Meter la tijera (II): el Director’s cut y el Final cut

Primera parte: Meter la tijera (I): la duración.

Lo habitual en Hollywood es que el producto final que se estrenará al gran público no haya sido el ideado por el director, sino por la productora. En el origen de los grandes estudios, el director era un empleado más que entregaba el material en bruto y las salas de montaje hacían el resto: cortaban, seleccionaban, pegaban, añadían el sonido y la música, o una voz en off que explicara lo que se ve en pantalla, ajustaban los minutos a lo deseado por el productor y lo entregaban para su estreno en salas. Fueron muchos los directores que vieron cercenadas sus obras, cuando no cambiadas directamente.

Ese corte definitivo, final cut, que dejaba insatisfechos a sus creadores (al menos ex aequo con los guionistas) es el que provocó que con los años se estrenaran o distribuyeran en vídeo los Director’s cut. Era como si los dueños de los derechos de la película siguieran queriendo ordeñar la vaca y nos dijeran: «a ver, que no es que Blade Runner se te hiciera bola, es que no viste la versión que Ridley Scott tenía en su cabeza». Aunque ha aumentado el número, tradicionalmente solo los directores consagrados tenían firmado en sus contratos el derecho sobre el final cut de la obra: Martin Scorsese, los hermanos Coen, Steven Spielberg, Stanley Kubrick, Woody Allen o el mencionado Ridley Scott.

Una sala de montaje no puede arreglarlo todo en una película. Salvo que sea una película de animación, no puede montar la escena que no se grabó en el plató, ese plano que nunca se rodó. Pero una sala de montaje sí puede mejorar lo rodado por el director, encontrar el ritmo que la historia requiere, o cambiar el orden de las escenas y, con ello, el sentido de la trama. El libro de Michel Chion El cine y sus oficios recuerda la fama de Robert Parrish como «salvador de películas», hasta el punto de convertirse en el montador mejor pagado del cine. La película El político (1949), de Robert Rossen, había tenido unos pases previos al estreno masivo con muy malas críticas, así que la solución que Parrish encontró conjuntamente con el director fue cortar sistemáticamente los principios y finales de cada escena. Las transiciones, los diálogos, que hubiera fallos de raccord, todo eso les dio igual y lograron una película en la que el público se veía arrastrado, «como precipitado de una escena a otra sin recobrar el aliento».

Los pases previos a un público seleccionado para que opinen sobre el montaje casi definitivo me han parecido siempre muy peligrosos. Es poner en manos de ciudadanos que supuestamente representan al americano medio la responsabilidad de decidir en un par de horas sobre lo que un grupo enorme de profesionales con todo su conocimiento (productores, guionistas, director, montador…) han creado tras meses de trabajo. Y todos sabemos que no se puede «democratizar» ciertas cosas, que no se puede dar el poder a las mayorías, como en las juntas de vecinos.

Sin embargo, uno de los inicios más recordados de la historia del cine se debe a uno de estos pases previos, Sunset Boulevard, aquí titulada El crepúsculo de los dioses. Billy Wilder contaba en el libro de Conversaciones con Cameron Crowe que el inicio rodado era totalmente distinto. Recordad que toda la película era un inmenso flashback contado por el propio William Holden recién asesinado. En el inicio pensado por Wilder, arranca en una morgue en la que varios cadáveres cubiertos con sábanas hablaban entre ellos. Uno de ellos es un anciano al que un infarto pilló desprevenido, otro es un niño que se ahogó en el río y el tercero es el personaje interpretado por William Holden, que comienza a narrar su historia, la de ese guionista de segunda que se introduce en Hollywood por la vía de Norma Desmond. Billy Wilder comprobó en el primer preestreno que el público se reía con la escena de la morgue. «¿Ha visto una mierda semejante en su vida?», comenta que le dijo una señora del público que no lo conocía. Abochornado, se fue a otro preestreno y sucedió algo parecido. Sabía que tenía que cambiar ese principio: «no rodé ninguna otra cosa a cambio. Simplemente, lo corté». Y con ello tuvimos uno de los arranques más desasosegantes de la historia del cine, directamente con esa imagen de Joe Gillis flotando en la piscina visto desde el fondo de la misma.

