Continuación de Apalancamiento (I), ese engañoso eufemismo
Apalancarse hasta las trancas, endeudarse hasta las orejas, fue muy sencillo durante años. Lo verdaderamente complicado (muy jodido) es desapalancarse, cancelar las deudas. En ese juego estamos desde hace años, al menos desde la quiebra de Lehman Brothers y el inicio del catacrack mundial. Es un hecho que mientras no seamos capaces de reducir los niveles actuales de deuda, no habrá recuperación posible, por muchas milongas que nos cuenten.
La «Gran Deuda» seguirá colapsando la economía real, como indicaba Economistas Sin Fronteras la semana pasada. El desfase entre economía real y financiera es cada vez mayor, hasta el absurdo de que el mercado de derivados (humo sobre seguros de humo) ha alcanzado un volumen equivalente a 7 veces el PIB mundial. La conclusión de ese artículo era que «el recorte de la deuda y el control de las finanzas son ineludibles para que la economía capitalista pueda funcionar».
¿Y cómo lo hacemos? ¿Es posible desapalancarse? Los ciudadanos llevan años apretándose el cinturón, vendiendo sus coches de alta gama (los que los tenían), su segunda residencia (los que la tenían) o reduciendo la cesta de la compra (me cago en el que dijo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades), todo lo cual ha hecho que se resienta el consumo, y con el mismo, se ha agravado la situación de numerosas empresas, a la par que disminuía la recaudación de impuestos. Menos venta de casas, menos compra de coches, menos gastos en turismo y hostelería,… pero la deuda por lo menos se ha reducido.
Las empresas han recorrido el camino inverso al que hablábamos en el anterior post, al menos las que son tan grandes que, siguiendo el principio «too big to fail», han sobrevivido. Acciona se salió de Endesa, Ferrovial se deshizo de más de la mitad de los aeropuertos británicos, ACS vendió su participación en Unión Fenosa y la mayor parte de la que tenía en Iberdrola, y la centenaria FCC perdió parte de su control al dar entrada en el capital a inversores como Bill Gates, George Soros o Carlos Slim. Sacyr vendió su participación en Eiffage y el 10% de Repsol, y aun así tuvo que vender parte de sus negocios tradicionales, «las joyas de la abuela» Itinere y Testa.
Pero esos deberes que han realizado ciudadanos y buena parte de las empresas, no ha sido seguido del mismo modo por las administraciones públicas. Este gráfico resulta clarificador: la deuda pública comienza a crecer en los últimos años de Zapatero y su descontrolado déficit, planes E incluidos, y se dispara en la legislatura de Rajoy con el trasvase de recursos públicos para saneamientos privados, entre otros factores (un déficit que era insostenible). Los datos llegan hasta diciembre de 2014, la tendencia en 2015 ha sido similar:
Sinceramente, yo no me he creído nunca la recuperación de la economía española que nos han tratado de vender. Se ha conseguido reducir el déficit y crear empleo (poco y precario). Pero no olvido que era año electoral y había que vender una imagen, apoyada desde Europa ante el temor a una nueva rebelión a lo Syriza. Si nos vamos a los datos oficiales de la deuda, la gráfica da vértigo y se aprecia que el crecimiento se ha basado en (y financiado con) deuda:
Este crecimiento de la deuda llega a tal nivel que supone que el segundo capítulo de gasto en los presupuestos del Estado sea el pago de los intereses de la deuda. Y su pago es prioritario, por obra y gracia de la modificación del artículo 135 de la Constitución. Nos hemos pasado los últimos años celebrando la colocación de las emisiones de deuda, como si endeudarse para liquidar deuda anterior e intereses fuera un triunfo en Eurovisión. Y lo que hemos hecho en realidad es cargarnos con una pesada mochila que nos va a costar años quitarnos de encima.
Bruselas nos ha advertido recientemente de los peligros de nuestra elevada deuda, y propone otro eufemismo como solución: «ajustes fiscales estructurales». Todo esto no suena a nuevo, ¿verdad? Grecia era el campo de pruebas. Nuevos recortes en servicios sociales, subidas de impuestos, un mordisco a las pensiones, privatización de empresas públicas (las buenas, como AENA,a cambio nos colocaron los activos tóxicos privados), pero que no les toquen el servicio de la deuda. Qué cracks, qué hijos de su madre, que les den el Nobel de Economía a todos ellos. El fantasma del mal llamado «Consenso de Washington» (fue cualquier cosa menos un consenso) vuelve a rondarnos.
La derrota de Grecia
Todo esto me recuerda un artículo de Agustin del Valle y Robert Tornabell titulado ¿Quién paga los errores de la «troika»? En este artículo, de junio de 2013, se hacía referencia al informe del FMI que reconocía «errores en la gestión de la crisis de la deuda griega llevada a cabo por la troika (FMI, Comisión Europea y BCE)», errores que se han mantenido y aumentado en los últimos años, sobre todo con la entrada de Syriza y Tsipras en el gobierno heleno. Continuaba el artículo planteando una interesante cuestión: «¿En manos de quién está la Unión Europea: de incompetentes y defensores de sus propios intereses? ¿A quién hay que pedir responsabilidades sobre los errores cometidos?»
