Everest, por Travis


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Tenía ciertos recelos ante esta película después de ver el tráiler, porque todo apuntaba a la glorificación de la gesta épica de unos alpinistas en la montaña más alta del mundo. En opinión de los expertos, no es la más peligrosa, ni la más difícil técnicamente, pese a que se ha cobrado unas 240 vidas en sus laderas. El tráiler, todo hay que decirlo, sí te dejaba con ganas de verla, por la espectacularidad de sus imágenes y porque parecía ofrecer una aproximación veraz a la realidad que allí ocurrió en el 96.

El problema de esta montaña y su mayor peligro no está en esa dificultad técnica, pues no es apta solo para avezados montañeros como otras cumbres. El peligro viene por el mito que rodea a alcanzar la cumbre más alta del mundo y sobre todo por el hecho de hacer creer que es accesible casi para cualquier persona con la voluntad (y el dinero) suficiente. No es lo mismo decir «he hecho cumbre en el K-2 o en el Annapurna» que «subí al Everest», por mucho que las dos primeras entrañen mucha más dificultad. Esa supuesta facilidad, que no creo que sea tal, es la que ha movilizado a cientos de personas con pasta en los últimos años y la que ha convertido el Everest en el circo que a veces leemos que es. En ese punto nace la historia que se cuenta en la película.

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Recuerdo haber leído varios artículos en los últimos años acerca de esta montaña y de los efectos que el frío y la altitud superior a 8.000 metros tienen para el organismo (hipoxia, hipotermia, alucinaciones, posible edema cerebral). Recuerdo una entrevista a Reinhold Messner en la que decía que el noventa por ciento de los montañeros que suben al Everest van dopados. Recuerdo haber leído varias veces lo relativo al circo que es hacer cumbre algunos días (ver foto de 2009).

Circo, vertedero y cementerio. He leído diversas historias sobre los cadáveres y para mí fue una sorpresa saber que tal cual mueren los montañeros, ahí se quedan. Los valientes que intentan subir al Everest se cruzan con estos cadáveres y les ponen apelativos, como el Saludador o Botas Verdes (fallecido junto a la cuerda por la que pasan los escaladores en la Ruta Sur). Pero nadie hace nada por moverlos, o por devolver esos cadáveres a sus países de origen, por la imposibilidad física fundamentalmente. Además, los alpinistas o los turistas de la montaña han pagado sus sesenta o setenta mil dólares por hacer cumbre, no para remolcar cadáveres, atender a personas en dificultades y mucho menos, recoger basura.

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Creo que existe una solidaridad entre los montañeros, pero no entre los montañeros con ego que tratan de alcanzar la cima del Everest. Por eso tenía ciertas reservas a la hora de enfrentarme a esta película, porque Hollywood no suele respetar los hechos. ¿Nos van a contar la historia de egos, gente que pone en peligro sus vidas y las de sus acompañantes por una foto o una reseña en el currículum, o nos iban a soltar una batallita de grandes gestos solidarios, compañerismo al límite, sufrimiento extremo, para ayudar al resto de expedicionarios? Afortunadamente no.

Sin ser un experto en la materia, ni mucho menos, creo que la historia se acerca a la realidad de lo que ocurrió en la tragedia de mayo del 96, sin héroes, sin villanos, solo gente cegada por su afán de alcanzar el cielo. Todo eso hizo que la película me interesara y me entretuviera. No quería ver un 127 horas, con un heroico insoportable como James Franco, o un Máximo riesgo, con un heroico simpático como Stallone. En ese sentido, la película transmite veracidad, aunque seguramente a esa altitud los movimientos de los alpinistas son todavía más lentos, de un ritmo imposible de sostener en pantalla.

everest4everest5Los paisajes son espectaculares y con ese entorno resultaría muy difícil no rodar algo que te dejara boquiabierto (aunque tengo entendido que se rodó en los Apeninos). Hay quien dice «oh, la peli tenía una fotografía maravillosa». No, tenía unos paisajes maravillosos. Fotografía impresionante es la de Ciudadano Kane o la de El Padrino.

Donde falla la película es a la hora de definir a varios de los personajes, y sobre todo sus relaciones entre ellos. No ayuda el hecho de que en las escenas cumbre (nunca mejor dicho) los actores vayan cubiertos con gafas y máscaras de oxígeno, y nos cueste seguir quién es quién. Para eso, en cada escena (y llega un momento en que resulta cansino) los actores se quitan las gafas, la máscara y se ponen a hablar entre dientes, extenuados. Se juntan varias tramas, pero no están bien conectadas. Unos llegan, otros van, unos vuelven de la cima, otros caen congelados,… intenté seguirlos por el color de sus prendas, pero no era sencillo. A mi modo de ver no ayuda ese reparto coral, esa dispersión de la tragedia.

