Están locos estos finlandeses, por Lester

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«Ve con cuidado cuando retas a un sueco a beber, si no eres finlandés o al menos ruso». Esta es otra de las geniales frases que extraje del libro El abuelo que saltó por la ventana y se largó, novela que narra las peripecias de un centenario sueco llamado Allan Karlsson que todo lo soluciona a base de licor en vena, ya sea con Franco, con Stalin o con Harry Truman.

Hoy voy a hablar de Finlandia, y concluiré con esta entrada mi narración de las peripecias vividas este verano en el norte de Europa, iniciada con el post referido a Suecia bajo el título de Son vikingos. Si Greenland, literalmente la tierra verde o el país verde, es una isla cubierta de hielo, y Iceland, en traducción literal la tierra del hielo, es un país completamente verde, ¿por qué llamamos a Finland de ese modo? Pues según mi teoría será porque es la tierra del Fin… del mundo. Finlandia tiene sitios inhóspitos en los que da la sensación de que no te vas a encontrar a nadie en años. O que podrías perderte y no te encontrarían ni los osos ni los alces ni la patrulla de rescate. Fin3Bosques poblados con árboles altísimos donde la luz llega muy tenue, lagos inmensos a los que arrojar el cadáver de un traidor con la seguridad de que no lo van a encontrar jamás. A un lago finlandés tenían que haberse traído a Fredo Corleone en El Padrino II.

He tenido la suerte de recorrer sitios en el culo del mundo, pueblos con nombres impronunciables tipo Lappeenranta o Jämsänkoski, cuyas traducciones estoy seguro de que serán algo así como «Quintocoñodeabajo» y «Andecristodiolassietevoces». Pueblos maravillosos, eso sí, con sus lagos, sus bosques y sus idílicas cabañas de madera. Todas con sauna. Según la guía de viajes que llevábamos, el país tiene unos 180.000 lagos. Eso necesitábamos en España, o en Madrid al menos, que vemos el charquito del estanque de El Retiro y para allá que nos lanzamos en cientos de barcas, trasladando nuestros atascos de la carretera al agua.

Ese norte de Europa que creemos tan civilizado, pero que sin embargo me parece que encierra grandes contradicciones, como presumir del mejor sistema educativo del mundo y tener un serio problema con el alcohol. No sé por qué pienso que será más difícil que un pueblo culto y educado caiga en el alcoholismo, pero lo pienso, aunque nuestros vecinos nórdicos no lo hagan. Según Allan Karlsson, «los abstemios representaban una amenaza para la paz mundial«, aunque luego lo arregla un poco diciendo que «estaba bien tener uno a mano cuando se necesitaba protección«.

20150823_180916Puede que esa relación con la bebida esté en la propia historia del país: seis siglos bajo el dominio de esos grandes bebedores que eran los suecos, y después se ¿liberan? para pasar a estar bajo el control de esos aún más grandes bebedores que eran los rusos. Los finlandeses son más rusos que escandinavos, o al menos esa es la impresión que me llevé. El ascensor de uno de los hoteles es digno de la época soviética más cerrada. Le hice una foto porque me llamó la atención, parece una nevera en toda regla, o la puerta blindada de una cámara de castigo en Siberia.

También puede ser que la dependencia del alcohol venga del aburrimiento. Me explico. Yo tuve la suerte de recorrer el país en el verano con mejor temperatura de las últimas décadas y todo me pareció maravilloso, especialmente las islas Aland. Pero supongo que el invierno será durísimo en la región. Eterno. Oscuro. Y llega un momento en que la cultura no te da para matar tantas horas en casa, por muchos libros o películas que tengas. O aunque te pongas las obras completas de Mozart para sobrellevarlo, o tengas internet, o te aficiones al porno, por muchas veces que te trajines a tu espectacular compañera finlandesa,… al final te aburres encerrado en casa. fin5Y tus amigos no pueden visitarte, porque las carreteras están imposibles. Tiene su lado positivo: tu suegra tampoco puede ir, ni te reprochará que no la visites. El invierno es largo, negro y duro, como describía este imán de una tienda.  Así que terminan agarrando la botella y cogiéndose unas cogorzas monumentales.

