TRAVIS, 17/07/2019
A raíz de la participación de Lester en el maratón de Nueva York hace unos años, nos planteamos hacer un Especial USA en el que cada amiguete trataría su especialidad. Surgieron unos posts interesantes, creo modestamente. En mi caso fue fácil, pues es tal el número de películas ambientadas en Nueva York que incluso tuve que escribir dos partes (el New York real y el imaginado). El reto que ahora se me plantea es hablar del cine ruso, trabajo ímprobo donde los haya, porque a lo largo de mi vida he visto muy pocas películas venidas de Rusia o de la extinta Unión Soviética.
El cine ruso es un gran desconocido para el que esto escribe, y supongo que para muchos de los lectores. Miro en mi perfil de Filmaffinity a ver cuántas soy capaz de recordar y me aparecen solo cuatro películas, una de las cuales ya apareció en mi lista de disaster movies. Me refiero a Soviet, sobre una especie de Rambo soviético que daba más pena que los efectos especiales empleados.
De las otras tres películas, dos fueron dirigidas por Sergei M. Eisenstein, al que muchos consideran el creador del montaje moderno. Las vi hace años, cuando La2 todavía emitía películas mudas en alguno de aquellos fantásticos ciclos de cine, gracias al cual pude ver Intolerancia y El nacimiento de una nación, de D. W. Griffith, La quimera del oro y El chico, de Chaplin, Metrópolis, de Fritz Lang, y las dos del maestro ruso, Octubre y El acorazado Potemkin.
El cine, como el deporte, y sobre todo en determinadas épocas de la historia, ha tenido una carga propagandística importante porque es una de las mejores maneras de transmitir un mensaje a la ciudadanía. Lo utilizaron los americanos, los británicos y los franceses, por supuesto que Hitler y Franco para ensalzar las bondades del régimen y como no podía ser menos, lo emplearon también los rusos para adoctrinar a las masas.
Recuerdo El acorazado Potemkin (1925) como una obra maestra absoluta, sorprendente por el modo de contar la historia, y por la fuerza y expresividad de sus imágenes. Cuenta la historia de los marineros rusos sublevados en 1905, durante la fallida primera revolución rusa contra los zares. El director aprovecha esta historia para hablar de la sublevación de las masas, de la actuación del pueblo unido como un solo hombre enfrentado contra una autoridad cruel e injusta. La escena más famosa es la matanza en la escalinata de Odesa, una sucesión de 150 planos que entremezcla los panorámicos con primeros planos de rostros aterrados, el movimiento acelerado con el pausado, y alarga el tiempo hasta convertir lo que duraría unos segundos en una escena de casi seis minutos de duración.
El hombre sin piernas, el de las muletas, la mujer horrorizada, y por supuesto, el bebé del carrito cayendo por la escalera forman una de las escenas más famosas de la historia del cine. Brian de Palma homenajeó esta escena, carrito de niño incluido, en Los intocables de Eliot Ness, aunque a mí sinceramente no me gustó demasiado, por mucho que la crítica alabara el atrevimiento del director. Me parece que el tiempo de Los intocables está tan estirado y de un modo tan artificial que se ganaron a pulso la parodia genial de Frank Drebin y sus chicos en la tercera entrega de Agárralo como puedas:
La otra película que he visto de Eisenstein es Octubre, finalizada en 1928, un encargo directo del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética para conmemorar los diez años de la revolución. Pese a ser una obra utilizada de modo evidente como propaganda, la versión final sufrió severos cortes por parte del Partido, puesto que Trotski había sido ya purgado por Stalin y se eliminaron todas las referencias a su figura. El montaje inicial de Eisenstein tenía una duración de 150 minutos, pero la versión estrenada se quedó en solo 103. En cualquier caso, es una película muy interesante y al igual que El acorazado, presenta un montaje potente y una serie de imágenes muy poderosas, como el asalto al Palacio de Invierno o el levantamiento del puente sobre el Neva con los cuerpos de los bolcheviques tirados sobre el mismo.
Y poco más sé del cine ruso, pensé que Ojos negros (1987) era una película de dicha nacionalidad, porque estaba basada en una serie de relatos de Chejov y fue dirigida por Nikita Mijalkov, pero resulta que es una producción italiana. Es muy recomendable, una historia con Marcello Mastroianni de amores no correspondidos cuyo final no voy a desvelar, pero que te deja con una sensación de «si es que…», «ay, Marcello,…», prefiero no contarlo.
