Los auditores y la metáfora kafkiana (1ª parte), por Josean

Ya están aquí, ya han llegado. «Han vuelto», como anunciaron la segunda parte de Poltergeist en su día. Me refiero a esos tipos (y «tipas») que se acaban de instalar en una sala de reuniones de mi oficina, gente bastante más joven que nosotros cuyo trabajo va a consistir en revisar el nuestro del año anterior a base de pedirnos documentos, facturas, cuadros de Excel y todo tipo de aclaraciones sobre las cuentas de la compañía. No es mi caso, pero seguro que hay gente que siente la misma angustia que la niña de Poltergeist cuando le comunican por teléfono que empieza la auditoría.

Es el sistema, no lo pongo en cuestión. Te quita tiempo de tu jornada diaria, hace que pases varios meses retrasando la vuelta a casa y el día que consigues el Informe de Auditoría con su firma (y limpio de salvedades, incertidumbres y párrafos de énfasis) lo celebras como si tu empresa hubiera conseguido un nuevo contrato. Tu peli es otra, ya no es de terror.

Cuando empecé mis estudios, la contabilidad me parecía sencilla, pero ahora no lo es, y mucho menos con las Normas Internacionales (NIC, NIIF) que nos está tocando implantar desde hace años. Si a eso le añades las ocurrencias de Montoro y la complejidad de las nuevas operaciones financieras (algunas, lindantes con la estafa), nuestro trabajo se complica enormemente. Padecemos un fuerte problema de subjetividad, de interpretación. «¿Cuánto quiere que salga?», decía el chiste que contestaba el contable a la pregunta de cuánto era dos más dos. Es en esas diferencias de criterio donde pueden surgir problemas con la auditoría.

Mi relación con los auditores a lo largo de todos estos años ha sido, por lo general, buena o bastante buena (he encontrado grandes jugadores de pádel en ese gremio). Incluso he acabado bien con los que más se ha tensado la relación, como aquel al que le dije en un par de momentos de tensión: «mira tres veces antes de cruzar la calle» o «reconocerás los faros de mi coche y espero que no demasiado tarde». Nunca entendió mi humor, pero aun así terminamos limando diferencias en un par de comidas agradables, en las que cada uno explicó por qué defendía «lo suyo» con tal vehemencia.

Obviando aquel caso particular, trato de colaborar con los auditores, no como he visto en algunas otras empresas en mi carrera, en las cuales el director financiero les puteaba todo lo que podía y les ocultaba la información cual Gollum con su tesoro: «a los auditores les ponéis en una sala sin ventanas, en otra planta, con mesa redonda, sin acceso a la red ni a las impresoras. Y cualquier papel que se les vaya a dar, lo tengo que ver yo antes. Y mejor un PDF que un Excel». Él mismo era ex auditor y sabía bien de qué hablaba.

No tengo nada que ocultar (o casi, por dejar algo de margen a la duda), y por esa razón intento ser transparente, pero creo que lo hago sobre todo por egoísmo: quiero que terminen cuanto antes. He trabajado con las cuatro grandes, las Big Four (Ernst & Young, Deloitte, Price Waterhouse y KPMG) y también antes de su desaparición con la que fuera la number one, Arthur Andersen, los famosos «Arturos».

Los escándalos contables

La auditora fue señalada como uno de los principales culpables de la quiebra de Enron en 2002, al no detectar el enorme agujero creado en sus cuentas. O por detectarlo y mirar para otro lado.

Arthur Andersen, una firma hasta entonces modélica creada en 1913, desapareció de la noche a la mañana, arrasada por la crisis que originó la desconfianza en la firma. Recomiendo ver The smartest guys in the room, aquí rebautizada como Enron, los tipos que estafaron a América, película documental que se puede encontrar fácilmente en YouTube en inglés o traducida (link). Resulta altamente improbable que los auditores no fueran conocedores y por tanto cómplices de la ocultación del enorme agujero en las cuentas de la compañía energética.

No sería el último caso y poco después vendrían WorldCom, Parmalat, Tyco, Xerox,… empresas que habían ocultado sus problemas financieros, o simplemente comerciales o de gestión, para, entre otros motivos, mantener los bonus de sus directivos. Deudas no reflejadas, facturas falsas, ingresos inflados,… un pozo de mentiras para engañar a accionistas, reguladores, analistas y posibles inversores. Como dijo la contable de Enron Sherron Watkins: «El mundo empresarial no considerará nuestros éxitos pasados sino como una elaborada estafa contable«.

