TRAVIS, 21/03/2022
El director británico Alfred Hitchcock explicaba en el libro El cine según Hitchcock (surgido de largas horas de conversaciones con François Truffaut) una idea que luego utilizó en muchas de sus películas: el MacGuffin. Cuenta la conocida historia de dos tipos que coinciden en un compartimento de tren y uno le pregunta al otro sobre el contenido de la maleta que tiene sobre su cabeza:
– Ah, es mi MacGuffin.
El otro individuo le mira extrañado y pregunta:
– ¿Y qué es un MacGuffin?
– Un aparato para cazar leones en las Highlands escocesas.
El primer individuo sigue sin salir de su asombro, y le inquiere nuevamente:
– ¡Pero si no hay leones en las Highlands escocesas!
– Entonces, evidentemente, no es un MacGuffin.
Con esta anécdota, Hitchcock trataba de explicar lo que para él suponía el cine: lo de menos es la anécdota que da lugar a la acción, lo importante era la propia acción. «No me importa el tema, no me importa la interpretación; lo que me importa son los pedazos de película y la fotografía, y la banda sonora, y todos los ingredientes técnicos que hacen que la gente grite». Lo aplicaba a rajatabla en muchas de sus películas, hasta el punto de que seguíamos la acción enganchados a la misma cuando cualquier análisis racional del argumento desmontaba la trama: Vértigo no se sostendría tras una autopsia del cadáver, las gafas de Extraños en un tren jamás habrían estado allí, Con la muerte en los talones se sustenta en escenas totalmente gratuitas, el colmo de las cuales es la de la avioneta, Los pájaros…
El recurso del MacGuffin ha sido utilizado en numerosas películas y la mayoría de las veces es un objeto que hace que todos los personajes y toda la trama giren en torno al mismo, aunque el objeto en cuestión nos resulte totalmente irrelevante. Voy a utilizar la idea del Rosco alfabético de Pasapalabra para hablar de algunos de esos objetos de culto. No todos serán MacGuffin, e incluso algunos de ellos aparecen en listas de MacGuffins famosos, pero sí son objetos que para mí tienen un especial significado en las películas que aparecen.
A. Podría acudir a dos objetos de tal importancia que incluso aparecen en el título, En busca del arca perdida y El señor de los anillos, pero optaré por un tercero. El arca de la Alianza es la excusa para la que quizás sea mi película de aventuras preferida. La desea Hitler, la buscan los americanos, es abierta por un arqueólogo francés y se guarda en un almacén de objetos que no se abrirán jamás. Nos da igual, lo que nos encanta es ver a Indiana Jones tratando de hacerse con ella. Del mismo modo que el celebérrimo anillo de poder, «un anillo para gobernarlos a todos», no es más que el motor de esa historia universal que es el viaje del héroe, con sus doce pasos, protagonizado en esta ocasión por un grupo de hobbits.


Pero para la A elijo la Alfombra meada por unos mafiosos en El Gran Lebowski, la locura filmada por los hermanos Coen en 1998. El error de los mafiosos al equivocarse de Lebowski es el punto de partida y continuación de la trama. The Dude, el Notas en la versión española, solicita ser compensado por el Lebowski millonario y de sus acciones posteriores surge toda la trama. «¿Le gusta el sexo, señor Lebowski? El sexo, el coito, el acto físico del amor». «Yo le estaba hablando de mi alfombra».
B. Podría ser la Bolsa de American Beauty. No es un MacGuffin, pero sí el momento poético por excelencia de una película con escenas oníricas de lo más-turbador. La excusa que desencadena toda la acción irrefrenable de La jungla de cristal es la que provocan los bonos al portador guardados en la caja fuerte del edificio Nakatomi Plaza. Todo lo demás, el secuestro, la rebeldía de John McClane, la estupidez del FBI y la policía de Los Angeles, el sensacionalismo rastrero del periodista, el matrimonio a punto de quebrarse de John y Holly, todo ello es una trama vertiginosa en la que lo menos importa es lo que se roba. ¿De verdad alguien recuerda lo que se robaba en la peli?


Pero sin duda alguna, el MacGuffin que elijo para la B es la Bicicleta de Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) en Ladrón de Bicicletas (1948), la obra maestra de Vittorio de Sica. La bicicleta robada que es mucho más que un medio de transporte para el desgraciado personaje de Antonio, es la herramienta que le permitía ganarse la vida y llevar un bocado a casa en aquella Italia hambrienta de la posguerra. La desesperación por la falta de ayuda, el agobio por el robo y la angustia al ver que no podrá llevar nada a su familia esa noche, todo eso se condensa en la bicicleta perdida. Es tal la desesperación que siente, que Antonio trata de robar otra bici y con ese intento de delito comprende que no solo ha perdido la bici, el sustento o el medio para ganarse la vida, sino también su dignidad.
C. En ocasiones leo artículos que hablan de MacGuffins que, al menos para mí, no lo son. Como la caja que un chino enseña a Catherine Deneuve en Belle de Jour, la retorcida película de Luis Buñuel sobre una mujer adinerada que decide ejercer la prostitución por curiosidad, placer o masoquismo, una mezcla de todo. Nunca vemos el contenido de la caja, pero sí escuchamos un sonido como de un insecto, lo que ha dado lugar a todo tipo de conjeturas cinéfilas que me interesan más bien poco. No creo que sea un MacGuffin porque no es un objeto que haga avanzar la historia, ni alrededor de la cual se muevan las voluntades de los personajes. Es una idea perversa más de Buñuel, tan acorde con la trama que a mí me da por pensar hasta en la formicofilia (atracción sexual de algunas personas por los insectos).
Que sí, que puede dar lugar a muchos debates y a que algunos críticos se monten una película absurda alrededor del contenido de la caja, «el cofre del tesoro del deseo», «nuestro subconsciente o inconsciente, lo que queramos», en palabras de Jean-Claude Carrière, guionista de la película, pero que es una jugada buñueliana sin más, de las que no pueden ser explicadas porque no necesitan serlo. Como yo soy más aficionado a otro tipo de cine y ya que hablamos de cajas, para mí la caja más famosa de la historia del cine (de la que tampoco vemos su contenido) es la que aparece al final de Seven, una de las obras maestras de David Fincher. Eso sí que es tener humor retorcido y desde luego, con cabeza.


