Cap. II del libro no escrito Grandes errores de las escuelas de negocios
Cuando digo que el apalancamiento es un eufemismo engañoso, lo digo a conciencia. El apalancamiento mide la relación entre el endeudamiento y el capital propio a la hora de afrontar una inversión, pero en el fondo podríamos sustituir perfectamente apalancamiento por endeudamiento. Nos han hecho creer que la deuda es una palanca para el crecimiento de una sociedad, que es el empuje necesario para el despegue de la misma, pero ese es el engaño porque el exceso de deuda provoca exactamente el efecto contrario. La deuda está en un lado de la palanca y es tal el lastre que supone, aprieta con tanta fuerza hacia abajo, que todo el resto de esfuerzos de la compañía por generar actividad y negocio se vuelven inútiles.
No sé en qué momento comenzó la «burbuja de la deuda», pero es clave para entender la situación en la que estamos todos a día de hoy, individuos, empresas, administraciones y países enteros. Me refiero a ese momento, hace unos quince años, a principios de siglo, en el que nos convencieron de que endeudarse (por encima incluso de nuestras posibilidades) era no solo bueno, sino deseable. Había que crecer como fuera, que los balances consolidados aumentaran, aunque no hubiera nada sólido o bien analizado detrás. Alan Greenspan, quien como gobernador de la Reserva Federal americana de esto sabía un poco, habló de la «exuberancia irracional» de los mercados financieros. Claro que decir que el endeudamiento era muy elevado no sonaba bien, así que algún artista del marketing financiero se inventó esta cosa del «apalancamiento».
Casi todos los problemas actuales, y me atrevo a decir que los futuros, se originan por un exceso de deuda, por el exagerado apalancamiento: la crisis de Grecia, la quiebra de Lehman Brothers (que terminó convirtiendo deuda privada en pública), el rescate de la banca (que terminó convirtiendo deuda privada en pública), la crisis inmobiliaria (que terminó convirtiendo deuda privada en pública), los problemas de bancos, cajas y algunas grandes empresas españolas (que terminó convirtiendo deuda privada en pública), Abengoa, las angustias de los ciudadanos (que terminó convirtiendo deuda privada en desahucios),… miremos donde miremos, veo un problema de deuda.
En esos años las constructoras se metieron a comprar empresas principalmente energéticas, porque, como todo el mundo sabe, no hay nada que un Ingeniero de Caminos no sea capaz de gestionar. Así fue como ACS-Dragados tomó el control (o lo intentó) de Unión Fenosa e Iberdrola, Ferrovial compró con BAA los aeropuertos británicos, Acciona se metió en la batalla por Endesa, y Sacyr adquirió el 20% de Repsol (además de Europistas, Vallehermoso y el 33% de Eiffage).
Si miramos las cifras de aquellas compras veremos que triplicaban, cuadruplicaban o incluso quintuplicaban la cifra de negocios de los compradores, lo que demuestra varias cosas, entre ellas, que no se pensaba realmente en la devolución de los créditos. Había que «ganar tamaño» y “diversificar el riesgo”, aunque no tuvieran ni idea del sector en el que se metían. No les bastó con toda esa liquidez ganada en el sector inmobiliario y los años de las grandes obras públicas financiadas con dinero de Europa, sino que además, siguiendo las modas imperantes en gestión financiera, tenían que estar fuertemente apalancadas. Fuertemente endeudadas, querían decir, pues el apalancamiento “generaba valor”. Lo importante era el crecimiento, el volumen, el ebitda global, utilizado como ese falso medidor de la generación de caja.
No fueron únicamente las empresas las que se metieron en esta vorágine de deuda. Las administraciones públicas acometieron grandes proyectos de infraestructuras pensando que iban a contar de por vida con los ingresos provenientes de las recalificaciones de terrenos y los ingresos por licencias de obras, IAE o los IBI e IVTM de los habitantes de los crecientes PAU. Mucho aeropuerto sin aviones, mucha Ciudad de las Artes o de la Luz, o de la Cultura, o el segundo puente más alto de Europa y el segundo en longitud de cables de acero del mundo, para una infraestructura tan necesaria como la circunvalación no realizada en… Talavera de la Reina. Ahora no pueden pagar los gastos de mantenimiento, como esos millonarios venidos a menos que no pueden llenar el depósito del Rolls o del jet privado.
A los ciudadanos se nos animó a comprar vivienda, y ya que nos poníamos, podíamos meter en el préstamo hipotecario el importe necesario para comprar un coche mejor, una casa en la playa o unas vacaciones en el Caribe. Préstamos de consumo con garantía hipotecaria, un lujo a tu alcance. Tengo un amigo que incluso pidió un crédito a tres años para pagarse un bodorrio por todo lo alto. Se divorció antes de los dos años y siempre me decía lo mismo: «¡hasta los cojones de seguir pagando la puta boda!»
Hace unos meses leí en un libro un capítulo titulado «Sobre la economía» que decía entre otras cosas:
“En los viejos tiempos, cuando la gente era pobre, vivía pobremente. Actualmente, sin embargo, vive como si fuera rica. He hablado sobre esto con muchas personas y… han admitido que casi todo lo que tienen no es de su propiedad: sus automóviles, sus aparatos de televisión, sus casas, sus muebles…»
El libro es de 1963, se titula Memorias de un amante sarnoso, y su autor es alguien con nulos conocimientos económicos, pero sobrado de lucidez, como Groucho Marx. Define perfectamente la locura colectiva que atisbaba a su alrededor y aseguraba que muchos de sus amigos terminarían viviendo de la ayuda del Estado.
