Los partidos que ya no veré

BARNEY, 27/02/2021

El deporte tiene la virtud de conceder casi siempre una segunda oportunidad, una revancha. Te quedas a las puertas de conseguir algo grande, como un título o derrotar a tu rival más duro, pero sabes que volverás con todas tus fuerzas para lograrlo a la siguiente oportunidad. Precisamente esas derrotas suelen influir en el carácter de un futuro campeón, lo forjan para que mejore y pula sus defectos. Como espectador es una suerte saber que podrás volver a ver ese partido que te ha maravillado, que volverá a haber un Nadal-Federer, o revancha de un Madrid-Barça, un duelo Coe-Ovett, o Carl Lewis-Mike Powell, o que los Lakers de Magic volverían a jugar la final contra los Celtics de Bird. Aquella mítica final de Wimbledon entre Bjorn Borg y John McEnroe se repitió un año después en el mismo escenario y en aquella ocasión la suerte fue esquiva con el sueco y la progresión del norteamericano le llevó al título. La espectacular final España-Estados Unidos de los Juegos de Pekín 2008 se repitió cuatro años después en Londres 2012 con un resultado similar: espectacular.

Por el contrario, hay partidos que me apetecía mucho ver, ocasiones únicas que esperaba expectante, y que por desgracia nunca se celebrarán porque, por la razón que sea, alguno de los dos contendientes se ha quedado en el camino. Me vino la idea viendo el documental La plata de Los Ángeles 84, en el que recuerdan aquel tercer partido de la final de la liga ACB entre el Real Madrid y el Barça, el que nunca se jugó. La ACB se disputaba con el formato de play-off por primera vez en su historia y la final se jugaba al mejor de tres partidos. El Madrid arrasó en el Palau (65-80), pero en un partido muy tenso perdió en la antigua Ciudad Deportiva (79-81). Fue un partido muy bronco, trabado, como lo querían los visitantes, puesto que en aquel momento el Madrid tenía mejor equipo (creo, es mi opinión personal) y la fluidez en el juego nos beneficiaba. Los últimos minutos, tras la expulsión de Iturriaga, Fernando Martín y Mike Davis, fueron tremendos, de una dureza inaudita para jugadores como Corbalán, Epi, Robinson o Chicho Sibilio. El único al que no le temblaba la mano era Juan de la Cruz, que metió los tiros libres decisivos para la victoria de los suyos. El tercer partido, de nuevo en la Ciudad Deportiva, prometía ser épico y muy tenso, con el título en juego, pero no se disputó por la disconformidad del Barcelona con las sanciones a Mike Davis y Martín, y sobre todo con el hecho de que el iniciador de la tangana, Iturriaga, quedara impune, apto para jugar. Quizás comenzara en ese año el afán del Barça por controlar los Comités de Competición, imprescindibles para dejar impunes algunas de sus hazañas de estas últimas décadas.

De eso va este post de hoy, del qué pena, del «me quedo con las ganas», de los partidos que habría gozado como espectador, pero ya no veré. Una lástima.

  1. Brasil-Alemania en el Mundial 82.

La selección brasileña que vino a España en el Mundial de 1982 es una de las mejores que yo he visto nunca, y desde luego la mejor si hablamos de jogo bonito. Zico, Sócrates, Falcao, Eder, Toninho Cerezo y un lateral izquierdo como Junior, de la estirpe de grandes laterales izquierdos que han salido de Brasil (Branco, Roberto Carlos, Marcelo). Como todo equipo brasileño que se precie, el superequipazo fallaba en dos puestos clave: el portero, Waldir Peres y el delantero centro, un tronco llamado Serginho. Aquella selección de Brasil maravilló a todos los que la vimos jugar en los tres partidos de Sevilla en la fase previa. Animación carioca en las gradas y sobre el césped. Daba igual que el equipo empezara perdiendo porque confiabas en que su enorme calidad revirtiera la situación, como ocurrió con la Unión Soviética (2-1, golazos de Eder y Sócrates) y Escocia (4-1). En la siguiente fase ganaron sin complicaciones a la Argentina de Maradona (3-1).

Por el otro lado del cuadro del torneo había dos selecciones que nos depararon quizás el mejor partido del torneo: la semifinal entre Alemania y Francia. En la selección gala se habían juntado varios artistas repletos de talento como Platini, Giresse, Tigana, Genghini o Bossis. Los alemanes habían tenido un inicio de Mundial complicado, con derrota 1-2 frente a Argelia (en la que jugó Djamel Zidane, que no es el tío de Zidane, señores de Marca, documéntense como no suelen hacerlo), pero, como siempre ocurre con los alemanes, son más peligrosos a medida que avanzan en un campeonato. Se vuelven más sólidos, más compactos y fiables. Contaban también con un equipazo, con Rummenigge, Littbarski, Allofs, Kaltz y «nuestros» Breitner y Stielike. En la prórroga de las semis, los franceses se adelantaron por 3-1 (el partido de la «cafrada» de Schumacher sobre Battiston), pero los alemanes siguieron con su ritmo machacón hasta lograr el empate. Eran una apisonadora, como lo han sido casi siempre.

