Cine y tenis (I)

TRAVIS, 02/07/2022

Estos días se disputa el torneo de tenis más famoso del mundo, el de Wimbledon, el que se disputa sobre la hierba del megapijo All England Tennis Club, y me ha dado por pensar en lo poco cinematográfico que ha resultado ser el deporte de la raqueta, en las pocas películas que ha habido en comparación con otros como el béisbol, el boxeo o incluso el baloncesto (tramas que siempre acaban con un tiro en los últimos segundos del equipo que va perdiendo por un punto). Y creo que en este mundo del tenis siempre pueden encontrarse historias de interés, ya sean de ficción, como basadas en casos reales (ahí dejé mi propuesta sobre Djokovic y los Juegos de Tokio). Por lo general, los tenistas tienen tal cúmulo de manías, éxitos o fracasos, alegrías o decepciones, o historias personales tan curiosas a sus espaldas que sorprende que no se hayan producido más películas basadas en sus andanzas.

Quizás una de las razones esté en lo difícil que es encontrar actores que sepan jugar al tenis, no basta con coger una raqueta, sino aparentar que se tiene un conocimiento mínimo del juego. Mi padre, cada vez que veía alguna escena en una película con un partido de tenis, decía: «ese no ha cogido una raqueta en su vida». Brazos encogidos, la raqueta que sale del pecho como si jugaran a las palas de playa, golpeos frontales, movimientos laterales absurdos… La diferencia entre un actor que sabe jugar al tenis y uno que no tiene ni idea es la que hay entre Kevin Costner y Anthony Quinn en la escena de Revenge (Tony Scott).

Una de las películas destacadas de los Óscar de este año tenía el tenis como motor principal de la acción. King Richard, que como todo el mundo sabe, se traduce en español como El método Williams. La película trata la obsesión de Richard Williams por convertir a sus hijas Venus y Serena en dos estrellas del tenis, algo que lograron con los años al completar unas carreras repletas de éxitos (Venus tiene 7 Grand Slam individuales, mientras que Serena alcanzó la cifra de 23, un récord que todavía podría aumentar, pues no se ha retirado, aunque se prodigue poco por las canchas).

Como suele ocurrir en Hollywood, la figura del padre obsesivo e hipercontrolador es tratada de un modo positivo, halagüeño, por momentos como si fuera un visionario con una misión divina que cumplir. El trasfondo del racismo en un «deporte para blancos» da juego a la trama, así como las comparaciones con Jennifer Capriati, aquel juguete roto que empezó a despuntar muy joven (oro en Barcelona 92 con 16 años, tres Grand Slam posteriormente) y que acabó con problemas legales por posesión de drogas y acusada por robar en una joyería. Richard Williams, interpretado por Will Smith en un papel tan al gusto de la Academia que le supuso el primer Óscar de su carrera, representa a ese héroe americano ultracompetitivo, convencido del trabajo hasta la extenuación, incluso con niñas de poco más de diez años, un personaje que en la vida real resultaba polémico por sus formas y exigencias, así como por aplicar a rajatabla su método (las 78 páginas de su libreto infalible), por mucho que entrenadores profesionales aconsejaran otras técnicas.

Las escenas de tenis están bien rodadas, especialmente el debut como profesional de Venus en un partido frente a nuestra Arantxa Sánchez-Vicario, y las actrices que interpretan a las hermanas Williams, las desconocidas (para mí) Saniyya Sidney y Demi Singleton salen airosas de la complicada papeleta.

Las figuras de los padres obsesionados por el dinero que mueve el circuito del tenis profesional podrían ser de gran interés para otras películas y me vienen a la cabeza los de Steffi Graf (alcohólico, adicto a los medicamentos, condenado a más de tres años de cárcel por fraude fiscal) y André Agassi, uno de esos incombustibles Tauro del 70. Ambos tenistas son curiosamente pareja desde hace años y en uno de los capítulos de Open, la divertida biografía del tenista de Las Vegas, hablan de sus respectivos padres y del convencimiento que tenían ambos acerca del futuro que habían elegido para sus hijos, una infancia, adolescencia y juventud dedicadas enteramente a las raquetas y a perseguir pelotas por una cancha.

