En la escena final de Monuments Men, el personaje de George Clooney se acerca a ver la Madonna de Miguel Ángel treinta años después de los acontecimientos narrados a lo largo de las dos horas anteriores. Lógicamente el papel lo interpreta otro actor, no se quiso usar a George Clooney con maquillaje. La cara, los gestos y la sonrisa
pícara del sustituto son exactamente los mismos que los del famoso actor, así que pensé: «¿a que es su padre?» Y efectivamente, ahí estaba en los títulos de crédito: Nick Clooney. El director de la película, que no era otro que el propio George Clooney, sin duda pensó que nadie mejor para interpretarle a él mismo anciano que su propio padre anciano. Y acertó, aunque este no fuera un actor profesional.
A veces me llevo esa sensación viendo alguna película: «este tío no es un actor, no está interpretando, es él mismo contando su vida, haciendo de sí mismo». Tuve esa misma impresión viendo Captain Phillips, el filme de Paul Greengrass sobre los piratas somalíes y el secuestro de un barco capitaneado por Tom Hanks. El personaje de Abduwali Muse, el líder de la pequeña banda de piratas, resulta tan creíble que llegué a pensar que se trataba de un verdadero delincuente que se gana la vida asaltando barcos en esa peligrosa zona del mundo. Acerté a medias.
El actor que lo interpreta se llama Barkhad Abdi, nació en Mogadiscio y no es un profesional de la actuación. Carece de formación y vivió hasta los 14 años en Somalia. Luego se trasladó a Estados Unidos, donde trabajó como conductor de limusinas y vendedor en una tienda de móviles, y fue detenido en una ocasión por posesión de drogas. Cualquiera que haya visto la película lo recordará, porque tiene un físico característico, muy delgado, con rasgos contundentes y aspecto de haber llevado mala vida. Con ese escueto currículum fue contratado para esta producción, de 55 millones de dólares, ni más ni menos. Fue un enorme acierto. La veracidad que transmite, su mirada, su dureza, fueron tales que me hicieron buscar su vida por Internet. Dudo mucho que un actor profesional con toda su carrera detrás hubiera interpretado ese personaje de modo más acertado.
Michel Chion, autor de un libro muy recomendable titulado El cine y sus oficios, afirma que «el rodaje de una película es una de las pocas circunstancias en las que un aficionado que debuta y un profesional aguerrido pueden tener que interpretar un papel codo con codo, en igualdad de importancia y de responsabilidad». Barkhad Abdi no desentona frente al premiadísimo Tom Hanks, le aguanta el pulso, la mirada, la intensidad.
Es cierto que muchas veces vamos al cine porque queremos ver «la última de Brad Pitt o de Jessica Chastain«, pero no lo es menos que en nuestro subconsciente vemos siempre a la estrella, más que a su personaje. Cada vez que veo «la última de Tom Cruise«, sea cual sea el papel que interpreta, no me quito de la cabeza que estoy viendo al Ethan Hunt de Misión Imposible, a Jerry Maguire o al pijito de Risky Business.
No depende de la capacidad de los actores, sino de lo que recordamos de sus actuaciones, de lo que se graba en nuestra memoria. Por muy grande que sea Anthony Hopkins, yo sigo viendo a Hannibal Lecter en casi todas sus interpretaciones. O a Han Solo e Indiana Jones cada vez que veo a Harrison Ford. El director de cine Robert Bresson era uno de los mayores enemigos de los actores y decía que «un actor no puede ser hoy Moisés, mañana Ben-Hur, pasado El Cid y al otro Miguel Ángel» (Def. Actor del Diccionario de Cine de Fernando Trueba).
Por eso los directores recurren con frecuencia a rostros desconocidos en busca de esa veracidad. Bueno, por eso, y quizás por lo que decía Billy Wilder:
«Cuanto menos trato con actores, más feliz soy»
La necesidad de credibilidad de la interpretación o de ese sentimiento de veracidad que provocan los actores se incrementa cuando estos tienen que interpretar a un personaje real o un suceso que no es de ficción, porque de uno u otro modo, los espectadores conocemos a los «interpretados».
Un caso extremo y reciente se dio durante el rodaje de 15:17 Tren a París (2017), la película de Clint Eastwood sobre los tres marines de vacaciones que frustran un ataque terrorista en un tren. El director norteamericano ya tenía cerrado su reparto, tras realizar un casting entre una veintena de jóvenes actores, pero en un momento dado de la preparación del filme, mientras se asesoraba con los tres marines, les planteó el reto. El bueno de Eastwood ya había utilizado actores no profesionales para los papeles secundarios de los coreanos de Gran Torino, así que se dijo «¿por qué no?» Y los tres héroes de la historia, tras pensar que era una estupidez supina, se animaron a intentarlo. Spencer Stone haría de Spencer Stone, Anthony Sadler de Anthony Sadler y Álex Skarlatos interpretaría a Álex Skarlatos.
