Memoria colectiva, memoria democrática

JOSEAN, 06/07/2022

(Continuación de Amnesia digital)

El último post sobre los estudios acerca de la pérdida de memoria provocada por el uso excesivo de los móviles, así como el dedicado al componente emocional en la configuración de los recuerdos, hacen referencia a la memoria del individuo, de la persona o el particular que configura su pasado, adapta la realidad si su subconsciente lo considera necesario, y aloja en su memoria solo aquello que le interesa y del modo en que le conviene.

Pero una cosa muy diferente ocurre cuando se habla de la memoria colectiva, inexistente para algunos autores. Subjetiva o peligrosa para otros. En la antigua Grecia se promulgaron unas leyes conocidas como “del olvido”, cuyo objetivo consistía en dejar atrás el pasado para avanzar como sociedad hacia el futuro, en no recordar de manera continua las guerras y los viejos enfrentamientos entre pueblos como la manera de progresar, de construir una sociedad. Los libros de David Rieff Contra la memoria y Elogio del olvido son toda una declaración en contra de esa memoria colectiva.

“En las colinas de Bosnia aprendí a odiar, pero, sobre todo, a temer la memoria histórica colectiva”.

David Rieff habla de la necesidad que suelen tener los nacionalismos de crear una memoria colectiva para, a partir de esas afrentas del pasado, reales o supuestas, marcar diferencias, barreras, avivar conflictos étnicos, xenófobos o de clases, sin importarles llegar a crear nuevas situaciones de guerra. Lo vio con sus propios ojos y lo vivió durante sus años en la antigua Yugoslavia, en Sierra Leona o en Ruanda. Yo no creo en el olvido, sino en el conocimiento objetivo de los hechos, incluso en su difusión, como se hace en países como Alemania o Italia, que no tienen reparos en mostrar su historia más oscura. Lo que Don Francisco Tomás y Valiente definió como un estudio del pasado “sin rencores ni ánimos de venganza, con distanciamiento metódico y sin más pasión que la de sembrar lucidez y tolerancia para el presente y el futuro”.

En España sufrimos una terrible Guerra Civil cuyas heridas parecen no cerrar nunca, por mucho que una transición que creímos modélica trabajó en su empeño. En 1976 se aprobaron diversas medidas de indulto a los represaliados durante el régimen franquista y un decreto de amnistía con el objetivo de “promover la reconciliación de todos los miembros de la Nación” y “el olvido de cualquier legado discriminatorio del pasado en la plena convivencia fraterna de los españoles”. La propia Constitución de 1978 iba un paso más allá en ese esfuerzo de reconciliación. Sorprende escuchar hoy, bien avanzado el siglo XXI, a aquellos que dicen que la Constitución no les representa porque fue aprobada por la ultraderecha y sin tener en cuenta las sensibilidades nacionalistas o de izquierda. En El consenso imposible, a los cuarenta años de la Constitución, recordamos que fue aprobada con el voto a favor del Partido Comunista, UGT, Comisiones Obreras, el noventa por ciento del voto favorable en Cataluña, dos tercios en el País Vasco y el voto contrario de la Falange Española y Fuerza Nueva. Pero es una norma de ultraderecha, pues vale.

La Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007, nació “con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales”, y tenía además como gran objetivo la “reparación moral y la recuperación de la memoria personal y familiar”. Este punto es importante para mí por todo lo que comentaba al inicio: esa memoria personal y familiar es de cada uno, de cada familia. De cada individuo, pues cada uno lo vivió en sus carnes de un modo diferente. Nada que objetar, sino todo lo contrario, apoyar a todas esas familias que han tratado de recuperar su pasado, rehabilitar las figuras de sus familiares o encontrar los cuerpos de todos aquellos que fueron enterrados en fosas comunes.

