Cine y tenis (I)

TRAVIS, 02/07/2022

Estos días se disputa el torneo de tenis más famoso del mundo, el de Wimbledon, el que se disputa sobre la hierba del megapijo All England Tennis Club, y me ha dado por pensar en lo poco cinematográfico que ha resultado ser el deporte de la raqueta, en las pocas películas que ha habido en comparación con otros como el béisbol, el boxeo o incluso el baloncesto (tramas que siempre acaban con un tiro en los últimos segundos del equipo que va perdiendo por un punto). Y creo que en este mundo del tenis siempre pueden encontrarse historias de interés, ya sean de ficción, como basadas en casos reales (ahí dejé mi propuesta sobre Djokovic y los Juegos de Tokio). Por lo general, los tenistas tienen tal cúmulo de manías, éxitos o fracasos, alegrías o decepciones, o historias personales tan curiosas a sus espaldas que sorprende que no se hayan producido más películas basadas en sus andanzas.

Quizás una de las razones esté en lo difícil que es encontrar actores que sepan jugar al tenis, no basta con coger una raqueta, sino aparentar que se tiene un conocimiento mínimo del juego. Mi padre, cada vez que veía alguna escena en una película con un partido de tenis, decía: «ese no ha cogido una raqueta en su vida». Brazos encogidos, la raqueta que sale del pecho como si jugaran a las palas de playa, golpeos frontales, movimientos laterales absurdos… La diferencia entre un actor que sabe jugar al tenis y uno que no tiene ni idea es la que hay entre Kevin Costner y Anthony Quinn en la escena de Revenge (Tony Scott).

Una de las películas destacadas de los Óscar de este año tenía el tenis como motor principal de la acción. King Richard, que como todo el mundo sabe, se traduce en español como El método Williams. La película trata la obsesión de Richard Williams por convertir a sus hijas Venus y Serena en dos estrellas del tenis, algo que lograron con los años al completar unas carreras repletas de éxitos (Venus tiene 7 Grand Slam individuales, mientras que Serena alcanzó la cifra de 23, un récord que todavía podría aumentar, pues no se ha retirado, aunque se prodigue poco por las canchas).

Como suele ocurrir en Hollywood, la figura del padre obsesivo e hipercontrolador es tratada de un modo positivo, halagüeño, por momentos como si fuera un visionario con una misión divina que cumplir. El trasfondo del racismo en un «deporte para blancos» da juego a la trama, así como las comparaciones con Jennifer Capriati, aquel juguete roto que empezó a despuntar muy joven (oro en Barcelona 92 con 16 años, tres Grand Slam posteriormente) y que acabó con problemas legales por posesión de drogas y acusada por robar en una joyería. Richard Williams, interpretado por Will Smith en un papel tan al gusto de la Academia que le supuso el primer Óscar de su carrera, representa a ese héroe americano ultracompetitivo, convencido del trabajo hasta la extenuación, incluso con niñas de poco más de diez años, un personaje que en la vida real resultaba polémico por sus formas y exigencias, así como por aplicar a rajatabla su método (las 78 páginas de su libreto infalible), por mucho que entrenadores profesionales aconsejaran otras técnicas.

Las escenas de tenis están bien rodadas, especialmente el debut como profesional de Venus en un partido frente a nuestra Arantxa Sánchez-Vicario, y las actrices que interpretan a las hermanas Williams, las desconocidas (para mí) Saniyya Sidney y Demi Singleton salen airosas de la complicada papeleta.

Las figuras de los padres obsesionados por el dinero que mueve el circuito del tenis profesional podrían ser de gran interés para otras películas y me vienen a la cabeza los de Steffi Graf (alcohólico, adicto a los medicamentos, condenado a más de tres años de cárcel por fraude fiscal) y André Agassi, uno de esos incombustibles Tauro del 70. Ambos tenistas son curiosamente pareja desde hace años y en uno de los capítulos de Open, la divertida biografía del tenista de Las Vegas, hablan de sus respectivos padres y del convencimiento que tenían ambos acerca del futuro que habían elegido para sus hijos, una infancia, adolescencia y juventud dedicadas enteramente a las raquetas y a perseguir pelotas por una cancha.

La vida de Agassi tendrá que ser llevada al cine en algún momento, porque lo tiene todo, desde la figura del antihéroe, el rebelde con talento que no quiere seguir el camino marcado por su padre y comete auténticas barrabasadas para que lo echen de la Academia de Nick Bolletieri, su aspecto llamativo en el peinado y la vestimenta, hasta el self-made man que se convierte en un ídolo para el país, se liga a «la novia de América», Brooke Shields, y completa el Grand Slam tras ganar Wimbledon vestido de riguroso blanco y con la frente despejada tras asumir su incipiente y temprana calvicie.

