LESTER, 09/12/2025
Conocí al Baboso hace poco más de treinta años, justo cuando comencé mi carrera profesional. Entonces trabajaba a pie de obra y recuerdo cómo el Baboso me hacía gestos supuestamente cachondos cada vez que la topógrafa se ponía a medir las diferentes alturas del terreno y se agachaba levemente para acercar el ojo al nivel. Me hacía señas hacia las posaderas de la chica, sin esconder gestos con los brazos, sino todo lo contrario, como haciendo de agarraderas sobre unas posaderas que, todo sea dicho de paso, eran como una mesa camilla de grandes, unas nalgas de buena moza que, en un sitio tan gélido como aquel, podían excitar cualquier cosa menos la libido de los que por allí trabajábamos.
Un año después, pasé a trabajar ya en las oficinas de la dirección regional de la compañía, y conocí al Baboso de la oficina, un veterano trabajador que no se cortaba a la hora de soltar comentarios sexistas en voz alta, comentarios que la mayoría reíamos, cuando no continuábamos (no voy a ponerme santurrón y decir que “yo no…”, porque era lo más común en todos nosotros), pero todo aquello no me molestaba, sino su insistencia en hacer insinuaciones con una compañera con la que el tipo llevaba años trabajando y cuya confianza (al menos la de él sobre su subordinada) intuía que era elevada. Tanto como para poder hacer esos comentarios, en ocasiones tan salvajes que podían escandalizar hasta a alguien que acababa de salir de la universidad y que tenía a muchos colegas recién llegados de la mili, con todas las barbaridades que la juventud noventera soltábamos y estábamos acostumbrados a aguantar.
- Se ha ido la luz, Paco, ¿y ahora qué hacemos? -soltó la chica en una ocasión.
- Pues como no nos pongamos a follar…
No eran frases dichas a medio metro de distancia, ni entre dos personas que tuvieran una confianza mutua trabajada durante años (o un respeto consentido, que a veces, por extraño que parezca, sucede, o parece que sucede en estas relaciones con jerarquías de por medio), sino proferidas de viva voz y para que las oyéramos cuantos más, mejor.
No sé si fue la serie Los Serrano la que definió el concepto “mirada sucia” para definir esa manera de mirar que algunos tíos tienen hacia toda mujer que se cruce en su camino, pero es una noción perfecta para describir al Baboso de la mirada sucia de la planta segunda. No disimulaba a la hora de mirar los escotes de las compañeras, a veces por encima de la separación entre cubículos cual voyeur hitchcockiano, e incluso buscaba tu complicidad con su mirada. Alguna vez coincidí con él en el café matutino y con algún otro compañero, y recuerdo “perlas” repletas de elegancia y manual del buen estilo:
- Buah, el tanga rojo de Fulanita, cómo se debe poner su novio.
- A Juanita le mola que le den por detrás, estoy seguro.
- A ver si se le quita la cara de “malfollá”.
- Debe tener los pezones como galletas María Fontaneda.
En fin. Una compañera mía, buena amiga, me contó un lunes que el Baboso de la mirada sucia se había ofrecido a llevarla a su casa el viernes anterior a mediodía, pero que, lejos de acercarla a su destino, poco menos que la secuestró varias horas, la invitó a comer, le hizo varias insinuaciones y seguro que quiso ir más allá, detalles que mi compañera no me contó, quizás por miedo, por ganas de olvidar, o para que desapareciera este desagradable incidente con un veterano de la oficina, con más peso y categoría en la empresa que la pobre. En aquella época no denunciaba nadie, salvo que la situación fuera más allá, e incluso, ahora estoy convencido, ni en buena parte de esos casos.
El personaje del Baboso aparecía en cada comida de empresa algo distendida que pudiera surgir, en cada fiesta de Navidad, entrega de premios o acontecimientos en los que el alcohol reduce las distancias y amplifica las confianzas que algunos se toman. Y los Babosos se toman muchas, aunque, afortunadamente, con los años y algunas herramientas que funcionan (otras no, pues siempre existe el miedo a la represalia) el número se ha reducido considerablemente.