Para mi sorpresa, en 2020 comenzó la tramitación de un nuevo Anteproyecto de Ley de memoria histórica, ahora llamado de Memoria Democrática. El proyecto se ha aprobado el pasado 7 de julio de 2022. Su prólogo se centra precisamente en la construcción de esa memoria colectiva que comentaba al inicio:

“Desde el fin de las guerras civiles y conflictos mundiales que asolaron Europa en el siglo XX, y especialmente desde el Holocausto, el impulso de las políticas de memoria democrática se ha convertido en un deber moral que es indispensable fortalecer para neutralizar el olvido y evitar la repetición de los episodios más trágicos de la historia.”

“Los procesos de memoria son un componente esencial de la configuración y desarrollo de todas las sociedades humanas, y afectan desde los gestos más cotidianos hasta las grandes políticas de Estado. El despliegue de la memoria es especialmente importante en la constitución de identidades individuales y colectivas, porque su enorme potencial de cohesión es equiparable a su capacidad de generación de exclusión, diferencia y enfrentamiento”.

Si no interpreto mal esta última frase, afirma que el proceso de construcción de esta memoria colectiva puede cohesionar tanto como enfrentar, que puede servir para unirnos tanto como para separarnos. Pues anda que…

“Por eso, la principal responsabilidad del Estado en el desarrollo de políticas de memoria democrática es fomentar su vertiente reparadora, inclusiva y plural”.

“La historia no puede construirse desde el olvido y el silenciamiento de los vencidos. El conocimiento de nuestro pasado reciente contribuye a asentar nuestra convivencia sobre bases más firmes, protegiéndonos de repetir errores del pasado. La consolidación de nuestro ordenamiento constitucional nos permite hoy afrontar la verdad y la justicia sobre nuestro pasado. El olvido no es opción para una democracia”.

Decía que la tramitación de esta nueva Ley era una sorpresa, porque entendía que la de 2007 estaba surtiendo sus efectos, como reconoce el propio prólogo presentado en 2022:

“El gran valor de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, reside en haber situado la memoria personal y familiar en el ámbito de la ciudadanía democrática, mediante el reconocimiento general de las víctimas, su derecho individual y colectivo a la reparación y declarando ex lege la ilegitimidad de los órganos represores del franquismo”.

“Se trata, en suma, de articular una respuesta del Estado para asumir los hechos del pasado en su integridad, rehabilitando la memoria de las víctimas, reparando los daños causados y evitando la repetición de enfrentamientos y cualquier justificación de violencia política o regímenes totalitarios”.

Los objetivos son los mismos, entonces, ¿qué es lo que puede preocuparme de esta Ley? Pues sobre todo una cosa, que en el fondo son dos: que sí trata de crear una memoria colectiva única, pero además, quiénes van a estar en esa tarea de configurar la misma. Uno ve a Esquerra Republicana de Catalunya, una de las formaciones que de manera más impúdica se dedica a falsear el pasado, y no puede esperar nada bueno de su participación activa. Lo mismo puede aplicarse a Unidas Podemos y a Junts X Cat. Pero ya el colmo está cuando uno ve que en ese proceso de construcción de la memoria común está el partido que alberga a los tipejos que con mayor ahínco trataron de destruir nuestra democracia en sus primeros años: Bildu. La declaración de principios de su portavoz no puede ser más clara: “vamos a poner en jaque el relato de una Transición ejemplar».

“La construcción de una memoria común no es un proyecto nuevo en la sociedad española.”

“El proyecto memorial más importante se plasmaría veinte años después (de la Guerra Civil)  en el Valle de los Caídos, inaugurado por el dictador Francisco Franco en el vigésimo aniversario de la «victoria» militar (1 de abril de 1959), monumento al que esta Ley presta especial atención al estar llamado a ser un eje fundamental de la resignificación democrática contemporánea de las políticas franquistas de memoria”.

La exhumación y traslado de los restos de Franco fueron aprobados con un solo voto en contra en el Congreso, ¿podemos pasar ya a otra cosa, que tenemos muchos problemas por resolver? Un buen amigo mío, bien situado en la judicatura, me dijo hace tres años:

– No te engañes, no se trata solo de hablar de Franco todo el día, aunque haya pasado casi medio siglo desde su muerte, el verdadero objetivo es quitar la cruz del Valle de los Caídos, porque ahí sí se va a generar una división, que es lo que muchos buscan en realidad.

