JOSEAN, 11/07/2020
Desde que comenzó la crisis del coronavirus, las comparecencias del gobierno vienen acompañadas por una serie de carteles con diversos eslóganes como «Un día más. Un día menos», «Este virus lo paramos unidos» y otro que me llamó la atención desde el principio: «Salimos más fuertes».
Como declaración voluntarista de ánimo a la población me parece bien. De una u otra manera las empresas en las que trabajamos o nosotros mismos hemos enviado mensajes similares de apoyo a nuestros conocidos, pero por otro lado me quedaba pensando: «¿de verdad salimos más fuertes?». Yo creo que la Covid-19 ha abierto una brecha enorme en la población, o mejor dicho, ha abierto numerosas brechas: educativa, digital, en el tejido empresarial, en la cohesión social,… Y cuando una brecha se abre (y solo si logras cerrarla), te deja una cicatriz, una marca, una señal. Un recuerdo de la herida, que en unos casos será un arañazo o un rasguño, y en otros será un socavón.
La cicatriz en la sociedad
La Covid-19 ha sido otro motivo más de división para una sociedad que por desgracia se encuentra cada vez más polarizada, más dividida en el discurso entre fachas y rojos que tanto daño ha hecho. Lo que he visto en algunos grupos de Whatsapp con amigos o lo que he leído en redes sociales no se diferencia mucho de lo que hemos contemplado en el Congreso: un discurso del odio, del enfrentamiento, de «los dos bandos». El sufrimiento de tantas familias ha generado sensaciones que teníamos olvidadas: angustia, temor a lo imprevisto o a que las cosas no sucedan como esperamos, miedo al futuro, miedo al vecino, miedo al contacto, miedo a salir a la calle. Y como dijo aquel sabio de orejas puntiagudas y conocimientos milenarios:
Y con ello cerramos el círculo. Necesitábamos una sociedad más unida y salimos partidos por la mitad, como se ha visto en muchas de las concentraciones o caceroladas, o en los escraches nada espontáneos de Galapagar. El problema aumenta cuando la clase política que tenía que poner cordura a esta situación fomenta el discurso del miedo, la ira y el odio porque le interesa, cuando abandona la jungla de las redes sociales y se traslada al Congreso. O a la irresponsabilidad de un vicepresidente del gobierno que exclama sin parpadear: «España se quitará de en medio la inmundicia a la que ustedes representan».
Creo que Pablo Iglesias todavía no se ha dado cuenta de que ya no es un activista que puede llamar a la movilización en las calles, sino que ahora tiene una responsabilidad de gobierno y sus palabras sobre Vox, el PP, los jueces, la monarquía o los periodistas que no le son afines atacan directamente las instituciones o el orden constitucional que se supone que representa.
La herida abierta va a tardar en cicatrizar, espero que menos de lo que ocurrió con nuestros padres, aquella generación de héroes que nos enseñó a mirar hacia delante.
Las cicatrices económicas
Será difícil salir más fuertes de esta crisis cuando según el FMI la caída del PIB se prevé en el 12,8%, la mayor de las economías occidentales junto con Italia. El mismo organismo prevé que la deuda pública española se dispare hasta el 123,8% del PIB. En torno al cuarenta por ciento de las empresas realizarán ajustes en sus plantillas, el paro puede superar la cifra del veinticinco por ciento y los salarios «poscovid» se congelarán o reducirán, según el estudio de Willis Towers Watson. Exactamente igual que en la crisis de 2008, las «recetas» no cambian. Es pronto para saber si la «grieta salarial» entre directivos y trabajadores crecerá como entonces, pues según un estudio de la consultora KPMG la reducción de salarios afectará por igual a todos los niveles, si bien los cuadros directivos y mandos intermedios verán reducida su retribución variable ante la imposibilidad de lograr los objetivos del ejercicio.
Con una demanda débil y un país endeudado, no cabe duda de que la salida será más complicada. La avalancha de concursos de acreedores será enorme porque muchos negocios no han podido superar el cierre. Si en 2019 fueron 7.000 las empresas que acudieron al concurso de acreedores, para este ejercicio y el siguiente algunas fuentes prevén hasta 50.000.
Con este panorama desolador, la Unión Europea debate la respuesta adecuada a una emergencia que comenzó siendo sanitaria y ahora es también económica. La Comisión presentó el 27 de mayo su propuesta de recuperación, un amplio plan de medidas cuyo solo nombre ya da una idea de lo largo que va a ser este proceso: Next Generation EU. El plan cuenta con un presupuesto de 750.000 millones de euros y como anuncia la nota de prensa, se trata de «invertir en la próxima generación» (¿y qué pasa con esta?), apoyar las transiciones ecológica y digital, ampliar los recursos del presupuesto comunitario de 2021 a 2027, y reembolsar los fondos destinados «no antes de 2028, ni después de 2058». Casi nada.
