El «arancel verde» (I): la guerra comercial

Hace casi cinco años, en aquellos dos textos en los que comentaba sin tapujos que terminaríamos poniendo «una gran muralla a China«, hacía referencia a los movimientos surgidos en la Unión Europea para el establecimiento de una especie de «arancel verde» a los productos importados con alta carga de emisiones de CO2 y que provinieran de países con una legislación en materia medioambiental mucho más débil que la europea. Por no decir inexistente. Buena parte de las medidas recogidas en el Pacto Verde Europeo afectan a la competitividad de las empresas europeas y serían un suicidio económico si no vinieran acompañadas por otras como las recogidas en el plan con nombre de oferta de gimnasio: Fit for 55.

Parece obvio que ajustarse a toda la legislación medioambiental y producir bajo criterios ESG encarece el coste de fabricación de los productos, pero es el camino iniciado por la Unión Europea y por buena parte del mundo, como se traduce por los acuerdos de las diferentes cumbres del clima, convertidas en algo así como El día de la marmota del cambio climático. Según el estudio elaborado por el Real Instituto Elcano en marzo de 2023, lo que pretende la creación de este “arancel verde” es un doble objetivo: “evitar que los requisitos de reducción de emisiones en la industria europea se traduzcan en una fuga de empresas para abastecer el mercado único desde jurisdicciones con legislaciones climáticas más laxas e incentivar el aumento de la ambición climática a nivel global”.

Algunas corrientes sitúan la motivación de este impuesto a las importaciones en la necesidad de impulsar desde Europa los objetivos de acuerdos como el de París en 2015, y otorgar de ese modo a la Unión Europea un papel de liderazgo mundial en materia de lucha contra el cambio climático. Sería otro ejemplo más del llamado “Efecto Bruselas”, que hace referencia a la capacidad de la Unión Europea para ejercer una influencia a nivel mundial, una capacidad que está notablemente por encima del peso que tiene a nivel económico o militar. La Unión Europea ha perdido peso en los grandes núcleos de decisión, seguramente por deméritos propios, pero al menos conserva su posición como potencia regulatoria, como se ha visto en los últimos tiempos en materia de Inteligencia Artificial, mercados de derechos de emisión o protección de datos.

Por el contrario, algunas críticas que ha recibido la medida se centran en lo que supone de nuevo proteccionismo, o “proteccionismo verde”, como define el mismo informe del Instituto Elcano. Esta nueva forma de proteccionismo o de limitación de la competencia extracomunitaria ha sido considerada contraria a la normativa de la Organización Mundial del Comercio (OMC) por algunos países. La propia OMC realizó diversos requerimientos a la Unión Europea acerca del funcionamiento previsto de este nuevo impuesto a las importaciones y la respuesta del vicepresidente económico de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, fue clara: el mecanismo fue diseñado “de una manera compatible con las normas de la OMC y creemos que podemos defenderlo”. “No distorsiona el mercado porque los importadores pagarán por la huella de carbono de sus productos el mismo precio que pagan los productores domésticos”. No solo eso, sino que además tendrá en cuenta cualquier gravamen sobre el carbono que se haya aplicado en los países de origen antes de llegar a territorio comunitario. Este “arancel verde” ha tomado el nombre de CBAM, siglas de Carbon Border Adjustment Mechanism, Mecanismo de Ajuste de Carbono en Frontera y a su complejo funcionamiento estará dedicada la segunda parte de este post.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) define la necesidad de este impuesto como parte de la ambición climática de la Unión Europea:

Que en el traductor para escépticos viene a ser: “no te lleves la producción fuera porque sea más barato fabricar saltándote los criterios ESG”. Sea por la razón que fuera, económica o medioambiental, China se puso manos a la obra hace años y ha obtenido notables logros en tiempo récord. Hace poco más de una década, China contaba con el 75 por ciento de las ciudades en la triste lista de «las 100 ciudades con el mayor índice de contaminación». En esa clasificación ahora mismo hay 65 ciudades de la India por «solo» 16 chinas. Nueva Delhi lleva cinco años ocupando el primer puesto. Según el Instituto de Políticas Energéticas de la universidad de Chicago, la contaminación en China cayó un 42,3% entre 2013 y 2021.

A Estados Unidos le llevó tres décadas alcanzar una reducción similar, desde la aprobación de la Ley de Aire Limpio en 1970. Para lograr esas reducciones, el gobierno chino redujo su dependencia del carbón (aunque sigue siendo su principal fuente de electricidad), impuso restricciones de circulación a los vehículos más contaminantes, cerró industrias cercanas a los núcleos urbanos y se focalizaron en el desarrollo de energías renovables, que suponen ya la cuarta parte del total de la generación eléctrica del país. China se ha puesto las pilas ¡por fin!, ha mirado a Europa y le ha dicho: «¿queréis paneles solares, aerogeneradores y coches eléctricos? Pues os voy a inundar el mercado».