Por otro lado, creo que la película carece también de crítica al circo del Everest, es demasiado benevolente. Apenas algunos detalles, como un par de frases sobre la inexperiencia de algunos montañeros, los sherpas cargados de sillas para los turistas del campamento, o la escena en la que traen de vuelta a un expedicionario gravemente lesionado. Ni una referencia al grado de estupidez en el loco empeño por alcanzar la cima, aun a costa de la propia vida. Ni una crítica a la competición  entre empresas por llevar a sus clientes aun después de la hora aconsejable si con eso conseguían  mayor publicidad para su negocio en el futuro. ¿Un imprevisto con las cuerdas, un error fatal? «Seguimos hacia adelante», los montañeros ni se plantean desistir de su empeño, aun con el riesgo que conlleva. Los guías de las empresas, los expertos, tenían que haber frenado aquella locura y no lo hicieron. A mi modo de ver falta una crítica feroz a esa estupidez, o dejémoslo en testarudez.

No conozco de nada al director de la cinta, el islandés Baltasar Kormákur, pero sale bien parado de las escenas de acción, aunque no tanto de las tramas entre personajes. Saca poco partido del periodista Jon Krakauer, interpretado por Michael Kelly, autor del libro Into Thin Air, en el que contó la terrible experiencia vivida esos días en la cima del mundo.

El reparto de la película es amplio y variado, y la mayoría cumple su cometido. Jason Clarke, al que odié recientemente en Terminator: Génesis, como Rob Hall, líder de una de las empresas de aventuras. La otra la lideraba Scott Fischer, interpretado por Jake Gyllenhall, uno de esos actores correctos que me parecen irrelevantes. Sam Worthington, al que no odié en Avatar, pero sí un poco en otro Terminator, Salvation. Josh Brolin, impresionante vozarrón y presencia, como siempre. Emily Watson, de la que nunca me ha gustado su cara de llorona, pero se le perdona todo por haber sido Ángela en Las cenizas de Ángela. Keira Kneightley, guapa e interesante como siempre, y Robin Wright, alias «como desees» para la eternidad, fea e irreconocible por primera vez en su vida.

En definitiva, me pareció entretenida, interesante de ver, pero creo que se ha perdido una gran ocasión de rodar el peliculón definitivo del Everest. Me quedo con la Licencia para matar, de Clint Eastwood, como peli de aventuras en la montaña. Al menos no es tan pretenciosa.

Apuntes finales al margen de la película

Everest2He tenido siempre una relación con esta montaña que tengo que confesar. Aprendí vocabulario (ese excelso vocabulario que acompaña mis eruditos escritos sobre cine) en el colegio con un diccionario con la mítica silueta del Everest, diccionario que llegué a destrozar por el uso y el abuso (su canto sobre la cabeza de los compañeros era un arma letal).

Por otro lado, enmarcado en ese afán de determinadas personas, ejecutivos con ego o millonarios excéntricos, por realizar la barbaridad de escalar el Everest, nos encontramos con la curiosa historia de un montañero defraudador que ya apuntaba maneras en esta cima: Luis Bárcenas. Resulta que en 1987 este ilustre prohombre de las libretas dijo haber descendido esquiando de la montaña e intentó junto con otros montañeros que la Federación Internacional reconociera una Vía Española de ascenso al Everest. La propia Federación Española se lo negó porque «la memoria de expedición presentada no se ajusta a la realidad de lo ocurrido». ¿Les suena el pollo? Ese es L.B. en estado puro, iniciales por cierto, que según el juez Pedreira no tenían por qué significar Luis Bárcenas. everest8

Por último, vi la película en Imax y en 3D, y sigue sin gustarme esta tecnología. Los campamentos base y los puentes parecían maquetas de un belén, y el helicóptero, un artefacto de los chinos teledirigido que podía apartar a manotazos de mis narices. No me gusta, me distrae, no me deja apreciar la totalidad de las imágenes. Es verdad que a veces te da la sensación de estar metido junto a los personajes, pero no tanto como para darle una colleja a Jason Clarke y decirle «¿ande vas con el cartero?, ¿tú sabes lo que estás haciendo?»

Regalo final para los lectores

La subida al Everest se ha convertido en los últimos años en tal circo, que hace un par de años grabamos una broma-parodia-falso documental en el que seguíamos con la cámara al expedicionario más joven del mundo en su intento de alcanzar la cumbre. Pobre chaval, qué condiciones tan terribles. Ahí lo dejo, que Vds. lo disfruten:

 

Cara Travis

 

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