Pues que se la cepillaron, la redujeron, la ridiculizaron y le quitaron todo el sentido que tenía para enterrarla de modo casi definitivo en el mismo olvido que la tasa Tobin original.
La tasa Tobin era una propuesta del economista estadounidense James Tobin a principios de los setenta para gravar las operaciones de divisas con un porcentaje pequeño, entre el 0,1 y el 0,5 por ciento del volumen de la transacción, pero suficiente para desalentar los movimientos especulativos. Con el importe recaudado se pretendían cubrir necesidades básicas de la población, principal víctima en la mayoría de las ocasiones de la especulación financiera. La tasa Robin Hood, como la denominaron, una lástima no haberla visto.
La propuesta no venía de un don nadie, sino de un economista de reconocido prestigio, galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1981. La idea fue criticada, atacada y vilipendiada desde numerosos sectores, hasta el punto de que su propio autor terminó renegando de ella.
Con la nueva crisis que se inicia en 2008 (de la que no terminamos de salir, por mucho que nos vendan otra cosa), se vuelve a hablar de la posible implantación de dicha tasa, si bien en esta ocasión, en forma de impuesto a las transacciones financieras especulativas. En ese contexto de burbuja de deuda inflada por especuladores y sostenida por mangantes en la que participaron bancos, fondos de inversión, agencias de rating, autoridades reguladoras y medios de comunicación, nada tenía más sentido que su implantación. Sobre todo, una vez que se vio que las consecuencias de la crisis las pagaba principalmente la población.
La tasa Tobin de la que se habló al principio de la crisis no es, como dice Carlos Rodríguez Braun, ni una tasa, ni es de Tobin, ni se aplica a los movimientos de compraventa de divisas. La idea fue recogida y transformada por el periodista español afincado en Francia Ignacio Ramonet, en un editorial publicado en Le Monde Diplomatique en diciembre de 1997:
«Se trata de gravar, de forma módica, todas las transacciones sobre los mercados de cambios para estabilizarlos y al mismo tiempo para procurar ingresos a la comunidad internacional. Con un nivel del 0,1%, la tasa Tobin lograría anualmente unos 166 mil millones de dólares, dos veces más que la suma anual necesaria para erradicar la pobreza extremada de aquí al comienzo del próximo siglo.
Numerosos expertos han señalado que la puesta en práctica de esta tasa no presentaría ninguna dificultad técnica.»
Proponía a continuación la creación de una asociación que tuviera como objetivo la implantación de dicha tasa a nivel global:
¿Por qué no crear (a escala planetaria) la Organización No Gubernamental Acción por una Tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos (ATTAC)?
Finalmente en 1998 se creó ATTAC como Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras Internacionales y por la Acción Ciudadana. Supongo que serían tachados de «rojos peligrosos, reaccionarios, utópicos soñadores de un mundo proteccionista y una economía intervenida».
A mediados de esta larga crisis, entre 2010 y 2012, recopilé una serie de artículos sobre las causas, sus consecuencias y la fallida implantación de un impuesto sobre las transacciones financieras. Como no podía ser de otro modo en economía, todo está relacionado.
El crecimiento del mercado de «humo» (derivados, CDS, futuros, bonos basura,…) se vio favorecido por la mejora de los sistemas informáticos, que permitían cerrar operaciones con una velocidad inusitada. La economía ficticia de los mercados financieros se alejaba cada día más de las magnitudes en las que se situaba la economía real. Cerca del sesenta por ciento de las operaciones financieras eran cerradas por máquinas, sin más intervención humana que la programación de las mismas. Los temibles HFT, high frequency traders. Operadores virtuales sin control cerrando operaciones en segundos y jugando con márgenes mínimos, incluso el segundo decimal. Titular de mayo de 2010: Las máquinas se apoderan de Wall Street y provocan el pánico en el mercado.