En 2023, China produjo tantas placas solares como todo el mundo en 2022 e hizo que los precios disminuyeran un 50 por ciento, unos precios tan bajos que pueden acabar con toda la competencia que les pueda surgir. Además, aumentó la capacidad eólica un 66 por ciento. Como respuesta, la Unión Europea ha iniciado una investigación a los fabricantes de turbinas eólicas ante las sospechas de haber recibido ayudas ilegales que distorsionen la competencia y el mercado europeo.

Ya no es una cuestión de protección del medio ambiente, sino de la industria europea. El tradicionalmente ultraproteccionista sector de la automoción impidió durante años la entrada de vehículos chinos en Europa con la excusa de los incumplimientos en materia de emisiones de gases y medidas de seguridad. Hasta que saltó el escándalo de la manipulación de las emisiones por parte de Volkswagen en 2015, que emitían hasta cuarenta veces más que el estándar legal cuando el software «trampa» no estaba actuando. Actualmente, los coches eléctricos chinos están entre los mejores del mercado, se venden a unos precios más que asequibles y la marca BYD consiguió superar a Tesla en 2023 como mayor fabricante de coches eléctricos del mundo.

De una manera u otra, las importaciones de China terminan acaparando el mercado, y aquí es donde la Unión Europea trata de blindarse o de proteger su industria ante «la competencia desleal de compañías y fabricantes chinos dopados por los subsidios estatales, de los efectos de la sobreproducción del gigante asiático y de la penetración de China en algunos de sus sectores clave». (María R. Sahuquillo, art. El País). Los europeos no somos los únicos en esta nueva ola de proteccionismo, como dice el artículo. Estados Unidos lleva tiempo blindando sus cadenas de suministros de la influencia de Pekín y Japón tiene un ministerio con el cometido de salvaguardar su seguridad económica.

La Administración Biden aprobó en 2022 el mayor plan de incentivos fiscales y presupuestarios con propósitos medioambientales, cifrado en 700.000 millones de dólares, lo cual, apoyado por otra serie de medidas a las empresas e industrias nacionales, ha logrado reducir su dependencia de las importaciones asiáticas de un 45 por ciento al 32. Hay un trasfondo económico y comercial claro detrás de todas estas medidas. O como dice este artículo de Piergiorgio M. Sandri para La Vanguardia: «La debilidad de Europa arrastra el comercio mundial a una caída histórica» en un «annus horribilis» para el comercio mundial, en el que «los intercambios de mercancías cayeron un 5%» y «se desplazan cada vez más hacia economías que se consideran amigas».

Subsidios estatales chinos, incentivos norteamericanos, proteccionismo japonés… Europa no puede quedarse rezagada, no solo con planes de ayuda pública como los fondos Next Generation, sino que finalmente ha decidido subvencionar directamente a la industria solar con el llamado Solar Charter, acordado por 23 países. E incluso puede ir más allá, como se ha planteado con el posible establecimiento de los aranceles verdes a las marcas chinas con carácter retroactivo, algo que puede chocar con la OMC y con los principios más elementales de la seguridad jurídica, pero es que la batalla que se libra es mucho más profunda. Es de supervivencia económica, como se aprecia en los trabajos encargados por la Unión Europea a Mario Draghi y Enrico Letta para la mejora de la competitividad y del funcionamiento del mercado interior.

La estrategia china siempre va unos pasos por delante y su manera de evitar los nuevos impuestos o las barreras será fabricar directamente en territorio europeo. Con las economías de la eurozona muy tocadas, será difícil que algún gobierno se oponga a una inversión china en su territorio. En esa línea están los acuerdos de la marca china de vehículos eléctricos Chery para instalar una fábrica en Barcelona (en la antigua Nissan) o el proyecto de BYD para llevar su producción a Hungría.

En mitad de este contexto incierto, se dan los primeros pasos para implantar el prometido «arancel verde», el CBAM. Hay numerosas dudas acerca de su funcionamiento, de la efectividad que tendrá, de los productos que gravará, de las mediciones paralelas o sobre las alternativas para esquivarlo. Esperemos que tenga mayor éxito que los impuestos al plástico y al depósito de residuos en vertedero que se han implantado recientemente en España, aunque encierra algunas lagunas en su funcionamiento parecidas a las de los mencionados. Sobre dicho funcionamiento tratará la segunda parte.

El «arancel verde» (II): el CBAM.

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Con perspectiva degenero

JOHANA, 26/06/2022

A finales de 2020, publiqué en este mismo blog uno de los posts que más lectores ha tenido hasta la fecha, aquel en el que concluíamos que la M-30 era machista, y de manera especial los túneles. Llegué a tal convencimiento tras descargar y leer el estudio encargado por el gobierno del ayuntamiento de Madrid en 2018, un informe por el que se pagaron 52.000 euros, en el que citaba como fuentes para fundamentar su análisis unas estadísticas sobre la escasez de paseos de mujeres por los parques de la ciudad chilena de Temuco y el pensamiento de un personaje de ficción de una novela desconocida de 1970. Frente a tamaña fiabilidad de las fuentes empleadas, solo cabía asentir y aplaudir las conclusiones.