Por mucho que yo insistía en la necesidad de reparar a los familiares de las víctimas, o destinar fondos a la búsqueda de los que nunca aparecieron, que es el objetivo de las asociaciones de víctimas, me contestó:

– Lo que se indica sobre la reparación de las víctimas de la guerra solo se va a hacer con las de un bando, sindicatos, partidos, represaliados, ¿tú crees que se va a indemnizar a una sola parroquia o a la Conferencia Episcopal por los bienes que fueron arrasados? ¡A la Iglesia, ni más ni menos, que es del «otro bando»! Terminaremos echándonos a la cara los muertos de uno y otro bando.

Todo este lenguaje de los bandos me revuelve el estómago y lo percibo más vivo cada día que pasa. Me vienen a la cabeza las palabras de Zapatero a Gabilondo, cuando decía que ”conviene que haya tensión”.

El libro sobre la Guerra Civil del que se habla siempre como referencia del conflicto, y de las atrocidades cometidas por ambos “bandos”, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, de Manuel Chaves Nogales, tiene un relato, ¡Viva la muerte!, en el que uno de los personajes del pueblo en el que se ha producido una reciente matanza por parte de los falangistas, cuenta orgulloso cómo sucedió:

– Yo estuve allá. Y si no fue así, tendrá que venir algún vecino del pueblo a rectificarnos.

El jefe territorial de la Falange, el señor Tirón, “que sabía a qué atenerse respecto de la verdad histórica y la verdad verdadera, sofisticaba:

– El hecho en sí poco o nada importa. A la historia lo que le interesa es su sentido, la significación histórica que pueda tener, y esa no la dan nunca los mismos protagonistas, sino los que inmediatamente después de ellos nos afanamos por interpretarlo”.

Como añade más adelante: “Tú estuviste allí, pero para enterarte de lo que pasó te faltaba perspectiva histórica”.

Esta obra fue escrita en plena Guerra Civil, y en su magnífico prólogo, de mayo de 1937, Manuel Chaves Nogales se definía a sí mismo como “antifascista y antirrevolucionario por temperamento”, y afirmaba que “mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia”. No gustó a nadie y su obra estuvo oculta, desaparecida, durante más de medio siglo, quizás, o seguramente, porque no se posicionó en ninguno de los dos bandos, sino en contra de todos ellos:

“Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España”.

A mí toda esta necesidad de reescribir el pasado con la perspectiva histórica que menciona el falangista de la obra de Chaves Nogales, me trae irremisiblemente al genio de George Orwell, un gran conocedor de nuestra contienda, por cierto, y de la desinformación que nos ha acompañado siempre:

“Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (…) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia”.

En su obra más famosa, 1984, el Ministerio de la Verdad se dedica al control de la información, de la realidad presente y futura, la adapta a las necesidades del Partido si es necesario:

“Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. «El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad»».

¿Bildu va a participar en ese control de la realidad? ¿Y los disidentes serán expulsados del sistema? La despedida del historiador Antonio Elorza de la redacción de El País, tras cuatro décadas de colaboración, me hace pensar en ello. El tono amargo de su carta de despedida (publicada en The Objective, puesto que El País no quiso que saliera en sus páginas) me recuerda mucho al de Antonio Caño, antiguo director del periódico. Sus críticas a Zapatero, a la negociación con ETA, al yihadismo, y sobre todo, al independentismo catalán, concluyeron en lo que define como «una operación de limpieza» que terminó con su colaboración con este medio. «Ese desencadenamiento que priva al independentismo catalán de toda legitimidad para presentarse como demócrata, cuando ha puesto en práctica un estricto totalitarismo horizontal para forzar la homogeneización de la sociedad catalana».