No he podido evitar establecer paralelismos. Groucho hablaba también de otras cosas, como su educación en la austeridad, en los pequeños detalles como apagar la luz o asegurarse de que el grifo queda cerrado. A mí me enseñaron a ahorrar para comprarme un coche, y no a comprármelo sin tener pasta pensando que mi situación económica no podía empeorar. Porque desgraciadamente, y lo hemos visto en estos tiempos recientes de crisis, la situación se puede ir al garete en cualquier momento.
Recuerdo un anuncio de Seat por aquellos años que me indignó. Hablaba de dos jóvenes que habían terminado la carrera. Uno de ellos, digamos Emilio, se pasó el verano estudiando inglés y haciendo un curso de finanzas. Al acabar el verano, encontró trabajo en una multinacional,… y se compró un Ibiza. El otro licenciado, Juan, se pasó el verano de su vida yendo a conciertos, discotecas, en la playa con los amigos, hizo el Interraíl, y al acabar el verano… se compró otro Ibiza. La moraleja del anuncio era que no necesitabas ni tener trabajo, ni ahorros, ni esforzarte, porque el banco te daba un préstamo de 108 cuotas para llevarte el coche. Recuerdo que me cabreó aquel anuncio, como supongo que le cabrearía a todos esos “Juan” que firmaran los créditos seguir pagándolos años después. En muchos casos, años después de haberse desprendido de los coches.
Numerosos expertos afirman que lo importante no es el nivel de deuda, sino la capacidad que tiene el deudor para afrontarla. Esa misma teoría de los años del apalancamiento excesivo decía que daba igual el volumen de las deudas, pues los dividendos de las participaciones adquiridas superaban los intereses de los préstamos. Y el valor de las acciones subiría eternamente, así que no había por qué preocuparse de la devolución del principal. Vivíamos en un mundo maravilloso, éramos millonarios, aunque fuera en deudas.
Pero ese mundo perfecto se quebró y el exceso de deuda se llevó por delante a empresas que funcionaban perfectamente con su modelo de gestión tradicional y sin riesgos. Y han sido precisamente esos excesos de riesgos, de «diversificaciones de negocios» mal entendidas y de crecimientos basados en la deuda, los que han lastrado el funcionamiento de la actividad tradicional.
Las empresas solo pueden mejorar su situación vendiendo activos sólidos, si los tienen, aunque eso suponga poner sectores estratégicos en manos de inversores chinos, árabes o fondos de inversión opacos. En lenguaje poco financiero, pero clarificador, se llama «vender las joyas de la abuela«.
Abengoa y Gestamp
Acabamos de ver lo que ha ocurrido con Abengoa, y no ha sido otra cosa que un problema de gestión del negocio en primer lugar (nada que no pueda arreglarse), pero de deuda, en segundo y definitivo lugar. Definitivo por cuanto las deudas, o mejor dicho, los acreedores y los vencimientos, no esperan a que se arregle la gestión del negocio para ver si mejora la capacidad de devolución de la sociedad.
Los gestores de Abengoa se han pasado meses tratando de refinanciar sus deudas o de encontrar inversores que les dieran el oxígeno necesario. Estuvieron cerca de encontrarlos en el grupo familiar Gestamp, unos burgaleses armados de sentido común (*), cuya fortuna les ha situado en el séptimo puesto de los más ricos del país, según Forbes. Hace poco leía una entrevista a Jon Riberas, uno de los primeros ejecutivos del grupo, quien decía que “antes de la crisis nos acusaban de ser demasiado tradicionales, incluso de destructores de valor por no endeudarnos«. Y sin embargo, han logrado los mejores resultados de su historia durante la crisis.
(*) Sentido común: consiste en no meterse donde no sabes, con el dinero que no tienes.
Al final va a parecer que llego a la conclusión a la que llegaba el concejal de Hacienda de Madrid, Carlos Sánchez Mato, quien hablaba de «La deuda como herramienta financiera de dominación de los pueblos”. Aparte de que su informe contenía manipulaciones burdas de los datos, no pienso así.
El apalancamiento es necesario, pero como todo en la vida, en su justa medida. No puede ser exagerado y sin cabeza, como lo ha sido en los años de la burbuja de crédito, ni podemos prescindir de él. Las empresas necesitan un cierto nivel de endeudamiento para acometer las inversiones de largo plazo que permitirán generar valor para el accionista, trabajo para los empleados y riqueza para el país (otro utópico mundo perfecto). Y lo más importante, retorno para los acreedores, la devolución de las deudas que debería ser sagrada. Tan simple, tan complicado.
Para todo eso hace falta cabeza y criterio, justo lo que no han tenido los gestores de grandes empresas y mucho menos los responsables de los bancos que prestaban dinero a espuertas. De la noche a la mañana, con la crisis financiera a partir de 2008, se pasó a todo lo contrario, a no dar un crédito ni siquiera para inversiones que parecían sobradamente garantizadas. En palabras del Director General de mi antigua compañía, que como es de pueblo, es más gráfico que yo:
“Hemos pasado de follar a pelo con cualquiera, a no atrevernos a acostarnos con una del Opus sin tres condones puestos”.
Continuará en breve en: Cap. III. Apalancamiento (II), el jodido desapalancamiento.
No se puede añadir más a tu entrada. Le podrán llamar apalancamiento o ponerle apellidos de disimule como «sin recurso», «project»… pero la deuda es deuda, y si la usas para comprar un activo y el activo pierde valor, tienes un problema. Esto vale para Abengoa o para una parejita que firma su primera hipoteca. Por cierto, recomiendo el libro y la peli (por ese orden) de «La gran apuesta»… muy útil para entender estos años pasados…
Me gustaMe gusta