El gen imbécil lo tenemos los tíos. Casi en exclusiva. Sé que lo que voy a contar no es en absoluto científico, pero nace de sesudos estudios empíricos, de rigurosas observaciones que he venido realizando a lo largo de los últimos años.
No estoy diciendo que los tíos, o casi todos los tíos, seamos imbéciles, no. No va de eso. He conocido muchos imbéciles que obviamente lo tienen y les ocupa todo un hemisferio y buena parte del otro, pero también he visto a tíos inteligentes que poseen el gen imbécil. De hecho creo que todos, independientemente de nuestro grado de imbecilidad o de inteligencia, lo tenemos.
El gen imbécil es una malformación del cerebro que provoca en los tíos unas inusitadas ganas de realizar alguna estupidez. Permanece latente en alguna parte de nuestro córtex, esperando el momento, de repente se activa y ¡zas! hacemos alguna gilipollez.
No suele estar presente en el género femenino, pues las mujeres son mucho más racionales, infinitamente más analíticas que nosotros, a los que nos pierden nuestros prontos, nuestros súbitos ataques de… de… de imbecilidad, joder, reconozcámoslo. Esta teoría del gen imbécil no entra en contradicción, sino que apoya, la vieja teoría de «los hombres cazadores y las hembras recolectoras». El hombre prehistórico en su condición de cazador se veía obligado a tomar decisiones rápidas, ya fuera para cazar o bien para defenderse de un depredador, y esa velocidad de reacción le llevaba a no tomar siempre la mejor decisión, a cagarla con frecuencia por no haber analizado todas las opciones. Esa rapidez se mantiene hasta nuestros días, igual que ese «cagarla con frecuencia».
Por el contrario, las mujeres, en su condición de pacientes recolectoras y responsables del almacenamiento y distribución en la cueva familiar, tenían que usar la cabeza y decidir cuál era la mejor de entre todas las alternativas. Ese modo de razonar también ha llegado hasta nuestros tiempos. Quizás por ese modo de razonar nos miran con esos caretos cada vez que nuestro gen imbécil se desata y nos fuerza a realizar una de las suyas. Perdón, de las nuestras.
El agente desencadenante del gen imbécil marca el grado de imbecilidad en el hombre. Veamos los diferentes grados de imbecilidad:
- Grado bajo-medio: el factor externo suele ser querer hacer una gracieta para los colegas. Esto supone hacer cosas que todos hemos visto con una copa de más o sin ella, como pasar de una terraza a otra de un séptimo piso, carreras de carritos robados de supermercado por la calle, quemar papeleras o tirarlas al suelo, tomarse una copa después de un accidente y antes de ir al hospital, los jugadores del Barça en el vestuario de Getafe la noche de Halloween,… O yendo un paso más allá, saltar las vías del Metro. ¿Quién puede hacer este tipo de gracietas? Solo tíos.
- Grado inferior: consiste en una reacción desproporcionada ante el factor externo, que el hombre suele considerar una agresión, como un despido, una ruptura de pareja, o algo más simple como que te quiten una plaza de aparcamiento. ¿A quién se le puede ocurrir dejar un tordo en la mesa de su jefe? A un tío. ¿A quién se le puede ocurrir soltarle patadas de kárate a su jefe? A un tío, bueno, a miles. ¿Quién te puede arañar con una llave el coche porque cree que le has robado la plaza? Un tío, sin duda. Como decía Vincent Vega en Pulp Fiction, debería estar permitido pegarle un tiro en la cabeza al que te haga un arañazo en el coche. Las nuevas tecnologías nos han traído la variedad «gen imbécil envía tuit que te cuesta el puesto de trabajo». Y no le ha pasado solo al concejal Zapata, sino también a miembros de otros PPartidos que tanto lo criticaron. Y hay más.
¿Quién compra rápidamente un espray para dejar una pintada desesperada o una declaración de amor en el muro por el que siempre pasa su anhelada chica? Un tío. Otra variedad es la de esas pancartas que vemos colgadas en puentes, casi siempre con mensajes dirigidos a una joven . «Jessica, te quiero», o esta tan simpática que unos amiguetes dejaron a su amigo en el camino al altar, y que a buen seguro «maravillaron» a la novia del evento:
- Grado medio relacionado con la conducción: los tíos somos otros cuando nos subimos a un coche. Perdón, cuando nos ponemos al volante de un coche. Nos transformamos, se activa el gen imbécil y nos ponemos a vociferar, a perder la educación que tenemos cuando soltamos el volante. La descripción más gráfica que se me ocurre está en este vídeo de Goofy, al cual nos muestran como lo que es, educado, cortés, de buenos modales y andares bobos… y un auténtico energúmeno cuando coge el coche. El vídeo es de 1950, pero no ha envejecido un ápice:
Cerramos el hueco al que intenta meterse por la derecha, al que intenta cruzarse sin intermitente, pero también al que lo pone, pitamos a la mínima, nos picamos en los semáforos, no dejamos incorporarse a esa joven apurada aunque ya se le esté acabando el carril de aceleración,… Como decía Leo Harlem en un monólogo:
«Yo he visto a Mad Max llorando en la M-30. Sí, de verdad. Que eso de atropellar punkies en el desierto de Australia es muy fácil, pero intenta tú cambiar de carril en la M-30 cuando por detrás y por el otro carril te viene un repartidor de Getafe».