Exacto. Los que se jactan de no cumplir las sentencias, de la falta de legitimidad de los tribunales que los juzgan, los que apoyaron el tiro en la nuca (pero reivindican como nadie el olvido) y los que recogieron las nueces del árbol que los etarras agitaron, como actores principales de la «memoria democrática». Los que siempre hablan de la figura del «relator», del contador de sus historias, ven que sus enmiendas son aprobadas a cambio de vaya usted a saber qué. De verdad que hago esfuerzos, pero me va a costar mucho estar de acuerdo con lo que salga de ahí.

Ensayos de un futuro distópico, por Travis

1 Soy leyenda

Creo que somos muchos los que hemos comentado en estas últimas semanas de confinamiento y aislamiento que tenemos la sensación de estar viviendo una película. Una película sobre un futuro apocalíptico o una peli de serie B de catástrofes, como queramos, pero en cualquier caso una película de bajo presupuesto en la que los ciudadanos se pelean por el papel higiénico y los médicos carecen del material básico de protección.

El cine lleva casi desde los primeros años de su historia jugando a imaginar cómo será el futuro que nos espera y en ocasiones resulta tremendamente acertado en sus predicciones, del mismo modo que en otras tanto el cine como la literatura de ciencia ficción han sido incapaces de adivinar lo que estaría por llegar. Mucho mostrarnos coches que vuelan, rayos láser, viajes a otras galaxias, visitantes de sitios recónditos,  replicantes exactos, pero no fueron/fuimos capaces ni siquiera de intuir el desarrollo de Internet o los teléfonos móviles que nos permitirían tener todo el conocimiento imaginable en la palma de la mano.

Veo tan lejanos algunos inventos del cine que lo que de verdad me gusta analizar son los cambios en nuestro día a día, las cosas más simples y primarias y ver cómo han sido explicadas por el cine. No quiero escribir demasiado sobre pandemias ni virus letales, que estamos ya sobresaturados. El que quiera películas de este tipo que busque las listas que hay por Internet y se enchufe La amenaza de Andrómeda, Estallido, Contagio y Virus, por ejemplo. Solo el tráiler de Contagio (Steven Soderbergh, 2011) da miedo si lo comparamos con el panorama que tenemos a diario estos días.

Esta pandemia va a cambiar muchas cosas, pero sobre todo a nivel personal, social y humano. El cine ya nos ha mostrado cosas insólitas para el ritmo de vida que llevábamos antes de esta crisis del coronavirus, como una ciudad vacía, desierta, sin coches ni gente. Londres, por ejemplo, en 28 días después (2002), en la mejor secuencia de toda la película:

Por supuesto que Nueva York, donde ocurren todas las desgracias según nos ha enseñado históricamente el cine. Soy leyenda (2008). Por cierto, Will Smith va con su perro a todos lados, quizás, como aquí, para que le dejen salir a la calle:

Y por supuesto nuestra Gran Vía, vista con los ojos de Eduardo Noriega y Alejandro Amenábar en Abre los ojos (1997):

También hemos visto a la población arrasando los supermercados como si fueran a encerrarse en su refugio nuclear durante meses, Guerra mundial Z (2013) por ejemplo, una escena mejorada con el cambio de música que algún genio hizo en este montaje:

La gente lanzándose como posesos a por el papel higiénico, ¿acaso no lo habrá el día de mañana? El cine se ha encargado de contarnos cosas tan mundanas como el acto de limpiarse el culo en el futuro con las célebres tres conchas de Demolition man, hábilmente sustituidas por Sylvester Stallone:

Los Doce monos de Terry Gilliam (1995) nos contaban la historia de una sociedad que vive recluida bajo tierra por culpa de un virus letal, si bien en la historia de Gilliam el virus era creado por terroristas biológicos y el de hoy… quiero creer que es uno de los 1,5 millones de posibles virus de tipo «natural» que explicaba el documental Explained: The next pandemic. O de los que hablaba Bill Gates en su charla Ted que se ha hecho viral en estos días, puesto que nos avisaba del peligro actual en 2015:

Puede que la Tierra nos esté mandando un aviso, como dicen algunos mensajes que circulan estos días: debemos parar nuestro ritmo de vida descontrolado, acelerado, el consumo excesivo, la contaminación desbocada, la agresión diaria al medio ambiente. Y yo añadiría que nos avisa de más cosas: del peligro de la soledad, del descuido por nuestros mayores, de la falta de cuidado por el que tenemos al lado. Quién ha pasado por aquí o quién va a pasar después de mí, dónde toso y suelto mis felipones porque mi salud afecta al de al lado, como la higiene, o mejor dicho, la falta de higiene.

