Sin debate sobre Piqué y la selección: FUERA YA, por Barney

Ha vuelto a ocurrir. Otra convocatoria de la selección y en lugar de hablar de la importancia de los partidos, de la cercanía a la clasificación para el Mundial o de la búsqueda de un estilo de juego para el equipo de Lopetegui, se habla del central del Barça, Gerard Piqué, y la esperada pitada en el Bernabéu. Una pitada más, como la que hubo en León, como la de Alicante, o como la de casi todos los campos que visita el 3 del Barça siempre que viste la Roja.

El sábado pasado en el Bernabéu dio igual el buen juego de España, el show de Isco, el resultado o el ambientazo en la grada, que para muchos periodistas, antes, durante y después, lo importante fueron los pitos. Para criticarlos, claro, con mucha mayor severidad que los pitos al himno de España en las finales de Copa. Porque cuando se trata de defender a un jugador del Barça, o al propio club catalán, toda la maquinaria mediática se pone en marcha.

No ocurre lo mismo cuando hay un madridista metido en la polémica, qué le vamos a hacer. A Sergio Ramos se le ha criticado por todo, por aquel penalti en Italia que nos costó el empate, por su momento de forma en el Mundial 2014, por su idoneidad para la capitanía, por Pilar Rubio, por su inglés, sus tatuajes, por todo. A Arbeloa, su defensa del Madrid a ultranza y sus ataques al teatro culé le costaron ir a la selección, con la que llegó a jugar 56 partidos. ¡61, con las selecciones inferiores! El marqués Del Bosque no le perdonó lo que sí le han perdonado todos los entrenadores y seleccionadores al chistoso del Periscope. Aprovecho para proponer a Álvaro Arbeloa como Director de Respuestas Sarcásticas del Real Madrid, cargo necesario que el lateral ejercería con gran acierto.

En el caso de los pitos, da igual la libertad de expresión de los aficionados, libertad que parece que solo puede ser reclamada cuando son el central del Barça o el niño mimado de la prensa Pep Guardiola los que se meten en berenjenales políticos. Lo que es válido para ellos no parece serlo para esos aficionados que han pagado su entrada y que se sienten amantes de un equipo con el que quieren identificarse. Y la verdad es que a mí me cuesta mucho identificarme con una selección en la que estén Piqué, Diego Costa o Jordi Alba.

Tengo claro que por méritos deportivos Piqué merece ir a la selección. Pero también tengo claro que ningún jugador está por encima del equipo, y cuando el individuo se convierte en el centro de atención, por encima del grupo, el jugador debe salir. Y el equipo lo agradecerá inmediatamente. Ocurrió con Iker Casillas y con Raúl, motivo de controversia en cada convocatoria durante varios años. Cuando el portero iba, porque iba, y cuando el delantero no iba, porque no iba. Y así durante un par de años, lo que supuso un desgaste que solo terminó cuando los seleccionadores dejaron clara su postura. Con Piqué hay mucha más paciencia. 

No sería la primera vez que un gran jugador no es convocado por su selección. Ocurrió con Schuster, por ejemplo. Ya con 21 años se negó a jugar por el peso de Breitner y Rummenigge en el equipo, y con 24 se retiró definitivamente. No pasó nada en Alemania, no se le rogó que volviera y el equipo siguió ganando y siendo competitivo (Mundial del 90, finalista de los mundiales del 82 y 86).

Fernando Redondo, Carlos Vela, Laudrup o Ballack también estuvieron ausentes de las concentraciones de sus respectivas selecciones por diversos motivos, y sus equipos siguieron al mismo nivel. Ningún jugador, ni siquiera Messi, está por encima del grupo. Pues no digamos Piqué.

Piqué se merece todo lo que le pueda ocurrir. «Me pitan porque soy yo y les da morbo«, o «porque soy del Barça», llegó a decir. ¿Y este es el tío que dicen que es tan inteligente? Vamos a ver, Gerard, no te pitan por ser del Barça, porque a Iniesta, a Puyol (del que debería haber aprendido de todo, especialmente señorío y comportamiento), a Busquets, a Pedro o a Sergi Roberto, no se les pitaba ni se les pita. Ni siquiera a tipos tan mezquinos como Cesc Fábregas se le pitaba. A Piqué se le pita porque cuando a uno le gusta meterse en todos los «fregaos», lo normal es que termine salpicado. O que se analice cada uno de sus gestos, como los escupitajos a Pedro Cortés, las supuestas peinetas al himno nacional, o la falsa polémica de las mangas recortadas en el partido contra Albania.

