«Estoy a media hora de allí, llegaré en diez minutos».
Con esta frase del señor Lobo, Harvey Keitel en Pulp Fiction, terminaba mi última entrada, aquella en la que trataba de encontrar a mi conductor favorito del mundo del cine. Me di cuenta de que esta frase tan «tarantiniana», genial en su simpleza, la uso con frecuencia en el día a día, especialmente en el trabajo. Normalmente la utilizo cuando me llaman urgentemente de la central o tengo que ir a algún sitio al que voy a llegar tarde por diversos líos de última hora que me han montado en la oficina. Vas a quedar mal igualmente, por impuntual, pero sueltas la frase y al menos arrancas una sonrisa del que te escucha, que seguro que se queda pensando:
- Este cabroncete es un impresentable, pero tiene su gracia.
Me doy cuenta de que, como no podía ser de otro modo, he incorporado varias frases de cine en mi rutina diaria, y no me refiero solo a esa del malvado Scar en El Rey León mientras miraba a las hienas con los mismos ojos que yo a algunos compañeros y jefes en las reuniones de trabajo:
Estoy rodeado de idiotas.
Hay muchas más, y no debo de ser el único que las usa, porque ya he asistido a varios cursos o jornadas en las que los ponentes insertan algún guiño cinematográfico que no todo el mundo entiende. Recuerdo a un tipo que empezó su presentación con Leonardo di Caprio y Kate Winslet acaramelados en la proa del Titanic como metáfora de una economía que se iba directa contra un iceberg mientras sus pasajeros bailaban, se emborrachaban, enamoraban o no se enteraban de nada. Hubo otro que terminó su exposición con sus datos personales de contacto y para definir su trabajo de consultoría utilizó algo parecido a esta imagen:
Y es que pensándolo bien, ¿quién no quiere un señor Lobo en su organización? Un tipo que llegue en los momentos de crisis, se presente con una sonrisa y te diga:
Soy el señor Lobo. Soluciono problemas.
Ese mismo tipo es el que hace falta para rebajar la euforia tras un momento de éxito colectivo en el que la plantilla piensa más en la celebración que en el curro:
Caballeros, no empecemos a chuparnos las pollas todavía.
Habrá quien le resulte soez o grosera, pero esta frase tan «tarantiniana» es de las que más veces he escuchado en el trabajo, muy útil para poner los pies en la tierra y no dejarnos llevar por una alegría momentánea. Incluso Antón Losada la utilizó en un artículo para lo mismo sobre una supuesta salida de la crisis.
Lo cierto es que yo soy más de Groucho Marx, sobre todo cada vez que llegan instrucciones incomprensibles de nuestra central o una nueva normativa de reciente aprobación y suelto en voz alta:
¡Hasta un niño de cuatro años podría comprenderlo! (por lo bajo) Búsqueme a un niño de cuatro años, a mí me suena a chino.
Groucho y sus frases valen para todo, para hablar de cosas tan distintas como el amor, el sexo o el matrimonio, para bromear sobre las mujeres y la familia, la austeridad y las deudas, o para explicarnos los secretos del éxito en el proceloso mundo de los negocios:
El secreto del éxito es la honestidad.
Si puedes evitarla, está hecho.
Groucho era puro sarcasmo, pero sus frases estaban repletas de verdad, como desgraciadamente esta que vincula el éxito a la falta de honestidad. Una pena, porque lo cierto es que en este sentido yo siempre he sido mucho más de Frank Capra y sus películas sobre los buenos sentimientos y la integridad (Vive como quieras, ¡Qué bello es vivir!, Juan Nadie o Caballero sin espada). De esta última película son los célebres monólogos de James Stewart defendiendo apasionadamente la democracia y atacando la corrupción que le rodea en el Congreso. Ojalá vieran esta peli nuestros representantes con cierta frecuencia, toda una maravilla en la que el bueno de Stewart está a punto de tirar la toalla varias veces:
Las causas perdidas son las únicas por las que merece la pena luchar.
El mundo de los negocios se parece más a las películas de Francis Ford Coppola sobre la famiglia Corleone, El Padrino. Lo tiene todo, la descripción del «negocio» y el reparto, el mantenimiento de la empresa familiar en la cima, las alianzas empresariales, la importancia de contar con los favores políticos, la jerarquía en la institución, el modo de comportarse en las reuniones,… Todo. La revista Forbes seleccionó 14 frases de la película (aunque el artículo hable de 15) como ineludibles para emprendedores:
- Le haré una oferta que no podrá rechazar.
- No es nada personal, solo negocios.
- El hombre más rico es el que tiene los amigos más poderosos.
- Nunca odies a tus enemigos: eso no te permite juzgarlos.
- El poder agota a los que no lo tienen.
- Mantén la boca cerrada y los ojos abiertos.
- Un hombre que no pasa tiempo con su familia, no puede ser considerado un hombre de verdad.
- Toda mi vida he estado luchando por no ser una marioneta movida por los hilos de los poderosos.
- Nunca seas agresivo. Razona tus problemas. La gente desconocida no debe saber lo que piensas.
- Mantén cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos.
- Quiero que utilices todo tu poder, toda tu habilidad.
- Cada hombre tiene su propio destino.
