ESCENA 1. INT. PATIO – DÍA. PLANO CENITAL
Blanco y negro sesentero. Agua sobre unos azulejos cuadrados en lo que parece un pequeño patio interior. La cantidad de agua aumenta, mezclada en ocasiones con la espuma. Alguien está fregando. El agua fluye con lentitud, en pequeñas oleadas. El cielo se refleja en el agua y vemos un avión atravesar de lado a lado la pequeña abertura superior del patio sobre las casas. No hay música, solo el murmullo del agua al verterse por el desagüe mientras vemos los títulos de crédito. La cámara deja el plano cenital, recupera su posición natural y se aleja con ritmo parsimonioso. Vemos a una mujer recogiendo la manguera. Un perro, unas jaulas con pájaros, el patio, una escalera.
Llevamos cinco minutos de película, no ha pasado nada y estoy fascinado. Enganchado a la pantalla. El blanco y negro resulta sorprendentemente colorido. A continuación, tras el primer cambio de plano, la cámara recorre el salón de la casa grande. Escrupulosamente ordenado en el piso inferior, caótico en el superior. Y vemos a la misma mujer, Cleo, la abnegada trabajadora interna de la casa, recogiendo y ordenándolo todo. Constante, infatigable. Con unos ojos enormes que todo lo ven, una mirada que en el fondo es la nuestra como espectadores.
Acaba de estrenarse la última obra de Alfonso Cuarón, la película que ganó el León de Oro de la Mostra de Venecia y el Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa. El director mexicano vuelve a ponerse tras la cámara después del éxito de Gravity (2013), y lo hace con una historia radicalmente distinta, muy personal, ambientada en el barrio de México D.F. llamado Roma, en el que se crió. La historia se sitúa en 1971, cuando el director tenía 14 años, la edad de uno de los niños protagonistas, porque, según parece, la película es autobiográfica en la mayor parte de su trama.
Roma es la típica película que pone al espectador con ciertas ínfulas cinéfilas ante la tesitura de decidir: ¿realmente me ha gustado o tengo que decir que me ha gustado para no contradecir la opinión imperante de los críticos y de algunos amigos? Para mí la respuesta es clara: sí a la primera cuestión, aunque Lester defenderá al final de este post la segunda postura.
Por momentos me ha fascinado, y en otros me ha tenido absorto ante el discurrir de las imágenes, por muy lentas que fueran las mismas, o aunque en apariencia no estuviera pasando nada.
Como el estreno se ha producido en la plataforma Netflix y no en los cines, la vi cómodamente desde el salón de mi casa. No es lo mismo, pierdes el encanto del cine y la sala oscura, pero por otro lado me permitió hacer como en los viejos tiempos de friki gafapastero: cogí una libreta para apuntar los tiempos de la película, los momentos clave, y tratar de definir esa estructura de guion a la manera de los manuales de Syd Field al respecto.
Precisamente el ritmo y el tipo de historia convierten Roma en una de las películas menos apropiadas para definir esa línea de guion de Field, el «paradigma» como lo denomina, porque no es una historia convencional con los tres actos clásicos de presentación, nudo y desenlace, o lo que Field llama «planteamiento, confrontación y resolución». O sí lo es, aunque con el disimulo de la propia vida. Porque por encima de su argumento, de los personajes y del contexto en el que se sitúa, Roma es un trozo de vida, y como tal, no tiene esa estructura clásica.
Y sin embargo, están pasando muchas cosas. Continuamente. Cada detalle, cada objeto en la pantalla, cada línea de diálogo, y eso que no abundan, cada gesto, cada elemento que vemos conforma ese retazo de vida que el director ha narrado con maestría. La escena del padre de familia metiendo el coche en el estrecho pasillo de la casa dura dos minutos y diez segundos (min. 12-15), pero no puedes dejar de mirar cómo lo hace. Como en la boda de la famiglia Corleone al inicio de El Padrino, cuando se ponen a cantar la Tarantella y aparentemente no pasa nada. Pero pasa todo ante nuestros ojos.