La crisis de Grecia es una crisis de deuda y las propuestas no van por el camino de sacar al país adelante, sino por el de asegurar el pago de los intereses de la deuda, que supone más de dos veces el déficit anual. El camino hacia la salida propuesto por los acreedores es chusco a más no poder: empeoramiento de las condiciones de vida de todos los ciudadanos (trabajadores, pensionistas, enfermos o niños) para ahorrar lo que se va a pagar en intereses a los acreedores, y la privatización de los mejores activos del país. Hubo algún sinvergüenza que sin vergüenza alguna planteó la venta de las mejores islas griegas para pagar la deuda. En el fondo es lo que está ocurriendo (punto 8 del Consenso). La empresa alemana Fraport se ha quedado con la gestión de 14 aeropuertos griegos, entre ellos los de Mykonos, Santorini y Corfú. El puerto de El Pireo ha sido vendido a una empresa china por un precio ridículo para las arcas griegas, que ni siquiera le va a servir para reducir la deuda, porque apenas cubre 15 días de intereses.
Si uno lee la entrevista a John Perkins, autor de Confesiones de un sicario económico (ya no digamos lo que debe ser leer el libro entero), se lleva las manos a la cabeza ante lo que es un saqueo feroz, estructurado, y lo que es peor, conocido y organizado desde el FMI y el Banco Mundial, con la ayuda de la Unión Europea, organismos a los que Perkins define como «herramientas de las grandes corporaciones». Otra vez la pregunta: ¿En manos de quién estamos?
¿Es viable la devolución de la deuda?
Para muchos expertos, no. El catedrático de Economía Roberto Centeno, por ejemplo, considera impagable la deuda de Grecia, por supuesto, pero también las de Italia, Portugal y España. Y la deuda que no se puede pagar no se paga, como han hecho en el pasado Alemania y Estados Unidos, entre otros países. Para mí esto ha sido siempre una aberración, si bien, cuando la deuda alcanza ciertos niveles, recuerdo la célebre frase de John Maynard Keynes:
«Si yo te debo una libra, tengo un problema; pero si te debo un millón, el problema es tuyo»
A veces tengo la sensación de que la mayoría de estos tecnócratas que nos venden las soluciones milagrosas para purgar nuestras culpas desconocen esta frase. O la conocen, pero para que el problema siga siendo nuestro, y no de los bancos acreedores, se han encargado de colocar en puestos estratégicos a los suyos, a los Mario Draghi, Monti, De Guindos y compañía. Aquí tienen que perder todos, no solo los ciudadanos y las pequeñas y medianas empresas.
En el artículo de Roberto Centeno se cita a Martin Wolf, prestigioso analista del Financial Times, quien afirma que los acreedores que ahora claman por la devolución de lo debido «tienen la clara responsabilidad moral de haber realizado los préstamos de forma tan imprudente. Si no han sabido analizar diligentemente a quienes prestaban, merecen lo que les va a suceder”. La pena, pienso, es que no les va a suceder.
No soy optimista de cara al futuro. Por si todo lo comentado no fuera suficiente, hasta el punto de colocarnos al borde de otra tormenta perfecta, los lobos de las finanzas están actuando de nuevo, como en los viejos y lamentables tiempos. Hace casi un año leí en Cinco Días otro artículo de Marc Fortuño titulado El mercado y su excesivo apalancamiento, en el que concluía que «estamos en los mayores niveles de apalancamiento de la historia, por encima de burbujas como las punto.com o bien las subprimes, una bomba de relojería cuyas manillas estan avanzando sin descanso». Se refería a los mercados financieros y a la evolución del Margin Debt (las cuentas apalancadas para la compra de acciones), que le hacía anticipar el mercado bajista en el que ahora estamos. Así que, por si todo lo comentado fuera poco, las bolsas al carajo. Repetimos (repiten) los errores de antaño, pasamos de la «exuberancia irracional» de Alan Greenspan a la «psicopatía analítica» de estos tipos de los fondos.
Llegados a este punto, y una vez vistas An Inside Job, Margin call, Capitalism: A love story, Wall Street 2, y en ciernes La gran Apuesta, me sale la vena destroyer y solo se me ocurre la solución Tyler Durden para un desapalancamiento real y efectivo. Está en esa escena mítica al final de El Club de la lucha con la imagen icónica de los edificios del centro financiero con los datos de las deudas de todos los ciudadanos saltando en pedazos, colapsando y dando pie a un nuevo mundo libre de deudas.
“En el mundo que imagino se cazarán alces en los bosques húmedos de los cañones que rodearán las ruinas del Rockefeller Center”. Mi hipoteca termina en 2032, a ver si Tyler Durden hace acto de aparición antes de esa fecha.
Ojalá no tarde en llegar ese dia. Será como un nuevo despertar para la humanidad.
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