JOSEAN, 23/01/2021
La tendencia no es de ahora, pero sí tengo la sensación de que se ha incrementado mucho en el último año, de manera especial tras el estallido de esta pandemia. Me refiero a la tendencia a adjetivar todo lo que rodea al mundo financiero, económico, fiscal o al sistema capitalista en el que vivimos. A raíz de la expansión del virus por el mundo y de las alteraciones que provocó en nuestro modo de vida, llevándonos a extremos de confinamiento y reclusión que jamás sospechamos, se publicaron numerosos artículos en el sentido de venganza de la Naturaleza, respuesta del planeta por la pérdida de biodiversidad o, como dijo Inger Andersen, director ejecutivo del programa de medio ambiente de la ONU: «la Naturaleza nos está mandando un mensaje«. La recuperación de la calidad del aire o de las aguas, la disminución de toneladas de residuos y de emisiones de gases a la atmósfera, o la invasión de especies del centro de las ciudades, fueron vistas como la victoria de la Tierra ante nuestro desaforado afán consumista. La ONU sentenció en mayo: El coronavirus: la advertencia del planeta de que la humanidad debe cambiar.
Pero la tendencia viene de muchos años atrás. La carta que el CEO de BlackRock, Larry Fink, envía a sus inversores al inicio de cada año pareció premonitoria allá por enero de 2020. Hablaba de Un cambio estructural de las finanzas, poniendo el foco en la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático por «el impacto significativo y duradero que tendrá en el crecimiento económico y en la prosperidad – un riesgo que, a la fecha, los mercados han sido lentos en reflejar». El nuevo estándar de BlackRock para invertir pasaría a ser la sostenibilidad, unido a la mitigación de riesgos ESG (environmental, social and governance), la transparencia y la exigencia de la medición de la huella de carbono a todas las empresas con las que el fondo colaborara o trabajara. Es un paso más en una tendencia iniciada hace una década y, ya sea como declaración de intenciones interesada o como voluntad decidida por el cuidado del medio ambiente, es un paso en la buena dirección. Al menos la web del fondo deja clara su apuesta por «lo verde»:

Se ha escrito mucho en los últimos años acerca de estos asuntos, y de manera especial tras el Acuerdo de París por el clima firmado en 2015 y la aprobación en la ONU de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030. Resulta sintomático que una de las primeras declaraciones de Joe Biden al acceder a la presidencia de Estados Unidos haya sido para volver al Acuerdo de París del que se desvinculó el país durante la presidencia de Donald Trump: «Queremos liderar, no con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo».
En esa línea, la Comisión Europea aprobó en 2018 su Plan de acción para una economía más limpia, poniendo especial énfasis en lo que se denominó «Finanzas Sostenibles». Se trata de un ambicioso plan para clasificar las actividades de las empresas en «verdes» o «no verdes», y primar de algún modo las consideradas «sostenibles». Como el capitalismo entiende por encima de cualquier otra cosa de sus propios intereses, el Plan prevé incentivar este tipo de actividades con una financiación más barata, mayor facilidad de acceso de las empresas a proyectos públicos de inversión y la exigencia de certificaciones para poder acceder a fondos europeos. Parece que cobra importancia real la Información No Financiera de las empresas, esa parte de las cuentas anuales que se rellenaba de una manera genérica y bienintencionada, pero poco concreta. Algo que contrastaba con la detalladísima Información Financiera, en donde no escapaba un euro al control de los administradores de las compañías, ni de los auditores.
Finanzas sostenibles, economía circular, fiscalidad justa, empresas socialmente responsables, transición ecológica, transformación digital,… son cada vez más los adjetivos que se incorporan a la redefinición de nuestro sistema. Fondos de «impacto», o fondos de inversión solidarios, una figura mucho más extendida en el mercado anglosajón, que son «inversiones que buscan una rentabilidad financiera y también un impacto social o medioambiental positivo«, en palabras de Arturo Benito, de Impact Bridge AM. Estos productos mueven ya más de 633.000 millones de euros, y se han especializado en sectores como la salud, la alimentación o el acceso a la energía y la vivienda. La CNMV tiene registrados 19 fondos de inversión solidarios y 44 fondos ESG que basan sus inversiones en criterios sociales y medioambientales.