El factor humano no paliaba el problema. Al fin y al cabo, los HFT son programados por el hombre, pero además, los brókers de cualquier parte del mundo eran animados con suculentos bonus de sus respectivas empresas para lanzarse a engordar ese mercado. Sin importar los riesgos que asumieran. El juicio de Jerome Kerviel, el bróker de 27 años que dejó un agujero de 4.900 millones de euros en Societe Generale, destapó un buen ejemplo. El banco ya había sido condenado en 2008 por la ausencia de control interno, pero como dijo Kerviel en el juicio, sus superiores les animaban a cerrar todas las operaciones diarias que pudieran, con unos objetivos difíciles de cumplir y sin control de riesgo alguno, hasta el punto de que este «chaval» que no había cumplido la treintena llegó a mover algunos días volúmenes superiores a la propia valoración bursátil del banco.
El sistema colapsó y empezaron a cerrar empresas, subió el paro, la gente perdió sus ahorros, se redujeron los presupuestos de los distintos gobiernos para sanidad, educación y pensiones, se bajaron los salarios y se propusieron todas esas medidas «mágicas» y atroces para salir de esta crisis, y fue entonces cuando algunos economistas rescataron la tasa Tobin o la necesidad de implantar un impuesto a las transacciones financieras (ITF). La Comisión Europea planteó una propuesta de estudio en septiembre de 2011, con un calendario que llevaría a adaptar la legislación de los distintos países a finales de 2013 para que pudiera entrar en vigor en 2015. (Informe del Banco de España).
Para que nos hagamos una idea de las cifras que se podrían haber obtenido con la tasa Tobin a principios de los setenta, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo calculó la misma en 720.000 millones de dólares. Con el diez por ciento de ese importe, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, se proporcionaría asistencia sanitaria y agua potable a todos los habitantes del planeta, y se reducirían de modo drástico los problemas de malnutrición.
Con un ITF mínimo, del 0,1% sobre la compra y venta de acciones y bonos, y otro ¡0,01%! sobre los derivados, se estima que los distintos países de la Unión Europea recaudarían entre 30 y 35.000 millones de euros, unos 5.000 para España. Hubiera llovido menos en algunos hogares.
El lobby financiero se lanzó a degüello para tumbar cualquier propuesta en este sentido (Lobbying to kill off Robin Hood, marzo de 2012). La tasa Tobin no es la solución, como leí en su momento en este artículo de enero de 2012, en el que solo opinaban expertos del sector bancario. Algunos argumentos que se dieron y se siguen dando a día de hoy resultan irrisorios, como las razones técnicas. Si a los mismos bancos se les propusiera implantar una comisión del 0,1 por ciento para cualquier operación tardarían nanosegundos en ponerla en funcionamiento. Desaparecerían las «dificultades de control» del impuesto de inmediato.
Por el contrario, el catedrático de Economía Aplicada, Carlos Berzosa, veía el ITF como vital para la salida de la crisis (enero de 2012) y desmontaba los argumentos de la banca en su contra (Audio muy recomendable). El único argumento que resulta válido es que debe implantarse en todos los mercados, fundamental en una economía global y con movimiento de capitales por todo el planeta en cuestión de segundos. De nada vale que solo diez países de la Unión Europea se planteen su implantación (por supuesto, Reino Unido y Luxemburgo se opusieron desde el primer día).
La realidad es que, como en el casino, la banca siempre gana y la tasa Tobin, o el ITF, está a punto de morir. En febrero de este mismo año, la Comisión Europea planteó aplazar una vez más su estudio hasta concluir la negociación del Brexit y las elecciones en Alemania y Francia. Seis años más tarde no se ha avanzado prácticamente nada. Como dijo el ministro de Economía, Luis de Guindos (con el que creo que coincido por primera y única vez): «España respalda totalmente la propuesta, pero al final lo importante es la voluntad política y, si no la hay, no podemos seguir debatiendo el proyecto eternamente”.
La mal llamada tasa Tobin, el ITF, se saca del baúl en momentos de crisis, pero no termina nunca de arrancar por las dificultades que encuentra en su camino, y ahora que estamos más cerca de salir de esta recesión, la gran banca ha puesto el martillo y los clavos en manos de nuestros representantes en los distintos organismos para que la devuelvan de nuevo al baúl y le claven bien fuerte la tapa.
Efectivamente, así es de triste y vergonzoso.
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Me ha gustado muchísimo la entrada, no tenía conocimiento de lo que planteas pero me ha puesto como se dice coloquialmente, de muy mala leche…
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