El director británico Alfred Hitchcock fue inquirido en una ocasión por aquella frase en la que afirmó que los actores son como el ganado, y su manera de aclararlo fue mejor aún:
«Lo que dije es que deberían ser tratados como ganado»
Puede que se refiriera a
la zanahoria y el palo, o incluso a la cortedad de mente de algunos actores, pero creo que sobre todo quería hacer una llamada a la función del director con los actores: ponerlos en el sitio adecuado, que dijeran sus frases de un modo convincente y dirigirles (con un palo o no) para que no se salieran de las marcas en el suelo y de los encuadres. Para Hitchcock, el trabajo del actor era sencillo, como el de las ovejas yendo al redil, y supongo que pensaría que para complicaciones las del guionista a la hora de pergeñar una historia, o más aún la del director, que tenía que preocuparse de los miles de aspectos del rodaje como para andar pendiente de actores «intensos» o trascendentes en busca de una inmersión en el personaje que representan:
Cuando un actor viene a decirme que quiere discutir su personaje, le contesto: «está en el guion».
Si me pregunta: «¿cuál es mi motivación?», simplemente le respondo: «tu sueldo».
La motivación del personaje, sus traumas, su pasado, todo aquello al margen de la trama que lo convierten en lo que aparece durante la película. Para algunos actores ese ejercicio introspectivo es imprescindible, para otros, como Spencer Tracy, uno de los más grandes de todos los tiempos, es irrelevante:
«Interpretar consiste en saberse el papel y no tropezar con los muebles».
Hay muchas maneras de actuar y por eso quise dedicar la primera parte a la interpretación «natural», la espontánea, la que consiguen actores ocasionales o niños que se plantan ante una cámara por primera vez. Y luego están los profesionales, que pueden tener una sólida formación a sus espaldas o carecer de ella. Meg Ryan y Brad Pitt dejaron la carrera de Periodismo para probar en el mundo de la interpretación. Como George Clooney. Otros aprendieron el oficio en compañías de teatro con las que iban recorriendo sus respectivos países, como Cary Grant, los Hermanos Marx o Ben Kingsley.
No creo que hoy en día nadie discuta la capacidad de Cary Grant, excepto la Academia de Hollywood, que le negó el Óscar durante su carrera pese a sus decenas de impresionantes interpretaciones. Sin embargo, la Academia valoró el trabajo de actores a mi gusto menores que Cary Grant (en realidad, hay pocos que no lo sean) como Russell Crowe, Jennifer Lawrence, Roberto Benigni, Sandra Bullock, Cuba Gooding Jr., ¡Cher!, joder, ¡Cher ganó un Óscar y Cary Grant no! Esta incongruencia desprestigia tanto el premio como el Nóbel de Literatura cuando ves que se lo otorgaron a Bob Dylan o a Churchill, y no a Borges o Nabokov.
Pero no me quiero desviar del tema, que es la interpretación en sus distintas formas y si se puede llegar a aprender. Quizás la escuela más prestigiosa durante décadas haya sido el Actor’s Studio, fundado en 1947, por cuyas aulas pasaron, entre cientos de famosos actores más: Montgomery Clift, Faye Dunaway, Jane Fonda, Dustin Hoffman, Marlon Brando, James Dean, Anthony Hopkins, Robert de Niro, Sally Field, Harvey Keitel, Gene Hackman, Paul Newman,… La lista es interminable y se hizo famosa por la enseñanza del Método Stanislavski, un sistema de inmersión en el personaje en el que los actores tenían que llegar a sentir y transmitir lo mismo que el papel que interpretaban. Este sistema nos ha regalado grandísimas actuaciones, afortunadamente muchas más que soporíferos ejercicios de intensidad actoral, que también los ha habido a patadas. Quizás por esa «intensidad» no deba de extrañarnos que su presidente actual sea Al Pacino.
El método fue definido por el escritor Ítalo Calvino como «una gran paparrucha, una enésima confirmación de la debilidad de pensamiento norteamericana», quien sin embargo reconoció que el Actor’s Studio:
«Es un lugar donde se respira una atmósfera limpia, de pasión por mejorar, y también es un lugar que simboliza mejor que cualquier otro los componentes del espíritu norteamericano neoyorkino: el componente ruso (Stanislavskiano en este caso), llegado aquí a través de los judíos, mezclado con el componente freudiano de sinceridad interior, enraizado en el viejo componente protestante de confesión pública, todo ello amalgamado por el fundamental componente pedagógico anglosajón por el que se cree que todo se puede enseñar».
«Se puede enseñar». Por supuesto que se puede enseñar. Y se puede aprender, pero luego ese aprendizaje, o esa búsqueda a toda costa de la intensidad, lleva a algunos actores a sufrir problemas de salud o a convertirlos en tipos insoportables con los que no se puede tratar durante el rodaje, porque están inmersos en ese ejercicio de introspección en el personaje. Daniel Day-Lewis se pasó semanas en una silla de ruedas para preparar su papel para Mi pie izquierdo, perdió masa muscular y quedó muy débil. Tom Hanks arrastra una diabetes desde que sometiera a su cuerpo para el papel de Náufrago, y así podría contar cientos de casos más. Robert de Niro es uno de los casos extremos de caracterización, como se vio en Toro salvaje, con esos treinta kilos de más a base de cerveza y galletas, o cuando se pasó semanas trabajando de taxista para su papel en Taxi driver y solo se relacionaba con aquellos compañeros de rodaje con los que su mítico Travis Bickle lo hacía durante el metraje.