Algo parecido contaba Woody Allen en el documental/entrevista recientemente estrenado, Un día en Nueva York con Woody Allen, de David Trueba. En realidad vino a contar con total sencillez cómo fue aprendiendo a hacer películas, a filmar. Primero escribió un guion, What’s new, Pussycat?, y como lo rodado por Clive Donner le horrorizó, decidió ser él mismo quien dirigiera sus historias. Como tampoco quería estar pendiente de los compromisos de los actores, se puso él mismo a actuar, porque sabía lo que quería hacer. Pero llega su primera obra, Toma el dinero y corre, en 1969, y con un primer montaje en bruto, sin música, lo presentó en Nueva York ante una organización de soldados retirados. No se rieron ni una sola vez, les pareció espantosa. Así que Woody Allen comenzó a recortar los chistes, a suprimir escenas, hasta que el estudio le aconsejó que se dejara ayudar por un montador profesional, Ralph Rosenblum. Fue Rosenblum quien le aconsejó que mantuviera ese material, cambió algunas cosas, «un veinte por ciento de la película», afirma Allen. La clave fue añadirle música y, como por arte de magia, apareció la comedia, la gracia de todas esas situaciones previamente escritas y rodadas. Rosenblum realizó la edición de sus primeras seis películas, hasta que Woody Allen aprendió por sí mismo lo que sus historias necesitaban (y desde siempre tiene música en la sala de montaje, como confesó). Y lo mismo dice que le ocurrió con Gordon Willis y la dirección de fotografía.

Cada director tiene su estilo y el montaje puede mostrarlo en toda su magnitud o, incluso, mejorar lo rodado. En la primera parte de estos dos post sobre el montaje y la necesidad de meter tijera, mencioné a varios directores y su afición a los largos metrajes, más que a los largometrajes. James Cameron siempre ha sido un megalómano, un tipo excesivo que hace películas muy entretenidas. En Abyss (1989) había rodado mucho más material del que luego se estrenó en las salas, y eso que la versión que vi por primera vez duraba 146 minutos. La versión extendida llegaba a las tres horas y aclaraba ese final que se cortaba de manera súbita y sin explicaciones, pero resultaba algo tediosa, aburrida por momentos. Ahora es un director más que consagrado con el control total sobre su obra (Director’s cut igual a Final cut), pero en sus inicios debe al trabajo de edición una de sus películas más redondas: Aliens, el regreso (1986). La segunda de la saga iniciada por Ridley Scott duró 150 minutos, pero en la versión extendida que Cameron pretendía estrenar, los aliens tardan una media hora más en aparecer, porque el director se empeñó en hablar de la vida en la colonia y la llegada de la nave al planeta. Sinceramente creo que la versión definitiva es mejor. Es magnífica, espectacular, y el desconocimiento de esa media hora y de lo sucedido a los colonos mejora el ambiente de misterio que sucede tras la llegada de Ripley y el comando de marines.

Hay directores que con lo rodado te montan un videoclip preciosista, como Zach Snyder y sus superhéroes (Watchmen), y otros, como Martin Scorsese, que añaden una voz en off para narrar la enorme sucesión de planos que pone en pantalla. Te apabulla, te lleva de un lado a otro con velocidad, pero sabe «frenar» el ritmo, calmar la trama cuando lo necesita. Infiltrados era su película con los planos más veloces, 2,7 segundos de media, según un estudio realizado. Uno de los nuestros y Gangs of New York se quedaban por debajo de los 7 segundos de media por plano, y Taxi driver se iba a los 7,3.