Son muchos los patrones de conducta diaria que van a cambiar después de este encierro. La sociedad ha parado en seco, el país y las industrias han frenado su ritmo de producción, y como consecuencia han bajado la contaminación y la generación de residuos. Pero han bajado también nuestra vida social, las relaciones personales, los abrazos, los besos, el contacto humano que tanto necesitamos. Y hemos dejado solos a nuestros mayores. Solos ante el peligro, como Gary Cooper.

En La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976), la sociedad vive solo para el placer y el disfrute de sus habitantes en un futuro situado en el año 2274, pero bajo una premisa inquietante: no se les permitía vivir más allá de los treinta años. Tenían que someterse a una ceremonia de «purificación» en la que se les hacía creer que tras su muerte se reencarnaban en otro recién nacido.

Por eso la mayor sorpresa de los protagonistas se produce cuando conocen a un anciano (Peter Ustinov), algo insólito para ellos, tan raro como lo sería para nosotros un alienígena. Ese paraíso irreal de gente joven dedicada solo al ocio es controlado por poderosas máquinas, algo así como si Matrix mostrara solo su cara más amable.

Contaminación, falta de contacto y comunicación entre personas, soledad, máquinas sofisticadas que lo controlan todo,… hay una película que hablaba de todo esto de una manera brillante: Wall-E, esa gozada de Pixar estrenada en 2008. La trama nos sitúa en un futuro 2815 en el que la humanidad vive en naves espaciales lejos de la Tierra, que ha quedado convertida en un inmenso vertedero.

4 Wall E

Algo parecido a la premisa de partida de Interstellar (Christopher Nolan 2014), la búsqueda de nuevos planetas habitables porque el nuestro va a dejar de serlo. En Wall-E Los humanos apenas hablan entre ellos y se comunican exclusivamente a través de pantallas táctiles. Muy real, demasiado cercano.

5 Interstellar

Si algo nos está dejando a muchos esta pandemia es un enorme deseo de lanzar la puta pantalla al fondo del río más profundo y otro deseo aún más grande de hablar cara a cara con las personas que nos rodean, con amigos, familiares, con los colegas de toda la vida, incluso añoro discutir con ese gilipollas que me toca las narices a diario.

Esta pandemia nos lleva a rechazar el contacto físico, a huir de él por los peligros que encierra, los besos y el sexo incluidos, que quedan proscritos. La propia palabra «cuarentena» se asocia con frecuencia a la ausencia prolongada de relaciones sexuales. El cine también se ha ocupado de esta faceta que esperemos que no se imponga jamás, porque entonces ese sí será desde luego un futuro distópico de una tristeza infinita. Resulta interesante el planteamiento de Ex machina (Alex Garland, 2015) acerca de un programador que busca que el robot AVA desarrolle su inteligencia artificial para la seducción y el placer, pero tanto el placer humano como el de la propia máquina.

6 Ex Machina

La perturbadora Her (Spike Jonze, 2013) lleva el argumento al terreno del enamoramiento del protagonista (Joaquin Phoenix) de una inteligencia artificial. Y si las relaciones personales empiezan a ser peligrosas por los contagios, quién sabe si el futuro nos deparará aparatos preparados para ser sensibles, divertidos e inteligentes con la voz sensual de Scarlett Johansson. La versión más banal de estas máquinas preparadas para el sexo sería el Orgasmatrón de Woody Allen, y la más pervertida, el Engendro mecánico  de Donald Cammell (1977), un ordenador que encierra, viola y deja embaradaza a Julie Christie.