Ya que menciono Wimbledon, hay una película sobre el partido que fuera definido en su momento como «el mejor de la historia», la final que disputaron el sueco Bjorn Borg y el neoyorquino (aunque nacido en Weisbaden) John McEnroe en 1980. La película se titula Borg McEnroe sin más, se rodó en 2017 y fue dirigida por el danés Janus Metz Pedersen. Se centra más en el duelo psicológico de ambos tenistas que en el propio partido en sí, para contarnos que la visión externa que teníamos de ellos (el témpano de hielo sueco Iceborg frente al volcánico norteamericano) estaba alejada en realidad de lo que ambos eran, pues se parecían mucho más de lo que podíamos suponer: Borg era puro nervio que controlaba su rabia interior reprimiendo de raíz cualquier atisbo de emoción, mientras que McEnroe era un tipo mucho más calmado por dentro que necesitaba soltar su rabia hacia fuera para encontrar la concentración.

La película se puede encontrar en YouTube y las escenas de tenis están muy logradas. Cierto es que era otro tenis, más de artistas que de fuerza y la manera de jugar con la Donnay de Borg y la Dunlop de madera de McEnroe son muy diferentes a las actuales. Shia LaBeouf consigue un McEnroe convincente incluso cuando tiene que forzar el extraño saque del jugador zurdo, mientras que el sueco Sverrir Gudnasson se transmuta en Borg por momentos.

La épica final de 1980, con el mítico tie-break del cuarto set que acabó 18-16 y la victoria en el quinto de Borg por 8-6, se repitió un año después, con victoria esta vez para McEnroe. Durante muchos años fue considerado el mejor partido de la historia del tenis, título que para muchos ostenta ahora el triunfo de Rafa Nadal sobre Roger Federer en el mismo escenario en 2008. Nadal había perdido las dos finales anteriores ante el suizo, aunque cada año recortaba un poco la distancia que le sacaba el suizo sobre la hierba del All England Club. La final de 2008, que acabó con un marcador de 6-4/6-4/6-7/6-7 y 9-7 tras casi cinco horas de juego, merecería su propia película. Hay un libro de John Carlin que cuenta todas las peculiaridades de la progresión en el juego del manacorí hasta llegar a ese momento cumbre de su carrera. Y en 2018 se estrenó un magnífico documental dirigido por Andrew Douglas sobre el denominado «partido del siglo». Strokes of genius en el original.

Fue todo un duelo al sol… que acabó casi sin sol. Hubo dos interrupciones por la lluvia y el partido estuvo cerca de tener que suspenderse por falta de luz natural. De hecho, en el documental se aprecia perfectamente cómo había caído la luz, y de haberse prolongado un poco más, los espectadores podíamos habernos perdido la conclusión de uno de los grandes momentos de la historia del deporte. Aquí lo dejo para los aficionados. Muy recomendable:

Habrá más para la segunda parte de este post. De momento, espero que se me admitan mis comentarios sobre la calidad tenística y no interpretativa de los actores, pese a que mi especialidad sea más bien el cine. En el fondo, no soy muy distinto de Torrente aconsejando a Carlos Moyá sobre su revés:

Continuará: Cine y tenis (II)

El talento frente al Big Data

BARNEY, 06/02/2022

El domingo pasado, tras la impresionante victoria (una más) de Rafa Nadal en la final del Open de Australia, recibí uno de los mejores memes de los últimos años, el que da inicio a este post. «Hola, soy Rafa Nadal y el big data me come los huevos». En esos momentos de partido, el programa de predicción de resultados del Open de Australia daba un 96 por ciento de posibilidades de victoria al ruso Daniil Medvedev y un exiguo 4 por ciento a Nadal. Los programas de las casas de apuestas le daban aún menos posibilidades, apenas un dos por ciento. Medvedev marchaba claramente por delante en el partido: dos sets a cero y 1-0 en el inicio del tercer set, y su ventaja parecía definitiva poco después:

Todos sabemos lo que ocurrió: Nadal salvó esos tres puntos de break, ganó el set, el cuarto, el quinto, el torneo y su 21º Grand Slam. Se agarró a ese cuatro por ciento de posibilidades y le dio la vuelta al partido. El Win Predictor es el resultado de un software desarrollado por Game Insight Group en colaboración con la federación australiana de tenis y la universidad de Victoria. El programa combina decenas de miles de resultados de partidos con estadísticas de los jugadores, los momentos de juego, incluso qué jugadores ganaban los puntos largos o cortos en el partido analizado. Todas las estadísticas estaban a favor de Medvedev y el programa informático se limitaba a contrastar los mismos:

  • Medvedev tenía un 33-0 en partidos de Grand Slam tras llevarse los dos primeros sets.
  • Nadal solo había remontado un 0-2 en sets en dos ocasiones en Grand Slam y de eso hacía muuuucho tiempo: ante Kendrick (Wimbledon, 2006) y ante Youzhny (Wimbledon, 2007). Yo le vi hacerlo otra vez, en el torneo de Madrid ante Ljubicic, una remontada impresionante e impensable tras los dos apabullantes primeros sets.
  • Medvedev estaba dominando los puntos cortos en Melbourne, pero también los largos, los de más de nueve golpes, que suelen ser en los que Nadal cimenta sus triunfos.
  • La edad de los jugadores, diez años más para el balear.
  • Los resultados de los últimos meses: Medvedev fue el único que logró quebrar el año triunfal de Djokovic en 2021, mientras que Nadal acababa de salir de lesión y covid.