Yo estaba convencido de que la final del torneo sería un Brasil-Alemania, aunque tampoco le habría hecho ascos a un Brasil-Francia. Los artistas brasileiros frente a la solidez germana. Pero los errores de Brasil ante la cicatera Italia de Paolo Rossi (3-2 en Sarriá) les costaron la eliminación y privaron a aquella selección de un título que, por belleza en el juego, habrían merecido. Y es que el fútbol consiste en que no te metan más goles que los que tú haces, aunque esa filosofía nos haya llevado a partidos planos de control de la posesión y rigor defensivo extremo. Aquella selección brasileña jugaba sin mirar atrás, solo hacia delante, combinando, tocando, practicando esa suerte ya casi extinguida del regate. Su entrenador, Telé Santana, era un firme defensor del talento sobre el campo, como demostró años después con aquel Sao Paulo que ganó dos veces la Copa Libertadores y la Intercontinental, una de ellas, la de 1992, a aquel Barça que se autoproclamaba dream team sin merecimiento.

2. Estados Unidos-Unión Soviética en Los Ángeles 1984

La política nos privó de ver uno de esos partidos míticos que habría adelantado algunos de los momentos que llegaron años después. El equipo que preparó Estados Unidos para los Juegos Olímpicos de 1984 era uno de esos llamados a ser recordados durante mucho tiempo, porque, pese a contar exclusivamente con jugadores universitarios (así sería hasta Barcelona 92), aglutinaba mucha calidad: Pat Ewing, Chris Mullin, Sam Perkins, Wayman Tisdale, Alvin Robertson y sobre todo, Michael Jordan. Todos ellos dirigidos por «El General» Bobby Knight. España llegó a aquella final tras derrotar en semifinales a Yugoslavia, en un partido perfecto (y milagroso) de los nuestros, una de esas noches que nos pasamos en vela a las tantas y dando botes en el sofá ante lo inaudito de la hazaña. Pero en aquella final tenía que haber estado la selección de la URSS, país que renunció a los Juegos como respuesta al boicot de los norteamericanos a los Juegos de Moscú de 1980.

La Unión Soviética reunió aquel año lo mejor de las repúblicas que componían ese conglomerado «geopolítico»: los rusos Myshkin, Tarakanov, Eremin y Tkachenko, el uzbeko Tijonenko, el letón Valters, el estonio Enden, el ucraniano Belostenny y los lituanos Homicius, Iovaisha, Kurtinaitis y el grandísimo Arvydas Sabonis. Eran los mejores de Europa de largo, como demostraron arrollando a todos sus rivales en el Preolímpico disputado dos meses antes de los Juegos, incluida nuestra selección, que cayó por casi treinta puntos de desventaja.

Con Sabonis siempre he pensado eso que dicen los americanos del «What if…?», ¿qué habría pasado si la URSS hubiera disputado esos Juegos? ¿Cómo habría sido ese duelo Sabonis-Ewing? ¿Qué carrera habría tenido el bueno de Sabas si no se hubiera destrozado la rodilla apenas dos años después? Si cojo y ya veterano fue capaz de hacer una carrera dignísima en la NBA, ¿qué habría sido este jugador en plena forma, sin lesiones ni dolores? Vlado Divac llegó a decir que «fue mejor jugador que O’Neal, Ewing y Olajuwon». Bill Walton afirmaba rotundo que «si Sabonis se hubiera ido a la NBA en 1985, Lakers, Pistons y Bulls tendrían unos cuantos anillos menos». A mí no se me olvidará jamás aquella participación de la mítica selección soviética en el Torneo de Navidad de 1984, y sobre todo los movimientos de ese joven gigantón que se llevaba por delante todo lo que pillara en su camino, ya fueran rivales, compañeros o tableros.