Las películas de Christopher Nolan no se entenderían sin esos montajes que mezclan varias líneas temporales, que juegan con lo real y lo imaginado, o con el presente y el pasado casi de manera simultánea (Interstellar, Tenet, Oppenheimer, Origen…). Por lo visto, existe una versión de Memento montada en orden cronológico y no la he visto nunca, no me interesa. Supone romper con el misterio de la averiguación de la trama para el espectador. A todo ello, Nolan añade mucho aparato musical para enfatizar las imágenes, a veces de manera exagerada, como en Oppenheimer, para mi gusto. Juega con meter escenas en blanco y negro de manera parecida a lo que hizo Oliver Stone en JFK, otro prodigio de montaje en todos los sentidos, también en el de manipulación del espectador. El blanco y negro representa el pasado en estas dos obras, pero más bien se emplea para escenificar las suposiciones de alguno de los personajes, lo que en un momento dado dijo, pero pudo no ocurrir en la realidad.

El montaje es clave para el acabado formal de una película, pero puede convertirse en algo obsesivo si el director ha rodado mucho material, como ocurría con Stanley Kubrick, por ejemplo. Otros directores son muy precisos a la hora de rodar, como Clint Eastwood y Steven Spielberg, y suelen rodar el material justo que precisan, no sé si por la claridad de sus ideas o por evitar un Final cut diferente al Director’s cut que tienen en mente. Billy Wilder contaba que «normalmente, la toma que uno escoge es la buena», y habla de la broma que le gastaron a George Cukor, un director bastante exagerado con las repeticiones en el rodaje. En lugar de positivarle ocho tomas distintas de un rodaje, le llevaron a la sala de montaje la misma toma ocho veces, y el director, tras verla hasta la extenuación, dijo: «Creo que la mejor es la número tres». El montador bromista le responde: «A mí me gusta más la siete». Discutieron y volvieron a verlas vaaaarias veces más hasta que el aburrimiento los llevó a confesar que le habían pasado la misma imagen repetida.

Una misma imagen puede servir para una cosa o la contraria en función de a qué lo enfrentes, con qué planos la intercambies. Es el famoso «efecto Kuleshov» (en homenaje a su artífice, el cineasta ruso Lev Kuleshov), un curioso fenómeno que explicó con su sorna habitual el maestro Alfred Hitchcock.

En una sala de montaje se pueden tomar muchas decisiones fundamentales como esta manipulación a la que se refiere Hitch y, con ello, alterar la propia percepción de lo representado por los actores. O te puedes cargar directamente a un personaje, como ocurrió con Mickey Rourke en La delgada línea roja (Terrence Malick) o recortarlo hasta que pierda casi todo su sentido, como el de Sean Penn en El árbol de la vida, del mismo director. ¿Realmente había sentido en esa película? Tim Roth no llegó a aparecer en la película de Quentin Tarantino Érase una vez en… Hollywood, y yo me habría cargado todo lo relativo a Bruce Dern porque no aportaba nada al avance del guion. Son las cosas de Tarantino, que quiere meter tantas cosas y a tantos colegas que el ritmo se resiente por momentos (muy pocas veces en toda su filmografía). La versión que tenía prevista se extendía hasta las cuatro horas de duración en lugar de los 165 minutos que se estrenaron. Su manera de montar las imágenes y jugar con el desorden del tiempo, como en Reservoir dogs, Kill Bill o Pulp Fiction, también forma parte de su sella de identidad.

Otras veces es la productora la que necesita cambiar lo ya rodado, como sucedió con Kevin Spacey en Todo el dinero del mundo (Ridley Scott), cuando comenzaron sus líos judiciales en Estados Unidos. La productora decidió volver a rodar todas las escenas en las que aparecía Spacey por razones comerciales o para evitar críticas y lo sustituyó por Christopher Plummer. No tengo ninguna duda, aunque no la haya visto, de que es otra película, por mucho que se haya rehecho plano a plano.

