Objetos de culto (II): las armas de Chéjov

TRAVIS, 26/03/2022

(Continuación de la primera parte, iniciada con los MacGuffins)

H. Para esta letra muda, un MacGuffin en el que se habla mucho y que figura en el propio título de la película: El Halcón Maltés. Se supone que se trata de una pieza de incalculable valor arqueológico, pero lo cierto es que la misma importa más bien poco a lo largo de todo el metraje. No es más que un elemento para una trama compleja de cine negro clásico, con un Humphrey Bogart sentando cátedra sobre lo que es un detective del género, con todos los clichés habituales en su atinada interpretación del mismísimo Philip Marlowe. Este MacGuffin se emplea de modo habitual en cursos de guion porque el propio Marlowe resta importancia al objeto, al MacGuffin, la excusa, la soplagaitez que ha tenido a los personajes en vilo, cuando hacia el final de la película y nada más cerrarse la trama, le preguntan:

– ¿Qué pájaro es ese halcón que todo el mundo quiere apoderarse de él? ¿De qué está hecho?

Y Bogart/Marlowe contesta:

– Del material con el que se forjan los sueños.

Que es como decir “y qué más dará, te has pasado hora y media siguiendo mis andanzas, qué importará esta figura fea como el demonio».

I. No es un MacGuffin, sino una broma que utilizó Robert Zemeckis para dar más trascendencia a la vida de su personaje más famoso: Forrest Gump, la historia de ese chaval aparentemente limitado que logra triunfar en la vida. Y lo hace de tal modo que visita hasta tres veces la Casa Blanca para recibir el reconocimiento de tres presidentes de Estados Unidos y la Insignia que le distingue por sus méritos:

  • John Fitzgerald Kennedy lo condecora por ser uno de los mejores jugadores jóvenes de fútbol del país.
  • Lyndon B. Johnson le entrega el distintivo de héroe de guerra tras su herida en Vietnam «en el pompis».
  • Richard Nixon lo felicita por su éxito en un campeonato de tenis de mesa en China y lo invita a alojarse en un hotel cercano al edificio Watergate. Vaya ojo.

Las insignias o las visitas a la Casa Blanca son parte fundamental de las bromas de la película sobre la decisiva participación de Forrest en la historia americana, como la inversión en Apple, las camisetas con el Smiley o los movimientos de cadera de Elvis Presley.

J. Las Joyas son un MacGuffin en cualquier película de robos, como en la D de Diamantes o en la L de Lingotes, pero ahora quiero hablar de otra herramienta propia de los guionistas: el arma de Chéjov. En una carta que el escritor ruso Antón Chéjov remitió a su amigo Aleksandr Lazarev a finales del siglo XIX, le explicó su teoría sobre qué tipo de elementos debían figurar en un relato:

“Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería ser puesto ahí”.

Hay que eliminar lo superfluo, lo que no aporte o no se vaya a utilizar en la historia, y se puede observar este “arma de Chéjov” con mayor frecuencia en los guiones que en las novelas, en muchas de las cuales abundan los elementos, incluso capítulos enteros, que aportan poco a la trama. Si en una película aparece un acuario enorme, descuida, que está ahí para ser reventado. Recuerdo acuarios saltando en pedazos en Misión imposible, Arma Letal 2, Octopussy, Gigoló o Eraser, y seguro que hay muchos más. Si en otra película te explican el valor de un Jarrón de la dinastía Ming que un milloneti tiene en su salón, descuida que ese jarrón va a acabar destrozado, como en la comedia francesa Jour J, aquí traducida como La wedding planner, extraña traducción al inglés del francés. La escena se mantiene en su versión española Hasta que la boda nos separe. Es como el cristal que dos operarios transportan por las calles de San Francisco en What’s up, Doc? (¿Qué me pasa, Doctor?) durante la escena de la persecución. Aunque la escena dure dos minutos y parezca que han salvado la integridad del mismo, todos sabemos cómo va a acabar, lo que ignoramos es el cómo:

Como ya vamos por esta letra, actualizo la lista con algunos ejemplos de «pistolas de Chéjov», o «rifles de Chéjov», que según la fuente consultada puede ser una u otra:

A. El Acuario mencionado, pero también las Aspirinas que se compra John MacClane en La jungla 3, puesto que le darán la clave para atrapar al malvado que interpreta Jeremy Irons.