3.a) Real Madrid-F.C. Barcelona en una final de Champions

¿Estaban nuestros corazones preparados para esto? Durante los meses de confinamiento y ausencia de competiciones, algunas cadenas emitieron varios partidos de fútbol históricos, recientes algunos y muy lejanos otros. A ratos he visto las dos finales de Copa del Rey que el Madrid ganó al Barça en Mestalla, y lo primero que pensé es: «joder, no ha pasado tanto tiempo, ¿por qué ya no se juega así, a ese ritmo?». Los dos partidos fueron impresionantes, como varios más de aquellos años en que Messi y Cristiano Ronaldo estaban en su mejor momento (en la final del famoso gol de Bale no estuvo CR7 por lesión). Tú ves esos partidos ahora y ves un Madrid en el que se habían juntado una serie de talentos como Ozil, Di María, Xabi Alonso, Bale, Ronaldo y los que aún están, pero con varios años más: Modric, Benzema y Marcelo. Pero es que enfrente estaban el mejor Messi, Neymar, Iniesta, Xavi Hernández, Pedro, Cesc Fábregas, el teatrero Dani Alves,… Mucha tela en ambos cuadros.

¿Habríamos aguantado una final de Champions entre ambos equipos? Messi vs Cristiano, Pep vs Mou. Se rozó en varias ocasiones, puesto que el Madrid jugó hasta ocho semifinales de manera consecutiva y el Barça ocho en una década. Entre ambos equipos se llevaron seis Champions de 2011 a 2018, y parecía lógico pensar en una final entre ambos. El año 2012 parecía aquel en el que por fin se iba a disputar el partido de entre todos los partidos. Ambos equipos traían un resultado desfavorable, pero ajustado, del partido de ida de las semifinales: 1-0 el Barça frente al Chelsea, 2-1 el Madrid en campo del Bayern. Los dos equipos tenían encarrilada la eliminatoria con un 2-0 en la primera parte, y además el Barça había logrado su mejor arma en estos partidos: jugaba ya en superioridad numérica. Sin embargo, el Chelsea logró marcar antes del descanso y desniveló la balanza de la eliminatoria hacia su lado. La segunda parte fue un quiero y no puedo de los locales, que llegaron a contar incluso con un penalti que Messi lanzó al larguero. No fueron capaces de marcar más goles y en el descuento Fernando Torres marcó el segundo gol que más he celebrado de su carrera. Al día siguiente en mi oficina nos partíamos la caja con la situación: «¡¡¡Eliminados con un gol de Paquetorres, ja, ja, ja!!!». Pero hubo uno que dijo: «cuidado con escupir hacia arriba que…», que luego nos pasa lo que nos pasó. El Madrid ganaba 2-0 al cuarto de hora, pero se echó atrás para tratar de conservar el marcador y un gol del Bayern igualó la eliminatoria. No hubo más movimientos en el marcador el resto de los noventa minutos, ni durante la prórroga, y llegamos a una tanda de penaltis que los madridistas recordaremos como una de las más nefastas de nuestra historia: fallaron Ronaldo y Kaká, y remató Ramos con aquel penalti a las nubes que se hizo tristemente famoso.

Creo sinceramente que aquel Chelsea no era superior al Barça, ni aquel Bayern al Madrid, y que la final de 2012 tenía que haber sido uno de esos grandes partidos de la historia de la competición. Ahora bien, siempre y cuando ganara el Madrid, ¡que no sé cómo habría llevado una derrota de los nuestros!

3.b) El partido que Mou soñaba

Un año antes de ese 2012, Real Madrid y Barça se enfrentaron en las semifinales de la máxima competición. El entrenador madridista, Mourinho, planteó la eliminatoria de una manera peculiar, que a mí no me gusta especialmente: 0-0 en la ida, que no pase nada, y a jugársela en la vuelta en el Camp Nou. Tiene su lógico riesgo, porque esa estrategia supone desperdiciar el factor campo, pero fue muy evidente durante la primera hora de juego en la que no pasó nada. Literalmente. Como en los toros: tarde de expectación, tarde de decepción. Con Pepe en el centro del campo y una táctica ultradefensiva en la que nadie perdía su sitio, Mourinho jugó a que no se jugara, y funcionó hasta que el colegiado alemán Wolfgang Stark sacó su doble vara de medir: el patadón de Mascherano a Pepe en el minuto 57 no recibió el mismo castigo que la plancha de Pepe con teatro incorporado de Alves. Solo en ese momento, con diez en el campo, el Barça encontró los huecos y dejó la eliminatoria prácticamente sentenciada.

Fue el día de los famosos «¿por qué?» del portugués, de su rajada sobre Unicef y determinados arbitrajes, y el día en que ese partido de vuelta que Mou había soñado se desvaneció. Aun así, el Madrid tuvo alguna pequeña oportunidad de meterse de nuevo en la eliminatoria en el Camp Nou, pero ya se vio desde los primeros minutos y con varias decisiones que no iba a ser posible. Una pena. Fue una táctica cicatera, estoy de acuerdo, pero al Cholo Simeone le valió para eliminar de manera milagrosa al Bayern de Múnich en 2016 y al Liverpool en 2020, pese a ser inferior en el juego durante ambas eliminatorias. Lo que a unos se les aplaude, a otros se les critica, y en parte estoy de acuerdo, porque el Madrid no es como el vecino del tercero.