La investigación posterior de Enron determinó que el auditor se había sentido presionado ante la posibilidad de perder millones de euros en contratos de asesoramiento y servicios legales o fiscales no relacionados con la auditoría. A partir de los escándalos contables, en Estados Unidos se aprobaron varias leyes para tratar de mejorar la calidad de la información contable y para evitar esa connivencia del auditor con los gestores de la sociedad, como la Sarbanes-Oxley. Enlazo aquí al informe elaborado por José Díaz Morales, socio de Ernst & Young, que resume los principales aspectos de la Ley:

  1. Mejora de los controles internos de la compañía para aumentar la calidad de la información pública envida a accionistas y organismos reguladores.
  2. Reforzar las responsabilidades en el Gobierno Corporativo de las sociedades.
  3. Mejora en las conductas y comportamientos éticos exigibles.
  4. Aumento de la supervisión a las sociedades cotizadas con la creación de un organismo público de supervisión que podrá controlar la calidad, normas de ética e independencia de las compañías auditoras.
  5. Incremento del régimen sancionador por incumplimientos: responsabilidades incluso penales para el CEO y el CFO.
  6. Aumento de la exigencia de independencia de los auditores.

En una línea similar opera el SCIIF, Sistema de Control Interno sobre la Información Financiera para las empresas cotizadas, cuya Guía de Actuación fue publicada por la CNMV en julio de 2013. Mayor calidad en la información suministrada, incremento de la supervisión, mejora del control interno de las compañías y limitaciones al trabajo del auditor con objeto de preservar su independencia.

Desgraciadamente, pese a todos los controles que se implanten o pese a todos los cortafuegos que se intenten colocar, cuando un equipo gestor quiere falsear las cuentas u ocultar sus agujeros financieros, lo puede seguir haciendo. Al menos durante unos pocos meses, la ventaja que sacará a sus auditores o supervisores. Como ocurre con los narcos, los evasores fiscales o el dopaje en el deporte, los delincuentes siempre parten con ventaja.

Banesto y Gescartera en su día, Madoff en Estados Unidos, Astroc, Martinsa, Gowex, Isolux,… cada año nos encontraos con algún nuevo caso. Una empresa quebrada que sobrevive trampeando sus cuentas mientras el auditor mira hacia otro lado para no perder el suculento contrato por el cual percibe unos abultados honorarios. ¿Qué parte de responsabilidad le toca al auditor?

El socio de Deloitte que avaló los informes de la salida a Bolsa de Bankia fue imputado por el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu. Los peritos del Banco de España concluyeron en sus informes que las cuentas de Bankia no reflejaban la imagen fiel de la entidad. El enorme agujero en sus cuentas lo sufrieron los de siempre.

Hace apenas unos días leía este artículo de El País sobre la quiebra de Pescanova. El montaje es tan burdo («trilerismo contable», lo denomina María Fernández, autora del artículo) que sorprende que no hubiera saltado por los aires años antes. El presidente de Pescanova se enfrenta a los cargos de falseamiento de cuentas, estafa, alzamiento de bienes, blanqueo y falsedad en documento mercantil. Sigue ocurriendo. Cada año.

Las grandes firmas de auditoría tienen que hacer su trabajo, que en ocasiones consiste en sacar los colores a su cliente, y a la vez tienen que mantenerlo contento. El pastel que se reparten supuso el año pasado 114.000 millones de euros de facturación a nivel mundial, solo entre las Big Four. 

El trabajo del auditor

Los responsables de las cuentas de las empresas tenemos la obligación de registrar la imagen fiel de la compañía, sea lo que sea ese concepto tan etéreo. Numerosas operaciones o contratos tienen una interpretación y según sea el carácter del Director Financiero, agresivo o conservador, o según sea su capacidad de resistir sin ceder a las presiones del bonus del CEO y de los miembros del Consejo de Administración, los números pueden ser muy dispares.

Además nos toca lidiar con la parte «ingenieril» de las compañías, puesto que el balance suele resultar incomprensible para los que no son de nuestro gremio. Cuando mis compañeros de la parte técnica de la empresa critican lo absurda que puede resultar a veces la contabilidad o muestran su desacuerdo por nuestro particular modo de trasladar a números sus brillantes ideas, les suelo contestar que a la mala práctica contable se le llama «ingeniería financiera». Justo después, les recuerdo que el director financiero de Enron era ingeniero. Igual que Bin Laden.