Steven Spielberg llevó el desarrollo de la inteligencia artificial a un inquietante futuro en el que las familias podían tener un robot-niño, igual de aspecto que un niño real, y diseñado para tener emociones o desarrollar la capacidad de amar y ser amado. A.I., Artificial Intelligence, de 2001, una película con conceptos muy interesantes y un desarrollo potente que sin embargo (a mi modo de ver) pierde interés en la última media hora.

8 Artificial Intelligence

Las máquinas, la inteligencia artificial, el análisis de datos a velocidad de vértigo. Vivimos enganchados a las pantallas, como el futuro inminente de Terminator: Génesis, ciudadanos tan atontolinados ante los estímulos visuales que no ven cómo una gran amenaza se cierne sobre ellos. Y todas esas pantallas son el instrumento perfecto para controlar a una población idiotizada, como si al final todos viviéramos en un Show de Truman permanente (Peter Weir, 1998). Las imágenes que hemos visto de las autoridades chinas, con el control facial de los ciudadanos, sus mediciones de temperaturas a distancia y el rastreo de movimientos, son de hoy mismo, no de una película de ciencia ficción. El sueño del Gran Hermano de 1984 (gran novela de Orwell, floja peli de Michael Radford), o del Arquitecto de Matrix Revolutions. Una población controlada por una autoridad omnipotente es lo que nos muestra V de Vendetta (James MacTeigue, 2006), en un Reino Unido en el que además fue el propio gobierno dictatorial el que generó el miedo en la población tras una serie de atentados bacteriológicos. Y como Orwell decía (y como cualquier dictador sabe), una sociedad que vive con miedo es más fácil de someter.

Así estamos ahora mismo. Asustados, encerrados con nuestras pantallas, viviendo en soledad. Estamos más conectados que nunca y parece que nunca estuvimos más solos. La soledad es uno de los grandes temas de Solaris (Andréi Tarkovsky, 1972), el plúmbeo plomazo sobre el efecto de la soledad en el cerebro de las personas, pero el que leyera la crítica que hice del filme sabrá que no la recomiendo ni para estos tiempos de cuarentena y largas horas en casa.

8 La llegada Villeneuve

Termino ya con una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años, al menos para mí: La llegada, de Denis Villeneuve. Muy reciente, de 2016. El argumento trata sobre todo del lenguaje y la comunicación, eso que tanto echamos en falta ahora mismo. Y nos explica cómo el lenguaje y la estructura del mismo pueden alterar nuestro modo de pensar, que es una idea que ya estaba en la neolengua de Orwell de 1984. Pero contiene otras grandes ideas como la percepción del tiempo o el concepto del amor, un concepto generoso sabiendo que el amor lleva asociada la idea de que habrá dolor.

«Había olvidado cuánto me gusta que me abraces»

Esta frase que pronuncia la protagonista, Amy Adams, resulta de la máxima actualidad. La importancia del abrazo, del contacto físico, de la relación personal. Y lo vital que resulta para este mundo actual la comunicación entre todos los países, la cooperación de las principales potencias para combatir un enemigo común que pone en peligro la existencia misma de la humanidad.

La idea no es ciencia ficción, es lo que ya han dicho numerosos pensadores en las últimas décadas. El último de los cuales al que he leído, Luigi Ferrajoli, hablaba de un «constitucionalismo planetario» que garantizara agua, fármacos y alimentos a toda la humanidad. Por desgracia, mi escepticismo me lleva a creer que su puesta en práctica sí es ciencia ficción de la buena.

Aprovechen la cuarentena para disfrutar del buen cine y de la evasión que nos ofrece.

 

Rebelión en la granja podemita, por Josean

rebelión 1

En 1945 se publicó la novela satírica Rebelión en la granja, del escritor británico nacido en la India George Orwell, una estupenda fábula sobre el estalinismo y la corrupción que engendra el poder. Tomando como punto de partida la revolución iniciada por los animales de una granja contra sus dueños opresores, humanos lógicamente, Orwell realiza una crítica furibunda de los totalitarismos y la manipulación de la realidad por parte del poder establecido cuando dicha manipulación es útil y necesaria para sus objetivos.

