Solaris, por Travis

«Una cinta de ciencia-ficción visionaria que nos embarca en un profundo viaje, tanto al espacio exterior como al interior». Michael Wilmington, del Chicago Tribune.

Hace casi dos meses, en el post que dediqué al cine ruso y especialmente al papel de los rusos en el cine, prometí que hablaría de Solaris, la obra del director soviético Andrei Tarkovsky basada en la novela del polaco Stanislaw Lem. Fue rodada en 1972 y tras su paso por Cannes se convirtió en la típica cinta de culto que recibe el respaldo unánime (y acrítico) de la prensa especializada. Recuerdo haberla visto entre grandes bostezos hace décadas, cuando apenas cumplía los veinte y pasaba esa etapa gafapasta de mi vida en la que intentaba ver todo lo que los sesudos críticos oficiales consideraban «imprescindible». Cuando decidí destripar la peli este verano, quise volver a verla para comprobar si en aquel momento cuasiadolescente no tenía la madurez suficiente para juzgarla y ahora en cambio, bordeando la cincuentena, poseía el grado de discernimiento necesario para saborear «…una obra cinematográfica fascinante. Es también una reflexión sobre la humanidad, el amor y la naturaleza desconocida del universo». Palabra de Jamie Russell, de la BBC.

Para los amantes de esta obra de Tarkovsky o para los curiosos a los que les apetezca verla después de mi valoración, les indico que es muy fácil de encontrar en versión original y con subtítulos:

«Ah, coño, es cortita, solo una hora y dieciséis minutos», pensará algún incauto. No, amigo, esa es solo la primera parte. Aquí te dejo el enlace para la segunda:

Dos horas y cuarenta minutos. Por esa razón el crítico de The New York Times Richard Eder afirma que «el resultado exige verla activamente y poner esfuerzo. Pero si se hace, el resultado es extraordinario como recompensa». Me quedo con la primera frase. Puse el esfuerzo, la mejor intención, y escuché activamente los primeros tres minutos de música de Edward Artemiu. «Bien, vamos muy bien». Luego contemplé con expectación el primer minuto de hojas sobre el lago con la misma atención con la que miraba el aparcamiento del coche sobre las cagadas de perro en la Roma de Cuarón. Pero respecto a la segunda frase de Richard Eder, aún sigo esperando mi recompensa, o al menos alcanzar la madurez suficiente para disfrutar esa «extraña, lenta, pero absorbente parábola sobre la vida y el amor en forma de un tema de ciencia ficción» (Variety). Casi dos meses he tardado en encontrar las ganas y los huecos entre sueños para rematar el visionado.

Solaris 3

Trataré de ser respetuoso con el autor y con todos los críticos que tanto la aprecian, así que diré con toda la educación y cordialidad que soy capaz de reunir que… redoble de tambores… Solaris me parece un truñaco sobrevalorado, repleta de momentos pseudointelectualoides que bordean el ridículo, con unos efectos especiales inexistentes y una trama interior de sus protagonistas de una simpleza pasmosa, que cuesta entender cómo para la crítica se convierte en una reflexión profunda sobre «la muerte y el renacimiento, el paraíso perdido de la infancia, el poder del arte para definir la identidad, la amenaza de la ciencia como vanidad destructiva» (Richard Brody, The New Yorker).

El argumento de Solaris es sencillo: un psicólogo llamado Kris Kelvin, no un astronauta profesional, ni un ingeniero o un médico, ni siquiera un científico avezado en experimentos termonucleares cósmicos interplanetarios, un psicólogo, decía, es enviado a la estación soviética en el planeta Solaris, un lugar formado por un océano, nubes, gases y poco más.

Solaris 2

Antes de emprender viaje, Kris se pasa el último día en la Tierra con sus padres, un señor mayor con chaleco, bigote y aires de abuelo de Heidi, y una señora cuyo papel parece interpretado por Eusebio Poncela con peluca.

Solaris 3B

En la preciosa casa de sus padres junto a un lago (lago que da, por supuesto, para hermosos planos de dos minutos de las flores y plantas bajo -en, entre, sobre, tras y demás proposiciones- el lago), se encuentra también un antiguo astronauta que visitó la estación espacial hace tiempo y se quedó un poco tocado, un tal Berton, quien afirma que vio a un niño de cuatro metros caminando hacia él.