Tras ese partido, Gerard Piqué dijo que estaba harto, que dejaba la selección. «¡Bien!», pensamos muchos de los que nos escuece verle en el once titular. Pero luego añadió: «tras el Mundial 2018«. Otra vez el niño de familia rica que dispone las cosas a su antojo. ¿No debería ser el seleccionador el que dijera si cuenta o no con él para el Mundial? ¿Él con sus huevos ya se ha asignado uno de los codiciados dorsales?

«No aguanto más», pobrecito, dijo tras la polémica. «Al final la gente expresa un malestar, porque que silben indica un malestar. Yo también me haría la pregunta desde el otro lado: por qué pitan. La gente no pita de manera gratuita. Es verdad que pitar quizá no sea lo más correcto, pero al final estás pitando». Vaya, he hecho trampas. La segunda parte del párrafo no es de ese día, sino las propias palabras del central sobre lo normal que le parece a él que se pite el himno de España.

Porque esa es otra. No puede pretender que los pitos le parezcan normales, o que vaya diciendo por ahí que «vamos a ganar la Copa de vuestro Rey», o publicar fotos en la Diada rodeado de esteladas con el texto «una jornada ¡simplemente inolvidable!», y luego pretender que se le aplauda en todos los campos de este país. Porque los aficionados tenemos memoria y usamos las tripas en nuestro hooliganismo.

Y si uno juega a mezclar política y deporte, que sea coherente y renuncie como hicieron Oleguer en su día (increíble que se llegara a convocar al paquete que hizo que fuera legal el Tamudazo) o Nacho, del Compostela.  Uno tiene que actuar acorde con sus ideas, como Cruyff, que renunció al Mundial 78 por su oposición a la dictadura argentina. Con un par. Y la selección holandesa llegó a la final, en una nueva demostración de que los equipos están por encima de los individuos. En el caso de Piqué, de nada sirve a estas alturas vestir al niño con la camiseta de España y acercarse a los aficionados cuando en tu historial has dejado perlas como las mencionadas.

Para mí hay otro hecho reseñable que la prensa apenas menciona y que me hace creer que este sujeto es tan despreciable y falso como parece: no es capitán del Barça. Pese a que lleva ahí toda la vida (menos los años de Manchester y Zaragoza), pese a que los aficionados celebran cada uno de sus tuits, o le propongan como futuro presidente, o pese a que se elijan cuatro capitanes en la plantilla. Cuatro. Resulta que sus compañeros, en votación secreta, prefirieron elegir al mudo Messi, a ese Iniesta que parece enganchado al Frenadol, a Sergio Busquets, y al hombre de los penaltis nunca pitados, ¡Mascherano! Cualquiera antes que el niñato tontorrón y vacilón.

La selección debe prescindir de Piqué desde ya y empezar a pensar en el plan alternativo para el Mundial 2018. Porque además su nivel ha bajado mucho en los últimos tiempos, como se vio en la pasada Supercopa, especialmente en el nuevo intento de atraco en el Camp Nou, en el que Gerard fue decisivo en los tres goles del Madrid. Ha perdido velocidad con la misma rapidez con la que se le va la fuerza por la bocaza. Pensar que no hay alternativa a Piqué es menospreciar a Javi Martínez, Nacho, Marc Bartra, Víctor Ruiz o Íñigo Martínez, por ejemplo. Y que se le tienen que seguir permitiendo todas sus gilipolleces y ser el protagonista de cada concentración solo porque es muy bueno es un error que hay que corregir cuanto antes. 

Hace unos meses leí un artículo de opinión genial del alias Pablo Lolaso titulado ¿Estamos seguros de que Piqué no es gilipollas? Lo recomiendo encarecidamente, no tiene desperdicio. Desgraciadamente, parece que hasta después del Mundial de Rusia, Piqué «se queda».

 

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