¿Falló el programa? En absoluto. Lo normal en esas circunstancias es que Medvedev se hubiera llevado el título, pero el factor humano, la cabeza unida a un inconmensurable talento, desmontaron lo que el big data se obstinaba en predecir. Hay detalles que un algoritmo posiblemente no pueda implementar, como la fortaleza mental. Los algoritmos funcionan y mejoran a medida que se les cargan más resultados y variables, pero hay algunos conceptos difícilmente valorables, como la competitividad del Big Three sobre la Next Gen. En la final de Roland Garros de 2021, Novak Djokovic remontó dos sets al griego Stefanos Tsitsipas. En la final del U.S. Open de 2019, Medvedev empató un partido casi perdido frente a Nadal, remontó dos sets a cero y break en contra, pero no remató. Casi remonta el partido, casi iguala el quinto, que perdía 5-2, pero todo fue «casi». Le faltó el punch final que sí tuvo Rafa. El talento del Big Three Nadal-Federer-Djokovic o Rafa-Roger-Nole sigue siendo superior a la Next Gen, que empieza a no ser tan joven: Medvedev cumple 26 esta semana (un US Open), Thiem tiene 28 y al igual, un US Open, Zverev cumple 25 en abril sin Grand Slams de momento y el griego Tsitsipas cuenta con 23 y una final perdida en Grand Slam.

El análisis masivo de datos, todas esas herramientas de business intelligence, machine learning, big data y demás, tienen gran utilidad para el mundo del deporte, pero por suerte nunca podrán predecir los resultados del deporte, siempre existirá esa «maravillosa impredecibilidad» que nos mantendrá pegados a la pantalla. El talento, al igual que el gen competitivo, es inconmensurable en el sentido estricto de la palabra: que no se puede medir, comprimir en un algoritmo matemático. Me recuerda a la escena de El club de los poetas muertos en la que el profesor Keating obliga a destrozar a los alumnos la página del libro en la que se hablaba de la poesía en términos matemáticos:

¡A la mierda todo eso, dejadme disfrutar del partido! Dejad que me recree en los momentos clave, en la brecha abierta en la ceja de Iván Drago que altera el desequilibrio de un encuentro y lo balancea hacia el extremo opuesto, dejad que las máquinas se vuelvan locas tratando de comprender lo incomprensible.

En las últimas décadas, el estudio del deporte a través de los datos está creciendo de manera exponencial. Existen escuelas de negocios cuyos equipos de análisis de datos trabajan con clubes de fútbol, baloncesto, ciclismo y casi cualquier especialidad profesional. En ocasiones no es necesario conocer bien el deporte, ni haberlo jugado siquiera, sino que a través del estudio riguroso de las estadísticas junto con los profesionales del deporte se pueden comprender mejor determinados aspectos del juego. La película Moneyball (2011, dirigida por Bennett Miller, con Brad Pitt, Jonah Hill y Philip Seymour Hoffman) cuenta la historia del gerente general de los Oakland Athletics de béisbol en 2002, cuando revolucionó este deporte con la ayuda de un friki de los datos sin apenas conocimiento del juego. Las estadísticas fueron utilizadas por Billy Beane (el personaje de Brad Pitt) para formar un equipo low cost que logró batir el récord de victorias consecutivas de la liga americana a base de cambiar algunos paradigmas del juego. El objetivo de algunos bateadores no era lograr la carrera, sino capturar la primera base, por ejemplo, o analizaban como los pitchers contrarios se desgastaban y perdían fuerza en los lanzamientos, por lo que se buscaba forzarlos para que perdieran esa potencia y precisión. Fue un cambio radical para un deporte que se había jugado durante décadas de la misma manera, con los mismos esquemas.

En Estados Unidos, en donde la profesionalización del deporte es exagerada en comparación con el resto del mundo, se analiza todo al detalle y los equipos de la NBA, la NFL o la MLB cuentan con potentes equipos de matemáticos, estadísticos o entrenadores formados en disciplinas relacionadas con el big data. Desde hace varios años, igual que se celebra la Super Bowl, el gran espectáculo del fútbol americano, los analistas del deporte se reúnen en la Big Data Bowl para hablar de los avances en el campo de la estadística aplicada al juego. Se mide todo: entrenamientos, forma física de los jugadores en cada momento concreto de la temporada, potencia y distancia de los lanzamientos, metros recorridos, velocidad de los jugadores, espacio que ocupan en defensa y ataque… Pero siguen buscando algo imposible: desarrollar herramientas predictivas.

