Una insólita (y moralista) teoría de la «fellatio», por Lester

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Uno no es capaz de imaginarse al Presidente o al Director General de su compañía (¿o sí?) hablando con el Director de Estrategia de Sudamérica mientras una becaria le realiza un trabajito oral-genital bajo la mesa, y sin embargo esta situación, que da mucho juego en las banales conversaciones de cafés mañaneros, sabemos que ocurrió ni más ni menos que con uno de los tipos más importantes del planeta, el Presidente Bill Clinton, en el Despacho Oval de la Casa Blanca (rebautizado durante unos años como Despacho Oral). Al otro lado del teléfono creo que estaba el general al mando de la OTAN en la guerra de los Balcanes, y bajo la mesa, ¿hace falta decirlo?, la joven becaria de apellido polaco que logró que durante años fuera imposible tener una becaria en una oficina sin que a los tíos de la misma se les escapara una sonrisita.

Sé que no es para hacer bromas, pero ¿alguien sabe si en aquel o aquellos días los americanos soltaron más bombas sobre las zonas serbias o bosnias en conflicto? ¿La euforia del Presidente Clinton provocó alguna invasión en algún lugar del mundo? Lo mismo vale para Dominique Strauss-Kahn y sus decisiones en el FMI respecto a rescates financieros o aprobación de condiciones leoninas para países empobrecidos. ¿De qué modo influían en sus decisiones las orgías que se montaba con prostitutas?

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El humillante (y televisado) proceso abierto a Bill Clinton se centró en el vestido de la Lewinsky, si reconocía o no los hechos y si había mentido o no, pero a mí me surgieron dudas del calibre de las que he dejado caer en el párrafo anterior:  ¿qué decisiones tomó el Presidente antes, durante o justo después de la fellatio? ¿Qué coño pasaba por su cabeza?

A lo largo de esta entrada y pese al tema tratado, intentaré no ser soez ni caer en el mal gusto, pero reconozco que en algún punto me va a costar. Por eso utilizo el latín fellatio, en lugar de felación, francés, comida de pxxxx, afilar el sable, o la vulgar «mamada». Suena mucho más culto, fino y elegante coitus interruptus que marcha atrás, o cunnilingus que como coño se diga (obsérvese el fino guiño quevediano en el remarcado). Dedicado a los que dijeron que el latín era una lengua muerta.

Algo debe tener esta variedad de sexo que hace que algunos hombres manden todo al carajo por probarlo en sus carnes, y nunca mejor dicho. Desde luego ese «algo» está relacionado con lo prohibido o lo inédito, y me viene a la mente el incidente de Hugh Grant con la prostituta Divine Brown (un marrón divino) en una callejuela de Los Ángeles.

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Para el que no recuerde los detalles, se los refresco. Hugh Grant estaba en lo mejor de su carrera profesional: 34 años, varias películas exitosas, y felizmente casado con la espectacular Liz Hurley, la típica modelo escultural, guapa y fría como un anuncio de crema hidratante. Pues un buen día nos despertamos con la noticia de que había sido detenido por la brigada antivicio (¿existe en España?) acusado de un delito de conducta impúdica. La escena debía ser sórdida a más no poder: en el coche, en un callejón apartado, con una prostituta no de alto standing, sino todo lo contrario (unos 50 dólares por esos labios succionadores), y en plena faena les pilla la Policía. Las fotos de Hugh Grant y de Divine dieron la vuelta al mundo, y la mayoría nos preguntamos, teniendo a una mujer tan espectacular como Liz Hurley a su lado, ¿qué necesidad tenía? ¿Qué coño pasaba por la cabeza de Hugh Grant?

Quizás la clave la encuentre en el chiste que contó un compañero en una reciente comida de trabajo. Era un restaurante finolis, caro hasta la náusea, y alguno de los comensales hizo la típica broma sobre pedir lo más caro, «como paga la empresa».

  • Langosta Thermidor. ¿Sabéis en qué se parecen una langosta Thermidor y una buena mamada?