4. España-Brasil en el Mundial de Corea 2002

En junio de 2002 arrancaba un Mundial en el que algunos teníamos puestas muchas esperanzas. Me gustaba la selección de Camacho, habían demostrado una intensidad especial durante los partidos previos y estaba repleta de buenos jugadores en su mejor momento: De Pedro, Valerón, Mendieta, Puyol, Rubén Baraja, Diego Tristán, Nadal, Xavi, Luis Enrique, más todos los del Madrid que acababan de proclamarse campeones de la Champions apenas un mes antes: Hierro, Raúl, Morientes, Iker Casillas y Helguera.

En mi oficina hicimos una porra del campeonato completo y yo lo tuve muy claro desde el principio: España ganaba sus tres partidos de la fase previa, eliminaba a Italia en cuartos, a Alemania en semifinales y nos enfrentábamos contra Brasil en la final. Ese cuadro estuvo puesto durante casi un mes en «el corcho de la macroporra» de mi oficina. Italia y España habían avanzado como primeros de grupo, tal y como había previsto, y nos veríamos las caras en cuartos, donde no tenía ninguna duda de que romperíamos nuestra doble maldición: los italianos y los cuartos de final. Pero un arbitraje bastante sospechoso dejó fuera a los italianos en su duelo de octavos contra los surcoreanos, así que «más fácil» nos lo ponían.

Al partido con los coreanos ya le dediqué una entrada completa, Una mañana de junio, así que solo voy a recordar el equipazo que tenía la selección de Brasil ese año: Cafú, Roberto Carlos, Ronaldinho, Rivaldo, Lucio, Gilberto Silva, Denilson y un desatado Ronaldo, que se llevó el trofeo de máximo goleador del torneo con ocho tantos, y la sensación de que había vuelto, aunque solo al setenta por ciento de su estratosférico nivel previo a los dos años de lesiones.

Por cierto, para los más curiosos, en mi porra España perdía la final 2-1.

5. El quinto partido de Nalbandian

Siempre me cayó bien el argentino David Nalbandian, pero no sé si me apetecía ver el partido del que voy a hablar. Me refiero al que no llegó a disputarse en Mar del Plata en 2008, el hipotético quinto partido de la final de Copa Davis entre Argentina y España. Nalbandian era uno de esos genios de la raqueta capaz de mantener peloteos duros, secos, y de repente acariciar la bola y dejarla muerta al otro lado de la red o abrir ángulos imposibles. No sé si por falta de constancia o de físico no logró un mejor palmarés, o quizás se debió tan solo a haber coincidido con esas bestias voraces que han sido y siguen siendo Rafa Nadal, Novak Djokovic y Roger Federer.

Nalbandian obtuvo su mejor triunfo al lograr algo que parecía imposible: remontar una desventaja de dos sets al mismísimo Roger Federer en uno de sus mejores momentos. Ocurrió en 2005 durante la final del Torneo de Maestros en Shangái. 6-7, 6-7, 6-2, 6-1 y 7-6, en uno de esos partidos en los que no puedes despegarte del asiento. Pues bien, en 2008, en la final de la Copa Davis, Nalbandian parecía el jugador que había llegado más fuerte de ambas selecciones. En la primera jornada se deshizo con enorme comodidad de David Ferrer, aunque la sorprendente victoria de Feliciano López sobre Del Potro igualó el marcador. La Copa Davis es un torneo en el que la cabeza cuenta aún más que durante un campeonato normal, como se vio con Juan Martín del Potro, absolutamente desbordado por el ambiente y la presión. Se mordía el labio con tal fuerza que se lo llegó a cortar durante el partido. Por el contrario, Nalbandian mostraba seguridad, solvencia, convencimiento.

El partido de dobles era decisivo, puesto que parecía claro que Nalbandian se llevaría el suyo en la jornada final frente a Feliciano. Sin embargo, ante la desolación de los locales, España ganó el dobles y Verdasco se impuso a Acasuso, con lo que nunca sabremos cómo habría sido ese quinto partido del artista Nalbandian frente al no menos artista Feli. Mejor para nuestra tensión.

Y como tampoco sabremos cómo habría sido ese quinto partido tres años después, en la final de la Davis de 2011 en Sevilla, puesto que la victoria de Nadal sobre Del Potro puso el 3-1 en el marcador y volvió a dejar al bueno de David sin la oportunidad de disputar el punto que habría podido dar el título a los suyos.

¿Y vosotros, alguien se atreve a decir qué partido habría querido ver y ya no verá?

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