De las críticas que he leído acerca de la película, todas sin excepción hablan de la maravillosa fotografía en blanco y negro, y es cierto, resulta excepcional y de una extraña belleza. En cada plano el director se recrea alargándolo, desplazando la cámara quizás para que el espectador pueda ver todos los detalles que contiene cada escena. Cuarón juega con la cámara, la deja fija en ocasiones como en la preciosa escena del cine (min. 38-39), despliega algunos travellings espectaculares, como el de las dos chicas corriendo por las calles de DF y entre los coches en su día libre (min. 21), o el de la manifestación de estudiantes frente a la policía (min. 93), y por supuesto, el angustioso travelling en la playa, casi al final de la película (min. 122).
Parece que no ha pasado nada y por el cuerpo y la mente de Cleo han pasado mil cosas. Si tuviera que elegir una sola escena tendría serias dudas, porque me encantan la del cine ya comentada, o la del enorme ventanal en la tienda de cunas mientras en la calle se masca la tragedia, o la de los zumbaos entrenando artes marciales frente al profesor Zovek. Hay muchísimas, pero mi escena favorita sería la del hospital, de nuevo con la cámara fija y un primer plano de Cleo postrada en la camilla (min. 104-107), mientras en segundo plano vemos… no quiero desvelarlo por si algún lector no ha visto la peli, pero vemos lo que decidirá o podrá marcar para siempre el futuro de la mujer.
Recomiendo verla. Sinceramente, aunque no a todo el mundo, que sé que este tipo de cine no gusta a todos por igual. Como al amiguete Lester.
La opinión de Lester
Recuerdo cuando alguien definió las películas de Eric Rohmer como «ver crecer la hierba». ¿Es eso lo que quiero cuando voy al cine o cuando me siento cómodamente a ver una película? ¿O prefiero que me sacudan, que me lleven de un sitio a otro sin pausa, con acción, con movimiento, con diálogos salvajes? Impostados, sí, pero duros o divertidos, ingeniosos, de los que no ves en tu vida diaria porque para ver crecer la hierba o a una mujer andando por la calle te basta con levantar tu mirada en cualquier terraza de la ciudad.
Roma pertenece a ese cine de autor que a mí me solivianta la mayoría de las veces, un tipo de cine lento y pagado de sí mismo, onanista, que se recrea en «lo bueno e interesante que soy» del director. La palabra que mejor lo define para mí es pretencioso. ¿Y ese final? O más bien, ese no final ¡después de 130 minutos! Pero es que además es un tipo de cine que si criticas te convierte de modo automático en un sacrílego, o lo que es peor, en un analfabeto, un tipo sin conocimientos para poder opinar con alguien de superior catadura intelectual. Y es contra eso contra lo que me rebelo. Que sí, que puedo ver Roma o Bailar en la oscuridad sin dormirme, pero coincido con la definición que hizo Aki Kaurismaki sobre los tipos de cine:
«Hay tres tipos de cine: el artístico de mierda, el comercial de mierda y el cine, que consiste en contar historias»
Y hombre, Roma no es exactamente del primer grupo, como sí lo es la obra que he mencionado de Lars von Trier, pero yo desde luego soy de los que les gusta ese tercer tipo de películas.
Las polémicas de Roma
Gracias, Lester (analfabeto…). El estreno de Roma ha venido acompañado de algunas polémicas, una por la distribución y otra por el doblaje. Respecto a su casi inexistente distribución, los exhibidores españoles decidieron no estrenar la cinta en salas alegando una «exclusividad teatral» que no existe en ninguna ley, por lo que finalmente se estrenó solamente en cinco salas y para verla tendrás que abonarte a Netflix o esperar un tiempo a que los derechos se vendan a las cadenas tradicionales de televisión.
