Historia de un ascensor, por Lester

ascensor portadaD. Antonio Buero Vallejo escribió y logró llevar al teatro la obra Historia de una escalera, en la que a partir de este elemento que comunica las distintas viviendas de un edificio nos cuenta las vidas de una serie de familias españolas durante la posguerra. Hoy en día casi nadie usa las escaleras, apenas para bajar, por más que nos digan lo saludable que resulta subirlas, así que si ahora un dramaturgo pretendiera hacer una radiografía de la sociedad española tendría que situar el escenario en un ascensor. Que da mucho juego, por cierto, como trataré de explicar en esta entrada.

La magia del ascensor

Es lo más parecido que tenemos hoy en día a un sistema de teletransporte: estás en un sitio, en el portal, aprietas un botón y apareces en otro. Mis hijos siempre han vivido en un adosado (pronúnciese aquí un «o sea» con acento pijo), y por eso recuerdo la fascinación que sentían de pequeños las pocas veces que tenían la oportunidad de utilizar un ascensor. Entraban en esa caja metálica, se peleaban por darle al botón del teletransporte y miraban alucinados cuando se abría la puerta y aparecían al otro lado los abuelos o sus primos. Su cara era similar a la de las primeras veces que vieron aparecer el metro por el túnel.

La conversación del ascensor

Pero ya hemos perdido la fascinación de la infancia y hoy en día los ascensores se han incorporado a nuestra rutina diaria como un elemento más en el que apenas reparamos. Y si he reparado recientemente es por el comentario de un compañero de trabajo, escocés para más señas, al que le llama la atención la costumbre española de saludar con un «buenos días» o despedirse con un «hasta luego» en los ascensores. Con gente que no conoces, gente con la que simplemente te cruzas y con la que vas a compartir medio minuto de ascensor sin más diálogo que los saludos.

  • No voy a iniciar una conversación con ellos, así que ¿por qué tengo que saludar?
  • Por educación, John, por educación.
  • No pienso hacerlo, entonces, ¿soy un maleducado?

Pues seguramente no, simplemente en su país estos infieles tienen… otras costumbres. Hace unos años estuve en Vancouver, Canadá, una ciudad espectacular invadida, perdón, poblada, por chinos, que representan aproximadamente un tercio de la población. Estuvimos en un edificio de apartamentos de más de 30 plantas, y me quedé con dos cosas extrañas de los ascensores.

PIC_0177La primera, es que ni uno solo de mis «vecinos» chinos me devolvió el saludo. Ni una sola vez. Y yo erre que erre, intentándolo. Yo les miraba, les saludaba en un correcto inglés de Shakespeare pasado por el tamiz hispano, y tras su silencio, alguna vez dije en voz alta a mi mujer: «qué gilipollas».  La segunda curiosidad que encontré fue que, dado que era una ciudad tomada por los charlies, habían conseguido imponer sus costumbres en asuntos triviales para los europeos como era la numeración de los pisos y la aversión al número 4. Hice una foto al panel del ascensor, por si alguien no me cree: ¡habían suprimido los números 4 de todos los pisos! Será el número de la mala suerte o algo así. Y supongo que algún canadiense, en contrapartida, propuso quitar el piso 13, con lo cual, vivíamos en el 27, que en realidad ¿era?… el 23.

En cualquier caso, y si lo pienso bien, ¿qué conversación aspiro a encontrar en un ascensor? Ya con algunos compañeros de trabajo o con algún vecino te cuesta encontrar algo que decir, así que, ¿con un desconocido? Para esos momentos incómodos se inventó la información meteorológica:

  • Parece que va a llover, ¿no?

O su versión estival:

  • Qué calor, a ver si baja un poco, ¿no?

Elevator pitch

Conversaciones intrascendentes, y sin embargo, los americanos, que todo lo inventan y a todo le encuentran utilidad, han creado el concepto Elevator Pitch. El elevator pitch no es más que una brevísima presentación de un proyecto o de uno mismo tratando de impactar y llamar la atención del interlocutor. Su nombre viene precisamente del poco tiempo disponible para lograr ese impacto en una persona, del mismo modo que una conversación de ascensor.

Algo así como lo que en El Juego de Hollywood decía el productor interpretado por Tim Robbins a las distintas personas que le van ofreciendo proyectos: «cuénteme en menos de 25 palabras por qué debo hacer su película».

