Ya ha pasado casi un mes del estreno de la última historia de Star Wars, Rogue One, así que difícilmente puedo aportar algo nuevo que no se haya dicho ya en artículos, blogs, podcasts frikis (me encantan, he oído alguno de 5 horas) o conversaciones con colegas. Tranquilos los que no la hayan visto, que apenas voy a hablar del argumento hasta el final del post. Y el que no quiera saber nada de nada, de absolutamente nada, de esta Rogue One que no lea los párrafos en azul.
Comienzo. A pesar de ese mes transcurrido, no puedo pasar por alto esta nueva película de la saga galáctica favorita de este bloguero, y menos después de lo sucedido con la muerte de Carrie Fisher, nuestra princesa Leia de los ochenta. Fui a ver Rogue One el 24 de diciembre, y apenas unas horas antes de entrar al cine supimos del infarto que había sufrido la actriz en pleno vuelo. En aquel momento Carrie Fisher parecía estable y que podría sobrevivir, pero ya vimos que no, que para ella, para su madre Debbie Reynolds, y hasta para George Michael, aquellas fueron sus Last Christmas. De nada sirvieron los mensajes que poblaron las redes, casi todos con ese lema que acompaña a mi generación desde hace décadas: “Que la Fuerza te acompañe”.
Rogue One, la película
Yo creo que muchos aficionados a la saga teníamos miedo a esta película y a la intromisión de Disney en este universo que nos hemos «apropiado» de mala manera. La película, dirigida por Gareth Edwards, vendría a ser un Episodio III y medio, mucho más cerca, eso sí, del Episodio IV (que arranca con la captura de la princesa Leia por Lord Vader) que del III (la conversión definitiva de Anakin en Darth Vader y la separación de los gemelos Leia y Luke al nacer).
Rogue One está bastante bien,
joder, puedo decirlo sin ambages. La historia funciona, es entretenida, tiene algunos elementos del Episodio III que encajan perfectamente y sobre todo nos sitúa directamente en el universo Star Wars más reconocible, que es el de la mítica “guerra de las galaxias”, años después rebautizada para muchos de nosotros como Una nueva esperanza (me niego a usar este título).
Rogue One tiene varias fases. Un principio que me gusta, porque sitúa el conflicto desde el primer minuto, una parte intermedia que me aburre un poco, y un final apoteósico, de unos cincuenta minutos de gran intensidad y puro espectáculo. Así como a El despertar de la Fuerza se le reprochaba que no arriesgaba, que era demasiado complaciente con el seguidor tradicional y no aportaba escenarios nuevos (un desierto, un bosque, un planeta helado, un tugurio de contrabandistas), Rogue One presenta la trama en una región verde y aparentemente volcánica, diferente a lo visto en otras pelis de la saga (se rodó en Islandia), pasa por una barriada libanesa de los ochenta y culmina su final apoteósico en un paradisíaco paraje de las Maldivas. Me encantó esta parte de la batalla en las playas, con las palmeras, el agua cristalina y las pequeñas islas que albergaban naves imperiales en lugar de los habituales yates de lujo.
Escenarios nuevos, y razas nuevas, que el mercado del cine está cada vez más globalizado y hay que llegar a numerosos países en los que antes no pensaban los productores. Al universo tradicional de Star Wars se le reprochó en su momento que todos los personajes fueran blancos, y para un negro, perdón, afroamericano, que salía en pantalla, Lando Calrissian (Billy Dee Williams), resulta que es el traidor que entrega a Han Solo al Imperio. Supongo que por esas cuestiones de ser políticamente correctos a Lando Calrissian se le dio un papel heroico y amable en El retorno del Jedi.
En distintos episodios se fueron incorporando más actores de color, como Mace Windu (Samuel L. Jackson) en las precuelas o Finn (John Boyega) en El despertar, pero ha sido en Rogue One donde se ha intentado dar ¿satisfacción? a todas las razas potencialmente consumidoras del film. En este artículo de El Huffington Post se muestra una interesante comparativa por minutos en pantalla de las diversas razas que participan en las películas de la saga. Rogue One es, de largo, la más multiétnica.
A mí particularmente me la trae al pairo el tema de las razas y lo políticamente correcto, siempre y cuando sus papeles sean interesantes. Y hay personajes que molan, como Jyn Erso (soy muy de Felicity Jones, qué le voy a hacer), su padre Galen (Mads Mikkelsen) y Saw Guerrera (Forest Whitaker). Me gusta bastante el villano Krennic (Ben Mendelsohn), y me dejó tocado la «resurrección» de Tarkin (Peter Cushing). Es todo un descubrimiento el droide K-2SO, una inteligencia artificial con tanto sentido del humor y el espectáculo como el TARS de Interstellar.