En la NBA hay estudios muy interesantes (los programas de Antoni Daimiel son apasionantes cuando tocan estos asuntos) sobre la evolución del juego y los datos van mucho más allá de los tradicionales puntos+rebotes+asistencias:

  • Cómo los jugadores se han ido alejando del aro a medida que aumentaban los porcentajes de tiro.
  • Los cambios en las defensas en función de los jugadores exteriores rivales.
  • Cómo los especialistas en la pintura ya no lanzan más allá de dos-tres metros.
  • Los más/menos con determinado jugador en cancha, que puede medir una excesiva dependencia o todo lo contrario, un jugador muy bueno en lo individual que perjudica al conjunto.
  • O esas otras que a veces lees en los rótulos en mitad de un partido: «2-15 cuando el equipo está con desventaja de 14 o más puntos», que en el caso de otros equipos puede demostrar una fortaleza mental muy superior: «8-12 cuando está abajo +14».
  • Alguna vez he visto el porcentaje específico de tiros libres de un jugador en función de lo ajustado o no del marcador, un dato que puede ser más concluyentes que el simple «porcentaje de acierto».
Fuente: Thierry Aymerich. Master Big Data Deportivo.

Yo personalmente tengo mis dudas al respecto: me interesan los datos como herramienta de análisis, pero no quiero saber de ellos para «manejar» un deporte, para tenerlo bajo control. Por llevarlo al extremo, no me interesa lo que ha ocurrido con el ciclismo o la Fórmula 1, deportes en los que parece que son los ordenadores los que previamente han decidido lo que va a ocurrir en la carrera. Los ciclistas y los pilotos están tan controlados en todos sus parámetros que los directores de equipo se limitan a transmitir por el pinganillo lo que las máquinas indican. Adiós a los arrebatos «a lo Perico Delgado», adiós a la emoción. Hay corrientes de aficionados al ciclismo en contra del uso del pinganillo y a favor de la vuelta al ciclismo tradicional. Ahora se habla más de vatios, potenciómetros y hasta ácido láctico. Yo era más de demarrajes irracionales y tirar hasta donde el cuerpo aguante.

En cuanto al fútbol, el big data se usa desde hace años, si bien en sus primeros pasos en nuestro país se utilizaba casi exclusivamente para el seguimiento de la forma física de los jugadores durante la temporada. Control del peso, mejora de la masa muscular, pérdida de grasa, minutos jugados, análisis de esfuerzo… Algunos entrenadores decidían las alineaciones en función de dichos parámetros y las famosas rotaciones eran resultado de los análisis de un ordenador.

Según El Big Data y el Fútbol, en un partido se analizan unos ocho millones de datos. Repito, ocho millones. Datos que posteriormente se procesan y analizan, pero que nunca serán más fiables que un aficionado con una cerveza en la barra de un bar: «¡ejke no presionamos!». Los alumnos del Máster en Big Data Deportivo, certificado por la UCAM de Murcia y en colaboración con Opta (proveedor de datos de LaLiga), publican ocasionalmente sus informes en un blog de Marca. Suelen ser interesantes, si bien en ocasiones me parece que muchos de los datos son irrelevantes. O demuestran que el conocimiento de la estadística no va parejo con el del juego. Analizar todo esto, con mapa de calor incluido, para decir que Vinícius se desenvuelve mejor por la banda derecha es… en fin, erróneo.

En este enlace se puede acceder al vídeo QlikView y las estadísticas en el fútbol, en el que se dicen cosas interesantes como la enorme utilidad de los datos para el análisis a posteriori, pero sus limitaciones como herramienta de predicción. El fútbol sea quizás más impredecible que ningún otro deporte porque un solo gol puede decidirlo todo. «La sublimación del gol ha frenado el desarrollo de la estadística como herramienta de análisis», se dice en el vídeo. Me suena un poco Xavihernández («nos ganaron 7-0, pero tuvimos la posesión, no pudieron dominarnos»), pero lo cierto es que uno ve las estadísticas del Real Madrid-Sheriff Tiraspol de esta temporada (1-2), el Atlético de Madrid-Liverpool (1-0) o frente al Bayern de Múnich (1-0), o el Real Madrid-Bayern de 2014 (1-0) y resulta imposible prever que aquellos prtidos pudieran acabar con esos marcadores cuando los derrotados fueron superiores en todo lo demás: posesión, pases, acierto en los pases, tiros a puerta, jugadas en el área, ocasiones de gol, saques de esquina… Pero en ocasiones el portero o una gran defensa, o un acierto puntual en ataque revierten todo lo que la estadística indica.

