La grieta salarial, por Josean

Desigualdad portada

Hoy se cumplen diez años del colapso de Lehman Brothers, y, como no podía ser de otro modo, nos toca hablar de una de las peores consecuencias de la terrible crisis que se originó posteriormente: la grieta salarial. No la brecha salarial entre hombres y mujeres, vergonzosa anomalía que da para otro post completo, sino la grieta salarial creada entre los sueldos altos y el resto de la plantilla.

La palabra «brecha» suena a herida abierta que se trata de cerrar con unos puntos de sutura, si bien los hilos con los que se cose la brecha salarial son tan finos como las normas o disposiciones legales con las que pretenden eliminarse las diferencias de género que existen en las plantillas de las empresas. Sin embargo, al menos en esa brecha aprecio un intento de sutura, de cierre de la misma (aunque siga sin funcionar), mientras que la grieta que explicaré en este texto no para de crecer. Como una grieta en un edificio o en el suelo, que aumenta día a día si no se arregla acometiendo medidas estructurales profundas.

No hay que bucear demasiado en Internet para encontrar noticias sobre esta desigualdad creciente:

Marzo de 2016. Economía digital: La brecha salarial entre directivos y empleados se multiplicó por diez durante la crisis. Según el artículo, durante el período analizado el salario de los directivos creció un 10%, mientras que el incremento para el resto de la plantilla fue de solo el 1%.

No es algo nuevo, desde el principio de la crisis se vio lo que iba a ocurrir:

Junio de 2011. El País: La brecha salarial entre directivos y empleados creció durante lo peor de la crisis.

La EADA (Escuela de Alta Dirección y Administración) publica cada año junto con la consultora ICSA un Informe sobre la Evolución Salarial en España. Se puede encontrar y descargar con facilidad. El último Informe analiza el período 2007-2017 y separa a los trabajadores en tres categorías: directivos, mandos y empleados. Concluye de un modo que creo que no sorprende a nadie: las diferencias no han disminuido, sino que incluso se han incrementado:

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Entre lo positivo del Informe está que al menos el mayor incremento en el último ejercicio se ha producido en el tramo de los considerados «mandos intermedios», colectivo que con la tímida recuperación ha vivido la reactivación del mercado de trabajo y la mejora de sus expectativas. Los jóvenes, que suelen acaparar los sueldos más bajos, y los empleados con menor cualificación apenas han experimentado cambios en sus condiciones.

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En Estados Unidos, la desigualdad salarial es la mayor que ha habido nunca, según el Pew Research Center. Lleva décadas creciendo como esa fucking grieta de la pared que no se cierra ni disminuye, hasta el punto de que en 2013 la riqueza media de las familias con ingresos más altos multiplicaba casi por siete a las de nivel intermedio, cuando al principio de la crisis y durante los últimos treinta años este baremo se movía entre cuatro y cinco veces:

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El estudio continúa hablando del estancamiento sufrido por las clases medias y bajas en Estados Unidos, la pérdida de puestos de trabajo, y concluye que la mayoría de americanos no están experimentando esa recuperación de la que hablan los medios y algunas estadísticas. Este cuadro es demoledor:

Diapositiva4El deterioro medio de los ingresos por familias no se ha repartido del mismo modo: las clases bajas pierden, la clase media se mantiene y las clases altas, los triunfadores de la gran crisis, arrasan. Algunos premios Nobel llevan años advirtiendo de esta aberración, como Joseph Stiglitz, con El precio de la desigualdad (Ediciones Taurus), en el que explica lo que todos vemos, que la riqueza atrae más riqueza o cómo el 1% de la población cuenta con lo que el 99% necesita. Otro Premio Nobel como Paul Krugman se pasó los peores años de la crisis denunciando esta desigualdad y preguntándose si era necesaria y evitable. La época de mayor crecimiento «en los Estados Unidos se dio durante los años cincuenta y sesenta, a pesar de que los impuestos eran mucho más elevados para quienes disponían de mayores ingresos y la desigualdad era mucho menor en comparación con la época actual». (Enero de 2016,The New York Times).

Hace más de un año escribí sobre la necesidad de subir el sueldo a los que denominé «estos chicos». En aquellos meses se hablaba de recuperación y se nos trataba de vender una idea exagerada de la misma, como si de repente nos pudiéramos animar de nuevo a una fiebre consumista o compradora. Por el contrario, somos muchos los que siempre hemos creído que la recuperación solo llegará cuando ese enorme colectivo de jóvenes y no tan jóvenes experimente una mejora real de sus condiciones de vida, comenzando por las salariales, por supuesto.

Necesitamos una clase media con más recursos, unos jóvenes que vean cercano un futuro mejor, y lo cierto es que lo que les ofrecemos es desolador. Y es estúpido, además. Sus efectos están ahí, a la vista. El Servicio de Estudios de la CEOE, en su informe Panorama Económico de septiembre de 2018, señala el frenazo del impulso de la economía española, y entre sus factores destaca «la pérdida de dinamismo del consumo privado». Hace más de un año el FMI advirtió de que «la desigualdad y los bajos salarios amenazan la recuperación de las economías avanzadas». Qué raro que la gente con salarios bajos no quiera consumir más, qué insolidarios, ¿no?

Noam ChomskyY si algunos premios Nobel, la CEOE, el FMI y decenas de consultoras y estudios señalan sus peligros, ¿por qué no se hace nada para frenar la desigualdad, la precariedad del trabajo y los salarios bajos? Dentro de no muchos años lamentaremos la imposibilidad de pagar unas pensiones dignas, el envejecimiento de la población, el deterioro de los servicios sociales que no podrán mantenerse por la debilidad de la recaudación tributaria de los estados, y quizás nos preguntemos si no se podía haber hecho algo antes. Mucho antes.

