Blade Runner y las lágrimas en la lluvia, por Travis

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En mi reciente entrada titulada Truños interestelares terminaba dando una lista de películas de ciencia ficción que me parecían un truño, y entre ellas, y tras muchas dudas, incluí Blade Runner. Algunos lectores me dejaron comentarios diciendo que era un tremendo error incluirla en esa lista, y hubo amigos míos, cinéfilos ellos, que poco menos que me hablaron de «sacrilegio» y amenazaron con dejar de seguir mis opiniones en el blog. Qué le vamos a hacer, yo no he podido nunca con esta peli.

Quizás la primera razón de que no me acabe de gustar tenga que ver con el lapso temporal entre su estreno y el momento en que yo la vi. Sé que una buena película, una gran película, tiene que saber envejecer y la antigüedad no debe suponer una disminución de su calidad. El maquinista de la General (1926), Una noche en la ópera (1935) o Sunset Boulevard (1950) siguen siendo tan buenas como debieron serlo en su estreno, por muchas décadas que hayan pasado.

Blade Runner se estrenó en junio de 1982, cuando el Mundial de España y el lamentable Naranjito comenzaban a dar sus primeros pasos. Posiblemente en aquel momento fue una película revolucionaria, y supuso un giro total a las historias de ciencia ficción al mostrar ese  futuro distópico, sucio y desagradable. Pero yo la vi por primera vez mucho más tarde, a mediados de los 90. Para entonces ya había visto mucho cine, leído varios libros y esta película aparecía siempre mitificada como una obra de culto, un referente para los que queremos saber más del llamado séptimo arte.

Lo tenía todo para satisfacer y sobrepasar mis expectativas. Un director como Ridley Scott, que ha tocado todos los géneros, y casi siempre con acierto (Alien, Gladiator, Black Rain, Thelma y Louise, Legend, Black Hawk derribado), aunque también tiene en su historial algunos truños notables (La teniente O’Neil, 1492: la conquista del paraíso). Estaba basada en el relato de Philip K. Dick que lleva el sugerente título de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? El reparto estaba encabezado por Harrison Ford, que para mí siempre será Han Solo e Indiana Jones, y le acompañaban actorazos de buenos recuerdos para los ochenteros que crecimos en esa década: Rutger Hauer (que para mí siempre será el caballero de Lady Halcón), Edward James Olmos (que para mí siempre será el teniente Castillo de Miami Vice), Daryl Hannah (que para mí siempre será la sirena de Splash) y Sean Young (que mientras fue «young» tuvo su gracia, pero a la larga resultó ser una loca de cuidado). Y además contaba con la música de Vangelis, que para mí siempre será «ah, sí, el de Carros de Fuego, tananananaaana, tananananaaaana,…»

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La historia tenía para mí mucho interés, mezclando un género tan atractivo como la ciencia ficción con otro que no lo es menos, como el policíaco. Blade Runner comienza con la investigación de Deckard, el personaje interpretado por Han, perdón, Harrison Ford. Mi interés en la trama acaba ya prácticamente en el interrogatorio inicial, con esas preguntas entre absurdas y científicas para tratar de detectar replicantes que se hacen pasar por humanos. Luego he sabido que la prueba se llama test de Voight-Kampff. Consiste en una serie de preguntas que en su mayor parte tienen que ver con los animales, el trato o maltrato a los mismos (ostras vivas, un menú con perro cocido, mariposas y arsénico, una cartera de piel,…) y el sentimiento que generan en el entrevistado a través de reacciones físicas (el control de la pupila). En cierto modo, esa profecía de la película sí se ha cumplido y hemos convertido las pruebas del polígrafo y las preguntas sobre animales en programas de máxima audiencia: «¿Te acostaste con esa zorra?», «¿Te portaste como un cerdo?», «¿Jadeaba como una perra?». Ahora solo falta averiguar si los tipos que van a esos programas son realmente humanos.

Pero bromas aparte, esa primera vez que vi Blade Runner me pareció soporífera, tremendamente lenta. A mediados de los noventa, ya ni siquiera era revolucionaria en su estilo. Visualmente era muy llamativa, es cierto, como todo lo que rueda Ridley Scott, y creó esa estética llamada cyberpunk. Pero los escenarios no eran agradables, a los que había que añadir una lluvia persistente a lo largo de todo el metraje (recurso muy utilizado en otras películas como Se7en para crear un ambiente lúgubre y desolador) y las calles aparecían repletas de basura (otra predicción cumplida). Los personajes y los extras, humanos o replicantes, deambulan por esas calles oscuras de modo apático, sin apenas relacionarse entre ellos, sin risas ni emociones, ni diálogos convencionales. La película se sitúa en 2019, pero esa apatía parece rodada en una estación de Metro en 2014. «Qué tostón de película», pensé cuando acabó.