Con el tiempo se avanza en el entendimiento del juego a través de la estadística y algunos talibanes de la posesión tendrán que comenzar a entender que esto consiste en meter goles, a veces de la manera más rápida, y no en sobar la pelota. Este vídeo habla de «Diez estadísticas del fútbol que la gente usa de manera errónea» y coincido con lo que indica acerca de que los datos por sí solos y sin conocimiento del contexto de juego no se utilizan correctamente:

Y luego están los «intangibles», como entender los diferentes criterios arbitrales. O por qué en cada partido la primera tarjeta es siempre para un jugador del Madrid. En el partido de cuartos de final de Copa de hace tres días, la primera falta del Madrid (Toni Kroos) fue sancionada con amarilla. Era clara, nada que objetar, lo que no es normal es que Raúl García llevara dos entradas de amarilla-naranja a esas alturas de partido y que se fuera de rositas del campo:

Como siempre que critico a ese carnicero llamado Raúl García me aparecen sus defensores para criticar a Sergio Ramos, les remito a una de las mejores página de estadísticas, FBREF.com, que tiene incluso la posibilidad de comparar jugadores y competiciones (siempre aparece con el duelo Messi-Cristiano por «el mejor de la historia») y yo he hecho la comparación entre ambos «tipos duros» y el doble rasero arbitral:

Son jugadores con más de diecisiete años en primera división, y mientras Raúl García ha hecho más faltas que Ramos (1050 frente a 962), ha recibido bastantes menos amarillas (142 frente a 175) y una cantidad ridícula de rojas (6+1 en lugar del récord de 21+4 de Ramos). Y eso que los datos no pueden medir la dureza de las entradas de uno y otro. Así que la próxima vez que alguien me hable de Ramos en el apartado disciplinario, le diré que con el big data en la mano, me puede comer los huevos.

Concluyo ya, casi como empezaba: el talento no podrá medirse o parametrizarse jamás. Dejo un vídeo de otro partido que vi en directo y que resultaba imposible predecir que acabaría como acabó: Brasil-Argentina del Mundial de Italia 90. Brasil dominó de principio a fin, tuvo muchas ocasiones claras, tiró tres veces al palo, pero… no pudo controlar una sola vez al genio, a Maradona, y perdió.

La maravillosa imprevisibilidad del deporte. Que siga, que las máquinas no nos limiten la capacidad de sorprendernos.

¿El mejor de todos los tiempos?

BARNEY, 29/11/2020

¿Maradona, Michael Jordan y Federer? Hay quien prefiere a Messi, LeBron James o Nadal. O a Pelé, Magic Johnson y Djokovic. O a tantos y tantos otros.

Con cierta frecuencia surge el debate sobre quién era el mejor de todos los tiempos en un determinado deporte, ya sea el tenis, el fútbol o el baloncesto. O el atletismo, el boxeo y el ajedrez. The GOAT, como dicen los americanos, «Greatest Of All Time». Si el debate ya resulta imposible de contrastar en deportes individuales, no digamos lo absurdo que parece discutir sobre este asunto en deportes de equipo. Le veo poco sentido y no suelo participar por dos razones:

  • Huyo de las verdades absolutas en esto del deporte porque creo que hay muy pocas, y en este tema suelen pesar más las preferencias o las filias de cada uno. No es solo una cuestión de títulos. Este año, por ejemplo, Carlos Sáinz ha sido elegido «mejor piloto de la historia del Mundial de Rallys», pese a que solo ganó dos mundiales, muchos menos que el francés Sebastian Loeb (nueve títulos). Pero el madrileño ha añadido el París-Dakar a su palmarés y, sobre todo, que sus títulos se produjeron en un momento en el que el mundial de Rallys tenía una enorme competencia de marcas y pilotos.
  • Y en segundo lugar, porque afirmar con rotundidad que Messi es mejor que Maradona, Cristiano Ronaldo o Di Stéfano, o que LeBron James está por encima de Michael Jordan, o que «Federer es el más grande de la historia», supone comparar jugadores distintos en momentos diferentes del deporte. Con condiciones incomparables, tanto en lo técnico, como en lo físico, o incluso en las reglas del juego, que también tienen su importancia.

A todo ello le añado que la mayoría de nosotros no ha visto jugar a todos los futbolistas o tenistas que en la historia ha habido como para establecer de manera pretenciosa quién ha sido el más grande de todos ellos. O ellas, no me vaya a criticar la señora ministra.

Con la muerte de Maradona esta semana, se ha vuelto a abrir el debate sobre si se ha ido «el mejor de la Historia», «el D10S del fútbol», «el más grande» y todos esos titulares sensacionalistas que hemos leído estos días. Por diversas circunstancias este año se puede discutir sobre quiénes han sido los mejores de siempre en varios de mis deportes favoritos, y de eso va el post de hoy. Siento defraudar a quien espere verdades absolutas porque no las va a encontrar. Salvo dos: Michael Phelps es el mejor nadador de la historia por títulos y marcas, y Pau Gasol es, sin ninguna duda, el mejor jugador de baloncesto español de la historia.