B. Bolígrafo de la senadora que Hannibal Lecter observa en El silencio de los corderos. Está ahí para que el psicópata gourmet pueda escaparse, aunque su obtención sea una trampa que los guionistas no debían haber permitido jamás. Ni el director.

C. El susodicho Cristal de What´s up, Doc?

D. Otra saga que deja varias armas de Chéjov sembradas por el camino es El señor de los anillos, que aparecerá varias veces en este listado. Dardo es el nombre de la Daga que recibe Hobbit de su tío Bilbo, una daga que se ilumina cuando hay orcos cerca, como veremos varias veces a lo largo de la trilogía.

E. El Exoesqueleto que utiliza la teniente Ripley al principio de Aliens. Esa escena está ahí, metida aparentemente con calzador, para que tenga sentido en la pelea final.

F. A veces una Frase es ese arma de Chéjov, funciona a modo de advertencia o premonición. ¿Por qué tanta insistencia en la diseñadora de trajes de superhéroes de Los increíbles acerca de los problemas de llevar capa? Pues por lo que ocurrirá al final con Síndrome. Los guiones de Pixar no suelen dejar nada al azar.

G. Cualquiera de los Gadgets que Q enseña a James Bond. Ya puede ser un boli, un reloj o un botón en el coche, da lo mismo: el artilugio será utilizado en el momento más chungo de 007.

H. Otra película que está repleta de pistas, de «armas de Chéjov» que serán utilizadas más adelante es Regreso al futuro. La Hoja en la que Marty apunta el teléfono de su novia es en realidad una octavilla sobre una campaña para restaurar el reloj del edificio del juzgado de Hill Valley, paralizado por un rayo. Y precisamente un rayo será lo que necesite en su visita a 1955 cuando trate de volver al presente.

I. En la tercera entrega de Regreso al futuro, Marty contempla una escena de Clint Eastwood en Por un puñado de dólares. Nada es casual, por supuesto, y las Imágenes escogidas por Zemeckis tampoco, puesto que Marty utilizará el mismo truco de Eastwood en su duelo de revólver con el malvado Buford Tannen.

J. Los Jarrones de película. Es un placer verlos hechos pedazos, y mayor es el placer cuanto mayor es el valor.

Bien, y una vez al día con estos mecanismos de guion (en la tercera parte incorporaré otro), simultanearé MacGuffins y Armas de Chéjov.

K. El gorila gigante de King Kong no es propiamente un MacGuffin, pero en ocasiones lo parece, sobre todo si tenemos en cuenta que tarda más de media hora de metraje en aparecer en escena. El gorila es una excusa para hablar de muchas otras cosas: de la desesperación de algunas personas tras la crisis de 1929, de la ambición de determinados hombres de negocios, de su falta de escrúpulos, y sobre todo, es una actualización de la leyenda de la bella y la bestia. De hecho, en cada nueva versión (De Laurentiis en 1976 y Peter Jackson en 2005) ha aumentado la importancia del gorila en detrimento del resto de historias, y con ello la película ha salido perdiendo. Por cierto, no podía dejar de poner este chiste aquí:

Chéjov hablaba de armas que cuelgan de la pared, y ese excepcional guionista que es Quentin Tarantino dejó otra mítica, también sobre la pared y lista para ser descolgada: la Katana de Hatori Hanzo. La primera vez que aparece la katana en las obras de Tarantino es en Pulp Fiction, pero su fascinación por el cine oriental de samuráis hizo que le diera un papel casi protagonista en Kill Bill.