La versión «Nuevas tecnologías» del gen imbécil al volante consiste en grabarse haciendo el cafre y subirlo a las redes sociales. Hace poco leíamos la noticia de ese padre que quiso publicar el vídeo de su hijo y un amigo puestos de alcohol y drogas, que se pegaron un piñazo (y se mataron) mientras grababan su conducción temeraria. Esa semana vimos varios vídeos salvajes más, y en todos ellos, los autores de la insensatez eran tíos. El gen imbécil al volante, unido al gen imbécil exhibicionista.
- Grado medio, con peligro para la integridad física. Hablamos ya de gracietas o bromas que van mucho más allá, hasta el punto de que la vida o la salud de los protagonistas que las realizan corre serio peligro. Para su desarrollo es fundamental una frase que actúa como detonante infalible que activa el gen imbécil: la frase «no hay huevos». Solo hay que ver en YouTube esos vídeos de imbéciles patinando por tejados, jugando a darse guantazos que te dejan inconsciente, bicis enganchadas a furgonetas,… Siempre son tíos.
Algunos convirtieron esas lesiones en su forma de vida, como los tipos de Jackass, todos del género masculino. «No hay huevos de saltar». Seguro que así empezaron las carreras suicidas de la A-6 hace años, y seguro que así empiezan todos los balconing que los turistas ingleses y alemanes nos regalan cada verano. Reconozco que este fulano a mí me tiene ganado:
- Grado alto, alentado por una pasión peligrosa llevada a su máximo nivel de riesgo. A mi modo de ver este desarrollo del gen imbécil es más peligroso, porque no nace de impulsos instintivos como los anteriores, sino de aficiones extremas que se maduran y perfeccionan a lo largo de muchos años, hasta el punto de condicionar toda la vida del personaje. Hombre, casi siempre. Como algunos alpinistas, como esos funambulistas que atraviesan edificios por un cable de acero sin seguridad de ningún tipo. En este punto entraría Marco Siffredi, por ejemplo, que no sé si es hermano del famoso Rocco, pero podría serlo perfectamente: Rocco se hizo famoso por el tamaño de sus atributos y Marco debía tener unos huevos que impedían que el riego sanguíneo le llegara al cerebro. Marco Siffredi era un joven francés, famoso por su afición al snowboard, que se empeñó en descender con su tabla desde… el Everest. No tenías otro sitio, chico. Dijo a sus amigos y conocidos que si no aparecía en unas horas, probablemente no aparecería nunca. Y acertó. No se le volvió a ver con vida.
La mayoría recordamos a ese grupo de cuatro amiguetes (que no es el de este blog) que se reunía con cierta frecuencia para practicar salto base. El primero, Manolo Chana, murió en 2008. El gen imbécil de Álvaro Bultó pudo a su raciocinio y palmó en otro salto en 2013. Y el chef Darío Barrio, en un homenaje absurdo a su amigo, se estrelló del mismo modo en 2014. Lo último que leí de este ex grupo es que el cuarto de los amigos estaba planteándose dejar su afición. ¿Planteándose, tenía alguna duda? ¿Su mujer y su familia no fueron capaces de hacerle recapacitar? ¿Pero qué locura es esta, qué imbecilidad? Pese a los muchísimos accidentes todavía hay flipaos que lo siguen practicando y buscando ese suicida «más difícil todavía», como un tal Uli Emmanuele que practica salto base atravesando un hueco de poco más de dos metros:
En fin, qué locura, qué imbecilidad. Termino ya con el Principio de Dilbert, que viene a decir que «todo trabajador incompetente tiende a ser ascendido hacia el lugar donde haga menos daño a la organización, es decir, hacia la dirección«. Sustituyamos la palabra «incompetente» por «imbécil», y veremos que en un amplísimo número de casos, el principio se mantiene. Sé que debería suprimir este último párrafo, porque este texto podría llegar a los directores de mi empresa, pero mi gen imbécil es más fuerte que mi voluntad y dirige mi dedo índice hacia el botón de «Publicar».
Merece el tiempo de lectura. Como alguna otra vez, andas en el borde con el tema sexista pero sales airoso. Juegas con las emociones pasando de la risa a lo serio sin notarse.
Pronosticaba que al final acabarías con el tema del terrorismo como grado superlativo de la imbecilidad. Me he equivocado e incluso te queda mejor así, a mi gusto.
Muy pedagógico para ciertas edades, cuando empezamos a querer destacar y que las recolectoras se fijen en nosotros…
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Tenía escrito más del 80% del texto cuando pasó lo de Bataclan y París. Estaba frente a la tele terminando el post y no quise hacer ninguna mención a los terroristas, porque el texto buscaba el tono jocoso y no iba a utilizar la tragedia. Sí es cierto que pensé que seguramente todos los terroristas eran hombres (gen imbécil variedad psicópata), pero me equivoqué, había una mujer al menos, lo cual ha despertado la atención de los periodistas. Respecto a que bordeo el tema sexista, no lo veo: lo traspaso directamente para hablar de la imbecilidad de los tíos en algunos aspectos. No hay huevos, amiguete Tulaytulah, de meterme con el colectivo femenino.
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