Tenis

Durante muchos años hemos escuchado que el suizo Roger Federer era «el mejor de la historia» del tenis. Sus 20 títulos de Grand Slam le avalaban, pero ya en su día dije que nuestro Rafa Nadal podía competir perfectamente por ese título, y ya le ha igualado en esa veintena de títulos. No tengo claro el orden, pero sí afirmo que los tres mejores de la historia lo componen el Big Three que hemos disfrutado durante casi dos décadas: Nadal, Federer y Novak Djokovic. Pete Sampras nunca logró ganar sobre tierra batida y sus 14 grandes quedan muy lejos de este trío. Bjorn Borg, Rod Laver, Roy Emerson, Jimmy Connors y André Agassi estarían (para mí) con Sampras en ese segundo nivel.

El Big Three ha logrado 57 de los 69 Grand Slams disputados desde 2003, lo cual es una salvajada descomunal, teniendo en cuenta que durante ese tiempo han coincidido con grandísimos tenistas como Andy Murray, Del Potro, Wawrinka o la nueva hornada de los Thiem, Zverev o Medvedev. Pero, ¿quién es el mejor del Big Three? Yo presento la candidatura de Rafa Nadal y quizás en un par de años le supere Novak Djokovic, pero ahora mismo estos son mis argumentos:

  • Nadal ha logrado más Grand Slam (20) que Nole (17), y tiene más Masters 1000 (35) que Roger Federer (28). Nole tiene 36.
  • Ha logrado acabar 12 temporadas entre los dos mejores del mundo, superando al mismísimo Federer en esa estadística. Es incombustible, pese a que muchos le pronosticaron una carrera breve.
  • Ha ganado el oro olímpico individual y en dobles. Federer solo lo logró en dobles y Nole no lo ha logrado en ninguna de las dos categorías.
  • Ha ganado cinco Copas Davis, por solo una de Federer y Djokovic.
  • En sus enfrentamientos directos con el tradicionalmente considerado el mejor de todos los tiempos, Federer, domina 24-16.

Entenderé a quien considere que el suizo sigue siendo el más grande, porque a Nadal le sigue faltando el torneo de maestros, el ATP Masters que Federer se ha llevado en 6 ocasiones. Djokovic se lo ha llevado en 5 ocasiones, es el más joven y el que tiene más pinta de poder seguir aumentando su palmarés. El serbio tiene además a su favor que domina los enfrentamientos directos con sus dos rivales: 27-23 frente a Federer y 29-27 contra Nadal. Federer y Djokovic superan a Nadal en semanas como número uno del mundo, pero nuestro Rafa puede mirar a los ojos a ambos y discutir apoyado en varias razones quién ha sido el más grande de todos los tiempos.

Baloncesto

Con la victoria de Los Ángeles Lakers sobre Miami Heat en la final de la NBA en Orlando, se ha abierto de nuevo el debate sobre quién era el The Goat en este deporte: LeBron James o Michael Jordan. La unanimidad que parecía existir sobre Jordan se cuestiona tras el cuarto título de LeBron con su tercera franquicia (tras lograrlo con Miami y Cleveland). Los jóvenes han sido fundamentales en este cambio de tendencia, como se vio en una reciente encuesta en los Estados Unidos en los que LeBron era considerado por delante de Jordan en 29 de los 50 estados del país. Los que siguieron la serie que dedicamos mi hijo y yo a los playoffs y finales de la NBA verían cómo Ibra, que sabe mucho más que yo de esto, se decantaba por James, mientras que «los ancianetes» seguimos creyendo que Jordan fue el más grande.

Nuevamente si hablamos de títulos o estadísticas hay otros jugadores que superan a ambos, como Bill Russell, con 11 anillos de la NBA, o John Havlicek, con 8. Wilt Chamberlain fue elegido por la NBA como «el jugador más dominante de la historia», ya que promedió más de 30 puntos y 20 rebotes por partido a lo largo de toda su carrera. Si hablamos de revolucionar el juego, es indudable el peso que tuvieron Magic Johnson (5 títulos) y Larry Bird (3) para relanzar una NBA que andaba de capa caída a finales de los setenta y principios de los ochenta. Kareem Abdul-Jabbar sigue siendo el jugador con más MVP de una temporada regular, seis, seguido por Michael Jordan y Bill Russell con cinco, y Chamberlain y LeBron con cuatro.

Mi favorito sigue siendo Michael Jordan, seguido por Kobe Bryant y Magic, aunque puedo comprender a los (jóvenes) defensores de LeBron. The last dance es una obra maestra de las series documentales que narra cómo Jordan fue trabajando y puliendo su cuerpo, mejorando su técnica, cómo exigía más a su entorno, hacía mejorar a sus compañeros, para lograr lo que logró: dos «threepeat». Acabar con la dinastía de Lakers y Celtics, y destrozar a los Bad boys de Detroit. Seis títulos en seis finales, pese a los dos años de descanso que se tomó para jugar al béisbol en medio de los éxitos. Dos oros olímpicos (1984 y 1992), y la sensación de dominio del juego y de control de la situación que no he visto ni siquiera en Magic y Bird, que eran dos grandes en esto.