L. Igual que las joyas o los diamantes, los Lingotes de oro son otro MacGuffin muy socorrido para las películas de robos. Los violentos de Kelly emplean la excusa de ese cargamento para una divertida comedia bélica en plena Segunda Guerra Mundial. Y los lingotes de la Reserva Federal norteamericana son el MacGuffin tras el caos que siembran los terroristas en La Jungla 3, o el objeto de deseo de los ladrones en The Italian Job. Minutos y minutos de persecuciones en los que los lingotes apenas ocupan unos pocos segundos.

Y si Galadriel le da a Frodo un frasco con «la Luz de Eärendil«, no hay que ser un experto en guiones para saber que tendrá que utilizarla en algún momento de su periplo, en este caso, en la cueva de Ella-Laraña.

M. Un Maletín. Da igual el contenido, no tenemos ni por qué verlo. O un Microfilm. Dará igual la información que albergue. Son los MacGuffins por excelencia, objetos portadores de algo muy valioso por lo que todos los personajes de la trama están dispuestos a asesinar:

– El de Marsellus Wallace en Pulp Fiction, que despertó varias teorías imaginativas acerca de si contenía el alma del propio Marsellus porque se abría con la combinación 666.

– El que persigue el personaje de Bardem en No es país para viejos, una excusa para ir cepillándose gente por el camino.

– El maletín que agentes rusos y un grupo de mercenarios persiguen en Ronin, una de las últimas películas de ese artista de las persecuciones que era John Frankenheimer. Parece que contiene un arma secreta, pero no se llega a saber en ningún momento, ni nos importa.

Vuelvo a Chéjov y a El señor de los anillos para dejar otro elemento que recibe Frodo en algún momento de su viaje: Mithril, la armadura que le protegerá de las peores heridas, como la que está a punto de provocarle un troll en las cuevas de Moria. Como puede comprobarse, todo lo que recibe Frodo será utilizado en algún momento, que a veces parece que lleva la bolsa más cargada que el bolsillo de Doraemon. Aunque para buen uso de un elemento que aparece al principio de la película, el Martillo de gemas aparentemente inocente que utilizará Andy Dufresne para su huida en Cadena Perpetua.

N. Si me atengo a la visión de Hitchcock acerca de los MacGuffins como simple excusa para iniciar una epopeya, pocos ejemplos mejores que el de una de mis novelas favoritas de la adolescencia: Miguel Strogoff, de Julio Verne, que además ha tenido varias versiones cinematográficas. El correo del zar tiene que recorrer casi 5.000 kilómetros, de Moscú a Irkutsk, portando una Nota secreta del zar para su hermano. Que digo yo que después de varios meses de recorrido, el contenido del mensaje no sería tan importante, pero el hermano la recibe, la lee y por arte de magia la guerra con los tártaros da un vuelco. Algo parecido ocurre con otra Nota, la que dos soldados deben entregar tras atravesar las filas enemigas en 1917. La resolución es simple en comparación con todo lo vivido por los protagonistas: se entrega la nota, se lee y el coronel paraliza el ataque.

Por su parte, como arma de Chéjov me vienen a la mente todas esas películas en las que los protagonistas están viendo un Noticiario, o lo escuchan de fondo en las noticias. Oye, qué puñetera casualidad que lo que cuentan siempre está relacionado con el que lo escucha: Clint Eastwood en Poder absoluto o Álex Angulo en El día de la bestia, pero mi selección para la N volverá a ser Regreso al futuro. Gracias a que Marty escucha en «el presente» que Goldie Wilson se presenta a la reelección como alcalde, podrá utilizarlo en «el pasado» cuando conozca al Goldie Wilson veinteañero como camarero.

Ñ. … puño, muñeco (Chucky), muñeca (Tamaño natural, de Berlanga), caña, mañana,… coño, no se me ocurre nada. Es un buen momento para dejarlo aquí, llevamos una buena lista.