Aturdidos aún por la inopinada pregunta en un ambiente tan selecto, el compañero contestó:

  • Que no hay manera de que te la hagan en casa, jo jo jo…

Suele ocurrir que en estos sitios tan caros uno encuentra los comportamientos menos exquisitos, y eso intenta simbolizar la risotada posterior, pero a lo que voy, lo que me parece relevante, es el concepto. Tu mujer, la madre de tus hijos, no practica la fellatio, ¡ni falta que te hace!, pero algunos tíos sienten esa necesidad de experimentar ese «algo» prohibido, tradicionalmente asociado a un cierto grado de perversión.fellatio9

El amiguete Josean me remitió al libro Super Freakonomics, de Stephen J. Dubner y Steven Levitt, que contaba una curiosa historia económica sobre el tema en cuestión. Todos los bienes y servicios que imaginemos son hoy en día mucho más caros que hace cien años. Por inflación, por desarrollo económico, por lo que sea. Excepto una cosa: el sexo oral. A principios del siglo XX, el sexo oral tenía un componente perverso, pues la sociedad seguía teniendo el concepto del sexo con fines reproductivos, y esta variedad convertía el mismo en una mera actividad de ocio y diversión. Había un solo prostíbulo en la ciudad de Chicago que ofrecía este servicio, una variedad llamada «francés», por el origen de las prostitutas que lo ejercían. De ahí surge uno de los nombres con los que ha pasado a la posteridad. Era un servicio especial, de lujo, porque no lo hacía cualquiera, y al precio de la época podía equivaler a un salario medio mensual. Cien años después, quién iba a sospechar que este servicio estaría en lo más bajo de la escala del negocio del sexo.

Respecto a esta variedad de sexo teóricamente desligada de la reproducción, no puedo dejar de mencionar que una fellatio le supuso al tenista Boris Becker tener una niña y verse obligado a soltar 5 millones de dólares para no llegar a juicio. La modelo rusa con la que se lió una noche loca en Londres, guardó el semen del alemán, lo congeló y logró que se lo inseminaran. La niña, que ya da sus primeros pinitos en la pasarela, es todo un ejemplo del mundo globalizado en el que vivimos, pues es producto del francés que una rusa le hizo a un alemán en una noche loca en Inglaterra».

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Buena parte de los tíos sigue teniendo la curiosidad de experimentarlo y las expresiones «me la chupa» o «me la va a mamar» se han incorporado a nuestro lenguaje cotidiano con una triste cotidianeidad. Creo que el cine porno y la publicidad han hecho mucho por crear esa aureola en torno al francés. La ciudad de Madrid se encuentra estos días poblada de carteles como el de Coca-cola que figura al inicio de este post, asociando labios sensuales y objetos de forma fálica, clichés reiterativos en el mundo de la publicidad. El blog Micromachismos de eldiario.es publicaba un artículo hace un par de semanas titulado ¿Hacerle una mamada a un bocadillo?, en el que incluían un vídeo que forma parte de la campaña de protesta #WomenNotObjects, «somos mujeres, no objetos». Yo, particularmente, llevo años siguiendo las campañas de Magnum, porque no dejan de sorprenderme por su contenido sexual explícito, y por los orgasmos femeninos al comerse un helado, hasta el punto de que propongo abiertamente a Frigo que cambie el nombre de los helados por Mangum o Miembrum.

fellatio7 Sobre el cine del género, el amiguete Travis me facilitó un montón de referencias, pero la que mide de verdad la importancia del sexo oral para algunos tíos (recordad El gen imbécil) es saber que Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano, 1972) es considerada la película más rentable de la historia, pues tuvo un coste de unos 45.000 dólares y una recaudación mundial estimada en 60 millones. Yo no he tenido la suerte o la desgracia de verla, ni el interés, pero sí he escuchado el interesantísimo podcast de La linterna mágica, de Radio Nacional de España. Aquí lo dejo para el que quiera escucharlo.

La gracia de la película está en que la protagonista no disfruta con las relaciones sexuales, hasta que un médico le descubre que tiene el clítoris en la garganta o en la campanilla, con lo cual, podéis imaginar, cambia de modo radical su concepción y disfrute del sexo. Los pocos diálogos que he oído son hilarantes, por malos, y la peli debe ser un tostón, pero sin embargo, por alguna extraña razón, se convirtió en un film de culto.