Pero en otros personajes es donde a mi modo de ver falla un poco la película, porque aunque me voy congraciando según avanza el film con «el latino» Diego Luna, tengo serios problemas con dos personajes: el chino Chirrut (Donnie Yen) y el inglés de origen paquistaní Bodhi (Riz Ahmed).
El piloto desertor Bodhi se pasa media película como si fuera un boxeador sonado y no se entera de nada, aparte de que su aspecto de tez morena y greñas no encaja en los cánones habituales de un Imperio tradicionalmente blanco, caucásico y casi «ario». En un momento dado y sin entender muy bien por qué, Bodhi reacciona, se «desempana» y se entrega a la causa de los Rebeldes hasta el punto de ser fundamental para el desenlace.
Con el que no puedo es con el chino Chirrut, el único ciego con más vista que Miguel Durán, o que el ciego de la peli de Bruce Lee Puño ciego, una peli tan rara que ni siquiera la encuentro en Filmaffinity. Los ojos de Chirrut son iguales que los del ciego de esa peli, y su «visión» espacial, dando patadas supuestamente a ciegas, atizando con su bastón a los tipos que no ve, esquivando disparos o cargándose a un caza imperial sin mirar, me chirría por todas partes. Supongo que de ahí le viene el nombre. Si me dijeran que es un Jedi poseído por la Fuerza (o con millones de midiclorianos en sus venas, aquí arcadas), todavía podría admitirlo, pero no es más que un charlie charlatán que no deja de repetir de modo cómico «soy uno con la Fuerza y la Fuerza está conmigo», como quien recita la lista de los reyes godos.
Para mi gusto, Rogue One está muy por encima de la trilogía de precuelas, pero por debajo de El despertar de la Fuerza. Funciona como película de la saga galáctica, pero también como película bélica o de comandos con una misión que cumplir (Los héroes de Telemark, Doce del patíbulo, Escuadrón 633). Es magnífica en las batallas espaciales, pero mejor aún en las de «infantería». Huele a barro y arena, a suciedad en los uniformes, a veracidad, no a CGI y efectos digitales como en las tediosas precuelas.
La nostalgia
Seguramente mi percepción al situarla por debajo de El despertar de la Fuerza se deba a que en esta última caí en la trampa de dejarme seducir por una historia muy similar a la del Episodio IV, y toda esa nostalgia de Han Solo, Chewbacca y el Halcón Milenario me atrapó y no me soltó en las dos horas de metraje. Aparte del enamoramiento de Rey que padecí desde las primeras escenas. Este vídeo que compara escenas de ambas películas deja bien a las claras que no hubo disimulo por parte de J.J. Abrams a la hora de copiar referentes:
La nostalgia es un sentimiento muy poderoso, sobre todo si hablamos de cine. Reconozco que nos aleja de la objetividad que resulta precisa a la hora de valorar una película. Estas Navidades han repuesto las películas de la trilogía clásica (Ep. IV al VI) y me he quedado embobado como siempre viendo varias escenas, pese a que han envejecido, digámoslo, regular. Los monitores de los X-Wings son una castaña hoy día, a dos colores y con la calidad gráfica de un Spectrum. La persecución en las motos del bosque de Endor me flipaba hace treinta años, «¡cómo lo han hecho!», mientras que hoy en día sigues flipando por el ritmo, pero te quedas diciendo «¡vaya castaña de efectos!»
Ha cambiado nuestro modo de mirar el cine, y desgraciadamente ya no tenemos la inocencia de un niño de ocho años (La guerra de las galaxias) o de trece (El retorno del Jedi), pero seguimos mitificando a sus héroes y apreciando sus historias, no tanto quizás por la calidad de lo visto como por el recuerdo de lo que sentí.
Hoy estoy deseando que exterminen a Chirrut, pero en su día no ponía objeciones a las tonterías de C3PO. Hoy critico lo poco creíble que resulta que una instalación tan poderosa como la biblioteca que alberga los planos de la Estrella de la Muerte se desactive con un antediluviano interruptor (¡un puto joystick!) o que los disquetes parezcan de aquellos originales de 5 pulgadas y cuarto, y en su día me tragaba que Han y Luke pudieran enfrentarse a poderosos stormtroopers, pero no se atrevían con cuatro osos de peluche con lanzas de madera.