Y tengo que dejar para el final una de las mejores decisiones que he visto que se tomaron tras el montaje inicial de una película: Rogue One. La escena final en la que aparece Darth Vader y enlaza el robo de los planos de la Estrella de la Muerte con el inicio del Episodio IV, (La guerra de las galaxias para mi generación, o Una nueva esperanza, como se la denominó después) es un añadido que se rodó unas semanas después de la versión oficial. Y fue una puñetera maravilla cuando lo vimos en el cine, fue cuando todo encajó como un guante. Porque a fin de cuentas, eso es el montaje, el pegamento que une todo el material y le da sentido.

Elogio y crítica furibunda de Tenet (II)

TRAVIS, 07/10/2020

Enlace a: (I) ELOGIO: puro entretenimiento

(II) CRÍTICA FURIBUNDA: fuegos de artificio

Con spoilers, estáis advertidos. Habrá quien le extrañe que después de haber alabado la película en la primera parte, me descuelgue ahora con una crítica desaforada. Creo que no es incompatible, pero aun así voy a ver si soy capaz de explicarme: claro que disfruté la película, estuve dos horas y media muy entretenido y sin pestañear, pero me gusta analizar estas películas, “racionalizarlas”, si se me permite el término, tratar de entenderlas y de encontrar la coherencia. Sí, ya sé que soy un fan de Star Wars, Watchmen, Armageddon y cosas por el estilo, pero incluso esas películas tienen sus reglas. Si un Jedi tiene determinados poderes, podrá utilizarlos siempre y será lícito, lo que no me vale es que en el Episodio IX la Fuerza sirva para curar heridas cuando en ninguna de las anteriores hemos visto ese poder, ni siquiera para que Luke salve a su padre. Si el Batman de Michael Keaton se pasa el metraje saltando de edificio en edificio con sus gadgets, no puede ser que al final suba a la torre por las escaleras. Ese es el concepto.

Y en segundo lugar, también me molesta que no haya una explicación lógica al finalizar el metraje. Diez años después de Origen había numerosos foros en Internet o en medios especializados debatiendo (o discutiendo acaloradamente, como siempre en estos foros) sobre el significado de la última escena de la película de Nolan. Si la peonza sigue rodando, ¿está Di Caprio en un sueño? Entonces nos volaría la cabeza a los que creíamos haber entendido lo ocurrido. En esas llegó el propio Christopher Nolan a dar su interpretación: no vemos si la peonza se para o no, lo que vemos es que Di Caprio no espera a ver qué ocurre. Eso significa que ha decidido vivir esa realidad, que sea un sueño o no, no es relevante. «A él no le importaba nada más, y es supone una declaración: Tal vez, todos los niveles de la realidad son válidos». ¡Vamos a ver, eso es una trampa tan enorme como el camión de la escena de Tallin! Es su manera de quedar bien con los que han defendido diferentes teorías.

Hago ese inciso para recalcar que tengo una sensación parecida con Tenet, que en cualquier momento va a llegar el director para “explicarnos” a su manera que puedes montarte la película que quieras. A mí me parece absurdo pensar que el final de Sator es la primera escena en el tiempo concebido de manera lineal, o que la paradoja del Abuelo es irrelevante o no es tal paradoja porque podemos hacer lo que queramos con el tiempo, hasta el punto de que coincidan temporalmente personajes en distintas “entropías”. O que el protagonista sea contratado por él mismo en el futuro para llevar a cabo la misión en el pasado, o que la Debicki se ventile a Branagh por las perrerías que todavía no le ha hecho. En resumidas cuentas, el mayor reparo que le pongo a la película es que al final, con tanta ida y venida en el tiempo, resulta que Nolan parece creer en el determinismo, en que da igual que viajes hacia atrás en el tiempo, que lo modifiques o no, porque no vas a alterar el presente y mucho menos el futuro.