(Continuará…)

Érase una vez… un cinéfago llamado Quentin

Once upon a time 5

TRAVIS, 23/10/19

Desde el mismo título elegido por Quentin Tarantino para su última película, Once upon a time in… Hollywood, con puntos suspensivos incluidos, sabemos que la cosa va de homenajes. El título escogido por este director y guionista tan particular resuena a Sergio Leone, al spaghetti wéstern (Once upon a time in the West), a sus iconos sesenteros, a los Estados Unidos de América (Once upon a time in America) y por supuesto al Hollywood de esa época que tanto admira el de Knoxville.

El cine de Quentin Tarantino tiene muchas virtudes y una de ellas es que consigue que gente de todo el mundo y con referentes culturales muy distintos acudamos raudos y veloces al cine solo porque “echan la última de Tarantino”. No hay muchos directores que hayan conseguido esa afición a sus obras por parte de los espectadores, esa celebración de sus películas como uno de los acontecimientos del año: la última de Spielberg (ya no tanto), la última de Woody Allen (para mí siempre), la última de Nolan o la última de Almodóvar (para sus seguidores al menos).

Once upon a time 3

Este director con careto de zumbao peligroso (como el de varios de los personajes que ha interpretado a lo largo de su carrera) es un devorador compulsivo de cine desde su época de dependiente del videoclub, o incluso la anterior como taquillero en un cine porno, un empedernido cinéfago que ha conseguido que nos metamos en su mundo, en sus frikadas y en la concepción tan especial que tiene de entender las películas. Un cine sin reglas aparentes, sin tiempos, sin un patrón clásico al que agarrarse, porque todo vale si se hace con pasión por el cine, con cariño y admiración hacia los personajes, con un respeto reverencial a los iconos homenajeados en sus obras.

Uno se sienta en la butaca del cine, lee en los primeros fotogramas el “Written and directed by Quentin Tarantino” escrito con caracteres setenteros y se acomoda sabiendo que va a ver algo distinto: “vamos allá, a ver con qué nos sorprende en esta ocasión”. Y este Once upon a time in… Hollywood me ha dejado un tanto frío, pese al subidón de temperatura del poderoso final.

La película dura 161 minutos, quizás demasiado larga (a mi gusto) para lo que cuenta. El problema no es la duración per se, porque me encantan las pelis de tres horas de duración que se pasan en un suspiro, sino que mis pegas van dirigidas a lo insustancial e irrelevante para la trama de buena parte de esos minutos. Da la impresión de que Tarantino quiere meter todo su mundo en el metraje: los wéstern (Django, Los odiosos ocho), Steve McQueen y los nazis (Malditos bastardos), la serie B (Abierto hasta el amanecer), el Hollywood de los sesenta (Pulp Fiction), los especialistas y los coches (Death Proof), las drogas blandas y las adicciones (Pulp Fiction, Jackie Brown), las artes marciales (Kill Bill), la gente pasada de vueltas, su fetichismo hacia los pies (en todas ellas), la violencia extrema que no se puede tomar en serio (Reservoir dogs, Amor a quemarropa), sus característicos diálogos, los cigarrillos Red Apple,… Lo mete todo aunque sea con calzador.

Al terminar la peli, me quedé: “¿y bien, te ha gustado?”. Pues sí, claro que sí, pero… con varios peros. No tiene tantas escenas memorables, de esas que quedan en el recuerdo como sus anteriores obras. Basta que diga la oreja, la jeringuilla, el ametrallamiento, la esvástica o la katana para que sepamos en qué película estoy pensando. Apenas tiene dos personajes inolvidables, Rick Dalton (Leonardo di Caprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), pero no sé si perdurarán en el recuerdo como Jackie Brown, la Novia Beatrix Kiddo, Bill, el coronel Hans Landa, el señor Lobo, Marsellus Wallace, Vincent Vega, Jules, Butch, Django, Shoshanna o cualquiera de los matones de la banda de Reservoir dogs.