Como la calidad de los directivos españoles es la que es, al igual que su capacidad para conseguir la motivación de los empleados, recuerdo que en mi primer trabajo todo el mundo intentaba evitar encontrarse con el vicepresidente en el ascensor, porque, según la leyenda urbana, tenía la costumbre de preguntar:

«Dígame en 20 segundos por qué razón no le tengo que poner en la calle hoy mismo»

Supongo que de haberme visto en esa situación la hubiera cagado, aunque con los años y la experiencia posiblemente hubiera salido mejor del apuro:

«Porque me como los marrones del gerente sin rechistar», «porque curro como un cabrón y cobro una mierda para lo que obtiene la empresa de mí», o sobre todo, la infalible, «porque me sé todas tus vergüenzas, mamón, y sé las reformas que has hecho en tu casa de la playa a costa de la empresa». Me sale el Lester Burnham que llevo dentro:

Anécdotas fraternales
Hace años, yo creo que hasta mediados o finales de los ochenta, los ascensores no tenían esa doble puerta metálica de seguridad, con lo cual subías en el ascensor viendo pasar la parte fija del edificio, la separación entre pisos, las puertas de las otras plantas,… y el hueco entre la base del ascensor y esa parte fija. Un hueco de apenas un par de centímetros, pero suficiente para meter los dedos o un pie. En mi casa, todos los hermanos nos pillamos alguna parte del cuerpo por ese hueco maldito, hasta el punto de considerar que no eras enteramente de la familia si no habías hecho estas dos cosas: una, pillarte un dedo o un pie en el hueco del ascensor, y dos, pegarte un piñazo con la bici por la empinadísima cuesta del pueblo.

El día que mi hermano pequeño se dio el correspondiente tortazo familiar, que incluía varias vueltas sobre sí mismo, posiblemente el verano del mismo año en que se pilló dos dedos en el hueco del ascensor, le abrazamos los mayores como aceptándolo dentro de la familia: «hermanito…»

Pero sobre todo recuerdo otra situación provocada por otro de mis hermanos. Bajando de nuestro piso, el muy cabroncete empezó a reírse, primero muy bajo, y luego, una vez que olí el motivo de sus risas, un pedo silencioso cual grito de mierda oprimida, estalló en una sonora carcajada. Estaba atrapado, tenía que oler y tragarme durante veinte segundos ese olor nauseabundo,… todavía lo siento hoy en día. Pero peor fue al abrir la puerta, salir corriendo, y encontrarnos con el vecino del tercero, el más borde del edificio, que se disponía a entrar al ascensor y tragarse el hedor de mi querido hermanito. Nunca nos dijo nada, pero desde entonces siempre nos miró de modo raro, como queriendo averiguar quién había sido.

Ascensores de película

ascensor5Lo chungo del ascensor es que no tienes escapatoria, ya sea del vicepresidente de tu empresa, de un vecino antipático o del olor al cuesco de tu hermano. No hay salida, paciencia y aguanta. Esta circunstancia ha dado mucho juego en el cine, así que he acudido al amiguete experto, Travis, que me ha dado un montón de ejemplos en un momento. Hasta me ha recomendado una película que transcurre casi íntegramente en un ascensor, The Elevator, película en la que la mayor gracia reside, por lo visto, en que una de las nueve personas atrapadas lleva una bomba. Qué graciosos los guionistas, encima metiendo miedo a la gente con claustrofobia.

En Superman II colocan una bomba nuclear en el ascensor de la Torre Eiffel. En El Padrino aprovechan la imposibilidad de huir de los mafiosos para acribillarlos en el interior de otro. Hannibal Lecter se vale del hueco de otro para escapar en una de las escenas trampa de El silencio de los corderos. En Capitán América II le tienden una trampa al superhéroe en un ascensor, pensando que de ahí no iba a escapar. Ilusos.

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John Connor y su famosa madre, Sarah, pasan quizás el peor de los momentos de Terminator II (y mira que los hay chungos) en el ascensor, cuando se creen a salvo y el T-1000 abre las puertas como si nada convirtiendo sus brazos en cuchillas.

ascensor3Claro que si algo nos ha enseñado el cine americano acerca de los edificios modernos es que de un ascensor te puedes escapar fácilmente empujando las trampillas del techo. Eso, y que luego todos los conductos de aire acondicionado están especialmente diseñados para que una persona se mueva por su interior. Qué sería de las películas americanas (y de John McClane) sin el hueco del ascensor y los conductos de aire acondicionado. Y las escaleras de emergencia. Y la CIA, y… para Travis, ahí lo dejo.

