En aquella entrada dedicada hace un año a mi madre titulada Todo sobre mi madre, hablé de esas películas clásicas que le gustaban, algunas de las cuales podía ver mil veces como Siete novias para siete hermanos o Sonrisas y lágrimas, curiosamente dos películas en las que los numerosos hermanos, los salvajes Pontipee y los repelentes von Trapp, parecen anhelar y buscar una madre que supla ese hueco en sus vidas. Curioso, Mamá, no había caído hasta ahora.
Pensando en el tema de esta entrada doble, que trataba de ser menos personal que aquella ocasión y más «apta para todos los públicos», se me ocurrió destacar a esas grandes madrazas del mundo del cine. Sin embargo, me pongo a buscar en mi memoria o releo lo escrito en el blog y lo cierto es que encuentro pocas que reciban un trato especial en pantalla. Los héroes, esos tíos cachas, son de otra pasta, son la fachada del edificio, y ellas, nuestras madres, heroínas calladas, son el armazón, la estructura imprescindible, pese a estar la mayor parte de las veces en un discreto segundo plano.
La mamma de El Padrino es un personaje casi inexistente, pero se la utiliza para enfatizar la tristeza de momentos como la muerte de Sonny (James Caan) y se siente en frases como la que el convaleciente Don Vito le espeta a Tom Hagen (Robert Duvall):
Mi mujer está arriba llorando. Consigliere mio, creo que es hora de que le digas a tu Don lo que todo el mundo sabe, menos yo.
Los hobbits, enanos y elfos de El señor de los anillos parecen huérfanos, porque no hay ni una sola mención a sus orígenes. Algo parecido ocurre con los personajes de Star Wars, «desmadrados» casi todos ellos (Luke, Han, Obi-Wan, por supuesto Chewbacca), si bien la muerte de la madre de Anakin Skywalker es la clave para que este se pase al Lado Oscuro.
Será porque las madres no suelen ser heroínas de acción, salvo la potente Sarah Connor de Terminator, o la Ripley como madre adoptiva en Aliens, pero son las excepciones. Y estas dos son tan brutas como Mamá Alien cuando le aplican el lanzallamas a sus retoños, y tienen tantas carencias afectivas que no sé si considerarlas en la categoría del Óscar a la mejor madre del cine.
Lo curioso es que de uno u otro modo, aun con papeles secundarios, de algún modo están ahí. En la reciente Batman v Superman los dos superhéroes se lían a mamporros, a leñazos salvajes, hasta que por casualidad descubren que sus madres se llaman igual, Martha, y a partir de ahí ¡se hacen amigos del alma! (Genial en este sentido la entrada del blog ponunapeli.com, de la que copio esta imagen).
La estupenda Carolyn que interpreta Annette Bening en American Beauty es estupenda como mujer, curranta, comercial o amante, pero no sé si alguien querría tenerla como madre.
La «bellísima madre» de Norman Bates en Psicosis nos deja una frase que acojona más que su aspecto:
El mejor amigo de un chico es su madre
Y con esa creencia se puede terminar como Lola Gaos en Furtivos, qué pereza de mujer, qué manipuladora. Ángela Channing resultaba monjil a su lado.
Me queda por supuesto la entrañable Sally Field, la madre de Forrest Gump, el pozo de la sabiduría para su hijo, «Mamá siempre decía…», una mujer capaz de cualquier cosa con tal de que su hijo estudiara en el colegio. Y cualquier cosa era cualquier cosa, que se lo pregunten al director de la escuela.
¿Con cuál me quedo entonces? Sin ninguna duda, con las madres de las películas de Frank Capra, películas que sé que la mía disfruta en cada visionado. Me quedo, por ejemplo, con la memorable Annie Manzanas (Bette Davis) de Un gángster para un milagro, otra madraza capaz de cualquier cosa, incluso vivir una vida falsa, con tal de preservar la felicidad de su hija.
Con la madre de la caótica familia de Vive como quieras, siempre de buen humor y siempre dispuesta a secundar la última ocurrencia del Abuelo Martin (Lionel Barrymore).
Y por supuesto, con Mary Hatch (Donna Reed), la heroína de Qué bello es vivir, la mujer perfecta, la madre que siempre está ahí para sus hijos, la compañera que renuncia a todo por el bien de su familia, la salvadora en el momento crítico del bueno de George. ¡Esa es la mía!
