De ofendiditos y pollaviejas

LESTER, 17/01/2021

Reconozco que ya no puedo más con tanta tontería. Sí, tontería, necedad o soplapollez. Hace un par de semanas, al inaugurar la primera sesión del Congreso de Estados Unidos, el demócrata Emanuel Cleaver (que no «clever»), encargado de rezar la tradicional oración de apertura, finalizó del siguiente modo:

Amén. O «A-men and a-women». De verdad que se nos está yendo de las manos. Había escuchado muchas maneras forzadas de hablar y deteriorar el lenguaje, pero aplicar el lenguaje inclusivo a una palabra hebrea ha traspasado la línea del gilipollismo extremo. El problema de fondo es que hay algo más serio detrás de este postureo y es que el partido demócrata quiere hacer una apuesta seria por el lenguaje inclusivo, cambiando palabras como padre, madre, hijo o hija, y sustituirlas por otras de género neutro, no sé muy bien por qué. Todo ello viene recogido en un dictamen (o «dictawomen») de 45 páginas en el que recogen estas recomendaciones que, no me cabe la menor duda, millones de personas comenzarán a seguir en breve. Aquellos polvos trajeron estos lodos, aquellos a-women trajeron estos «jóvenas», «miembras» y «portavozas».

Recuerdo hace ya más de tres décadas cuando comenzaron a llegar las oleadas del modo de hablar «políticamente correcto» de los americanos. El lenguaje inclusivo no es lo mismo que el modo de hablar políticamente correcto, pero pertenece a la misma línea de imposición de un lenguaje impostado con la excusa de no ofender a nadie. No puedes decir negro, ni gordo, ni mendigo, ni inmigrante ilegal. Utiliza mejor las palabras afroamericano, robusto o grueso, sin techo, migrante o indocumentado. Con inválido ha habido varias fases en la evolución: minusválido, deficiente físico, discapacitado o persona con disfunción motora.

Me llama la atención de manera especial la manera de forzar el habla para no usar la palabra «black» ante un movimiento cuyo máximo exponente actual se hace llamar Black Lives Matter, pero es cosa mía, de un hombre blanco hetero y por tanto, mi opinión seguramente no sea válida. En este artículo de 2007 titulado no sin razón Dime qué decir, Javier Marías ya advertía del peligro de ceder ante «esta ola de hipersensibilidad» y convertir la realidad en «un jardín de eufemismos»:

«La pretensión de que todo el mundo hable de una misma manera es incluso una actitud suicida, porque el lenguaje es una vía de información y de datos sobre la otra persona. La tendencia de dulcificar es tramposa, porque siempre habrá una palabra que cambiar».

Sobre todo esto último: siempre habrá una palabra que cambiar. Los dictadores de lo políticamente correcto y el lenguaje inclusivo son incansables, tienen una antena para buscar un problema donde no lo había y montar un pequeño revuelo para alterar lo ya dicho. El jugador uruguayo del Manchester United Edinson Cavani ha sido sancionado con tres partidos de suspensión y 112.000 euros de multa por el gravísimo delito de finalizar una conversación con un amigo en redes sociales con un «gracias, negrito». Un amigo despidiendo a otro, con la confianza de una amistad de hace años, sin insultos de por medio, sino con un cariño seguramente mutuo. Como decía al principio, se nos está yendo de las manos.

La semana pasada estuve viendo una versión nueva del clásico de Agatha Christie Diez negritos. Pues bien, la versión es tan moderna que se titulaba Diez soldaditos y por supuesto el poema de los Diez negritos había sido sustituido por los Diez soldaditos, no vaya a ser que se ofenda alguien por una obra escrita en 1939. Es cierto que el original contenía el término despectivo «nigger», pero ya se han encargado sus descendientes de enmendarle la plana a la autora. El bisnieto de la escritora anunció el verano pasado que la obra pasaría a titularse Eran diez.

Seguro que con este cambio ya ha logrado acabar con el racismo. Como esos colegios estadounidenses que han prohibido La cabaña del tío Tom y Matar a un ruiseñor, o las plataformas que han eliminado Lo que el viento se llevó de su catálogo. Y seguro que el a-women ha enterrado de manera definitiva el machismo del Congreso. La corriente censora avanza implacable. Recientemente se ha planteado el debate sobre si Grease y Pretty Woman se deberían prohibir por sexistas. La primera provocó una controversia en el Reino Unido, mientras que la segunda fue cuestionada por Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer del gobierno de España. Si abrimos la veda no van a quedar ni las películas Disney. Y además, ¿la solución es la censura?