Con todos estos parámetros, el rango en el que se mueven los resultados de una compañía es amplio, y al auditor le toca dilucidar si se siente cómodo o no con las cifras que le presentan. Su trabajo es muy complicado. Llega a un sitio donde le van a recibir «regular», se pone a revisar el trabajo de todo un departamento, tiene que estudiar un negocio que desconoce y chequear las cifras a base de aburrir con cartas y correos a proveedores, clientes y bancos de la empresa auditada. Tiene que cruzar datos, cuadrar saldos, revisar el control interno de la compañía e incluso valorar los planes estratégicos de futuro.

Si además hay un fraude en las cuentas, o si los responsables de la información la ocultan o falsean, su trabajo se vuelve imposible por muchas horas que pase enterrado en un mar de papeles.

La metáfora kafkiana

El trabajo del auditor puede no tener fin. Como El proceso de Kafka, la historia de un individuo normal enterrado en un mar de burocracia que le va mermando las fuerzas hasta sumirle en una pesadilla sin final. Pero la obra que para mí mejor representa la figura del auditor es La metamorfosis. Me quedé desconcertado cuando la leí, y sin embargo, la entendí a mi manera al comprender que en el fondo toda esta historia kafkiana es solo una metáfora del padecimiento ante una auditoría. Del auditado, pero también del auditor, Gregor Samsa.
De repente, una mañana, tienes a un auditor metido en una habitación en tu propia casa. En la novela se trata de un insecto, aunque en ningún momento dice cuál es ni que resulte especialmente desagradable. Un escarabajo o una cucaracha que se mueve libremente por la casa mirándolo todo en secreto. La familia sabe que tiene que convivir con el intruso, pero por otro lado se ve obligada a cambiar sus hábitos. No ocurre así con la figura del gerente, que huye de él en cuanto lo ve. Apenas cruza unas palabras con Gregor, pero este le insiste:
«- Señor apoderado, no se marche usted sin haberme dicho una palabra que me demuestre que, al menos en una pequeña parte, me da usted la razón».
Al principio Gregor no molesta, pero cuando la situación se prolonga mucho, termina siendo un problema.
«¿Quién en esta familia, agotada por el trabajo y rendida de cansancio, iba a tener más tiempo del necesario para ocuparse de Gregor?»
Cambiemos familia por «empresa» y Gregor por «el auditor» y todo cuadra. La gente que le atiende termina cansándose, incluso los más pacientes, como la hermana.
Con la situación de Gregor en su cubículo, siempre ahí al acecho, la familia empieza a tener problemas financieros y acaban despidiendo a parte de la plantilla (la criada). Lo que viene siendo un cabeza de turco en las empresas.
El final es desolador, cuando la familia tiene una reunión interna para solucionar el problema y asumen, de modo un tanto escéptico, que no podrán librarse de Gregor Deloitte. El que quiera dejar de verlo tendrá que cambiarse de casa.

FIN

Obviamente esto ha sido una broma, pero pretendo ceder la palabra para la segunda parte de este texto a un auditor. Concretamente a una auditora, de una Big Four, of course.

– ¿Acabas de llamarme cucaracha y ahora me pides un favor?

– Exacto, te necesito tanto como el colesterol.

 

4 comentarios en “Los auditores y la metáfora kafkiana (1ª parte), por Josean

  1. Si el auditor cobra del auditado, como sucede, el sistema nace viciado de origen, no vale. A la historia me remito. Todos lo saben pero lo practican porque unos cobran por hacer el paripé y otros lo pagan por ponerse el sello de «auditado por…». Así, todos contentos. Una farsa. La solución son los inspectores de Hacienda concediendo el sello de «Inspeccionado», que para eso les pagamos nosotros.

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    • El problema de dejar esa revisión a los inspectores de Hacienda es que el resultado contable, el que se presenta a los mercados y a los accionistas, tiene poco que ver con la base imponible fiscal, y más desde que tenemos al frente del Ministerio al insondable Montoro. Todas las reformas de los últimos años van encaminadas a que las empresas paguen más aunque el coste fiscal no crezca, en un juego de trileros montoril que notaremos en próximos años, cuando las empresas no ingresen lo que adelantaron previamente.