- Hablas de venganza. ¿Va la venganza a devolverle a su hijo?
- Dinero y amistad,… Agua y aceite.
Esta selección me parece discutible, pues aunque recoge varias de las mejores frases de la película, echo en falta varias otras, como:
Es un insulto a mi inteligencia.
Algún día, y puede que ese día nunca llegue, acudiré a ti y tendrás que servirme,… pero hasta entonces acepta mi ayuda en recuerdo de la boda de mi hija.
Los intereses de mis hijos son mis propios intereses. (Muy aplicable a todas esas grandes dinastías empresariales como los Botín, Entrecanales, Del Pino o Ruiz-Mateos).
Le daremos el treinta por ciento del negocio y usted solo tendrá que poner a los políticos que tiene metidos en el bolsillo.
¿Qué he hecho yo para que me trates con tan poco respeto?
Los Corleone, Tarantino, Groucho, grandes creadores de frases y aforismos para el día a día, mucho más acertados que el buenismo de Mr. Wonderful tan de moda. Marsellus Wallace (Pulp Fiction) suelta un speech sobre sus «negocios» que podría ser aplicable a empresas que consideramos legales:
Este negocio está lleno hasta los topes de cabrones poco realistas, hijos de puta que creían que sus culos iban a envejecer como el vino. El orgullo solo hace daño. No te ayuda jamás.
Groucho definió como nadie la política, y, aunque la frase tenga cincuenta o sesenta años, creo que viendo el panorama actual acertó de lleno en la definición:
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en todas partes, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar los remedios equivocados.
También describió perfectamente el comportamiento de algunos que se quedan mudos en las reuniones, hasta el punto de que algunos nos preguntamos para qué coño asisten a las mismas:
Es mejor estar callado y parecer tonto,
que abrir la boca y despejar las dudas definitivamente.
Y por supuesto, siempre que me toca leer un contrato ilegible redactado por abogados retorcidos de minutas colosales, recurro ante mis compañeros al socorrido éxito «marxiano»:
La parte contratante de la primera parte será considerada
como la parte contratante de la primera parte.
Esta frase es conocida por casi todo el mundo, pero estoy convencido de que muchos ignoran el origen de algunas de las citas cinematográficas que utilizo en la rutina diaria. A veces, cuando al acabar una jornada agotadora algún compañero/a me suelta «mañana será otro día» con voz lastimera, me dan ganas de decirles que menudos quejicas son, que parecen la puñetera señorita Escarlata después de perder a sus padres, vivir la Guerra de Secesión, sufrir un aborto y ver cómo su amado Ashley se va con la tontorrona de Melania, la mujer con la voz doblada más espantosa de la Historia del cine.
Lo mismo vale para el «Más madera» (Los Hermanos Marx en el Oeste), «Alégrame el día» (Harry, el Sucio), «Nadie es perfecto» (Con faldas y a lo loco), o la sabiduría milenaria del Yoda, que suelto cuando alguien me contesta que va a intentar resolver algún marrón:
Hazlo, o no lo hagas. Pero no lo intentes.
El trabajo diario es duro y poco gratificante en ocasiones, y estas pequeñas bromas me ayudan a llevarlo mejor. No quiero acabar como Tyler Durden (El club de la lucha) y su filosofía o su modo de pensar:
Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos.
En la segunda parte hablaré de la motivación en el trabajo, y la ayuda que el cine nos puede prestar en ocasiones, si no para motivarnos, sí al menos para reírnos de determinadas situaciones.
Como diría Arnold Terminator:
Volveré.
Te adjunto aquí la ficha de la actriz de doblaje que le tocó en suerte a Scarlett O’Hara (Vivien Leigh).
Saludos,
Aguador
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Gracias, Aguador, nunca he podido con esa voz, ni con la de Judy Garland, ni la de Grace Kelly, ni tantas otras. Saludos.
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Tenemos que ponernos en la época que se hacían esos doblajes.Ahora se ven (oyen)muy antiguos ,pero daban un carácter dramático.
Creo que fué un error y( sigue siendo )doblar peliculas. Si las viéramos en versión original ,sabríamos que voz tienen los actores y actrices que las interpretan. La modulación de la voz es algo muy personal .Es como el ADN.
Además hubiéramos aprendido a hablar en inglés.
Muy interesante conocer a la persona que hizo el doblaje «aguador»
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Eso de que daban un «carácter dramático»,… puede ser. Yo oía esas voces y automáticamente deseaba que se cargaran a sus protagonistas.
Coincido en que me ha parecido muy interesante la ficha de Elsa Fábregas, y he visto que doblaba también a Judy Garland, Doris Day y muchas más. La verdad es que nunca me gustó esa voz, ni que los niños fueran doblados por mujeres (costumbre que permanece incluso con Bart Simpson), ni determinados doblajes, pero reconozco que en España hay grandes actores de doblaje que hacen que luego la voz original del actor me suene rara y menos «adecuada», aunque sea un contrasentido. Bruce Willis, por ejemplo. Me gusta mucho más la de Ramón Langa que la atiplada del actor. Tengo argumentos (pocos) a favor del doblaje, quizás sea tema para una entrada interesante, y para que los puristas me pongan a caldo.
Saludos.
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