Traigo aquí una genial escena de The Big Bang Theory en la que Sheldon y compañía discuten sobre cómo esa alteración del pasado forzosamente tiene que modificar el tiempo que sucederá después. Al menos en nuestra concepción en la que no existen (o no concebimos) mundos paralelos ni realidades alternativas. Es imposible que permanezca inalterado, salvo que exista una especie de Ministerio del Tiempo dedicado justamente a eso (y no creo que Nolan estuviera pensando en esta institución).

Como dije en la primera parte, he tratado de ordenar cronológicamente los grandes sucesos de Tenet y me sale un churro sin mucho sentido, pero, sobre todo, sin coherencia. Claro que hay paradojas temporales en Regreso al futuro, Déjà vu, Terminator, incluso en Jacuzzi al pasado, pero estas películas son más respetuosas con sus propias reglas que Tenet, salvo, quizás, la segunda y tercera de Regreso al futuro, en las que todo vale. Con la de Nolan, además, tengo dudas sobre si en todo momento los personajes que van hacia atrás en el tiempo llevan la mascarilla (cuento con que cuando se desplazan en el barco o la ambulancia van en compartimentos convenientemente equipados). Que ese es otro recurso que no entiendo muy bien, dentro de lo desafiante que puede ser todo para las leyes de la física: la gravedad funciona en sentido contrario, la inercia, el tiempo, los personajes hablan al revés (o no), pero lo del oxígeno… WTF?, ¿qué respiran entonces? ¿Los personajes absorben dióxido de carbono y expulsan oxígeno, o cómo funciona esto? Está claro que Nolan ha parido un invento absurdo de guion para distinguir a los personajes que van en un sentido de los que funcionan en otra “entropía”. Menos mal que me sumerjo en las tramas de las películas, porque si me paro a pensar en la máquina de cambiar entropías de los objetos y en la pinza temporal urdida para la batalla final,… ¡madre mía!

Otro problema que se le suele reprochar al director es que sus personajes abusan de las explicaciones sobre lo que está ocurriendo. Un personaje le cuenta a otro lo que ocurre para que nos enteremos nosotros, los espectadores, lo cual es necesario en ocasiones como esta o como Origen para poder seguir la acción, pero eso mismo desvela hasta qué punto resulta inverosímil. Con todo, a mí eso no me molesta tanto como la poca profundidad de sus personajes, tan poca que el propio personaje de John David Washington no tiene pasado, ni presente y ni siquiera nombre. En los títulos de crédito aparece como “el Protagonista”, sin más. La misma carencia podría achacarse al matrimonio Branagh-Debicki, mientras que en el caso de Robert Pattinson resulta válido puesto que el suyo es un personaje sin pasado, o con un pasado en el futuro.

Tras la absorbente escena inicial de la Ópera de Kiev (magnífica, como ya destaqué en la primera parte), la película comienza a moverse de un lado a otro sin orden ni control aparente: Londres, Mumbai, Oslo, Tallin, la costa de Nápoles, Vietnam. Todo ello con escenas muy sugerentes, rodadas sin limitaciones presupuestarias, pero al final lo que subyace es una falsificación de un cuadro de Goya. Un MacGuffin o una chorrada como un piano para mantener la tensión alrededor de la figura de la mujer de Sator. Que los protagonistas se tomen las molestias que se toman (estrellando incluso un Jumbo) para no robar la falsificación es una más de las piedras que Nolan se va dejando en el camino, un guijarro incómodo para proseguir con su historia. La película no utiliza CGI ni efectos digitales, técnicas que Nolan rechaza siempre que puede, así que para la escena del Jumbo utilizaron uno real adquirido en un desguace de California. Sin embargo, al final quedó mucho más soso de lo que parecía que iba a ser (que no se me ofenda nadie si digo que prefiero la escena del avión atravesando la cristalera en Aterriza como puedas).