Dos o tres años después, hablando de cine con un amiguete, me dijo que tenía que volver a verla, que seguramente había visto la versión inicial y no la del montaje del director. Este amiguete tenía una edición especial que incluía el llamado Director’s Cut, de 1991, el montaje del director (que luego resultó no serlo, porque Ridley Scott nunca lo reconoció como suyo), y el montaje redefinitivo, de 1992, que suprimía la voz en off y recuperaba el final feliz (creo). Luego resultó no ser tampoco el montaje definitivo, porque en 2007, coincidiendo con el 25º aniversario de su estreno, sacaron una edición especial con 5 discos, que por supuesto no he visto.

Este amiguete me insistió en que tenía que volver a verla, que un tío como yo tenía que darle una nueva oportunidad y entrar en la trama. Es más, me recomendaba que viera las dos versiones, la del 91 y la del 92, y que apreciara las diferencias. Y lo hice. En menos de una semana me tragué las dos versiones. Más que el corte del director, el corte, el tajo, me lo iba a pegar yo en el cuello. Vaya coñazo, vaya truño. ¿Por eso mi amiguete hablaba de «un tío como yo»? ¿Qué quería decir, que soy un tipo con emociones o un replicante insensible? La segunda vez ya iba con el mando adelantando algunas partes, las más tediosas entre el soporífero hastío de un aburrimiento infinito. Me sujetaba los ojos con palillos para no dormirme. Me tenía que golpear el corazón de vez en cuando para que no se me parara.

Lo siento por los puristas del cine, no puedo con Blade Runner. Casi lo único que me gusta de la película es la famosa escena final. Más bien la penúltima, desde el «yo he visto cosas que vosotros no creeríais», hasta el «todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia». Esa escena muestra el sufrimiento del personaje al saber que «es tiempo de morir», porque los replicantes, para el que no lo recuerde, estaban programados para tener una duración máxima de cuatro años, porque a partir de ahí resultaban una amenaza para la sociedad. Coño, como un diputado, cuatro años, una legislatura. Después son nocivos.

Os dejo la escena de las lágrimas en la lluvia:

La escena es bonita, pero lenta de cojones, ¿eh? Como toda la película. Y por si no estuviera suficientemente ralentizada, todavía finaliza con ese recurso tan delicado que es la cámara lenta. ¡Pero vamos, Ridley, termina ya, que me tengo que ir a dormir! En el mismo tiempo que dura esta escena, a los chicos de Euskadi Movie les da para hacer no una, sino tres parodias, a cual más genial. Las recomiendo encarecidamente:

Debo reconocer que esta escena es mítica, tanto, que cuando me marché de mi anterior empresa preparé un Power Point con películas para despedirme de mis compañeros más cercanos y la versioné a mi manera:

«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto sobrevivir a un obrero tras ser aplastado por un silo de 15 toneladas. He visto partes de tajo de 19 horas y he visto alcohólicos subidos al andamio. He visto contenedores arder más allá del puerto de Málaga. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de partir».

Mi amiguete me preguntó: «¿Qué tal? Mejor, ¿no? ¿Cómo interpretas el final? ¿No crees que deja entrever que Deckard es en realidad un replicante?».

«No lo sé», le contesté, «al acabar yo sólo estaba pensando por qué orificio de tu cuerpo te iba a meter los DVD’s».

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Esa es otra, que ahora parece que tengo que interpretar el origami del final. El origami, una de esas figuras que el Teniente Castillo (Gaff) va dejando a su paso, es la que al parecer nos da a entender que Deckard es un replicante y que les ha dejado marchar. Mira, no lo sé, ya estaba medio en coma, aunque sí reconozco que es un elemento que me gusta de la peli. Creo que en la reciente District 9, una de las más interesantes de ciencia ficción que he visto últimamente, le rinden un homenaje con el personaje a medio camino de la transformación de humano a alienígena.

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Una última cosa a destacar: la voz de Constantino Romero en el personaje de Rutger Hauer. Impresionante como siempre. Al poco de morir, algunos rumores dijeron que el gran Constantino era gay. ¿Gay?, me dije. ¿Darth Vader, Harry Callahan, Terminator, Roger 007 Moore, Mufasa, gays? No lo sé, a lo mejor forma parte del mensaje subliminal gay que expliqué recientemente en El celuloide oculto en el armario.

Mi amigo me ha dicho que me va a dejar la edición especial del 25º aniversario, para que le de otra oportunidad. Ya le he contestado que me la deje, porque, si por un casual un día me he tomado un par de Red Bulls y no soy capaz de conciliar el sueño, me va a venir estupendamente.

Cara Travis

Más: la segunda parte de Blade Runner que nunca se rodará.

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