El profesor y activista estadounidense Noam Chomsky, en el libro ¿Quién domina el mundo? (Ediciones B, octubre de 2016) establece un interesante paralelismo entre la situación de la clase obrera en la década de 1920 y la época actual, basándose en un estudio clásico de Norman Ware publicado hace noventa años:

«En muchos sentidos, las condiciones de la clase obrera cuando Ware escribió eran similares a las que vemos hoy, porque la desigualdad ha alcanzado otra vez las cotas enormes de finales de la década de 1920. Para una pequeña minoría, la riqueza se ha acumulado por encima de sus avariciosos sueños. En la pasada década, el 95% del crecimiento ha ido a los bolsillos del 1% de la población, sobre todo a un sector de esta. La media de ingresos reales se sitúa por debajo de la cantidad en la que estaban hace veinticinco años, y la media de ingresos reales de los varones está por debajo de su valor en 1968″.

Joder, claro que sí, los que trabajamos en las áreas financieras de las empresas hemos visto en 2015 salarios de veinte años atrás, cuando los precios y el nivel medio de vida no tenían nada que ver con los actuales. Pero cada vez que se habla de subidas de sueldo en las compañías hay otras prioridades. Siempre. No se frenan determinados excesos, sobre todo en determinados niveles directivos, pero sí se limitan severamente los incrementos para la plantilla. «Pero si te puedo ahorrar el doble en gastos de representación, en viajes inútiles, en tributaciones en especie que se ahorran algunos directivos y le cuestan a la empresa, en familiares de- mantenidos en nómina, en estudios para ofertas que no vas a conseguir, en…». Nada, que este año tampoco toca. Y mira que los beneficios sociales de tales medidas serían inmediatos sin perjudicar las cuentas de resultados de las empresas.

El estudio de Ware se centra en «la degradación sufrida por el obrero industrial». Para Ware, el trabajo asalariado se consideró similar a la esclavitud, y solo se superaría cuando «los que trabajaban en las fábricas las poseyeran». Esa idea da pie a Chomsky para recordar «la idea de que las empresas productivas deberían ser propiedad de los trabajadores, común a mediados del siglo XIX, no solo para Marx y la izquierda, sino también para la figura liberal clásica más destacada del momento, John Stuart Mill. Mill sostenía que «la forma de asociación que debe esperarse que predomine si la humanidad continúa mejorando es (…) la asociación de los trabajadores mismos en términos de igualdad, propietarios colectivamente del capital con el cual llevan a cabo sus operaciones y con directores elegibles y revocables por ellos mismos». Economía del fraude inocente

Me encanta esa idea, pura quimera. Pero los directivos se han blindado en sus puestos, han reforzado sus salarios, añadido beneficios extras y algunas grandes empresas incluso se traspasan de padres a hijos como si de una propiedad o una corona se tratara. El economista canadiense John Kenneth Galbraith, en el libro La economía del fraude inocente, avisó de lo que él denominaba «el hecho fundamental del siglo XXI: un sistema corporativo basado en un poder ilimitado para el auto-enriquecimiento».

«El enriquecimiento legal de los directivos a través de remuneraciones millonarias es un fenómeno común, presente en todas las grandes empresas. No resulta sorprendente, puesto que son estos quienes establecen su propia retribución».

Galbraith murió en 2006 y si hubiera vivido lo que sucedió años después, a buen seguro despotricaría con más fuerza sobre el poder de los ejecutivos de las grandes corporaciones:

«La dirección lo controlaba todo, los propietarios eran irrelevantes; algunos auditores se mostraron dóciles. Las stock options servían para enriquecer a los implicados y ocultar ligeramente el golpe».

Me cuesta ver la solución, apenas he visto cambios, ni siquiera de mentalidad. La grieta salarial ha aumentado, por desgracia. La opinión que tengo de algunos directivos o de los «genios» de las finanzas ya la he explicado en estas páginas. Han pasado diez años de la caída de Lehman Brothers y desconfío de muchas de aquellas medidas de control que se implantaron y que parecía que evitarían que sucediera un nuevo cataclismo económico mundial. Se rescató la tasa Tobin y se volvió a enterrar, otro clásico de las «posguerras» económicas.

Según JP Morgan, la próxima crisis financiera llegará en 2020, en función del valor de los activos, la desregulación y el grado de apalancamiento de algunos agentes económicos. Al ritmo actual la clase media continuará estancada y seguiremos hablando de mileuristas y de pobres currantes que desearían ser mileuristas.

Mientras todo esto pasa, aquí seguiremos hablando de másteres regalados, de un tipo mediocre fugado a Bruselas y discutiendo sobre si sacamos a un sujeto funesto del mismo sitio en el que lleva cuatro décadas, sepultado (afortunadamente) debajo de una losa de 6 toneladas.

 

 

2 comentarios en “La grieta salarial, por Josean

  1. Lo realmente preocupante es que las clases trabajadoras, con el cambio de ciclo a la cuarta revolución industrial, no van a estar preparadas para los nuevos puestos de trabajo ya que los puestos van a requerir de actitudes técnicas y conocimientos en las tecnologías habilitadoras de la industria 4.0. La formación formal se está quedando obsoleta y ya los masters y doctorados, tan de moda en España no son demandados para los puestos de trabajo del futuro. En definitiva, hay que cambiar el chip y empezar a trabajar por un sistema de formación diferente, más ágil y más «lean».

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