Lo cierto es que las bebidas alcohólicas son carísimas en el país, y que no ayudan a pillarse una buena moña. Cada caña que me tomé me costó de 7 a 10 euros, y las latas de cerveza en el supermercado valían mínimo 3 euros. Ni se me ocurrió pedirme una copa, me hubiera supuesto elegir entre el vicio y la necesidad de cenar. Su gobierno es como todos, se ve que les encanta poner impuestos a los bienes de primera necesidad, como la luz en España o el alcohol en Finlandia.

Están locos estos finlandeses. Y la locura se manifiesta de muchos modos a lo largo de la historia. Por ejemplo, cuando visitamos Turku, una ciudad portuaria al sudoeste del país, y leo que esta ciudad ha sufrido a lo largo de su historia… ¡37 incendios! Que digo yo que podían darse cuenta de que algo no iba bien en la cabeza de sus habitantes, o en los materiales de construcción empleados para las casas, la madera ¿no? No te digo a la primera, ni a la segunda. El tercer incendio ya podía ser mala suerte, pero ¡joer! ¿Después de veintiocho incendios a nadie se le ocurrió que había que hacer algo, como sustituir la madera, porque había gente a la que no le iba bien la chola? Gente que se encerraba durante los meses de invierno con la sola compañía de sus botellas de vodka, y cuando salían de la hibernación, como los osos, tenían una hiperactividad pirómana descontrolada. Esa gente no andaba muy bien, me da a mí.

Otro detalle curioso. A lo largo de la semana que estuvimos en el país, solo escuché a dos cantantes españoles en la radio. Uno, Enrique Iglesias, medio español y medio cantante. Pero el otro me dejó «flipao». Allí en mitad de los frondosos bosques, yendo del lago de Kintöpino al Heymola, ponen por la radio:

«El chiki-chiki mola mogollón, lo bailan en la China y también en Alcorcón. (Y en Lejosdëlmundanalrüido, también, por lo que veo)… Uno, el breikindans, dos, el crusaíto, tres, el robocó, cuatro, el maikelyason…»

Increíble, pero cierto. ¿Se puede saber qué pasaba por la cabeza del programador de músicas de ese pueblo finlandés a tomar viento de todo? Aquel pueblo estaba en medio de las islas Aland, un archipiélago de 6.500 islas en el Báltico, entre Suecia y Finlandia. Si algún día me da por desaparecer del mapa tras dar un gran golpe, tengo claro que iría allí, a una de esas pequeñas islas, algunas minúsculas, con su bosque, muelle y solo una cabaña de madera con sauna. O si un día decido encerrarme a escribir esa gran novela que me ronda la cabeza («grande» por el tamaño, no por la calidad), esos días sentí que había encontrado mi sitio, que sería feliz en una de esas cabañas.

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Habrá quien diga «espérate al invierno y no te parecerá tan maravilloso». Bueno, puede que eso lo aguante, basta con seguir las enseñanzas del cuento de la cigarra y la hormiga, y hacer acopio de comida, leña, libros y películas. Lo que llevaríamos peor en nuestro apartado retiro es no tener vecinos. Un español que se precie necesita un vecino cerca para poder criticarlo: «mira, ha cortado su abeto fuera de temporada», o «el cabrón del vecino está haciendo chuletones de alce en la barbacoa, para darnos envidia».

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Las islas Aland son un ejemplo de convivencia entre nacionalidades y de pasotismo frente a las ansias independentistas tan de moda. Resulta que el 94% de la población habla sueco, el idioma oficial de la isla, y sus habitantes tienen antepasados suecos, pero por una cosa de los tratados de postguerra, concretamente de la Primera Guerra Mundial, el territorio pertenece a Finlandia. Sus habitantes no se sienten finlandeses, pero tampoco especialmente suecos, ni les interesa el asunto de la independencia. Son una «especie» diferente, alandeses, con un Estatuto de autonomía amplio y flexible que les permite aprobar leyes, emitir sellos y… rebajar los impuestos al alcohol (aprende, Artur). Así que por esos azares del destino, todos los barcos que viajan entre Estocolmo y Helsinki, o Turku y Estocolmo, paran en las islas y se benefician del trato fiscal especial para bebidas alcohólicas.