A principios de los noventa estuve en Rusia y ya que dediqué hace unos meses un post al doblaje, mencionaré que me sorprendió el modo de doblar películas en este país: una sola voz masculina y monocorde doblaba a todos los personajes. Vi cinco minutos de una peli de Woody Allen, creo que era Maridos y mujeres, y el doblador ruso (sin entonación alguna, sonaba como un interrogador del KGB) mataba cualquier atisbo de arte, entendimiento y disfrute de la obra. Era insoportable, así que la apagué. Según tengo entendido, Rusia ha adoptado muchas de las costumbres occidentales y las películas ahora se doblan de la misma manera que en el resto del mundo.
Peter Ustinov, Charles Bronson, Yul Brynner o Kirk Douglas, el inmortal, tienen antecedentes soviéticos en sus familias, de orígenes rusos, bielorrusos o lituanos, pero sus carreras se desarrollaron en Estados Unidos, como las de los actuales Andrei Konchalovski (Tango y Cash, El tren del infierno) o Timur Bekmambetov (Ben-Hur, Se busca), así que no valen como ejemplos de «cine ruso».
Un caso especial es el de Samuel Bronston, sobrino de León Trotski, nacido como Bronshtein, y famoso en nuestro país por los estudios que montó cerca de Las Rozas para las grandes producciones de Hollywood. Lo curioso de la historia fue el modo de convencer al millonario Du Pont y al régimen franquista para que el primero invirtiera y el segundo autorizara la creación de los estudios de rodaje en esta localidad. La empresa Du Pont vio cómo los beneficios generados por la patente del nylon se quedaban inmovilizados en España debido a una normativa aprobada por el Régimen para evitar la fuga de capitales del país, así que Bronston convenció a sus gestores para que invirtieran esos fondos en una serie de producciones de cine, y convenció también a altos cargos del ministerio para obtener los permisos para la creación de los célebres estudios que atraerían capital extranjero.
Gracias a Bronston, Las Rozas se convirtió en Pekín, en la antigua Roma o Jerusalén. 55 días en Pekín, La caída del imperio romano, Rey de Reyes y El Cid entre otras se rodaron en los estudios Bronston antes de su quiebra a principios de los setenta. La relación de Bronston con la localidad madrileña se mantuvo hasta sus últimos días, y de hecho, fue enterrado en el cementerio de Las Matas.
Nuestro país tiene tal variedad de paisajes que permitió la maravilla de ambientar países tan distintos en nuestro territorio. La propia Rusia del Doctor Zhivago (1965) se rodó casi íntegramente en España. La estación de Canfranc se convirtió en la Rusia de los zares, los alrededores de Barajas fueron la estepa siberiana y el pantano de Aldeadávila fue un decorado perfecto para el desenlace de la película de David Lean ambientaba en la revolución rusa.
Los rusos en el cine
Puesto que no puedo hablar mucho más de cine ruso por falta de conocimiento, lo único que me queda por hacer es hablar de los rusos en el cine, de cómo han sido descritos y estereotipados en diversas películas, sobre todo norteamericanas.
El primer topicazo que vemos en películas americanas acerca de los rusos es el de su falta de empatía y sentimientos, como si estuvieran más cercanos a un robot que a un ser humano. La excelente comedia de Lubitsch Ninotchka (1939) nos muestra a la diplomática de la Unión Soviética interpretada por Greta Garbo como una mujer más fría que mil témpanos de hielo, incapaz de mostrar sus sentimientos incluso cuando se está enamorando. Quizás no haya escuchado jamás peores piropos que los que regala a Melvyn Douglas mientras le mira fijamente:
– El blanco de sus ojos es claro. Su córnea es excelente.