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Algunos diálogos están estirados en exceso, como ya le ocurría en Death Proof y en Los odiosos ocho, y aunque habrá quien piense que es un sacrilegio lo que voy a decir, creo que le falta trabajo de montaje. De recorte. Cuando comenzó su carrera y reventó la taquilla con Pulp Fiction, se vio que era un tipo repleto de ideas en la cabeza, posiblemente mejor guionista que director. Sus diálogos eran ingeniosos, tenían una chispa especial y no sobraban en la trama. Podían no aportar a la historia principal, pero servían para hacernos una idea de los personajes. En Érase una vez el trabajo del Tarantino director está varios cuerpos por encima de la labor de Tarantino guionista. Tiene planos de gran belleza, una cámara que se mueve con suavidad por Los Ángeles, de los chaletazos de Cielo Drive a los decorados de Hollywood, y se muestra sobrio y contenido en todo momento. Bueno, durante casi todo el metraje, porque se suelta en esos minutos finales que nos hacen recordar el Tarantino desaforado, el que no se corta un pelo, el que se suelta la melena y desata una apoteosis que nos levanta una sonrisa psicópata similar a la suya.

La valoración global de Érase una vez en… Hollywood es positiva, como casi siempre con este director, pero añoro al Tarantino ocurrente más que al friki de la serie B, al que inventa personajes inolvidables y los suelta en escenarios imprevisibles más que al chalado que ha visto millones de minutos de pelis infames y los rescata, dignifica y nos planta ante nuestras narices. Quentin Tarantino es un alma libre y supongo que en ese mundo ingobernable de Hollywood será de los pocos directores que logra que nadie le toque un minuto de sus obras. Ha alcanzado ese estatus por méritos propios, pero creo que alguna de sus pelis, como esta última, mejorarían con los consejos de un productor experimentado, o de un colega de profesión que le dijera “hasta aquí está perfecto, Quentin, no le des otra vuelta más a la historia de un personaje italiano de wéstern barato» o «no metas a otro chalado de las artes marciales”.

Todo esto no son más que opiniones de un modesto aficionado, pero creo que esta película mejoraría mucho con media hora menos de metraje. El rodaje del wéstern, la previa a la actuación con la niña, Margot Robbie/Sharon Tate en el cine, la escena de Bruce Dern… hay varios sitios en los que se podría recortar sin que el conjunto se resintiera. Incluso la escena de La gran evasión, por mucho que me divirtió ver a Di Caprio en uno de mis clásicos favoritos de todos los tiempos.

Martin Scorsese es un grandísimo director y urdidor de historias, pero nunca ha negado la importancia en el resultado final de sus trabajos de su montadora desde hace cuarenta años, Thelma Schoonmaker. Aunque el trabajo de recorte que menciono es más de la fase previa de elaboración del guion que del montaje final, Quentin podría estrenar obras maestras de dos horas o poco más, y dejar todo ese material friki adicional para las versiones extendidas de los DVD o BluRay.

Once personajes de Tarantino

Esta es la novena película de Quentin Tarantino, considerando que los dos volúmenes de Kill Bill “cuentan como una sola” en palabras del propio director, y como este ha expresado en repetidas ocasiones que solo va a hacer diez películas a lo largo de su carrera, nos queda disfrutar su última y definitiva gran obra. Tengo dudas de que lo cumpla, porque se le ve con ganas de contar muchas cosas, de vomitar todo el cine que tiene dentro de la mollera, y todo eso no le va a caber en menos de ¿tres, cuatro, catorce horas de grabación?

El cine de Tarantino no deja indiferente a nadie, todos tenemos nuestras preferencias, nuestras filias y seguro que algunas fobias. Resulta difícil ponernos de acuerdo en qué nos gusta o disgusta más. A raíz del estreno de Érase una vez en… Hollywood, leí un artículo que ordenaba sus películas de peor a mejor, y no puedo estar más en desacuerdo con la lista, me pareció una coña, así que he hecho lo mismo y he pedido a varios amigos que realicen su propia lista. Este es el resultado de mi miniencuesta, con la propuesta de Espinof, las de iMDb y Filmaffinity, la opinión siempre acertada de mis colegas, la de este bloguero (en otro color) y la media de todas nuestras votaciones:

Pelis Tarantino Ordenadas

Me congratula ver a Pulp Fiction en cabeza y a Death Proof en el último lugar. No debí ser el único que se aburrió como una ostra. Lo mejor de Tarantino para los aficionados estuvo en sus primeros años y esta última obra, de momento y a falta de reposo, no la hemos elegido entre sus trabajos más afortunados. Sabiendo que no leerá jamás este post, le animamos a que siga más allá de la decena, por mucho tiempo. Con una potente banda sonora de fondo.