Aprovecho la historia de la falsificación realizada por un tal Tomás Arepo para hacer una mención al cuadrado Sator, una estructura de cinco palabras de cinco letras que puede leerse en varias direcciones y de arriba abajo. Nolan utiliza todas ellas en momentos puntuales de la película, quizás para incidir en la idea de las distintas ópticas desde las que ver o interpretar su argumento.

El cuadrado Sator es una figura encontrada en varios hallazgos arqueológicos en ruinas romanas y aunque no hay unanimidad sobre su significado, me quedo con la que dice que podría ser la frase del latín “Sat Orare Poten Et Opera Rotas”. “Suficiente poder para orar y trabajar a diario”. ¿Qué aporta a Tenet? Pues no gran cosa, supongo, pero no deja de ser un juego más que Nolan pone a disposición del espectador porque aporta esa visión bidireccional o “pluridireccional” del tiempo y de los actos de los personajes.

Las escenas de acción son cojonudas, de acuerdo, nada que objetar, salvo que intentas disfrutarlas y no entender en que entropía actúa cada coche o personaje que aparece. El asalto al furgón de Tallin tiene una tensión muy medida y controlada, si bien, hay que ser un memo integral para conducir ese furgón y no mosquearte no ya con el primer camión que se te cruza, sino con el segundo y hasta con el tercero que te rodea. ¡Y nada, los tíos tan felices! Solo reaccionan cuando les golpean por detrás, en fin… un poco torpes como todos los malos en cualquier película de casi cualquier género.

Con todo lo dicho, cabría preguntarse de nuevo: ¿me ha gustado la película? Sí, claro que sí, aunque hubo un momento dado en el que seguí el consejo de la científica que nos explica el funcionamiento de la bala: «no trates de entenderlo». Así lo hice sobre todo en la escena final, el asalto simultáneo a la mina de Stalk-12, en la que confluyen comandos que operan en varios tiempos y entropías diferentes, un puto caos totalmente disfrutable, como esos edificios que se reconstruyen tras un disparo de bazoka o los muertos que se recuperan y resultan claves por las acciones que realizan antes de lo que acabamos de ver aunque cronológicamente ocurra después. ¿Verdad que esto no hay quien lo entienda si no ha visto la película? Bienvenido a Tenet. O bien: Tenet a odinevneiB.

Elogio y crítica furibunda de Tenet (I)

TRAVIS, 04/10/20 TENET 02/01/40 SIVART

150 minutos de entretenimiento, 205 millones de euros de presupuesto, localizaciones en Mumbai, Oslo, Londres, la costa amalfitana, Tallin, el parque eólico de Nysted en Dinamarca, la ópera de Kiev (aunque realmente fuera un antiguo teatro de Tallin),… Un gran espectáculo con una historia interesante detrás. Seguro que para algunos la premisa de partida resulta absurda, pero yo suelo dejar la incredulidad fuera de la sala de cine y entrar a disfrutar, a participar del juego que se me ofrece. Como no quiero fastidiar su disfrute a los posibles lectores, voy a dividir este post en dos partes, la primera con el elogio y sin revelar nada importante de la trama, ¡sin spoilers!, y la segunda, en la que no me quedará más remedio que criticar lo que menos me ha gustado y ahí ya sí, entrar a saco en el argumento.

(I) ELOGIO: puro entretenimiento

En este año tan desastroso en el que los cines han permanecido cerrados la mayor parte del tiempo, o en el que acudir a una sala parece una actividad de alto riesgo, es de agradecer y de destacar que Christopher Nolan ha logrado atraer a un enorme número de espectadores a los cines de todo el mundo. Y lo ha hecho como siempre a lo largo de su filmografía, con una película compleja, exigente para el espectador, tejiendo una de esas tramas retorcidas en las que el tiempo es protagonista. Por cierto, ya que hablamos de tiempo: dos horas y media de puro espectáculo visual que se pasan volando. Tuve que mirar el reloj para comprobar que no había vivido una paradoja temporal y que no me encontraba en el inicio. Quizás esa sea una de las mayores virtudes de Tenet, que no se hace pesada a pesar de la duración, ni te quedas con la sensación de que le sobra metraje, como ocurría en Interstellar o en la última de Batman, El caballero oscuro: la leyenda renace.