Dentro de esa tendencia a adjetivar (y cambiar la cultura empresarial y financiera), me encontré hace tiempo con otro artículo que hablaba de El gurú del buen capitalismo. Hablaba de Paul Polman, exconsejero delegado de Unilever, que defendía que «la opinión pública está castigando a las empresas que se comportan de forma irresponsable». Pero lo que me llamó la atención es que si se hablaba de «buen capitalismo» es porque el articulista entendía que había un «mal capitalismo». O un capitalismo voraz, salvaje e irresponsable que se preocupaba únicamente del beneficio del accionista y no del impacto en la sociedad. Quizás la pandemia haya acelerado muchos de los cambios que se llevaban años anunciando.
«El cisne verde» es un concepto creado por el Bank of International Settlements (BIS), del que comenzamos a escuchar a principios de febrero de 2020, justo cuando el virus y sus consecuencias estaban a punto de reventarnos en la cara. El cisne verde hace referencia a una crisis financiera motivada u originada por desastres climáticos o medioambientales: los incendios en California y Australia, las inundaciones en el sudeste asiático o el centro de Europa, los huracanes en Centroamérica, o lo que nadie preveía, el impacto del virus SARS-COV-2 en las economías de todo el mundo. La destrucción de centros de producción, el hundimiento de economías de países enteros o la destrucción de empleos y empresas son algunas de las consecuencias de esos cisnes verdes. También los llamados «riesgos de transición», como son los cambios regulatorios que pueden llevar a desincentivar unos sectores (materias primas, combustibles fósiles) en beneficio de otros (energías renovables). Los riesgos definidos por el Foro Económico de Davos en su informe de 2020 son muy numerosos:
En términos de probabilidad e impacto:
El propio Manifiesto de Davos de 2019 hablaba de esa necesaria «refundación» o «transformación» del capitalismo, basada en tres principios:
- Las empresas no funcionan únicamente para sus accionistas, sino también para las comunidades locales y la sociedad en general, y deben involucrar a empleados, clientes y proveedores.
- Las empresas no son solo unidades generadoras de riqueza, sino que atienden a las necesidades de toda la sociedad. En este punto hace mención a la importancia de los ejecutivos de las empresas y las desigualdades (La grieta salarial).
- Una multinacional es en sí misma un grupo de interés al servicio del futuro global.
Sea por un interés altruista o por un interés propio de las empresas, el caso es que los pasos son firmes y se ha avanzado muchos en estos temas. Los fondos europeos para la reconstrucción (Next Generation-EU), de 750.000 millones de euros, se concentrarán en todos los aspectos mencionados y serán una gran oportunidad para avanzar en algunos campos. Solo espero que se gestionen bien. La ministra de Economía, Nadia Calviño, ha dicho recientemente que «El objetivo último es conseguir una España más verde, más digital, más cohesionada social y territorialmente y también más igualitaria en términos de género. Por razones de equidad social pero también de racionalidad económica; para lograr un crecimiento robusto y sostenible desde el punto de vista económico-financiero, pero también medioambiental y social«. Espero que haya una colaboración público-privada eficiente, en proyectos sólidos y necesarios, que se fiscalicen adecuadamente y que no se nos vaya el dinero en estudios chorras, sino en atender las necesidades reales de la sociedad.
Verde, digital, justa, sostenible, solidario, social, responsable… todos estos adjetivos me parecen perfectos. Ahora bien, me resulta extraño conjugar la «transformación digital», pasar de «un país de camareros» a ser productores de tecnología, con un plan educativo en el que se pueda obtener el bachillerato con suspensos, o en el que no se fomente abiertamente la excelencia o el esfuerzo. Y a nivel mundial, creo que todos estos esfuerzos no funcionarán si no se frena a un país al que le importa tres cojones ser ecofriendly, un país como China, que no se define como capitalista precisamente, al que le importa muy poco la gestión medioambiental, los derechos humanos, la transparencia, la justicia fiscal y la propiedad intelectual. Entonces sí que vamos a saber lo que significa otro adjetivo de moda: ser «resiliente». Saber adaptarse a las circunstancias adversas.
Hoy se cumple un año del inicio del confinamiento en Wuhan, y mientras China ha tenido un crecimiento del 2,3% en un año crítico, las economías occidentales han experimentado caídas de entre el 5% y el 12%. Insostenible.
Como todos los lectores asiduos de este blog sabéis, si queréis colaborar por una buena causa a través de una ONG contrastada, es posible hacerlo mediante microdonaciones en este enlace: Ayuda en Acción/colabora