      Además, existe el problema de que las competencias de Hacienda terminan en el propio país de la empresa, mientras que los resultados de estas grandes multinacionales provienen de decenas de países, lo que las convierte en más inaccesibles para su control. No sé, no tengo clara cuál es la mejor solución. Los cambios normativos nos llevan a depender aún más de los auditores y de los consultores fiscales y legales, en un sistema carísimo en el que más que kafkianos nos volvemos platónicos: «solo sé que no sé nada».

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  2. Mi querido amigo Josean,

    Igual es un comentario un poco extenso, pero ya se sabe, cuando se meten con «Uno de los nuestros»… 😉

    Reconozco que cuando leí el título, me temblaron un poco las canillas. No por mí, si no porque es un tema bastante complejo que considero que has tratado de una manera muy acertada y divertida.

    Como en todos los gremios, los hay más profesionales y los hay menos profesionales. Basándome en mi corta experiencia, puedo decir que en todos los clientes en los que he podido estar (o en casi todos), es indispensable crear un vínculo positivo entre todas las personas involucradas. Es cierto, el auditor es un «coñazo» para el cliente. Además del trabajo diario, hay que estar atendiendo las exigencias de estos tipos que parece que su único objetivo es sacar errores….y no hay mayor error que esa propia afirmación. Gracias a Dios, han sido más de uno y más de dos los clientes en los que he estado que nos han agradecido el apoyo prestado durante la auditoria, y quiero decir, APOYO, porque aunque seamos unos tipos que van de paso, siempre tratan de sentirse parte de la compañía durante el tiempo que están allí instalados. Al menos es los que yo intento transmitir siempre en mis equipos. Y eso lo percibe el cliente, de manera que los «errores» encontrados no son fallos, sino áreas de mejora (cuando las hay).

    Por lo tanto, no hay que dar mesas redondas al auditor, ni cuartos sin ventanas, ni salas donde no hay calefacción… a nadie le gusta «currar» a disgusto, y, como he comentado, mi experiencia me dice que cuando hay feeling, las cosas fluyen, y muchas veces, los problemas se transforman en oportunidades, para ambos bandos.

    Por otro lado, y respecto al SISTEMA. Como siempre, ningún sistema es perfecto, y siempre hay áreas de mejora. ¿Qué tienen que ocurrir casos como Enron, Bankia, Pescanova, etc, para cambiar cosas? Por supuesto, igual que tienen que morir cientos de ciclistas para endurecer las penas, se tienen que disparar el número de casos de cáncer y problemas cardíacos para controlar tabaco y alimentación, tienen que existir numerosos casos de corrupción para que los políticos cumplan condenas severas e íntegras…

    Pero, como he dicho antes, el trabajo del auditor es un trabajo profesional. Los casos que han salido a la luz son, por supuesto, una minoría. Es como si dijéramos que todos los clientes, o todas las empresas auditadas cometen fraude y son corruptas. Creo que sería una temeridad.

    Así mismo, un socio de auditoria tiene responsabilidad penal, por lo que veo realmente complicado que nadie arriesgue su carrera profesional por ningún motivo… al menos, eso lo pienso yo, que me considero un profesional como todos con los que me he cruzado durante todos estos años.

    Finalmente, aunque daría para una entrada aparte, sí me gustaría dejar claro que el trabajo de un auditor no es el de encontrar fraude, como lo puede ser el de un Inspector de Hacienda. Pero, como digo, eso sería un tema aparte.

    Por tanto, enhorabuena por la entrada, sin duda, y por tratar un tema aparentemente aburrido y delicado de una manera divertida, hasta yo me he reído… 🙂

    Un abrazo!

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    • Sr. auditor Claros:
      Yo sí que he temblado cuando he visto que comentaba alguien «del otro lado», pero al final he respirado al ver que te había entretenido y que incluso podíamos estar de acuerdo con la mayor parte de lo expresado.

      Yo también creo en esa complicidad de la que hablas, porque facilita mucho el trabajo para ambas partes, porque se genera un clima de confianza que puede ser fundamental para que cada cual realice su parte del trabajo. Y como dices, el auditor puede ser una ayuda para el auditado, alguien con otra perspectiva que nos abra los ojos, o que nos ponga al día de los nuevos requerimientos, sobre todo a los que ya nos cuesta aprender cosas nuevas.

      El fraude,… los malos siempre llevan varios cuerpos de ventaja.
      Un abrazo.

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