La película no es buena, a mi modo de ver, pero los actores dan la talla, sobre todo en la escena cumbre, sin duda lo mejor de todo el metraje. Así lo cuenta Spencer Stone:
«Sentí un verdadero flashback. Íbamos vestidos exactamente igual. Estábamos exactamente en el mismo tren rumbo a París. La misma cantidad de sangre. Recrearon nuestras heridas. La mujer estaba exactamente allí. Y nosotros dijimos exactamente las mismas palabras que dijimos aquel día. Solo hicimos las escena una vez. Recuerdo que llegué a olvidar que había más gente en la escena y sentí como si hubiera vuelto atrás en el tiempo. Clint dijo: «es suficiente». Y fue como: «Wow, hay más gente aquí». Vi su cara y él estaba mirando el monitor, y nunca olvidaré su expresión facial. Fue como si estuviera viendo la realidad. No fue ficción. Éramos nosotros dos años atrás».
Los marines reconvertidos a actores pasan la prueba, aunque no creo que vayan a tener un recorrido profesional en el mundo de la interpretación. Quizás el tal Skarlatos, como tipo duro repartidor de mamporros, al mejor estilo Vin Diesel o Jason Statham, en papeles en los que no haga falta mover un solo músculo de la cara.
El cine afortunadamente es mucho más que esto, que gente interpretándose a sí misma. Todavía me acuerdo del cabreo del genial Carlos Pumares tras el Óscar a Marlee Matlin como mejor actriz en 1986 por Hijos de un dios menor: «¡Le dan un Óscar a una sordomuda por hacer de sordomuda! Habría que dárselo si hablara, pero, ¡¡¡¿por hacer de sordomuda?!!!»
Aquí en España ya «encumbramos» a El Torete, El Pirri y algún otro delincuente más por su «autobiografía autointerpretada», y hay muchos más casos a lo largo de la Historia del cine. De lo que pretendía hablar en esta entrada es de la importancia a veces desmedida que se dan algunos actores a sí mismos o a su papel «creador», cuando gente aficionada o sin estudios de interpretación son capaces de resultar más creíbles que las grandes estrellas con un carrerón a las espaldas. O con una sólida formación actoral.
Los niños son actores por naturaleza, por ejemplo, porque para ellos no deja de ser un juego interpretar un papel, polis y cacos, vaqueros e indios, papás y mamás, o a lo que jueguen hoy en día que no dependa de una pantalla de móvil. La naturalidad de los niños desarma en muchas de las películas a los adultos que les acompañan. Como dijo Katharine Hepburn, en el fondo actuar es sencillo, «después de todo, hasta Shirley Temple podía hacerlo a los cuatro años». Sin embargo, yo no soy muy entusiasta de los niños actores, como ya he manifestado aquí más de una vez, reconociendo que varios de ellos entran directamente en la categoría de «exterminables». Parafraseando a Carlos Pumares, mi cabreo se produjo cuando Anna Pacquin ganó el Óscar como mejor actriz de reparto por El piano en 1993: «¡una niña insoportable de once años haciendo de niña insoportable de once años! ¡¡Y le dan un Óscar!!!»
Necesitamos a los actores carismáticos, a las grandes actrices, a las estrellas, a esos profesionales por los que pagamos una entrada de cine porque son capaces de meterse en casi cualquier papel y dotarlo de veracidad, pero… todo en su justa medida. Seguro que nos sorprende cómo empezaron algunos. George Clooney, Tom Cruise, Helena Bonham Carter, Jennifer Lawrence, Russell Crowe, Brad Pitt o Ben Kingsley, ¡Ben Kingsley!, no tienen formación actoral y creo que hoy no se discuten sus habilidades en la pantalla.
De eso irá la segunda parte: Los actores (II): el ganado.
«Nunca dije que los actores fueran ganado.
Lo que dije es que deberían ser tratados como ganado».
(Alfred Hitchcock)
Ya que el otro día hablamos de que tienes “Conversaciones con Billy Wilder” desde hace años y lo vas a leer, te sugiero que lo leas ya, antes de escribir la segunda parte sobre los actores. Creo que te podría sugerir algunas ideas para el blog, aparte de que te gustará como buen cinéfilo que eres, más tratándose de uno de los grandes personajes de la historia del cine. Acuérdate lo que dijo de él Fernando Trueba cuando recibió el Oscar.
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