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Pulp Fiction 3

En mayo de 1994, el entonces semidesconocido director, guionista y actor Quentin Tarantino se hacía con la Palma de Oro en el Festival de Cannes por su segunda película, Pulp Fiction. Su propuesta, transgresora y gamberra como pocas, se llevó el galardón por delante de otras películas más típicas de lo que suele ser este festival de vanidades y meñiques enhiestos como A través de los olivos, del iraní Abbas Kiarostami, Quemado por el sol, del ruso Nikita Mikhalkov, el nuevo sopor de colores de Kieslowski, Rojo, y la cuota tradicional oriental, ¡Vivir!, del cineasta chino Zhang Yimou.

Visto con la perspectiva que dan los veinticinco años transcurridos, creo que el premio fue un acierto. Supongo que el jurado tendría fuertes discusiones a la hora de elegir entre las tradicionales obras aptas para estómagos cinéfilos más o menos pedantes y esta Pulp Fiction irreverente de Quentin Tarantino. El jurado de aquel año estaba formado por personas tan dispares del mundo de la cultura como la actriz francesa Catherine Deneuve, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, el compositor argentino Lalo Schifrin o el británico de origen japonés Kazuo Ishiguro (Premio Nobel de Literatura en 2017), y parece ser que para que el premio fuera a los matones de Tarantino resultó fundamental que dicho jurado estuviera presidido por una eminencia en este noble arte cinematográfico como es Clint Eastwood, alguien que puede valorar una obra diferente de un autor diferente y dar lecciones desde su punto de vista como director, actor, músico o productor de grandísimas obras.

Hubo numerosos aplausos, pero también abucheos y críticas del público asistente a la gala en el Palacio de Festivales y Congresos de Cannes, lo que provocó la respuesta del director en forma de peineta:

Hoy en día me parece un gesto totalmente impropio e inadecuado, pero recuerdo que cuando le vi hacerlo, y pese a saber poco de él, pensé: «este tío me cae bien». Le estaba dando una patada en sus mismísimos genitales ¡y en su casa! a esa crítica esnob que presume de disfrutar tostones infumables que provienen de países exóticos.

El propio nombre del director, Quentin Tarantino, sonoro, rotundo, poco habitual, parecía predestinarle como director, igual que si te llamas Martin Scorsese o Howard Hawks. Además, con esa cara de loco solo podía parir locuras maravillosas o bodrios absurdos, pero por fortuna han predominado las de la primera categoría. El título de su segunda película, Pulp Fiction, resultaba tan atractivo como el de la primera, Reservoir dogs, por no sé qué extraña razón, ya sea intriga o curiosidad, un hecho insólito que ocurre con la mayoría de su filmografía al margen de su posterior calidad: Jackie Brown, Death proof, Inglourious Basterds, Django unchained, Kill Bill,…

Fuimos muchos los que acudimos en masa hace veinticinco años a ver esa peli de título raro y montaje desordenado, de pistoleros con traje negro que hablan de hamburguesas antes de liarse a tiros, de atracadores de cafeterías de tres al cuarto y de boxeadores que saldan su deuda con mafiosos tras atacar con una katana a dos violadores que están de la olla. No solo vimos esa película, la escuchamos. Saboreamos cada canción, las que conocíamos y las que descubríamos a medida que avanzaba el metraje contemplando cómo encajaba cada pieza en su correspondiente escena con una perfección asombrosa. Desde el potente Misirlou de Dick Dale & The Del-Tones hasta el Surf Rider de los títulos de crédito finales, obra de The Lively Ones.