La vida de Agassi tendrá que ser llevada al cine en algún momento, porque lo tiene todo, desde la figura del antihéroe, el rebelde con talento que no quiere seguir el camino marcado por su padre y comete auténticas barrabasadas para que lo echen de la Academia de Nick Bolletieri, su aspecto llamativo en el peinado y la vestimenta, hasta el self-made man que se convierte en un ídolo para el país, se liga a «la novia de América», Brooke Shields, y completa el Grand Slam tras ganar Wimbledon vestido de riguroso blanco y con la frente despejada tras asumir su incipiente y temprana calvicie.

Ya que menciono Wimbledon, hay una película sobre el partido que fuera definido en su momento como «el mejor de la historia», la final que disputaron el sueco Bjorn Borg y el neoyorquino (aunque nacido en Weisbaden) John McEnroe en 1980. La película se titula Borg McEnroe sin más, se rodó en 2017 y fue dirigida por el danés Janus Metz Pedersen. Se centra más en el duelo psicológico de ambos tenistas que en el propio partido en sí, para contarnos que la visión externa que teníamos de ellos (el témpano de hielo sueco Iceborg frente al volcánico norteamericano) estaba alejada en realidad de lo que ambos eran, pues se parecían mucho más de lo que podíamos suponer: Borg era puro nervio que controlaba su rabia interior reprimiendo de raíz cualquier atisbo de emoción, mientras que McEnroe era un tipo mucho más calmado por dentro que necesitaba soltar su rabia hacia fuera para encontrar la concentración.

La película se puede encontrar en YouTube y las escenas de tenis están muy logradas. Cierto es que era otro tenis, más de artistas que de fuerza y la manera de jugar con la Donnay de Borg y la Dunlop de madera de McEnroe son muy diferentes a las actuales. Shia LaBeouf consigue un McEnroe convincente incluso cuando tiene que forzar el extraño saque del jugador zurdo, mientras que el sueco Sverrir Gudnasson se transmuta en Borg por momentos.

La épica final de 1980, con el mítico tie-break del cuarto set que acabó 18-16 y la victoria en el quinto de Borg por 8-6, se repitió un año después, con victoria esta vez para McEnroe. Durante muchos años fue considerado el mejor partido de la historia del tenis, título que para muchos ostenta ahora el triunfo de Rafa Nadal sobre Roger Federer en el mismo escenario en 2008. Nadal había perdido las dos finales anteriores ante el suizo, aunque cada año recortaba un poco la distancia que le sacaba el suizo sobre la hierba del All England Club. La final de 2008, que acabó con un marcador de 6-4/6-4/6-7/6-7 y 9-7 tras casi cinco horas de juego, merecería su propia película. Hay un libro de John Carlin que cuenta todas las peculiaridades de la progresión en el juego del manacorí hasta llegar a ese momento cumbre de su carrera. Y en 2018 se estrenó un magnífico documental dirigido por Andrew Douglas sobre el denominado «partido del siglo». Strokes of genius en el original.

Fue todo un duelo al sol… que acabó casi sin sol. Hubo dos interrupciones por la lluvia y el partido estuvo cerca de tener que suspenderse por falta de luz natural. De hecho, en el documental se aprecia perfectamente cómo había caído la luz, y de haberse prolongado un poco más, los espectadores podíamos habernos perdido la conclusión de uno de los grandes momentos de la historia del deporte. Aquí lo dejo para los aficionados. Muy recomendable:

Habrá más para la segunda parte de este post. De momento, espero que se me admitan mis comentarios sobre la calidad tenística y no interpretativa de los actores, pese a que mi especialidad sea más bien el cine. En el fondo, no soy muy distinto de Torrente aconsejando a Carlos Moyá sobre su revés:

Continuará: Cine y tenis (II)