólo cabe explicarlo con la magia. Pero la magia no existe. ¿O quizás?

magia

Cara Lester

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