La película tiene un estilo de espías y malos malísimos a lo James Bond: localizaciones espectaculares, acción, trajes caros y elegantes, bromas sobre las bebidas que toman los protagonistas, yates de lujo, motivaciones absurdas y diálogos afilados y con cierto punto de sarcasmo. Hasta ahí todo bien, un buen entretenimiento, pero lo que en los filmes de Bond es una trama reiterativa que dura ya más de seis décadas, cambiando únicamente los paisajes, los villanos y los pibones, en el caso de Tenet se presenta un guion complicado que en un momento dado te obliga a replantearte lo que ya has visto hasta ese minuto de película. Y que va más allá, pues todavía, aun hoy, una semana después, sigo tratando de recomponer el complejo puzle que el guion nos ofrece. Por eso es de agradecer una película como Tenet, cuando en plena era de los blockbusters insustanciales te encuentras con un buen espectáculo, pero no por ello convencional, ni de los que sueltas según sales: «para pasar un rato y olvidar».

He tratado de escribir la línea temporal del guion, como hago a veces en estas películas «desordenadas» (Memento, pero también Pulp Fiction), pero creo que lo conseguiré tras verla por segunda vez, como he escuchado en algún podcast. En esta primera vez me ha quedado alguna duda de si el guionista me ha colado alguna trampa o no. En esta ocasión, el guion lo firma en solitario el propio Christopher Nolan, sin la colaboración de su hermano Jonathan (Memento, The Prestige, El caballero oscuro, Interstellar) y no sé si es por este motivo que algunas escenas tienden a «sobreexplicar» lo que estamos viendo.

La escena de acción con la que comienza la película en la ópera de Kiev es de las más potentes que recuerdo en los últimos años, aunque te pierdas por momentos en lo que está ocurriendo. Desde el primer minuto me llamó la atención la banda sonora: estruendosa, impactante, de esas como en Matrix o El club de la lucha que son perfectas para las imágenes que estás viendo, pero las aguantarías con cierta dificultad si las escuchas fuera de la sala. Su autor es el sueco Ludwig Göransson, al que no conocía porque no soy muy fan de sus principales trabajos (Venom, Creed, Black Panther).

Respecto a la elección de los actores, no suele ser el fuerte de Christopher Nolan, al que se le reprocha la frialdad de sus personajes y cierta misoginia. Bueno, como persona de éxito que es tendrá que estar acostumbrado a escuchar todo tipo de chorradas. No es la frialdad de Soderbergh, por ejemplo, pero sus personajes tampoco están escritos por Tarantino. Reconozco que no conocía al protagonista, John David Washington, y que como héroe que reparte palos a diestro y siniestro, corre y dispara, da la talla a la perfección. Con el traje de etiqueta tiene unos andares más bien de alguien que fue rapero en un tiempo no demasiado lejano. Tiene presencia, eso es innegable, es herencia de su padre, el mismísimo Denzel Washington. Tenía mis dudas con Robert Pattinson porque para mí estaba marcado por esa cosa llamada Crepúsculo de la que nunca he aguantado más de diez minutos seguidos, pero aquí compone un héroe con carisma, un estupendo compañero de batallas para el protagonista.