D. Los Diamantes de Reservoir dogs. ¿Acaso alguien recuerda que la ópera prima de Quentin Tarantino trataba sobre el robo de unos diamantes? Como el propio Hitchcock explicaba sobre los MacGuffins: «En las historias de bribones siempre es un collar y en las de espías, los documentos”. Es decir, todo aquello por cuya obtención merece la pena dejarse la vida o llevarse por delante la de otros. Algunas películas de robos dan demasiadas explicaciones sobre el objeto de deseo de los atracadores (Ocean’s Twelve, Ocean’s 8, Un plan brillante, por ejemplo), cuando lo que realmente queremos ver es el plan perfecto de los atracadores para salirse con la suya, porque esa es otra máxima de las películas de atracos: siempre queremos que ganen los ladrones. Un golpe maestro, El golpe, Plan oculto, The Italian Job, Un golpe con estilo, Ahora me ves, El gran golpe… Curioso comprobar la imaginación de los tituladores con la palabra «golpe».
E. La Estrella de la Muerte, o más concretamente, los planos de la Estrella de la Muerte, la mortífera arma creada por el Imperio para dominar la galaxia, o cientos de galaxias en un universo muy, muy lejano. La trilogía inicial de Star Wars comienza con la princesa Leia huyendo de Darth Vader y sus secuaces tras robar los planos de la Estrella de la Muerte. MacGuffin hitchcockiano de manual. El robot en el que los aloja (en aquellos tiempos en los que no había pendrives del tamaño de una uña) es R2-D2, y de ahí surgirá todo lo demás: el encuentro con Luke y Obi-Wan Kenobi, el mensaje, la necesidad de contratar a Han Solo, la historia de los Jedi y los Rebeldes de la República… Todo por los planos, también en El retorno del Jedi y en esa réplica muchos años después que sería El despertar de la Fuerza. Los planos de la Estrella de la Muerte tenían tal entidad para que toda la acción girara alrededor de su obtención que la hazaña tuvo incluso su propia película con un elenco completo de nuevos personajes en interesantísimos planetas: Rogue One. Algo así como un episodio tres y medio, o tres ochenta, que nos lleva al momento anterior a la persecución de las tropas de Vader a la nave de Leia.
F. Ya que este post va dedicado a Alfred Hitchcock, una Frase constituye uno de sus MacGuffins más famosos: la que un moribundo pronuncia al inicio de 39 escalones. Esa frase da comienzo a una historia inverosímil de espías y huidas con un desenlace no menos creíble (y para mí, algo flojo). En ocasiones no merece la pena desvelar qué había detrás del MacGuffin. Los 39 escalones no son una organización de contraespionaje, ni un rebuscado plan de invasión, sino una información almacenada en la cabeza de Mister Memory sobre un sistema para silenciar el motor de los aviones de guerra. Ya. Y pensaba contar el funcionamiento de memoria, con palabras. Muy bien, Sir Alfred, como ejemplo de vaciedad supeditada a la acción es perfecto.
G. En ocasiones los guionistas escriben sobre la propia dificultad de escribir, sobre el miedo al folio en blanco o la incapacidad para plasmar en negro sobre blanco una buena historia que anida en algún lugar de la cabeza. El propio Guion dentro del guion de la película se convierte en el MacGuffin. Como el guion que Barton Fink no logra escribir ni terminar nunca en la película de los hermanos Coen del mismo título. O como el guion que fuerza a escribir en Cautivos del mal un productor medio psicópata interpretado por Kirk Douglas. Aunque ningún guion consigue una historia tan brillante como el que la estrella retirada Norma Desmond (Gloria Swanson) encarga al arribista Joe Gillis (William Holden) en Sunset Boulevard. El crepúsculo de los dioses, otra obra maestra de Billy Wilder.
Para la selección de esta primera parte del post me quedaré con el guion que John Cusack escribe a medias con el matón mafioso Chazz Palminteri en Balas sobre Broadway, de Woody Allen. El giro de guion que le da el mafioso a la historia, a lo que convierte en «su historia», es el mismo que nos da Woody Allen a los espectadores y nos transforma por completo una historia de gángsters en una comedia de egos, romance y despecho.
(Continuará…)
Siempre me asombra el dominio de tanta cultura (y memoria) cinematográfica. Y lo mismo me pasa con la deportiva, y la económica, y la social que tienen los otros amiguetes.
¡Caray!, por decirlo finamente. ¡Bravo!
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