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Me compré la banda sonora, me compré el guion (y lo leí y subrayé varias veces), puse en mi habitación el mítico póster de Uma Thurman fumando en la cama con el peinado del Príncipe Valiente, me compré la banda sonora de Reservoir dogs, me regalaron otra recopilación de temas musicales seleccionados especialmente por Quentin Tarantino,… En resumidas cuentas, me subí a la moda tarantiniana que se abrió con el exitazo de Pulp Fiction.

En cierto modo, creo que la figura del bueno de Tarantino se nos hizo cercana a los aficionados al cine al conocer su historia y ver cómo había llegado hasta la cima del éxito a una edad tan temprana (31 años por entonces). No era el típico director al uso que había estudiado en una prestigiosa escuela de cine, sino que era un aficionado más, un tipo que había trabajado durante años en un videoclub y que había engullido más cine que el que muchos veríamos en varias vidas. Pero, sobre todo, el suyo era un tipo de cine sin reglas en el que valía cualquier propuesta, desde empezar con la definición de diccionario del término «pulp» hasta dibujar un cuadrado en el aire o alterar el orden lógico de las escenas sin razón aparente.

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La película contó con un presupuesto modesto, de unos ocho millones de dólares, de los cuales cinco fueron para los actores, que cobraron muy por debajo de su caché habitual. Fue un éxito rotundo y la recaudación se elevó por encima de los doscientos millones de dólares, aunque su éxito no fue solo de taquilla, sino también como influencia para otros directores y guionistas, como una especie de «vale todo lo que propongas siempre y cuando lo hagas con pasión, con emoción y por supuesto con respeto a todo aquello que homenajeas», ya sea el wéstern, el cine negro, el blaxploitation o las pelis orientales de karatekas.

La película consiguió siete candidaturas a los Óscar, en las categorías consideradas más importantes, aunque solo se llevó el de mejor guion, escrito por el propio Quentin en Ámsterdam con la colaboración de su antiguo compañero de videoclub, Roger Avary. Es un guion tan sólido y brillante como poco convencional, con grandes ideas y diálogos, pero también totalmente heterodoxo, repleto de ideas muy locas que pasaban por la cabeza de un Quentin no sabemos si algo «fumao», ideas que sorprendentemente pasaron el filtro de la producción, y que, más sorprendente aún, lograron la complicidad del público. Y nuestras sonrisas, aunque el origen de las mismas esté en la cabeza reventada de un pobre chaval, en las discusiones acerca de limpiar los sesos de la tapicería, o en una inyección de adrenalina en el corazón de una yonqui a punto de morir de sobredosis.

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Se le criticó esa banalización de la violencia, y puedo entenderlo, pero es que no deja de resultar gracioso que en una peli de matones sin escrúpulos resulte tan relevante para la trama cada vez que el personaje de Travolta va al baño:

  • La primera vez dice claramente «me voy a cagar» en la cafetería y es entonces cuando sucede el atraco a la cafetería.
  • La segunda vez está hablando consigo mismo frente al espejo («ahora te vas a casa y te haces una buena paja») mientras Mia Wallace está a punto de morir en el sofá del salón.
  • La tercera vez está jiñando y leyendo pulp cuando el personaje de Butch se lo carga a tiros.

Algunos diálogos son largos porque Tarantino se recrea en ellos, en la supuesta brillantez de lo que cuentan, aunque en algunas películas lo logra mejor que en otras. En Pulp Fiction está más medido que, por ejemplo, en Death Proof (algún speech infumable) o que en momentos puntuales de Malditos bastardos o Kill Bill. El problema es que Tarantino se gusta tanto a sí mismo hablando de series B o masajes en los pies que  por ejemplo cuando Jules y Vincent llegan a la puerta de los chavales ¡que se van a cargar! no han terminado su diálogo y se van al final del pasillo para terminarlo, prosiguen dos o tres minutos más hablando de temas intrascendentes, y entonces y solo entonces vuelven y entran al piso. Es un tortazo a las reglas clásicas, pero funcionó. Y por cierto, ya que hablo de los masajes a los pies, recomiendo este vídeo sobre el fetichismo del director acerca de los mismos:

La película tiene 154 minutos de duración, es larga para lo que cuenta y quizás podía haber durado menos, pero como se disfruta cada frase, cada canción o cada imagen casi irreal, se te olvida que por momentos puede resultar lenta. Aunque muchos la calificaron de rompedora o novedosa, en realidad Tarantino lo que hace es reinventar, mezclar y utilizar los cientos de influencias cinematográficas y musicales que pasan por su cabeza. El baile de Mia y Vincent está basado en Ocho y medio de Fellini, los matones de Código del hampa hablan de las proteínas de un buen filete después de cargarse a John Cassavettes, y el MacGuffin del maletín ya se había visto en El beso mortal o en Belle de Jour de Buñuel.

Respecto al contenido del maletín con brillos dorados circulan por Internet teorías muy divertidas, como que contiene los diamantes robados en Reservoir dogs, pero mi favorita es la que dice que en el interior del mismo guarda el alma de Marsellus Wallace. Esta teoría cuenta que el mafioso pactó vender su alma al Diablo y por esa razón tiene una tirita en la nuca, que es por donde se la debió extraer Lucifer. La relación con el maletín viene porque la combinación para abrirlo es el número 666.

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En realidad Tarantino contó tiempo después que el actor Ving Rhames se había hecho un corte afeitándose la cabeza y que al director le pareció que hacía más intrigante su personaje, así que le pidió que no se la quitara. Ya está, es como el globo naranja de Reservoir dogs y las teorías imaginativas de la gente, no hay más.

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Tarantino tiene sus fetiches, sus gustos particulares y se recrea en ellos, como cuando el personaje de Butch (Bruce Willis) elige el arma con el que se va a cargar a los tipos de la tienda que están sodomizando a Marsellus Wallace. Nos muestra sucesivamente un martillo como en The toolbox murders, un bate de béisbol como en Los intocables de Eliot Ness, una sierra eléctrica homenaje a La matanza de Texas y finalmente se decanta por una katana al estilo de las pelis de samuráis que tantas veces ha reconocido que le encantan. ¿Sería la katana de Hattori Hanzo que luego aparece en Kill Bill? Igual que la marca de cigarrillos de los protagonistas o las hamburguesas Big Kahuna, elementos que se repiten en la filmografía de Tarantino.

 

Como curiosidades de la película están los actores inicialmente pensados para los papeles principales, hoy impensables como Michael Madsen o Daniel Day Lewis para el papel de John Travolta, o Michelle Pfeiffer o Meg Ryan para el que recaería en Uma Thurman. ¿Daniel Day Lewis con Meg Ryan haciendo el bailecito? No quiero imaginármelo, no, por favor. La película consiguió en el momento de su estreno el récord Guinnes por el mayor número de fuck y derivados en el metraje, 265, pero la marca le duró solo un año al ser superada por el Casino de Martin Scorsese. Y años después sería superada de nuevo por los más de 500 fuck de El lobo de Wall Street del mismo Scorsese.

El festival de Cannes hizo las paces con el director hace muchos años y reconoció su inmenso talento cuando le designó presidente del jurado en 2009. Quentin Tarantino es un enamorado del cine, de todo el cine existente y esta semana ha presentado su última película en Cannes, Érase una vez en Hollywood. Cine sobre el cine dentro del cine, yo ya estoy babeando solo con lo que he visto en el tráiler:

He leído ya algunas críticas muy favorables y luego está la de Carlos Boyero. En su estilo.

Veinticinco años ya de Pulp Fiction, todo un clásico. Un cuarto de siglo también de Forrest Gump, Ed Wood, El rey León, Cadena perpetua o Balas sobre Broadway. Cómo pasa el tiempo. De todas ellas habló el amiguete Barney esta semana en La Galerna, os lo recomiendo (enlace a Aquellos maravillosos años: 1994).

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