De verdad que intenté encontrar el simbolismo al niño con problemas de gigantismo que flotaba sobre las aguas, pero mi escepticismo era mayor aún que el de los responsables de la agencia espacial rusa, así que al igual que ellos lo achaqué a un estrés traumático o a un episodio de locura temporal.

Berton se enfada con Kelvin y se marcha a la ciudad en un plano que dura casi cinco minutos de reloj. Cinco putos minutos de mi vida viendo un túnel, una carretera, otro túnel, el careto de Berton montado sobre un Lada supuestamente futurista (¡un Lada!) y llegando a una ciudad nada moderna de noche, con las luces de los edificios encendidas. Supongo que el director quería transmitirnos la idea del caos de la gran ciudad frente a la quietud y la calma de las aguas de Solaris.

Tarkovsky consideraba que la ciencia ficción que se rodaba en Occidente era demasiado superficial y su manera de parecer profundo consistió en rodar planos interminables de la superficie del océano de Solaris, a veces entrelazados con otros de nubes en movimiento. Resulta de una profundidad sublime, cómo no, que eso nos dice la crítica especializada.

Dos minutos en blanco y negro, otros dos en color durante el trayecto del coche. Kelvin en la quietud del bosque y en una elipsis mágica comparable a la de 2001, Una odisea en el espacio, el firmamento y luego un plano corto de Kelvin diciendo “¡perdemos estabilidad!”, momento en el que llegan los maravillosos efectos especiales consistentes en mover la cámara a izquierda y derecha.

Solaris 5

Ninguno de los tres habitantes de la estación recibe a Kelvin cuando este llega a Solaris, el cual llega con la misma pasmosa mirada del que entra en un bar sin gente: “vaya, pues esperaba un fiestón y esto es un muermo…” Al poco tiempo se entera de que uno de los tres astronautas, Gibarian, precisamente el que era su amigo, se había suicidado, y los otros dos, Snaut y Sartorius (no sabemos si de nombre Nicolás), están como un cencerro. Los pasillos de la nave están medio abandonados, repletos de trastos, cables, chispas, basura y luces. Creo sinceramente que pudo servir de inspiración para la MIR de Armageddon, ¡ja, ja, ja, matadme, puristas tarkovskianos!

Solaris 4B

Tras ver el vídeo de Gibarian justo antes de suicidarse, Tarkovsky nos regala un minuto entero de Kelvin durmiendo en su cómoda celda espacial, minuto del que despierta y se encuentra con una mujer con bigotillo (de hecho se lo mesa de modo sensual) a los pies de la cama, vestida de «fiesta cutre de disfraces medievales». La mujer se mete en su cama y descubrimos que es Hary, su mujer fallecida diez años atrás, la misma que aparecía en un retrato en la casa de los padres. Kelvin se asusta, porque evidentemente su mujer murió, así que no se le ocurre otra cosa que meterla en un cohete espacial y lanzarla a tomar viento, helio, o lo que se respirara en esa atmósfera extraña. Kelvin es tan torpe y tan poco astronauta que se chamusca todo enterito con el fuego del cohete. Quizás sea otro símbolo del autor acerca de lo quemado que llegó a estar Kelvin de su mujer. Quizás sea eso, a lo mejor no lo entendí a la primera.

Para su sorpresa, al día siguiente Hary vuelve a aparecer ante sus ojos, porque «la dualidad está presente en cada idea y en cada emoción, sin poder separar lo positivo de lo negativo, formando un todo trágico», según Adrián Massanet, de Espinof. Vale, puesto que esta es una historia de amor introspectiva y hay que buscar en el interior la aventura que no ofrece el exterior, Kelvin hace lo que sus instintos le indican: echar un polvo, revivir su historia con aquella mujer que no era feliz con él y que en su depresión se quitó de en medio. Otra que se suicidó, que visto el número de personajes y de suicidios de la película, cualquiera pensaría que los rusos tienen una solución fácil y rápida para prevenir la superpoblación.