Según Carlos Rodríguez Braun, autor del Diccionario políticamente incorrecto (2004), «es un reflejo de la hipocresía de vivir en un mundo más libre» en el que paradójicamente vivimos menos libres a la hora de expresar nuestras ideas: «El poder político ha llegado a controlar cómo hablamos». Elvira Lindo afirma que esta tendencia que comenzó en Estados Unidos desvirtuó totalmente su objetivo y «los colectivos que luchaban por sus derechos se convirtieron en grupos de presión que fiscalizaban el lenguaje y el pensamiento. En España, si bien es deseable cierta corrección porque nuestras maneras pueden ser groseras, sería un desastre para el ejercicio de la libertad de expresión que eso cundiera. No conduce a nada, no mejora la vida de quienes se pretende defender». Esas maneras groseras son muy limitadas, así a botepronto se me ocurren los términos «judiada», «perro judío», «gitanada» o frases como «no me seas gitano». Hace cinco años el pueblo burgalés de Castrillo de Matajudíos votó mayoritariamente por cambiar su nombre por el de Castrillo Mota de Judíos. Bueno, ellos sabrán. La mayoría vio antisemitismo donde no lo había y decidió cambiar un nombre de más de diez siglos de historia que hacía referencia a una arboleda, una mata, poblada por judíos en el siglo X. Pero el dinero negro no tiene connotaciones racistas, ni hacer una lista negra o un libro blanco, aunque habrá quien así lo considere. Aunque pueda parecer coña, en Estados Unidos ya están desde hace tiempo en esos niveles de modificación del lenguaje, como con la palabra «blackmail», chantaje.

Sinceramente creo que el problema no está en los que utilizan determinado lenguaje, sino en los «ofendiditos» que en todo encuentran una agresión. Y que son muy plastas y ruidosos. El presentador de la televisión británica en la que se emitió Grease, Piers Morgan, zanjó el debate de una manera que no gustó a muchos espectadores, pero con la que coincido: «Lo que deberíamos censurar es a esos malditos idiotas que quieren censurarla». Arturo Pérez-Reverte dijo que «vivimos entre montones de inquisiciones. Nunca he sentido mi libertad personal tan amenazada como estos últimos diez años». «La estupidez es mala compañera de viaje de la libertad». Es cierto, yo creo que a todos nos pasa cada vez con más frecuencia. Cuando decimos o escribimos algo nos ponemos cortapisas para que otros no piensen tal o cual de nosotros, o tenemos cuidado para no parecer lo que no somos, puesto que al negarnos a utilizar determinado lenguaje (que es el socialmente aceptado) ya estamos transmitiendo una idea acerca de nuestro pensamiento. Un buen amigo mío, de izquierdas, me reconoció hace tiempo que le cabreaba muchísimo que todas estas imposiciones falsamente morales hayan venido de los que se hacen llamar progresistas, que ese «puritanismo espantoso» (palabra de Don Arturo) sorprendentemente no haya venido del ala más conservadora, sino de los que teóricamente presumen de ser más abiertos de mente.

El lenguaje inclusivo o el lenguaje políticamente correcto debería ser una opción para el que la quiera utilizar, jamás una imposición. Por suerte, la Real Academia de la Lengua Española no ha cedido de momento a ese puritanismo inquisitorial y en redes sociales se ha mostrado muy atinada cuando alguien ha querido llevarla al límite de lo absurdo:

El problema es que desde hace tiempo se pretende que el lenguaje inclusivo no sea opcional, sino de obligado cumplimiento. Tiene mucho de George Orwell y la neolengua, de cómo el uso de las palabras o la prohibición de otros términos altera el modo de construir el pensamiento. Ya existen consultoras especializadas dando cursos en las empresas sobre este asunto, con criterios de SuperPop, de revista de adolescentes, si se me permite decirlo. Desde hace un tiempo, cuando recibo correos electrónicos de compañeros que utilizan el lenguaje inclusivo, hago como ese profesor de universidad que dejaba a sus alumnos que lo emplearan, pero si lo hacían tenían que usarlo de modo correcto y en todas las frases, porque en caso contrario, esa frase no puntuaría. Si hay confianza, corrijo o bromeo con estos compañeros:

  • Si dices «Estimados tod@s», deberías poner «estimad@s tod@s».
  • ¿Se pronuncia «estimadarrobas todarrobas»?
  • «Bienvenidos todos y todas», como leí hace poco en una de estas reuniones por Teams. En un chat interno durante esa misma reunión planteé el minidebate: ¿no debería ser «bienvenidas todas y bienvenidos todos»? ¿O es que nos dan la bienvenida solo a nosotros?
  • Si has empezado con el todos y todas, no puedes decir solo «aquellos compañeros que…», ya estás obligado a seguir. Y también los adjetivos. ¿Que es un coñazo? Perdón, que coñazo es sexista, ¿rollazo?
  • No, no, no. No es «aquellos compañeros y compañeras que escojan…», tendrás que decir «aquellos compañeros y aquellas compañeras» y el adjetivo posterior si está referido a ellos y a ellas, también.

Con lo que no puedo es con la x para ese neutro falso, como en «todxs», «compañerxs» o «amigxs». Una vez leí un correo en una reunión con seis personas y dije intencionadamente «queridksss compañerksss». Lo reconozco, forcé un poco la k y la ese, pero cuando me preguntaron que por qué hacía eso, respondí que esa era la pronunciación correcta de la equis en español. Algunos se rieron más que otros y una chica me dijo que a los que nos negábamos a usar el lenguaje inclusivo se nos llamaba ahora «pollaviejas». Hombre, he cumplido 50 palos hace unos meses, así que soy un pollo algo viejo, pero buscando el término «pollavieja» me he encontrado debates curiosos en Internet. Por supuesto, en esos debates Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte o el noventa por ciento de los académicos de la lengua (y yo mismo si fuera alguien) somos «pollaviejas». Y en ese concepto, con sinónimos como «heteruzo» o «señoro» se mete todo, hasta ideología política.

Siento si mi manera de hablar o escribir molesta a alguien, de verdad que intento evitarlo, pero a veces pienso que el problema no está en el modo de hablar, sino en el de escuchar y encontrar agravios en cada palabra. Y si aun así he molestado a alguien, lo siento, me da mucha pena. O la sienta y mucho pene.

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3 comentarios en “De ofendiditos y pollaviejas

  1. A veces pienso que esos que tanto se afanan por el «lenguaje inclusivo», los ofendiditos y demás patrulla son gente pagada o gente que repite como loros lo que dice otra gente pagada. Me ha gustado la portada que has incluido de «El Jueves», por una vez menos progre de lo habitual (me imagino perfectamente a Pérez Reverte diciendo eso). Y bueno, recordar con cierta nostalgia que libros como «La universidad me mata» (que a mí me hizo reír con ganas, por cierto) serían hoy sencillamente impublicables por diversos conceptos. Y que en una película como «El sargento de hierro» el marica sería ahora Eastwood («Si os habéis creído, nenas, que vais a poder escurrir el bulto…»), con la vocecilla «jander-klander» de Florentino Fernández en vez del vozarrón de Constantino Romero…

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    • Sí, estoy de acuerdo, en nada harán una versión de El sargento de hierro adaptada a los tiempos actuales y a la corriente de pensamiento dictada. Y creo recordar que ese libro era políticamente incorrecto en varios capítulos. Hay tantas «ofensas» en los últimos tiempos que he tenido que seleccionar: canciones, películas, mujeres con pene olvidadas en algunos discursos, trabajo de chinos,… No puedo más, me agotan.

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  2. Cuanto puritanismo!!! Ni el Tea Party. (Me faltan exclamaciones en un lado y me sobran en el otro, mas las comillas, etc.)

    «Black people» creo que se puede decir sin herir a nadie, pero «nigro» o «negro» suena feo incluso en castellano. Además «afroamericano» o «subsahariano» queda mejor, con mas sílabas y vocales para los «reverenciahacientes» en el siglo XXI de la Real Academia. La cual sigue puliendo y fijando las puertas en el campo que supone la evolución de nuestra lengua a lo largo de la historia (ahora incluso mas, con esta forma que tenemos de comunicarnos tan ahorradora de detalles).

    ¿Cuánto nos costarán cada un@ de los señor@s letr@s mayúscul@s y minúscul@s por seguir dando esplendor y dejando entrar en el idioma palabr@s que ya se utilizan normalmente?

    Espero que se entienda mi respuesta a pesar de mis muchas faltas.

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