No puede faltar Michael Caine, como en toda peli de Nolan que se precie, aunque en un papel residual en el que, como confesó el propio actor británico: «no entendí nada del guion». En cuanto al reparto femenino, para los que tachan al director de misógino, aparecen dos mujeres con un peso bastante relevante para la trama: Elizabeth Debicki y la india Dimple Kapadia. La primera es más larga que un día sin pan, y con los tacones que gasta está cerca de los dos metros de estatura. No es especialmente atractiva, no sería para mí una «chica Bond», pero sale airosa de un papel complejo. La segunda interpreta a uno de los personajes fundamentales que mueven toda la trama. Lo de la misoginia de Nolan surgió hace años porque en varias de sus obras anteriores mueren las mujeres del protagonista (Memento, Batman, Origen) o bien traicionan a «los buenos». No voy a desvelar nada, pero eso que le reprochan también lo hacen los hombres de sus obras anteriores, sin entrar en discusiones absurdas sobre quién ha hecho qué, que luego acabamos como ya he denunciado otras veces: con asesinos que no pueden ser negros, ni latinos, ni mujeres, ni homosexuales, ni coreanos, ni senegaleses.

En cuanto al villano, me ocurre como con tantos villanos de James Bond, que nunca he sido capaz de entender sus motivaciones, porque robar bancos, gestionar un cártel de la droga o vender armas para pegarse la vida padre en un yate de cincuenta metros rodeado de mujeres espectaculares lo entiende cualquiera, pero «dominar el mundo» o «destruirlo» me parece estúpido. Kenneth Branagh compone un hijo de puta orgulloso de demostrar lo hijo de puta que es. Desalmado, sin escrúpulos, siempre cabreado. No es un problema de interpretación, sino de escritura del personaje.

El tiempo en el centro de la trama, como casi siempre en Nolan. El director ha cumplido 50 años este verano, pero parece que hace tiempo que entró en esas crisis de edad en las que vemos cómo el tiempo vuela y se nos escapa entre los dedos, lo cual libera nuestra rabia, una rebeldía contra esa brevedad o contra la fugacidad de la vida. Gandalf nos dejó en El señor de los anillos una frase que viene muy al caso para este asunto:

«No podemos escoger el tiempo que nos ha tocado vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que nos han dado»

Dejo para la segunda parte las críticas y el «destripamiento» de la trama. Mientras tanto, como aperitivo, os dejo la interpretación del Amiguete Barney sobre las motivaciones que hay detrás de Tenet. Evidentemente no se le puede tomar en serio.

Tenet, una película sobre el antimadridismo

A (bored) man on the moon, by Travis

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Una película sobre la conquista del espacio puede ser buena, mala, realista o inverosímil, pero lo que no puede ser nunca es aburrida. Cualquier posibilidad, trama o historia que se plantee o sitúe en ese espacio más allá de la atmósfera terrestre tiene que ser forzosamente entretenida, angustiosa y repleta de dificultades, y por esa razón suelo ver todas aquellas películas que se desarrollan en ese ámbito, ya sean de ciencia ficción o basadas en hechos reales. Sigue leyendo

Batman, Superman y otros tipos en mallas, por Travis

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Lo prometo, no haré spoilers, de hecho, apenas voy a hablar del reciente estreno de la película que enfrenta a los héroes más conocidos de DC Comics, Superman y Batman. Vaya por delante que no soy un gran aficionado al cine de superhéroes, y no creo que sea por la falta de verosimilitud o credibilidad de estas historias de tíos con mallas, porque en cambio sí soy seguidor de otros géneros repletos de inverosimilitud, como el fantástico, la ciencia ficción o los westerns.

Sin embargo, corrí como pocas veces para acudir al estreno de Batman v Superman: El amanecer de la Justicia. Quizás por la mala pinta que tenía Sigue leyendo

Truños interestelares, por Travis

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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua no recoge sorprendentemente en su última edición el término “truño”, de gran aceptación y uso habitual. ¿Qué es un truño? “Una mierda como un puño”, dice el acervo popular. Es un término que se usa más en sentido metafórico (“¡vaya truño de partido!”) que real (“he soltado un truño que… que menudo peso me he quitado de encima”). Si hablamos de cine, por ejemplo, un truño, una mierda como un puño, es toda la saga Transformers,

El fin de semana pasado estuve viendo la película de Christopher Nolan Interstellar, Sigue leyendo