Esta controversia con los exhibidores se une a la polémica del Festival de Cannes en 2017, cuando sus responsables anunciaron que las películas de Netflix no podrían competir en el concurso oficial a menos que fueran estrenadas previamente en salas comerciales. Esto es un negocio y cada uno trata de defender su parte de la tarta, pero desde el punto de vista artístico es una aberración. El cine es cine, se trata de contar historias, mostrar personajes, guiones e imágenes que nada tienen que ver con el reparto económico de sus derechos. Espero que la actitud de Cannes no se extienda porque al menos las plataformas de pago como Netflix están invirtiendo en producir buen cine y proyectos arriesgados que de otro modo habría sido imposible sacar adelante.
Respecto a la polémica acerca de los subtítulos en «español de España», todo surge porque los mismos no coinciden con las frases literales pronunciadas por los protagonistas en el español de México, para facilitar la comprensión de quien pueda necesitar leerlos. El propio Alfonso Cuarón ha tildado este hecho de «parroquial, ignorante y ofensivo para los propios españoles». A mí parece una chorrada más en este mundo de ofendidos que tenemos, una gilipollez como un piano que sin embargo ha sido atendida por los responsables de Netflix.
Tenemos un idioma muy rico, amplio y variado, con distintas palabras y acepciones en un montón de países, y todo lo que redunde en una mejor comprensión de la trama debería ser bien recibido. Yo la vi con subtítulos porque en alguna ocasión, muy pocas, me costaba entender a los actores, como me pasó en su día con Y tu mamá también o con la argentina Nueve reinas. O a los propios americanos con The wire, que tuvieron que ofrecer subtitulada para poder entender la jerga de los bajos fondos de Baltimore. No pasa nada, o no debería, pero ha pasado. Como ocurre en cada entrega de premios con las cuotas de mujeres, negros, orientales o latinos. En fin.
Iba a terminar diciendo «vayan a ver Roma«, pero lo dejaré en «si tenéis Netflix, ved Roma». Y con subtítulos. Una gran película.
¿Y en qué quedó lo que escribí en esa libreta? Pues en algo muy muy friki, pasado de sucio a menos sucio sería algo así:
Es una obra maestra, digna de estar entre lo mejor de los últimos 25 años. Pero, ¡qué sabré yo que soy un simple espectador!
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Jejeje, pues me fío más de esos «simples espectadores» como tú y como yo que de la mayoría de los críticos, que además en ocasiones parece que se ponen de acuerdo para ensalzar o hundir a algunas obras.
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He tenido la suerte de ver la pelicula ayer gracias a unos amigos ,porque yo no tengo Netflix.
Me ha gustado muchísimo. Desde el primer momento te metes en la historia de la familia .Sobre todo en la de Cleo.Muy bien contada la historia y no parece interpretada. Es como si estuviera pasando de verdad.
Cada escena tiene su importancia .Y la fotografía muy buena también.
Anoche ya ha recibido un premio en España y creo que tendrá muchos más.
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La interpretación es tan natural que parece que no esté actuando. Es imperdonable por mi parte no haber mencionado a la actriz que interpreta a Cleo, Yalitza Aparicio, una indígena de origen mixteco sin experiencia en cine. Te dejo un artículo interesante sobre su historia:
https://www.elmundo.es/loc/celebrities/2018/12/22/5c1bd16efc6c83c04b8b45bc.html
Muy buena película, con grandes momentos, pero también es de esas obras que encumbra la crítica de modo algo exagerado, «la mejor cinta del año, la década, etc,…»
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Estoy de acuerdo: «Roma» es una buena película al 100 %, suma del 40 % de lo que dice Travis y del 60 % que lo que dice Lester. O sea, buena, pero sin tirar cohetes. A buen entendedor…. ya sabéis, y al que no, que se fastidie o se espabile. Digo.
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No sé si interpretar esa suma como el 40% de la parte estética, fotografía, ritmo, aspectos técnicos y un 60% la trama, la historia que cuenta a la manera de Lester. Creo que en ese caso para mí los porcentajes irían a la inversa, porque me gusta más la estética que el guion, al que le recortaría alguna escena y desarrollaría más alguna otra parte, pero como dice KOBO73, ¡qué sabré yo que soy un simple espectador!
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