Los fondos del plan Next Generation EU se invertirán en tres grandes grupos:
- Apoyo a los Estados miembros en sus inversiones y reformas: dotado con 560.000 millones de euros, 310.000 a través de un mecanismo de subvenciones y 250.000 en préstamos. Además se complementarán los Programas de políticas de Cohesión (55.000 mill.), el Fondo de Transición Justa (40.000 mill.) y el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (15.000 mill.).
- Relanzar la economía de la Unión Europea incentivando las inversiones privadas: se pretende movilizar recursos privados a través de un Instrumento de Apoyo a la Solvencia, del Invest EU (un programa de inversiones ya existente) y la creación de un nuevo Instrumento de Inversiones Estratégicas. La dotación del presupuesto de Next Generation será de unos 60.000 millones, con los que se tratará de atraer recursos privador por encima de los 500.000 millones de euros.
- Aplicar las lecciones de la crisis: bajo este titular tan publicitario se movilizarán recursos por unos 130.000 millones adicionales para reforzar la sanidad, la protección civil, la investigación y la acción exterior, incluyendo la ayuda humanitaria.
Veremos si todos estos recursos movilizados son suficientes para tapar el boquete. Ahora bien, falta resolver de dónde salen todos estos fondos y cómo se distribuyen entre los distintos estados. Y ambas cuestiones son el campo de batalla actual.
En cuanto a la captación de recursos, la UE plantea varias propuestas que no suenan a nuevas, como un plan de acción contra el fraude y toda una batería de impuestos «verdes», como un impuesto sobre el carbón, sobre los derechos de emisión, los envases y los plásticos de un solo uso. Por supuesto, el impuesto «digital» vuelve al primer plano y se plantea una medida interesante que veremos el recorrido que tiene: un impuesto a las grandes operaciones y empresas, como un fee de acceso por beneficiarse del mercado interior, con millones de clientes potenciales y una divisa única. Las grandes patronales solicitan exactamente lo contrario, un plan de alivio impositivo para la reconstrucción, flexibilizando los impuestos y ampliando los aplazamientos para garantizar la liquidez de las empresas. En los dos post publicados a principios de este año sobre el impuesto de sociedades que tenemos en España traté de explicar que el objetivo de la Agencia Tributaria camina precisamente en sentido contrario: anticipar la recaudación en detrimento de los ejercicios posteriores. El rompecabezas que queda es bastante complejo.
En cuanto a la distribución de los fondos entre los distintos países y la fórmula utilizada, si préstamo o transferencia directa, parece claro que no puede ser una barra libre de gasto, sino que de algún modo la Unión Europea tendrá que controlar dónde se invierte esa ingente cantidad de dinero recibida. Y ahí es donde vuelven a surgir las diferencias entre los dos partidos de gobierno. La condicionalidad de dichos fondos europeos va asociada, al igual que en la crisis de 2008, a un control de las políticas internas de cada país, a la pérdida de soberanía y sobre todo, a la necesidad de acometer reformas estructurales de calado. Las palabras «austeridad» y «recortes» vuelven a flotar en el ambiente, aunque no debería ser así. Está por ver hasta qué punto será un rescate encubierto, pero que tiene que haber un control comunitario de los fondos parece lógico, dada la excepcionalidad de la situación.
La situación será incierta durante un tiempo bastante largo y la herida abierta necesita muchos puntos de sutura antes de cerrarse y empezar a cicatrizar.
Las cicatrices en las familias
Parece claro que no vamos a saber nunca la cifra real de fallecidos por esta pandemia, si serán los veintiocho mil oficiales, o los más de cincuenta mil que indican algunas fuentes basándose en los registros de mortalidad en comparación con los de 2019 (en la imagen, estudio de la BBC). Lo que sí está claro que la herida en esas familias no va a cicatrizar nunca, sobre todo por el modo de producirse, por la impredecibilidad, la ausencia de duelo, por la soledad en que se ha producido. Y a esa cifra hay que añadir los miles de afortunados que salieron de la enfermedad, pero que han quedado muy tocados en los pulmones, en el bolsillo, o en el cerebro. El miedo en los mayores, pero también en muchos niños y jóvenes, no va a desaparecer en el corto plazo, y menos con las noticias de rebrotes que estamos viendo en las últimas semanas.
Por todas estas razones, más las que no he comentado y que seguro que los lectores tienen en mente, creo que el eslogan del gobierno es irreal. No vamos a salir más fuertes de esta crisis. No encuentro la palabra precisa para definirlo: saldremos más duros, más cínicos, más desencantados,… O mi propuesta: SALIMOS MÁS CURTIDOS.