Prohibamos Verano Azul, por Travis

Verano Azul 4

Tenía que llegar, era cuestión de tiempo. Como le pasó a los clásicos de Disney, las películas de Woody Allen o los anuncios de brandy Soberano, las brigadas censoras han tenido a bien considerar que le ha llegado el turno a Verano Azul.

Televisión Española ha comenzado a reponer por enésima vez la mítica serie de Antonio Mercero con la que disfrutamos los de mi generación, y a un señor llamado Jesús Arroyo, que se autodefine como “Consultor de estrategia, posverdad y control de la opinión pública” se le ocurrió la broma o el experimento de criticar a la televisión pública por reponer una serie en la que se hacía parodia de un personaje como el “Piraña”, “un chaval con desorden alimentario” que provocaba “las risas de sus compañeros”. Lo ligaba luego a noticias sobre la obesidad de los niños españoles, la mayor de Europa, y ya teníamos montado el festival de la estupidez.

 

Siguió con las críticas a la serie por el personaje de Pancho, un chaval moreno con “rasgos latinos”, quien según el mismo consultor “dio origen al diminutivo usado hoy día de manera tan despectiva en nuestro país”. Lo primero que pensé es que tenía que ser una broma. «Es imposible que lleguemos a esto», como confirmó unos días después el propio autor de la broma en un programa de televisión. Menos mal, pero pensé que podía ser real tras leer los comentarios de esa horda enfurecida de “ofendidos por todo” que puebla las redes sociales, abandera cualquier causa con vehemencia y empuña las antorchas para quemar en la hoguera al que ose contradecirle. Amplificaron la broma sin saber que lo era, la retuitearon y difundieron con argumentos peregrinos porque esa era la nueva cruzada: los «terribles estereotipos» de Verano Azul.

Verano Azul 2

Y pasó por real porque por desgracia nos estamos acostumbrando a que todo lo que vemos, escuchamos o leemos en la actualidad, da igual cuando haya sido escrito, se juzgue con el prisma de los ofendiditos y las brigadas censoras de hoy en día. Censoras e infantiles hasta el punto de que hemos normalizado escuchar situaciones que hace pocos años tomaríamos como ridículas. Y no nos descojonamos de estos titulares porque hay gente que se toma su reivindicación muy en serio:

El país debe de ir bien cuando estos son los temas que preocupan. Lo triste es el nivel de estupidez social en el que nos movemos, así que entra dentro de lo lógico para esos cerebros privilegiados que se prohíba todo aquello que les ofende o que ellos pueden imaginar que ofende a algún colectivo. ¿Que algo no me gusta? Que se prohíba. Ya tuvimos la polémica hace unos meses con la palabra “mariconez” en Operación Triunfo, y cómo unos chavales que no llegaban ni a los veinte años pretendían cambiar la letra de una canción escrita antes de que ellos nacieran. Como escribió Lester, verás cuando descubran Siniestro tOTal.

Como no podía ser de otro modo, las brigadas censoras son terriblemente activas en todo lo relacionado con el cine y las series de televisión. Recientemente leímos que los personajes de las series de Netflix no van a fumar. En Cuéntame se pasan todas las escenas fumando, incluso de modo forzado, porque es lo que ocurría en la España de los ochenta y noventa, te guste o no te guste. Hoy te llama la atención ver a un médico fumando en un hospital, aunque sea en una serie ambientada en los ochenta y primeros noventa, pero en aquellos años ocurría con frecuencia. Este tipo de ficción busca el realismo, la verosimilitud. Y sí, joder, Antonio Alcántara es un machista integral y alguno de los padres de Verano Azul le mete un guantazo a uno de sus hijos que hoy en día nos espanta. Esas cosas ocurrían y no por prohibirlas ahora vas a cambiar la realidad pasada.

Antonio Alcántara

Vamos a llegar al absurdo de que un personaje va a poder descerrajarle un tiro en la frente a otro, pero no podrá fumarse un cigarrillo después. Posiblemente lo peor no sea esto, sino que sospecho que esto de Netflix y el tabaco no es la primera cruzada ni será la última. Lo siguiente será que sus personajes no beban alcohol y luego se harán veganos, y montarán en bici para perseguir a los delincuentes sin dañar el medio ambiente. Es más, los malos serán malos no solo porque secuestren y asesinen, sino porque comerán hamburguesas de vacuno con huevos de gallinas infelices y conducirán coches de potente cilindrada mientras la policía intenta atraparles en vehículos ecológicos mascando una zanahoria cultivada en un huerto ecológico.

La primera vez que escuché este tipo de censuras fue tras ver Instinto básico y leer que algún colectivo gay de Estados Unidos la consideraba ofensiva porque la asesina era bisexual: «…desató las iras de los grupos gay, que utilizaron la película como un ejemplo del despecho con el que el cine retrata a los homosexuales». Hace ya casi treinta años de aquello y lo que pensé que era una gilipollez supina ha ido creciendo hasta alcanzar el nivel actual. Y cuidado si te sales de la moda imperante.