La nostalgia idealiza nuestros recuerdos del pasado. Vemos la frase inicial con los cuatro puntos suspensivos y automáticamente tenemos la carne de gallina. Estamos predispuestos al disfrute, y eso que en esta ocasión no vemos las letras que se pierden en el espacio ni escuchamos retumbar la música de John Williams (la banda sonora es de Michael Giacchino). Un aficionado ha escrito ese posible texto que nos han escamoteado en el montaje de Rogue One. Bueno, es una curiosidad más en este mundo tan friki que nos encanta.
Hay nostalgia en Rogue One, pero no tanta como en El despertar. A mí me encantó ver al Gobernador Tarkin, a C3PO y R2D2, la primera Estrella de la Muerte, y por supuesto las escenas de Darth Vader.
Su incursión en la nave de los Rebeldes pasará a la lista de los mejores planos de toda la saga. Y hay un plano final que chirría en cuanto a efectos digitales, pero que adquirió un significado distinto en el momento que supimos que la vida de Carrie Fisher estaba en peligro.
El nacimiento de la princesa Leia
La princesa Leia nace en realidad al final del Episodio III, cuando es separada de su hermano Luke y entregada al senador Organa (Jimmy Smits), quien hace una breve aparición. Pero es en el plano final de Rogue One cuando vemos el nacimiento de la verdadera Princesa Leia, esa mujer fuerte y decidida que mira a cámara (desgraciadamente con una mirada digital y vacía) y nos hace partícipes de la misión imposible que tiene que afrontar: liderar la Rebelión frente al poder del Imperio. El comienzo de la enooorme trilogía.
Me hace gracia cuando leo algunas críticas que dicen que por fin se da importancia en estas películas a los personajes femeninos, que tanto Rey en El despertar como Jyn en Rogue One son mujeres fuertes y poderosas. ¿Y qué coño era la princesa Leia? Una mujer que se desprende de su condición real y empuña indistintamente una pistola o un rifle, que llama «piojoso» a Han Solo, que impone su opinión a todos los tipos que le sacan una cabeza pero la escuchan con atención, una mujer de carácter que ganó mucho al quitarse las ensaimadas y ponerse un bikini espacial,… una mujer tan fuerte y poderosa ¡que se cargó a Jabba el Hutt con sus propias manos!
La princesa Leia era una mujer fuerte, aunque posiblemente no tanto como la propia Carrie Fisher, una vez que superó esa etapa salvaje de su vida. La General Leia del Episodio VII tenía pinta de estar muy cascada, pero sin embargo a Carrie Fisher se la veía estupenda en entrevistas y declaraciones. Hablaba con la tranquilidad de quien ha paseado por el infierno y ha salido vivo después de meterse unas rayas con el Diablo. Tenía frases míticas y una mordacidad a la hora de bromear como se ha visto pocas veces, aunque fuera (y sobre todo) para hablar de su pasado. El título de su monólogo era Bendito alcoholismo, ni más ni menos. Y algunas de sus perlas:
«¿Conocéis ese dicho que sostiene que la religión es el opio de las masas? Bueno, pues yo tomé masas de opio religiosamente».
«Hace cinco años, cuatro meses y nueve días un amigo mío murió en mi casa. Pero no contento con eso, va y se muere en mi cama. Os aconsejo que les pidáis a vuestros invitados que no se comporten así».
A George Lucas: «Espero que fueras tú con quien me acosté para conseguir el papel, porque si no, ¿quién diablos era ese tipo?»
Adiós, Carrie Fisher, adiós, princesa. Adiós, Debbie Reynolds.
Un chistaco para finalizar. Ramón Espinar, portavoz de Podemos en el Senado, quiso hacer un chiste con la figura de la princesa Leia, esa hija de la realeza que luchaba por la República y tal, y le salió el tiro por la culata:
Me reí como un auténtico wookie.
Nunca he participado del entusiasmo por las guerras galácticas. Quizás porque me pillaron ya talludito, con hijos a los que sí llevé a verlas. Pero siempre he admirado, respetado y alucinado de la fervorosa devoción que los cuarentones de ahora tenéis por esas películas y por sus personajes. Como los geniales de The Big Bang Theory. En fin, que los disfrutéis por muchos años y yo que lo vea como siempre, sonriendo.
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