Me tocaba buscar algo universal y menos personal, pero no encuentro ideas en mi biblioteca. Sí, está la Ángela de Las cenizas de Ángela, pero a esta pobre madre que ve cómo sus hijos van pereciendo de hambruna en la Irlanda de la década de los treinta, se le fue la pinza en los últimos años, aparte de desesperarme en ocasiones por su inmovilismo, así que no me vale.
Tampoco me convence el relato autobiográfico de Isabel Allende en Paula, por mucho que los momentos vividos junto a su hija en coma sean de lo más emotivo: «Hoy es 8 de enero de 1992. En un día como hoy, hace once años comencé en Caracas una carta para despedirme de mi abuelo, que agonizaba con un siglo de lucha a la espalda«.
Aquella carta concluyó con el magnífico novelón La casa de los espíritus. Y continúa varios párrafos más adelante: «Hace once años escribí una carta a mi abuelo para despedirlo en la muerte, este 8 de enero de 1992, te escribo, Paula, para traerte de vuelta a la vida». Pero no me convence esta mujer, porque da la impresión de haber vivido siempre la vida que le ha dado la gana, lo cual está muy bien, pero no es lo que busco para este día.
Entre esos libros he encontrado uno de humor del dúo Gomaespuma, Familia no hay más que una, y he rescatado estos párrafos que por momentos parecen… bueno, ahí lo dejo:
LA MADRE. Normalmente es una mujer. Su aspecto cambia a medida que va pasando el día. Así, por la mañana se enfunda en una bata de guata, a ser posible de color azul cielo, y calza zapatillas de fieltro con borla deshilachada de peluche. Después de que el marido y los hijos abandonan el hogar para acudir uno al trabajo y otros a la escuela, la madre cambia de indumentaria. Entonces, viste falda a cuadros pasada de moda y jersey de rebajas. Suele ser verde con algún pequeño detalle en negro. Por la noche vuelve a la bata de guata, si bien añade a su cabello una suerte de macarrones gordos denominados rulos.
Ejerce de víctima familiar. Entre sus frases favoritas suelen encontrarse las siguiente:
«Me tenéis como una esclava».
«Todo el día detrás de vosotros».
«¡Ay, cuándo querrá llevársenos el Señor para dejar de sufrir!»
«Te voy a dar con la zapatilla».
Cuando el hijo mayor solicita permiso para irse el fin de semana con unos amigos a la sierra, la madre indefectiblemente contesta:
- Eso pregúntaselo a tu padre.
Diga lo que diga el padre ella tratará de convencer a su marido de lo contrario.
Lo de la bata de guata azul cielo y algunas frases parecen extraídas directamente de mis recuerdos. Y vuelvo a temas personales. Hace un año en Madre, no hay más que una, comenté una de las pasiones de mi madre: el piano. Y tenía otra afición que cultivó a mi modo de ver con gran acierto en sus primeros años: la pintura. Una artista, eso es lo que teníamos en casa.
Tras una de las mudanzas de la antigua casa de mi madre en Burgos, le pedí que me permitiera quedarme con uno de sus cuadros, pintado a la tierna edad de quince años, hace ya un tiempo. El cuadro es único, no hay uno mejor para mí en el mundo. No tiene título, así que me lo puedo inventar. Lo llamaré Atardecer en la nieve. Para mi regalo del Día de la Madre cuento con la enorme ventaja de saber que haga lo que haga le va a encantar, como el collar de macarrones del dibujo que ha colgado Travis. Así que me he atrevido con un género que no conozco, el microrrelato. Una frase, pocas palabras, y tratar de sugerir algo, una emoción, un sentimiento, la calidez del hogar.
Mezclando el sonido inconfundible del piano (Preludio nº 8 en C menor de Rachmaninoff), el maravilloso cuadro de mi madre y mis modestas palabras, dejo aquí mi regalo:
¡Gracias por todo, Mamá!
Estoy emocionada!!!!! Es tan bonito ese cuadro??? Hoy he visto tanas y tantas cosas que me has hecho, y que no me habia dado cuenta.
muchiiiiisimas gracias!!!!!!
Es una suerte teneros.
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