LeBron tiene cuatro títulos de la NBA obtenidos en las diez finales que ha disputado. ¡Diez!, una animalada, nueve de ellas consecutivas. También ha ganado dos oros olímpicos (2008 y 2012), aunque recuerdo sus fracasos en Atenas 2004 y el mundial de Japón 2006, solo bronce en unos campeonatos en los que el oro era obligatorio para los norteamericanos. Pero lo que hace muy grande para mí a LeBron es haber sido capaz de ganar el título con tres equipos diferentes. No acomodarse a una franquicia y saber reinventarse. En un nuevo equipo, adaptarse a otros compañeros y entrenadores, y progresar en su juego año tras año: en defensa, en tiro exterior o esta temporada como máximo asistente.

Fútbol

No lo tengo nada claro. ¿Es Maradona el mejor de todos los tiempos? Al mismísimo Diego se lo preguntaron hace tiempo y dijo que el más grande había sido Alfredo Di Stéfano. El brasileño Pelé coincidía con Maradona acerca de Don Alfredo como el más grande que había visto. Di Stéfano era el mejor delantero, medio centro, defensa, extremo y lo que hiciera falta, porque los que lo conocieron destacan que su voracidad hacía que se multiplicara en el campo para recuperar, distribuir y marcar los goles que su equipo necesitara. ¿Y qué opinaba el propio Alfredo Di Stéfano? Pues nos sorprendió a todos cuando dijo que para él, que de esto sabía un rato, el más grande había sido el paraguayo Arsenio Erico:

«Erico es diferente a todo lo que vi. Un jugador notable. Todo lo que engloban, sin exagerar, las cinco letras de la palabra crack. Para mí, un malabarista de circo, un artista. Perdón, un gran artista. Tenía un salto único y valía la pena comprar una entrada para verlo jugar».

Años después, en 2008, Di Stéfano dijo que el mejor de la historia sin duda había sido Maradona, aunque por aquel entonces la carrera de Messi estaba en sus principios. Otro candidato que nunca aparece en estos listados es el húngaro Ferenc Puskas, por palmarés y por figurar como el «mejor goleador histórico en Ligas» para la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol (IFFHS). Si hubieran ganado aquella final del Mundial de 1954… la victoria alemana fue denominada «el milagro de Berna», una de esas maravillosas historias del deporte que conviene conocer.

Yo no vi jugar a Di Stéfano ni a Puskas, y muy poco a Pelé, aunque he visto varios documentales suyos sobre su carrera y el espectáculo que debió ser el mundial de Brasil de 1970. Y por supuesto Evasión o victoria, película madridista donde las haya. A Johan Cruyff le he visto incluso en el Bernabéu, la primera vez que fui al estadio, pero para mí está en el siguiente escalón de los más grandes. Ganó tres Copas de Europa con el Ajax, ocho ligas holandesas, pero solo una en España y acabó jugando con el Levante. Con la selección holandesa alcanzó el subcampeonato del mundo en 1974.

Por palmarés y por mis gustos personales (y como tales gustos, son discutibles), hay otro holandés que supera a Cruyff, que es Marco Van Basten, el delantero centro más elegante que he visto nunca. Tres ligas holandesas, tres italianas en los años en los que el Scudetto era el campeonato más potente del mundo, dos Copas de Europa y la Eurocopa con la selección. Los mismos balones de Oro que Cruyff, con tres.

Para mí, Maradona es otra cosa. Es como lo que comentaba acerca de Michael Jordan, el jugador que controlaba el tempo del partido. Nunca nadie ha controlado lo que hacían los otros veintiún jugadores sobre el terreno de juego como lo hacía él. Su palmarés no es el más brillante, puesto que nunca ganó la Copa de Europa, por ejemplo, y «solo» ganó dos Ligas italianas, una Copa italiana y una UEFA con el Nápoles. Pero es que logró todo eso con el Nápoles, un equipo recién ascendido compitiendo en los años en los que la Juventus (campeona de Europa en 1985) y los equipos de Milán fichaban a los mejores jugadores del mundo. Consiguió también una liga argentina con Boca Juniors, una Copa del Rey con el Barcelona y el Mundial juvenil con su selección.

Pero donde fue auténticamente grande fue con la albiceleste. Su exhibición en el Mundial de México 86 es, quizás, la mayor exhibición individual de toda la historia de los mundiales. En Italia 90 llevó a Argentina a la final contra pronóstico y no logró más en España 82 por la veintena de faltas de Gentile y porque coincidió con la espectacular selección brasileña de Zico, Eder, Sócrates y Falcao.