Por si alguno no la ha leído (que deje ya este post y se ponga a hacerlo de inmediato), o por si los que la leyeron en su día no la tienen fresca en la memoria, trataré de hacer un breve resumen de lo que esta historia cuenta.

rebelión 2

Tras la muerte del Viejo Mayor, figura que puede representar a Lenin o incluso a Marx y los principios de lucha contra el capitalismo, los animales de la granja, liderados por los cerdos, se rebelan contra el señor Jones y los humanos, a los que consiguen expulsar. En una pared bien visible escriben sus reglas, los Siete Mandamientos que todos los animales sin excepción se comprometen a cumplir.

Crean un nuevo orden bajo el mando del astuto cerdo Napoleón (Stalin), el cual se apoya en sus inicios en Snowball (Trotski), posiblemente más inteligente y preparado que el primero, y en Squealer, que representa al aparato de propaganda necesario para convencer a los demás animales de que cualquier decisión de Napoleón es siempre la acertada y la más conveniente para ellos. El caballo percherón Boxer es el proletariado trabajador, y las ovejas y gallinas representan a los campesinos, al pueblo que acata y nunca se muestra crítico con las decisiones de los cerdos.

Con el tiempo, los cerdos comenzarán a incumplir uno a uno los Mandamientos, entre ellos el de caminar como los humanos o dormir en una cama, y tomarán decisiones que no serán bien comprendidas, como la de mudarse a la antigua casa de los Jones. Para mantener su autoridad, Napoleón se rodea de un grupo de violentos perros (la policía secreta estalinista), y solucionará sus diferencias de criterio con Snowball expulsando al mismo de la granja.

A partir de ese momento Snowball pasa a ser un proscrito, pese a lo importante que fue en su día para la revolución, y Napoleón consigue convencer al resto de animales de que en realidad era un traidor que estaba pactando con los humanos y que boicoteaba cualquier intento de establecer ese nuevo orden liderado por los cerdos. El entusiasmo inicial de los animales va decayendo al comprobar que su situación apenas ha variado, por no decir que ha empeorado, y sobre todo cuando descubren que el comportamiento de Napoleón y sus más cercanos se parece cada día más al de los humanos. El libro termina con una comida entre los humanos y los cerdos, en la que estos han copiado totalmente el comportamiento de los humanos. Los Siete Mandamientos de la pared han sido eliminados o modificados con el transcurso de los meses y al final solo queda el célebre:

«Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros»

Leí este libro por primera vez hará unos veinte años, y lo volví a leer el verano pasado porque ya entonces lo que estaba ocurriendo en la formación Podemos me recordaba al comportamiento de los cerdos en el libro. Por tanto, este post llevaba muchos meses de maduración, y tras las últimas noticias acaecidas en la formación política no puedo dejar pasar este momento.

Utilizaré los cerdos porque son los animales empleados por Orwell, y de verdad que no pretendo hacer ningún paralelismo ni crítica de los líderes de Podemos aludiendo al comportamiento general de los marranos, solo a los de la novela. Fue una crítica que ya en su día recibió Orwell, quien consideró estúpidas las sugerencias, algunas como la del escritor T. S. Eliot, en el sentido de que «cualquier animal que no fuera el cerdo podía haber sido elegido para representar a los bolcheviques».

Evidentemente, Pablo Iglesias es Napoleón, el líder de esa revolución contra la Casta, un líder ambicioso que convence y engatusa a sus seguidores para rebelarse contra el poder establecido, un sistema injusto y corrupto en el que todos veíamos con estupor cómo se privatizaban los beneficios y se socializaban las pérdidas. El movimiento de protesta y rechazo al PPSOE era necesario (Entre Podemos y el No Podemos, escribí en su día). Otra cosa muy distinta es que esa necesidad se canalizara a través de Iglesias y los más extremistas.