El nivel de estulticia general ha alcanzado ya profundas cotas en temas sociales, lingüísticos, musicales o identitarios, pero al menos podíamos refugiarnos en las series y el cine para ver una buena historia ajustada a la realidad o si no al menos, a lo que el público demandaba. Pues va a ser que no, que también hay que cambiar los guiones y las tramas para adecuarnos a lo políticamente correcto. A por el tabaco, a por el micromachismo, a por los que mantienen los estereotipos, a evitar los asesinos de color negro, ¿has dicho negro?, ¡se dice afroamericano! La reacción de estos lobbies censores recuerda a la del público de los Dos Minutos de Odio en 1984, de Orwell:

“Antes de que el Odio hubiera durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban incontenibles exclamaciones de rabia”.

“En su segundo minuto, el odio llegó al frenesí. Los espectadores saltaban y gritaban enfurecidos tratando de apagar con sus gritos la perforante voz que salía de la pantalla”.

“Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque uno era arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante”.

Así con todo. A por Woody Allen, que nunca me cayó bien, pues a por él. Pero es que hace treinta años desestimaron el caso, ¡da lo mismo!, a acabar con su carrera. A por Kevin Spacey, que hay un chico que dice que no sé qué, ¡pues a por él, para qué esperar a juicio! ¡A por James Franco!, pero si ninguna denuncia ha pasado del anonimato, ¡a por Morgan Freeman!, aunque para ello haya que hacer un montaje del que luego se desdigan las supuestas denunciantes. Veremos qué pasa con Plácido Domingo. El diario El País se ha sumado a la tendencia e invitaba a sus lectores a que contaran posibles abusos sexuales de los que tuvieran conocimiento. ¡Para qué acudir a los tribunales de justicia si se puede ajusticiar a la persona en los medios, con o sin pruebas! Han retirado la publicación, pero me guardé el pantallazo:

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La pena de todo esto es que parece que los censores están encontrando seguidores y además hacen mucho ruido. En la entrega de los Óscar de hace dos años, Frances MacDormand pidió/exigió con tono crispado a todos los actores y actrices de Hollywood que solo aceptaran papeles en películas que cumplieran la imposición Rider, perdón, la inclusión Rider, y cargó contra todo Hollywood por no obligar a su cumplimiento. ¿Y si hacemos una peli de época ambientada en Castilla en el siglo XIII? Da igual, tú mete un negro, un coreano y un actor trans.

MacDormand Rider

Ya están revisitando letras de canciones y diciendo cuáles se pueden escuchar y cuáles hay que modificar o directamente censurar, al igual que a su autor. Ha ocurrido lo mismo con el cine y las series, veremos cuando les de por leer. Prohibamos Lolita por los abusos del profesor Humbert Humbert sobre su hijastra, prohibamos La Celestina y Romeo y Julieta, porque Romeo y Calixto son unos pederastas que se cepillan a unas pobres adolescentes sometidas a estereotipos machistas y heteropatriarcales. Prohibamos El Quijote porque se mofa de un personaje con trastornos mentales. Prohibamos Los tres mosqueteros porque todos eran hombres blancos, no había mujeres ni afroamericanos entre ellos, y además los tres mosqueteros eran cuatro, lo que podría llevar a confusión a los niños y generarles un trauma. Puede parecer que exagero, pero en Estados Unidos, la cuna de todas estas gilipolleces, han prohibido Las aventuras de Tom Sawyer y Matar a un ruiseñor en algunos estados. Veremos dónde acaba todo esto, pero no me gusta un pelo.

Lo que ocurre ahora ha ocurrido toda la vida. El tonto del pueblo tenía más voz que ninguno y le encantaba proclamar sus chorradas a los cuatro vientos. Lo que ocurre es que ahora al tonto del pueblo le han dado un altavoz, y hay una masa dispuesta a escucharle.

Cara Travis

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Un comentario en “Prohibamos Verano Azul, por Travis

  1. Simple educación. Si tienes hijos, sabrás lo que es que el sistema educativo, dominado por gentuza que en otro tiempo ni se les daría una escoba para barrer el Ministerio, les imponga los estereotipos «raciales, de género, medioambientales, LGTBl-y-lo-que-sea, antirreligiosos,etc». Por eso hay ahora tanto rebaño dispuesto a escuchar. Que no es de ahora, no: se lleva haciendo desde hace mucho. Ya vemos a donde nos conduce dejar que esta gentuza, por sí o como títere de otros, defina lo que es la «normalidad». Y hago una apuesta: vamos a ver lo que tardan los/las/les gilipollas/os/es del género en prohibir las películas de Clint Eastwood, especialmente las del ciclo de «Harry el Sucio» o «El Sargento de Hierro»…

    Saludos,
    Aguador.

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