No se puede comparar a Maradona con los futbolistas actuales porque en aquellos tiempos sufrió marcajes que hoy resultan imposibles de ver. Uno pone «Maradona y patadas» en YouTube y encuentra un festival salvaje de carnicería y caza al hombre. La entrada criminal de Goikoetxea sigue provocando escalofríos más de treinta años después. Igualito que el fútbol de hoy como para poder comparar. Fue grande además, jugando en unos campos infames, y en Barcelona, Nápoles, Argentina y con la selección. Os dejo uno de tantos vídeos sobre leñazos, uno en concreto que trata de explicar por qué Maradona caminaba (y saltaba, añadiría yo) de ese modo:

En el siguiente escalón a Maradona (y todo es discutible, por supuesto), están, junto a otros, Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Messi es un talento puro y CR7 representa el esfuerzo constante que, unido a un gran talento, compite de cara a cara con los mejores de la historia. En palmarés y estadística supera a Leo Messi, aunque sé que esto reventará a los amiguetes no madridistas que aún me quedan. Sí, lo sé, Messi ha ganado más Ligas y Copas que Ronaldo a lo largo de su carrera, pero este ha ganado 5 Champions, por 4 del argentino. Que siendo estrictos en lo que al peso en el título se refiere, serían solo 3, puesto que en la de 2006, Messi solo anotó un gol y no jugó de cuartos de final en adelante.

Cristiano Ronaldo es el máximo goleador de la historia de la Champions, el segundo mayor a nivel de selecciones, y ha sido determinante con el Manchester, el Real Madrid, la Juventus y la selección, con la que ha logrado una Eurocopa y una Nations League. Messi tiene el oro olímpico y un Mundial sub-20, pero no ha logrado nada con la absoluta, ni ha sido capaz de ser determinante con la albiceleste, motivo por el cual está claramente por debajo de Diego Maradona en cuanto a consideración de sus compatriotas. En eliminatorias de Champions, las estadísticas de Cristiano son muy superiores a las de Leo Messi, que en sus últimos años ha deambulado por Roma, Liverpool, Turín o Lisboa mientras su equipo era vapuleado.

Cuestión de opiniones. Yo no digo que Cristiano sea mejor que Messi, es un debate que no me interesa. Hablo de presencia en el juego, de competitividad, mejora continua, personalidad, hacer más fuertes a tus compañeros y ahí Ronaldo está varios cuerpos por delante de Messi, aunque este pueda tener mayor talento y habilidad técnica. Y protección. Sí, protección, la que Messi siempre ha gozado en los años más duros del Villarminiato, que para mí devalúan varios de los títulos nacionales obtenidos. Por eso no ha salido nunca de ese círculo de protección del que goza en Barcelona. Protección mediática, institucional y arbitral. Además, Messi ganó todo mientras tuvo a Xavi, Iniesta, Alves, Puyol o Neymar jugando a su lado. Sin ellos ha bajado muchos enteros, mientras que los jugadores españoles mencionados fueron decisivos para ganar un Mundial y dos Eurocopas.

No puedo cerrar este post sin hablar de otros dos grandes, que para mí también merecen estar en el peldaño siguiente a Maradona: Zinedine Zidane y Ronaldo Nazario. El francés es otro de esos talentos determinante en varios clubes (Girondins, Juventus y Real Madrid) y en la selección (un Mundial, una Eurocopa, un subcampeonato del mundo), talento en estado puro, elegancia y el único jugador al que he visto dominar un partido como a Maradona en un Mundial: el célebre Francia-Brasil de 2006, un partido que disfruté en directo con la boca abierta:

Ronaldo Nazario es el delantero más bestial que he visto en un terreno de juego, por potencia y por técnica, y siempre nos quedará la duda de qué habría sido de su carrera sin las lesiones que lo apartaron dos años de los terrenos de juego. Pero el Ronaldo de los años previos a su lesión, en Holanda, en el Barça, el Inter y la selección, es de lo mejor que he visto en mis años de espectador de fútbol.

Todo es debatible, y por supuesto, estaré encantado de confrontar opiniones con los lectores que quieran. DEP, Maradona (el futbolista).

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Juegos de Río 2016 (y III): un resumen a mi manera (Barney)

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Acaban los Juegos Olímpicos, comienza la Liga de fútbol. Todo el mismo fin de semana, como si esos superatletas ejemplares cedieran el testigo a esos otros no tan ejemplares.

Con la clausura de los Juegos, nos dejan esos gimnastas, nadadores, luchadores y atletas en genera que se han pasado cuatro años preparándose para su gran cita, para pruebas complicadísimas que en muchos casos duran menos de un minuto, Sigue leyendo

Annus horribilis, annus magnificus, por Barney

pitada4Basket

Annus horribilis este 2015 para el fútbol.

Annus magnificus este 2015 para el basket.

Creo que si por algo recordaré este año 2015 es porque fue el año en el que definitivamente me pasé del cada vez más innoble deporte del «balompié» al entretenidísimo basket. Sigue leyendo

¡Vamos, Rafa!, por Barney

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Tuve la suerte de estar el domingo pasado en la final del Mutua Madrid Open disputada entre Rafa Nadal y Andy Murray. Nadal, nuestro héroe, el tipo que nos ha hecho disfrutar tantos partidazos, ese chico que cae tan bien y al cual no parábamos de jalear desde las gradas, no podía. Sufría en la pista. Sólo un par de veces Sigue leyendo