Desde el principio de su nacimiento, Iglesias y sus acólitos proclamaron a los cuatro vientos que ellos jamás se comportarían como la Casta, que no tolerarían imputados en sus filas, ni evasores de impuestos, ni percibirían los salarios y privilegios del resto de la clase política, y que seguirían viviendo en el barrio de toda la vida y siendo cercanos a los suyos. Íñigo Errejón es Snowball, el segundo de a bordo, quizás más moderado y preparado que Napoleón Iglesias, pero precisamente por eso ha sido expulsado por el líder supremo. Igual que todo el que ha osado hacerle sombra, como Carolina Bescansa o los movimientos de Echenique en sus principios.

La toma de decisiones entre los animales adquiere el aspecto de asamblea participativa, si bien se adopta siempre lo que Napoleón previamente ha decidido. Que Iglesias saliera elegido en su partido, y su pareja Irene Montero ocupara el segundo lugar, es propio de ciertos regímenes que tanto gustan al líder de la formación morada. Todo ello, en unas primarias en las que cada vez votan menos militantes (apenas el 11,7% de los inscritos) y en las que se utilizó el sistema de votación que pretendía Iglesias y no los que propusieron otros rivales.

rebelión 3

Pablo Echenique se ha convertido en Squealer, el justificador ante las bases de militantes de todas las decisiones de Iglesias, por controvertidas que puedan parecer. Juan Carlos Monedero es el aparato de propaganda necesario, La Tuerka, aparato que sirve tanto para criticar a los malos malísimos de la Casta como a los «traidores» que han cuestionado los principios del partido, unos principios tan móviles y cambiantes como los Siete Mandamientos de la granja. Las excusas que han dado algunos de los dirigentes de esta formación cuando les han pillado incurriendo en fraude fiscal (Monedero) o condenados por no pagar a la Seguridad Social (Echenique) me han recordado a las manipulaciones que los cerdos hacían de los principios fundamentales escritos en la pared de la granja.

En el libro de Orwell, los animales se sorprenden cuando Napoleón y los suyos se van a vivir a la casa grande de los Jones, porque «estaban todos de acuerdo en que jamás debería vivir allí animal alguno». Es evidente que el chalet de Galapagar es la casa de los Jones, un símbolo de todo aquello contra lo que se rebelaron los animales.

Alberto Garzón sería como el señor Frederick, con el que Napoleón firma un pacto de no agresión, puesto que podía ser una competencia para su granja. Me queda por ver si el señor Pilkington es Pedro Sánchez, el humano de la Casta con el que pacta para alcanzar el poder, y la culminación de un proceso en el que, como en el libro, al final resulta imposible distinguir a Napoleón de todo aquello que siempre criticó.

El poder corrompe y esa es una de las grandes reflexiones del libro de Orwell. O como dijo Lord Acton, «el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente». Iglesias, como Napoleón, como tantos líderes, como tantos totalitarismos, detesta la crítica en su entorno. Todos ellos prefieren la mansedumbre de ovejas y gallinas.

rebelión 5

El viernes pasado, con todo lo que ha ocurrido en los últimos días con la salida de Errejón y Ramón Espinar, y la separación del partido de Manuela Carmena, un tuitero propuso que le pusiéramos título de película al futuro próximo de Podemos. Yo lo tuve muy claro, sería el de esa comedia de Jim Carrey titulada Yo, yo mismo e Irene.

rebelión 4

 

Cara Josean

La vuelta al mundo en 80 libros (y III), por Lester

Tercera y última parte de esta vuelta literaria al mundo. Para el paciente lector que haya seguido este recorrido o para el que quiera iniciarla, le indico que la primera parte trató de rememorar el recorrido de Phileas Fogg a través de los libros de aventuras del siglo XIX, mientras que la segunda hizo el trayecto en sentido más o menos inverso por medio de libros de un siglo XX mucho más oscuro y cruento.

Si ya he recorrido dos veces el globo terráqueo, ¿qué me queda por visitar? Pues mucho, muchísimo aún. Sobre todo porque desde que existe la literatura, Sigue leyendo