Solaris 7

En otro de los momentos simbólicos del filme cuyo significado mi mente ignorante no captó, vemos una especie de condón gigante hinchado en el suelo, quizás como un aviso a Kelvin para que evite la reproducción con un ser que claramente no es humano. Sí, Hary, su mujer doble o triplemente fallecida, tiene aspecto humano, está como un cencerro y tiene su morbo en alguna escena, pero no es humana por el cariño con el que trata a Kelvin pese a que intentara deshacerse de ella en varias ocasiones.

Solaris 6

La gracia del argumento es que se supone que el planeta es el que genera personajes como el de Hary a partir de nuestros recuerdos, como si se creara una especie de conexión neuronal entre los habitantes de la nave y la superficie del océano. De ahí que desde la nave se lancen ondas cerebrales al planeta con la esperanza de que dejen de crearse esos recuerdos perturbadores (que alguien me explique el enano que guarda Sartorius en su laboratorio).

El despropósito argumental continúa con la fiesta de cumpleaños más tétrica de la historia, en la que nadie sonríe, leen unos párrafos del Quijote y hablan de «los treinta segundos de ingravidez» como si fuera algo emocionante. Tras  la fiesta, como una rutina ya incorporada a su quehacer diario, Hary se suicida de nuevo ingiriendo un tubo de oxígeno líquido. Pero en esa enorme metáfora de la inmortalidad y el cariño infinito, resucita a los pocos minutos. No sé si la cara de Kelvin es de alivio o de hastío, como si dijera: «¿otra vez me vas a montar el numerito, guapa?»

Cuando ya llevas más de dos horas y tus ojos se sujetan con palillos llegan los mejores diálogos de la película para mi gusto, aquellos en los que hablan de la felicidad, de cómo los seres más felices son los que no se preguntan por el sentido de la vida, todo ello en un plano en el que Tarkovsky se recrea en los pelos de la oreja derecha de Snaut. «Conocer el final de nuestra existencia es peor para la felicidad», o algo de tamaña complejidad creo que afirma.

Solaris 8

Kelvin sueña con su madre siendo joven y vestida como la selección de Croacia, y cuando despierta se entera de que por fin se ha deshecho de Hary, que desaparece de la nave, pero tiene el detalle de dejarle una carta de despedida. Su mayor dilema a partir de ese momento consistirá en decidir si vuelve a la Tierra o permanece en Solaris para vivir con el recuerdo de su esposa o con la esperanza de su vuelta. Porque ya hemos visto que esta mujer, terca es un rato.

Volvemos a la casa de los padres junto al lago, pero, oh, grandiosa sorpresa final, cuando Kelvin observa desde la ventana que el padre se moja el chaleco por una gotera inmensa en el centro del salón mientras trata de salvar los libros, que digo yo que podía arreglar ese goterón con un poco de cemento cola o llamando a un escayolista, o al menos podía no ponerse justo debajo del agua (perdón, que me voy del tema), la cámara se aleja, asciende y comprobamos que realmente la casa yace en una isla que no es más que un recuerdo establecido en Solaris, oh, momento poético final, oh, bálsamo consolador del alma atormentada de Kris Kelvin.

FIN

Solaris 9

Parece clara mi opinión, pero qué sabré yo. Solaris alcanza un 8,1 en Imdb, un 7,6 en Filmaffinity y está en el top-10 de películas de ciencia ficción para The Guardian, pero para mí ha sido todo un ejercicio introspectivo de compostura, paciencia y autoflagelación. Treinta años después, en 2002, Steven Soderbergh rodó un remake de Solaris con George Clooney y Natasha MacElhone. No la he visto porque dicen que la buena, buena, rebuena, obrísima maestra, es la de Tarkovsky.

 

 

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Un comentario en “Solaris, por Travis

  1. ¿No está pasando lo mismo con la tarantiniana película esa sobre lo que una vez pasó en Hollywood? Pregunto con miedo porque lo que se lee en las críticas de los críticos de cine (ver Internet) es que es una obra maestra, extraordinaria, descomunal, monumental, prodigiosa, grandiosa, de amor cinéfilo, inagotable, esplenderosa, fantástica, etc., etc. Amiguete Travis: deseando estoy saber tu opinión.
    Abrazo.
    Manuel GP

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