Algunos de los que convierten bazofias literarias o cinematográficas en obras de culto se autojustifican diciendo en plan erudito: «es que yo soy un reconocido erotómano«. Vamos a ver, ¡eres un salido con cultura! Llámalo como quieras, pero te gustan más dos tetas y un buen culo que cualquier obra maestra del cine o la literatura. Vicente Aranda, Bigas Luna, Gonzalo Suárez, Berlanga,… hay una notable tradición de «erotómanos» en nuestro país. Me hace gracia cuando ves a esas actrices explicar sus papeles con estos directores en plan trascendental, «me he tenido que desnudar emocionalmente para el papel». ¡Ni emocional ni nada, chica, en pelota picada tres cuartas partes de la película!

Para mí, no entra en esa categoría Pedro Almodóvar, un director por el que una sociedad tan puritana como la norteamericana siente verdadera pasión, un tipo que en sus comienzos alcanzó cierta popularidad con una de las peores canciones de la historia, a dúo con Fabio McNamara, titulada Suck it to me!, ¡chúpamela! Que arte, qué elegancia, qué fijación la de algunos por la fellatio.

Y lo sorprendente es el enorme mercado que hay a su alrededor. Te pones a buscar una película en streaming y te aparecen cientos de páginas con imágenes totalmente explícitas de sexo oral. ¿Qué le hace suponer a los gestores de estas páginas que en lugar de una comedia o una película infantil quiero ver una de Nacho Vidal o El retorno de Garganta profunda? Si todavía el título fuera confuso, tipo Más adentro o Mujeres al borde de un ataque de miembros podría entenderlo. Llegados a este punto, no puedo dejar de contar la gracia que me hizo cuando mi hija tenía 3 ó 4 años, y con su lengua de trapo me dijo: «Quiero ver Alicia en el país de las mamadillas«. Le dije a mi mujer que a lo mejor esa vez no nos dormíamos con la peli de la niña.

Y ahora viene la absurda teoría: ¿a qué se puede deber esta fijación de buena parte del género masculino? ¿Qué es lo que hace que tipos como Clinton, Strauss-Kahn, Boris Becker o Hugh Grant pongan en juego su posición por un placer efímero? ¿Cuándo arranca este deseo? Pues desde Adán y Eva, sin duda. El Fruto Prohibido no era la manzana, sino el plátano de Adán. Lo que ocurre es que los manuscritos en los que apareció el Antiguo Testamento estaban en pésimas condiciones, y en hebreo se borra un palito y la palabra cambia por completo.

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Según nos cuenta el Génesis, Dios creó a Eva a partir de una costilla de Adán, y le debió sobrar un trozo de barro que le dejó a modo de colgajo entre las piernas, como si fuera un USB para enchufarse con su hembra, para transmitirse entre ambos toda la información genética y perpetuar la especie. Pues nada, ahí está Adán en el Paraíso terrenal, y le casca a Eva:

  • Eva, guapa, mira esta serpiente que tengo entre mis manos, ¿qué te parece si me haces un trabajito?

Recordemos que en inglés uno de los apelativos para el aparato masculino es one-eyed snake. Sumamente ilustrativo. Y Eva ahí, mirando alucinada a la serpiente, indecisa, y pensando que podía profundizar en el conocimiento humano. Y finalmente, cedió a la tentación.

Lo peor es que ya se sabe cómo las gastaba Dios en el Antiguo Testamento: a Moisés le tuvo cuarenta años danzando por el desierto, para luego dejarle fuera de la Tierra Prometida, «¡pero tus colegas pueden pasar!» A los egipcios que tenían esclavizados a los judíos les mandó una plaga de langostas, convirtió el agua del río en sangre, se llevó por delante a todos los primogénitos, ¡les dejó sin wi-fi! A Job le dejó sin mujer e hijos, le llenó de sarna y en la ruina, solo para probar su resistencia, como por deporte. Lo mismo que a Isaac, al que le pidió que le ofreciera en sacrificio a su hijo, pero iba de coña, porque este Yahvé era un cachondo, «ja, ja, ja, era broma, ¡Ya Vés!». El Diluvio Universal, la destrucción de Sodoma y Gomorra, y así durante cientos de páginas, que a veces uno se pregunta cómo millones de fieles querían seguir a ese Dios vengativo y nada piadoso.

Así que Dios, cuando se enteró de lo que había hecho Adán (le bastó con ver una sonrisa especial en su cara) le castigó duramente y para el resto de los días de todos los descendientes de su especie: desde entonces, al hombre no le llega el riego sanguíneo al cerebro mientras le están haciendo una mamada.

 

 

 

 

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