Un tiempo después de escribir Barra libre supe que una compañera, también buena amiga, había sufrido un tocamiento de culo por parte del Baboso en la fiesta de empresa, un gerente al que yo tenía enfilado desde hacía tiempo. Lo supo frenar, no fue a más, pero me contó visiblemente incómoda cómo este tipejo le amargó aquel día y cómo releer aquel texto, mi texto, le había hecho recordar lo bien que lo había pasado ese día hasta el cruce con el Baboso. Como para entonces yo ya tenía una responsabilidad y antigüedad importantes en la empresa (antes éramos ignorantes y cobardes, lo reconozco), me ofrecí a la chica como ayuda para iniciar una denuncia contra él, o algo más tradicional, sabedora ella de mi animadversión hacia este tipo que, además de baboso, era bastante golfete: una buena reprimenda en público e, incluso, un par de hostias bien dadas. Las que no le dio ella en su momento.
– No, por favor, no hagas nada. Ya ha pasado mucho tiempo y lo he olvidado. No he vuelto a dirigirle la palabra, ni él a mí.
Joder, pero la pobre estuvo varios años cruzándose con ese tipo y agachando la cabeza por la incomodidad que le suponía saber que el Baboso seguía danzando tan alegremente por la oficina.
Todos estos recuerdos me han venido a la cabeza estas últimas semanas al leer la información referida a Francisco Salazar y sus compañeras/subalternas en la secretaría de organización del PSOE en La Moncloa. O a los comentarios de José Luis Ábalos y Koldo sobre sus “amigas”. O lo que sale ahora de Jose Tomé o de Antonio Navarro. Qué ascazo.
Iluso de mí, creía que el machismo baboso de los ochenta, noventa y, en realidad, de los Ismael Alvarez sobre las Nevenkas de toda la vida, de siempre, se había rebajado de manera considerable, pero lo que veo en los artículos de eldiario.es es la misma mierda de siempre, lo que ellas han aguantado durante años y lo que nosotros, cobardemente, miramos para otro lado:
- Comentarios obscenos sobre la vestimenta y el cuerpo.
- Mensajes intempestivos con invitaciones para cenar a solas fuera del horario laboral, incluso con ofrecimientos de quedarse a dormir en casa.
- Insistencia en el hostigamiento a sus subordinadas.
- Un uso permanente de un lenguaje sexualizado en el entorno profesional.
“Me empezó a decir sin venir a cuento que me quedara yo más tarde que el resto del equipo, que fuese a cenar con él o a tomar algo. Lo hacía de manera insistente. Y me decía que si se nos hacía tarde nos podíamos quedar a dormir en su casa. Se cuidaba mucho de no dejar por escrito ninguna mención sexual, pero era evidente lo que quería decir y él plenamente consciente de la situación en la que me colocaba”.
“Su comportamiento destilaba misoginia y baboseo en cada comentario disfrazado de broma que hacía. Su lenguaje era hipersexualizado hasta para dar los buenos días”.
Y al acoso sucede la vergüenza de denunciarlo, y la tristeza de comprobar que sus superiores miraban hacia otro lado, o que el protocolo no servía para nada. Una denunciante de la que ahora hemos sabido, notificó al partido los “comportamientos explícitos, bromas humillantes y comentarios sobre la vida sexual, la vestimenta o el aspecto físico”.
“Llegaba por la mañana y te decía el buen culo que te hacía ese pantalón o te pedía que le enseñaras el escote. Si te veía mala cara, te preguntaba en mitad de la oficina si habías dormido poco por haber mantenido relaciones sexuales. Y nos sometía a situaciones humillantes que para muchas de nosotras fueron traumáticas”.
Paco Salazar lo niega todo, no es consciente de haberse propasado con ninguna de sus subordinadas: “No paro de darle vueltas y no encuentro un momento en mi vida donde haya hecho ninguna estupidez… no entiendo de dónde sale eso. Nunca con ninguna compañera he tenido relación ni trato, nunca jamás. Me he partido la cabeza dándole vueltas y me parece una cosa alucinante”.
El Baboso no es consciente de lo baboso que resulta y tanto asco da él como los superiores que lo mantuvieron en el puesto o que taparon las denuncias. Seguramente, si no hubieran tratado de promocionarlo hace seis meses, Paco Salazar seguiría «baboseando» alrededor de sus compañeras con la tranquilidad de saber que no iban a denunciarlo.










































































































