Su personaje robótico va cambiando a lo largo de la película, cediendo a las comodidades del capitalismo y desemboca en el famoso «Garbo sonríe» con el que se promocionó la película:
El discípulo de Lubitsch, Billy Wilder, continuó con otro topicazo acerca de los rusos en Uno, dos, tres, la obra maestra ambientada en Berlín: los rusos son simples, nada transparentes, viven solo por y para el Partido,… pero sus convicciones se resquebrajan ante la belleza de una mujer. Todo en esta película me parece genial, pero quizás uno de los mejores momentos sea este, el de la negociación de James Cagney y las caras de los representantes soviéticos ante la «encendida» Danza del Sable de la asistente de Cagney:
Durante las décadas de guerra fría, los rusos eran representados (creo que sin excepción) como personas sometidas al férreo control del Partido, y los que no eran asesinos implacables, espías o agentes del KGB (Cortina rasgada, El premio) terminaban cediendo a las bondades del capitalismo y de Occidente, como la estupenda Barbara Bach, chica Bond en La espía que me amó.
Stanley Kubrick fue todavía un paso más allá en la parodia acerca de los rusos en ¿Teléfono rojo?: Volamos hacia Moscú (1964), una «perfecta traducción» del original Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb (directo al top de Títulos letales).
– ¿Ha visto alguna vez a un comunista beber agua?
A partir de ahí, el general Ripper (Sterling Hayden) desarrolla una hilarante teoría sobre la conspiración soviética para dominar el mundo:
La posible invasión soviética de los Estados Unidos dio pie a otras películas como la comedia ¡Que vienen los rusos! (1966) o Amanecer rojo (1984), una flipada en la que los veinteañeros Charlie Sheen y Patrick Swayze se enfrentaban al ejército ruso sin muchas más armas que el patriotismo y el ardor juvenil.
En la década de los ochenta seguía el enfrentamiento soterrado pero casi nunca culminado entre norteamericanos y rusos. Se creaban situaciones de mucha tensión, con la amenaza nuclear sobre nuestras cabezas, pero al final las cosas volvían a su sitio, como en Juegos de guerra (1983) o El cuarto protocolo (1987). O directamente se planteaba el conflicto en otros campos como el robo de tecnología (Firefox, 1982), los combates aéreos de Top Gun (1986) o mi favorito: el boxeo, ¡Rocky IV! En 1985 Rocky Balboa se enfrentaba en el mismo corazón de Moscú a un ruso desalmado llamado Iván Drago, papel interpretado por el sueco Dolph Lundgren. El discurso de Rocky y los aplausos de Gorbachov resultan tan absurdos como emocionantes, y se me sigue escapando una carcajada cada vez que lo veo.
Los rusos estaban cambiando, su país se desmoronaba y querían pasar al otro bando, o eso nos contaban en La caza del octubre rojo o La casa Rusia, ambas de 1990. El argumento de la guerra fría se agota y cambian los guiones, excepto con el que lleva casi treinta películas haciendo lo mismo, James Bond. En 1995, Pierce Brosnan se dedica a destrozar San Petersburgo subido a un tanque en Goldeneye. Que todavía haya quien diga que este es el mejor Bond que ha habido…
Con el desmembramiento de la Unión Soviética a principios de los noventa, las tramas cambian por completo y ahora todos los rusos que salen en películas americanas son mafiosos, oligarcas podridos de pasta y sin valores. Así a botepronto me salen Misión Imposible, El santo, La Jungla 5, un buen día para morir, John Wick o El mito de Bourne.
Topicazos. Los rusos fríos y las rusas macizas. Ellos violentos y ellas volcánicas. La simpleza del cine. He comentado al principio que recordaba haber visto cuatro películas rusas, pero solo he hablado de tres intencionadamente. Creo que la cuarta se merece un post enterito: Solaris (1972), de Andrei Tarkovski. Me apuesto una botella de vodka a que será el post menos leído de la historia de este blog.
Especial Rusia
San Petersburgo (I): como no preparar un maratón
San Petersburgo (II): el desenlace del maratón y alguna lección de historia
Madridistas por el mundo: San Petersburgo
Noches blancas en San Petersburgo
El cine ruso y los rusos en el cine
Me temo que solo he visto El Acorazado Potemkim (genial la parodia de Agarralo como puedas). De los topicazos no puede faltar Rocky IV, a pesar de lo estereotípico me encanta ese personaje. Y ya para acabar, me da vergüenza admitir que la Solaris que he visto es la versión con George Clooney.
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Pues la Solaris de Tarkovsky no es una peli que recomendaría a todos los públicos. De hecho, si me das a elegir muchos días, por no decir el 99%, elegiría antes el entretenimiento.de Rocky IV que la obra de Tarkovsky. ¡Saludos!
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