Pues eso, que no tienes escapatoria, así que relájate y disfruta, sobre todo si el ascensor se para y te pilla atrapado con una perica impresionante. Una típica fantasía erótica de los tíos, qué se le va a hacer. Supongo que muchos no estarán de acuerdo conmigo, pero la única vez que el callo de Glenn Close nos ha hecho sentir algo parecido al morbo ha sido en la famosa escena del ascensor de Atracción fatal con Michael Douglas. Ansiosos…

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De profesión ascensorista

Que yo sepa ya no quedan ascensoristas, profesión de gran complejidad allá donde las haya, similar a la de presidente americano según Los Simpsons: basta con saber apretar el botón adecuado.

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El ascensorista llega tarde en Pretty Woman, y gracias a eso sigue habiendo «petardopelícula». Lástima. Pero sin duda mi ascensorista predilecta es la dulce y encantadora Shirley MacLaine de El apartamento.

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A Jack Lemmon le dan mucho juego esos minutos de ascensor, le permiten enamorarse, desencantarse y decidir qué hacer con su rastrero ascenso.

Claro que Billy Wilder era un genio capaz de sacar petróleo de cualquier situación. En Con faldas y a lo loco, y prácticamente solo con el indicador del piso del ascensor es capaz de hacer humor del grande:

Me quedo con este

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Pero sin duda alguna, de todos los ascensores, yo me quedo con el de Charlie y la fábrica de chocolate, de Tim Burton, que no solo sube y baja, sino que se desplaza en horizontal y te lleva allí donde quieras. Con paredes, techo y suelo de cristal, para disfrutar del paisaje. El día que inventen uno de estos, me lo compro seguro. Para viajar sin prisas, para charlar con Shirley MacLaine, para quedarme encerrado con una maciza, y sobre todo, para no dejar que entre el cabroncete de mi hermano.

Cara Lester

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4 comentarios en “Historia de un ascensor, por Lester

  1. Jajajaja me ha gustado mucho la entrada. Me ha recordado a mi infancia y adolescencia ya que hasta que cumplí los 18 años mis padres vivían en una cuarta planta sin ascensor, ¡Qué tiempos! Por eso quizás nunca me ha importado utilizar las escaleras. En cuanto a los ascensores puedo destacar 3 anécdotas: la primera agradable, cuando me quedé encerrada en uno, digo agradable porque aproveché el tiempo para leer y se me pasó volando, la segunda, la única vez que he bajado a solas con el consejero de mi empresa, paso de decir nada, se puede imaginar…y la tercera, la subida de 13 plantas «a pata» en agradable compañía. Por cierto una pregunta Lester…¿la expresión ¡Qué gilipollas! dirigida a los chinos la dijiste en un perfecto inglés o en la noble lengua Cervantina? Por simple curiosidad… ;D

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    • En la lengua de Cervantes, como no podía ser de otra manera. Date cuenta de que no quería problemas con los chinos, porque según otro de los tópicos todos los charlies saben kárate.
      Respecto a tus anécdotas, cuando dices que no hubo palabras entre el consejero y tú, y después de lo contado en el post, ¿sentiste que no se parara y os quedarais encerrados una hora o así? Y respecto a subir 13 pisos a pata, una vez hice algo parecido, y lo peor no son las piernas, sino los pulmones, sobre todo si quien te acompaña te lanza un par de preguntas trampa para que te pases toda la subida hablando. «Sí siento las piernas, no siento el aire al llegar arriba». Saludos!

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      • La anécdota con el consejero la resumo en que no es que no dijera nada sino en que todo lo dijo él jajaja En cuanto a que se quedara parado el ascensor…¡nooo por dios! Preferiría tragarme una película de Steven Seagal o Chuck Norris jajaja

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  2. Jeje, buena entrada, las anécdotas de ascensor dan mucho juego, especialmente las referentes a los olores y ruidos producidos por el cuerpo humano, que no siempre tienen que ser las ventosidades. Hay personas que portan una concentración de olores tremenda, y la concentración temporal en un microespacio del tamaño del ascensor les delata. Algunos -sobre todo algunas- incluso pensarán en lo bien ambientado que dejan un ascensor con esos perfumes carísimos y apestosísimos… claro que también hay otras mujeres que, con discreción y en dosis baja pero apreciable entre el aire limpio de la mañana, consiguen hacer sumamente agradable esos segundos de ascensor.