No debe de ser fácil en ocasiones trabajar con estos tipos. El director francés Jean Renoir contaba que John Ford se le acercó en una ocasión, le llevó a un rincón del estudio y le dijo:
«Querido Jean, no olvides nunca lo que voy a decirte: los actores son mierda».
En la primera parte recordé las palabras de Billy Wilder sobre cómo aumentaba su felicidad cuanto menos trataba con actores. El libro-entrevista Conversaciones con Billy Wilder, de Cameron Crowe, recoge cientos de anécdotas acerca de su relación con los actores y cómo había que tratarlos:
«A veces hay que ser un cabrón con un actor, porque a esa persona le gusta que le traten así. Se aprende enseguida. Hay que tener distintos modelos de conducta, según de qué actor se trate, o si es una actriz en la misma obra. (…) A veces hay un hijo de puta al que utilicé en una película porque era un hijo de puta. Porque necesitaba que fuera un hijo de puta».
Respecto a lo que tenía que hacer un actor para ganar un Óscar, se muestra muy crítico con los criterios habituales de la Academia y con el hecho de que Cary Grant no lo hubiera logrado nunca:
«Era bueno, muy bueno. No se le escapaba una. Le dieron un Óscar «especial»… Pero es una idiotez, porque los actores que suelen hacer protagonistas, para obtener un premio, tienen que cojear o hacer de retrasados. Nunca ven al tipo que se esfuerza al máximo y consigue que parezca fácil. (…) Todo el mundo sabía que Dustin Hoffman iba a obtener el premio cuando interpretó al joven autista en Rain Man. Se esforzó tanto, trabajó tan duro,… Sandeces.»
Algunos de los mejores momentos del libro vienen de la relación del director con Marilyn Monroe, a la que dirigió en La tentación vive arriba y Con faldas y a lo loco. Podía ser impuntual, a veces desastrosa, torpe con los diálogos, pero era maravillosa, «una estrella». En ocasiones necesitaba ochenta tomas para obtener una buena, y otras, en cambio, era capaz de recitar del tirón y sin fallos tres páginas seguidas del guion. Aunque no era lo habitual.
“En efecto, Marilyn Monroe es impuntual y problemática y nunca se sabe los diálogos. Por el contrario, mi tía Minnie siempre llegaría a su hora, memorizaría los diálogos al dedillo y nunca daría problemas en un rodaje, pero ¿iba a pagar alguien por ver a mi tía Minnie?”
El director de origen austriaco recuerda con cariño aquella etapa de su vida, pese a todos los problemas que le ocasionaba la actriz en los rodajes, y sin embargo:
“Me han preguntado si volveré a trabajar con Marilyn y tengo una respuesta clara. Lo he consultado con mi médico, mi psiquiatra y mi contable, y todos me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico como para someterme de nuevo a una prueba semejante”.
Fernando Trueba, uno de los mayores seguidores del cine de Wilder, reconoce en su Diccionario de cine que «la mayoría de los mejores momentos de mi vida profesional me los han proporcionado los actores, Aunque sería muy injusto si no añadiese que algunos de los peores también«. Los egos de los actores, sus peleas con otros actores, los líos sentimentales, los actores que se vuelven guionistas en mitad del rodaje y plantean cambiarlo todo al director, o aprovechan su estatus para echar al director de la película,… Seguro que dirigir y controlar a algunos actores es más complicado aún que llevar los egos estúpidos de una plantilla de fútbol.
Algunos actores se llevaban a matar y eran el eje de la película: Harrison Ford y Sean Young en Blade Runner, por ejemplo. Richard Gere y Debra Winger en Oficial y Caballero. O Cybill Shepherd y Bruce Willis en Luz de Luna, o David Duchovny y Gillian Anderson en Expediente-X. Y algunos de los mencionados tuvieron que convivir en pantalla durante años. Según parece, Kenny Baker y Anthony Daniels se detestaban, pero quizás nunca lo supimos tras sus disfraces de C3PO y R2D2. A lo mejor el mérito de algunos actores es disimular precisamente eso, lo mal que se llevan.
A buen seguro que no es fácil lidiar con actores, que es terriblemente más complicado que llevar el ganado al redil. Puede que en algunos casos la metáfora sea la del domador con el látigo en la mano tratando de amaestrar a las fieras enjauladas. Quizás por eso algunos directores actuales prefieren rodar con personajes creados por ordenador (Avatar, Steven Spielberg en Tintín y Ready player One, el universo Pixar, las criaturas de Los vengadores, El señor de los anillos y tantas otras del cine actual).
Billy Wilder filmó una de sus obras maestras sobre este mundo de Hollywood y los actores, Sunset Boulevard, o El crepúsculo de los dioses, como se tituló aquí. Los tiempos cambian, como el paso del mudo al sonoro, o el actual poblado de efectos digitales rodado sobre pantallas Chroma, pero los actores permanecen. Al principio sin voz, ahora sin imagen real. Como dice la protagonista de Sunset Boulevard, esa Norma Desmond interpretada de modo magistral por Gloria Swanson:
«Yo sigo siendo grande, es el cine el que se ha quedado pequeño».
¡¡¡¡¡¡¡Que bueno cuando hablas de cine!!!!!!
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No sé si te voy a chafar un poco la guitarra, pero he oído a actores decir que «la verdad del actor es… el teatro» :S
Saludos,
Aguador.
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