Madre, no hay más que una (Lester)

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La coma está bien puesta, como explicaré al final. Ahora me pongo en plan “cuentos de antaño” y comienzo:

Mi madre tocaba el piano (pongan Chopin de fondo) y lo sigue tocando. Se pasaba horas pulsando con suavidad y buen tino las teclas del viejo piano de cola marca Schimmel, posiblemente tantas horas como yo hoy en día aporreando las teclas de mi moderno ordenador HP. En casa, el piano estaba cerca de la tele, así que nunca valoramos del modo que merecía el hecho de tener la oportunidad de oír a los clásicos todos los días.

mm7 Mi torpeza con la música, o mi nulo oído, o ambos, hicieron que nunca aprendiera a tocar nada más allá de la “ambulancia”. Ni siquiera la célebre cantinela de Big, que sí han aprendido en cambio mis hijos, posiblemente para dejarme en mal lugar.

Hay un montón de frases que todas las madres del mundo dicen con frecuencia, Internet está lleno de listas:

– Porque lo digo yo y punto.

– ¿Y si tus amigos se tiran por la ventana, tú también?

– Esto pasa de castaño oscuro. Madres2

– Bébete el zumo rápido, que se le van las vitaminas (frase que, por cierto, he creído siempre, hasta que hace poco lo encontré en una lista de falsos mitos de la alimentación)

– Porque sí. (También existente en su otra versión, «porque no»).

– Te lo digo por tu bien.

En mi caso, el agravante con el piano era que mi madre ejercía de profesora de dicho instrumento y había enseñado a medio barrio a tocarlo, pero no había podido con sus hijos, así que su frase para nosotros era:

– Algún día te arrepentirás.

¡Coño! Y es cierto. Me encantaría tocar el piano, el saxofón o el violín, o cualquier instrumento, como me encantaría haber hecho tantas cosas en estas más de cuatro décadas. Todavía tengo tiempo para muchas, qué duda cabe, pero para el piano,… no me veo, no estoy especialmente dotado. Para la música, aclaro para los maliciosos.

En la entrada En busca de la tranquilidad dejé una frase de John Lennon que decía:

“La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”

Y es posible que siempre haya pensado que voy a tener tiempo para hacer esas otras cosas, para cumplir esos otros planes. Para visitar esas decenas de países que todavía no he visitado.

Mi Mamá siempre decía (aquí, voz de Forrest Gump): “Sólo conozco Burgos y París”. Era su manera de decir que se veía como una mujer de un pequeño pueblo de Burgos que apenas una vez en su vida había visto mundo, y el modo de recordar la cantidad de cosas que no había visto en esos ¿veinte, treinta, cuarenta? años, seguramente porque los hijos siempre estábamos por delante en la lista de prioridades. Eso debe ser el sentimiento maternal. La renuncia a los gustos de uno mismo por satisfacer los de los demás. Las privaciones. La generosidad hasta el extremo de convertirse en (otra gran frase de madre) «el último mono».

Cuando nació mi primera hija, tuve una sensación extraña, que es la de pasar a un segundo plano. No para los demás, que también, sino para mí mismo en mi lista de prioridades. Yo no era relevante, todo lo que hacía tenía como objeto el bienestar de mi hija. Sólo descansaba (y no digamos la santa de mi mujer, una Madraza con mayúsculas) cuando la niña descansaba.

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Por eso me alegra tanto comprobar que si ahora preguntas a mi madre, te contesta: “Sólo conocía Burgos y París. Y ahora Londres, Nueva York, Berlín, Vancouver, Praga, Budapest, Múnich, Roma…”, y un largo etcétera de ciudades y países que ha comenzado a conocer en estos últimos tiempos.

Este verano mis padres se van a hacer no uno, sino dos viajes por Europa, lo que me parece fenomenal. Es una suerte verles con ganas y con salud para disfrutarlo. Yo creo que, viendo su ritmo de vida, con viajes, conciertos, cine, marchas de montaña, cenas, nietos y demás, padecen una enfermedad rara llamada “estrés del jubilado en pos del tiempo perdido”. Que no es tal el tiempo perdido, dirán, porque todo ese «tiempo perdido» en nuestra educación es el tiempo que hemos ganado nosotros para siempre.

He titulado esta entrada «Madre, no hay más que una», porque voy a utilizar un chiste de Jaimito que todos los de mi generación conocemos, con pequeñas variaciones, pero el mismo final. Resulta que a la clase de Jaimito le encargan como deberes escribir una redacción con la frase «madre no hay más que una». Al día siguiente llegan todos los alumnos y empiezan a leer sus redacciones:

– Ayer mi madre me ayudó con los deberes y es que «madre no hay más que una».

– Mamá me preparó mi cena favorita, porque «madre no hay más que una».

«Muy bien, muy bien», va diciendo la profesora, «¿y tú, Jaimito?»

– Ayer mi viejo estaba con los colegas viendo un partido de fútbol y me pidió mi madre que les llevara unas cervezas. Abrí la nevera y le dije «¡Madre, no hay más que una!»

Hace unos pocos días, hablando con mi madre de sus planes para este verano, de los sitios que piensan recorrer, de todo lo que van a ver, me decía con cierto sentimiento de culpabilidad (seguramente por alejarse de lo que su instinto maternal le aconsejaba) que mientras se lo pudieran permitir, así lo iban a hacer, que iban a aprovechar los años de buena salud que aún tienen por delante y a gastarse los ahorros que les quedaran en viajes.

Le contesté que me parecía fenomenal, que lo disfrutaran y que no esperaran más, que no hicieran más planes, sino que los materializaran, porque «vida», en el sentido de Lennon y en todos, lo que se dice vida, «madre, no hay más que una».

Feliz día de la madre. Gracias por todo. Besos.

Cara Lester

 

 

 

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3 comentarios en “Madre, no hay más que una (Lester)

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