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Nosotros estuvimos en dos barcos de los que hacen el recorrido. No eran pequeños ferrys, no. Eran auténticos cruceros con sus restaurantes, tiendas, casino, licorerías,… y bares, discotecas, pubs irlandeses, Gin-tonic clubs, y todo tipo de lugares en los que vender alcohol a un precio inferior en un 25% al de la península. El precio del barco no es muy caro, así que numerosos jóvenes lo utilizan para el planazo consistente en salir de Helsinki, beber, cogerse una castaña, y llegar a Estocolmo, para repetir el trayecto de vuelta al día siguiente. Luego los ves bajar del barco tambaleándose, cargados de bolsas con botellas de vodka o ginebra, y piensas efectivamente en la bondad de su sistema educativo.

¿Son guapas las finlandesas? Es otra pregunta típica. Pues como en todas partes, contesto, como en España. La que es guapa es guapísima, «lo dejo todo», y la que no, es una rubia callo. Sin embargo, sí me sorprendió la cantidad de pelos azules, rojos, verdes o cabezas rapadas por la mitad, algunas de ellas en chicas de agradables facciones. Por supuesto, esos cortes de pelo no les favorecían en absoluto, parecían sacadas de una tribu de Mad Max.

20150824_070331 Y lo que es igual que en todas partes es la suciedad del botellón. En esto son igual de poco civilizados que en España. Qué asco, cómo quedaron algunas zonas de Helsinki, a ver si la Manuela Carmena de allí tiene cojones de pedir a los jóvenes universitarios que barran la zona. A Barney le dedico esta foto de Paavo Nurmi, por su última entrada sobre el atletismo.

No puedo acabar este post sin hablar de la gran aportación finlandesa al mundo: la sauna. Un taxista de Helsinki, para describirnos lo agradable de la temperatura este verano, nos dijo que era como una sauna sueca. Venía a decir que es suave, porque la finlandesa es para valientes. Y la20150820_193804 manera de probar la sauna, sabéis todos cuál es: meterse a ochenta o noventa grados, o más, y luego salir corriendo y tirarse al lago con agua helada, o revolcarse por la nieve en invierno. Esto me recuerda a la famosa frase de Jonathan Swift sobre las ostras: «Fue una gran osadía la que tuvo el primer hombre que comió una ostra». En su versión sauna, sería algo así como: «Fue un valiente el primer hombre que se restregó en el hielo tras diez minutos de sauna, y no murió en el intento».

Fin7Vaya locura, aunque nunca tanta como la del campeonato mundial de sauna. Sí, sí, como lo leéis, campeonato mundial de sauna. Se ve que los finlandeses no destacan en ningún deporte y necesitaban inventar algo. Así que se les ocurrió este campeonato, en el que vencía el que más tiempo aguantaba en el interior de la sauna. Con un par. Si fueran vascos, habrían inventado el campeonato mundial de levantamiento de peso con los testículos. El último campeonato del mundo acabó en desgracia, con un muerto y el campeón en cuidados intensivos por quemaduras de segundo grado. Están locos estos finlandeses.

P.D.: recomiendo este viaje a todo el que lea estás páginas. Hasta la próxima.

 

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2 comentarios en “Están locos estos finlandeses, por Lester

  1. Fantástico post Lester. Me pregunto si la invención de la sauna no tendría que ver con la necesidad de aliviar el efecto resaquil post cogorza de los finlandeses, pues la defienden como el método mas eficaz de eliminar toxinas.Aunque no especifican muy bien que tipo de toxinas. Y luego un bañito gélido para espabilarse!

    Aqui en España somos más de un café con sal. Distintas culturas!

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