    Recuerdo ese ascensor, así como varias de las vivencias sucedidas en él -incluyendo una patada de kung-fu que le solté a uno de los hermanos que comentas, como venganza por alguna otra putada rastrera que me había hecho minutos antes-, y cómo las recuerdo ahora en un sentimiento entre añoranza, alegría y arrepentimiento… ahora, al contrario que tú en el adosado, he elevado mi utilización ascensoril porque vivo en un piso 17 de 19 plantas, y aparco en una planta -5, con lo cual recorro cada día grandes distancias en ascensor… reconozco que he bajado las escaleras de os 17 piesos hasta la calle algunas veces -muchas menos que las que hacía de chaval, que eran todas-, y subirlas no las he subido ni una vez en 9 años. Una vez se fue la luz de todo el edificio, incluyendo la de los ascensores, y preferí quedarme en la calle tomando una caña en el bar hasta que volvió la energía… En fin, si a estos 17 pisos de mi casa les sumo los 5 pisos de la oficina, pues al final me salen al día unos cuantos «viajes» de ascensor… y compruebo cómo han cambiado algunas cosas respecto a cómo era la vida ascensoril hace 30 años. Entre estos cambios enumeraría los siguientes:

    – el móvil; gran parte de gente va mirando el «guasap» o el correo tanto al salir de casa como al subir del curro. Esto evita a menudo las consabidas conversaciones sobre el tiempo o el final de las vacaciones.
    – las conversaciones de móvil: ahora a menudo puedes enterarte de los jaleos de algunas personas que se meten al ascensor hablando, algunos incluso hablan más alto dentro del ascensor para que todos nos enteremos de lo importantísimo que es su curro, cuando lo cierto es que muchos al oirle pensamos «qué pringao, mi marca de papel higiénico es mucho más importante que tus chorradas».
    – pantallitas con mensaje y sonidos: en mi oficina actual están introduciendo monitores con pantallas que traen noticias cortas (hiperbreves de frase+foto), además de un molestísimo graznido emanado por altavoz del todo a un euro con el importante mensaje «tercera planta, zeeeerd floooooor»… no sé si es que intentan compararlo al metro, o sólo intenta romper las reuniones sindicales de 15 segundos en el p*** ascensor…
    – los bordes: siempre ha habido «bordes de ascensor» en España, a pesar de la tradición de saludar aquí que ciertamente en otros países no tienen -a mí a diferencia que a ti me sorprende cómo algunos guiris en los hoteles españoles a la vez que saludan sonríen, como alegrándose de esta costumbre del saludo ascensoril-… decía que siempre ha habido bordes de ascensor, pero en el edificio en el que vivo, con bastantes solteros o divorciados y pocas familias, el borderío de algunos es impresionante: ya no sólo es que no saluden, es que muchos entran, y sin decir nada, se te ponen de espaldas mirando a la puerta, o a la pared si es necesario. Todo con tal de no tener que decir ni hola. Y lo peor, alguno hasta apaga la colilla en el suelo del ascensor, el tío cerdo -soy exfumador y jamás en mis 20 años de fumeque se me ocurrió hacer algo así-.

    Y por último, más que como avance, que ya existe hace años, lo nombraría como «punto agradable a seguir»: los ascensores panorámicos exteriores, que me encantan. Cuando tengo ocasión de subir en uno en algún rascacielos, me fascina que se puedan ofrecer espectáculos tan magníficos con un simple traslado en ascensor. Una vez en China subí en un ascensor exprés a más de 400 metros de altura y fue acojonante. Hace poco subí a uno de los ascensores exteriores de Torre Cepsa, anteriormente «casi torre Repsol» y anteriormente Torre Bankia -realmente sigue siendo de Bankia por no hacer efectiva una minusvalía de 500 millones de euros que sin duda acabaremos enjuagando entre todos los contribuyentes-galeotes-, y de nuevo esos 20 segundos me parecieron maravillosos, sin duda demasiado cortos… cómo me gustaría llegar cada día a la oficina con la perspectiva de contemplar esas vistas, con cada estación del año, a diferentes horas del día… ¿No podrían obligar a hacer así todos los ascensores de la ciudad? Y los que tengan vértigo, que miren el móvil, se pongan de espaldas a la pared o que usen las escaleras!!! 😛

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