A principios de marzo de este año, poco después del inicio de la guerra de Ucrania, la ministra de Igualdad Irene Montero afirmó sin pestañear que «las mujeres son las que más sufren en cualquier conflicto bélico». En su caso no hizo falta ni siquiera un sesudo estudio que demostrara sus palabras, bastaba con ver las imágenes por televisión de esas pobres mujeres que escapaban del país cargando con sus hijos (opresión heteropatriarcal), mientras los hombres se quedaban en el país con sus amigotes para tomar vodkas, ver el fútbol por la tele y a ratos, coger unos fusiles para tratar de defender sus ciudades del avance de las tropas rusas. Si en el fondo la solución al conflicto no es tan complicada, como la propia ministra explicaba con sencillez: bastaba con poner a más mujeres a negociar la paz con Putin.

No hay ámbito, materia o problema en la vida que no tenga que incorporar la perspectiva de género en la actualidad. Se evitarían así muchos problemas, como por ejemplo, los creados por las tradicionalmente machistas Matemáticas.

Las matemáticas socioafectivas y con perspectiva de género no suponen «escribir sobre un papel rosa», como dice Clara Grima, matemática, profesora, divulgadora y una de las voces a favor de este cambio, sino combatir «el estereotipo de que las matemáticas no son para las chicas», o evitar el hecho de que «las niñas se perciben a sí mismas como peores en matemáticas». Lo cierto es que afirmar ciertas cosas acerca de la inferioridad de las mujeres en esta materia (con mejores notas en las pruebas de acceso a la universidad, por ejemplo) me parece de un machismo insoportable y me provoca algo parecido al nombre de esta profesora. Es el mismo machismo del que partían algunos colectivos feministas para promover el acceso de más mujeres a las carreras denominadas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics):

En los casi ocho años de existencia de este blog ya se han tocado muchos asuntos relacionados con el «machismo» latente en la sociedad: el lenguaje es machista (Horrifying palabros), incluso el hebreo si lo usas en inglés (De ofendiditos y pollaviejas), el cine es machista y solo debe aceptar la «Imposición Rider» a la hora de producir películas, el fútbol y el mundo del deporte son machistas, las políticas tributarias deben considerar la perspectiva de género en sus análisis de impacto (Populismo legislativo),… Pero también hemos tratado asuntos en los que perspectiva de género cobra todo el sentido, como la violencia de género, la brecha salarial o las desigualdades económicas y laborales.

Con lo que no contaba es con algunos de los nuevos «actores» del machismo. Los desastres naturales, por ejemplo, que también deben ser machistas y discriminatorios, pues «reproducen estereotipos de género».

A esta conclusión llegaron tres investigadoras del Departamento de Sociología de la universidad de Oviedo, tras analizar la ayuda prestada tras el terremoto de Lorca (Murcia) en 2011, puesto que «los hombres aparecen como protagonistas del salvamento, mientras que las mujeres son vistas fundamentalmente como beneficiarias de la ayuda masculina». Los hombres son los héroes y las mujeres, las víctimas, o algo así. No sé, yo cuando veo una tragedia observo unos servicios de emergencia coordinados en los que hay bomberos (y bomberas), enfermeras (y enfermeros), psicólogos y psicólogas, militares (también mujeres), médicos y políticos de ambos sexos,… Y sobre todo víctimas. Y «víctimos», ahí no hay discriminación. Creo sinceramente (y que se me perdone la osadía) que el terremoto, las inundaciones, los incendios y las pandemias no entienden de perspectivas de género.

Llegados a este punto, era inevitable que confluyeran el cambio climático y la perspectiva de género. Las Naciones Unidas tienen grupos de trabajo para analizar estas conexiones, si bien todo lo que he leído hasta la fecha no habla en realidad del cambio climático, sino de problemas culturales y sociales en países en vías de desarrollo que aumentan con las consecuencias del cambio climático. Por ejemplo, regiones en las que las mujeres trabajan en la agricultura o se encargan del abastecimiento de agua de sus familias, lugares en los que el cambio climático puede acabar provocando escasez de cosechas o sequías.

Movimientos migratorios, abandono escolar de las niñas, violencia contra las mujeres… Los países mencionados en este otro informe son Nigeria, Chad, Sierra Leona, Pakistán… Con el debido respeto, no son problemas de la lucha contra el cambio climático, sino del propio machismo existente en estas sociedades, muchas de ellas, digámoslo abiertamente, musulmanas, países que no están avanzando en derechos sociales, sino retrocediendo y dejándose llevar por el radicalismo. En las conclusiones nos indican que:

El Informe recomienda trabajar sobre cinco puntos concretos, aunque solo escriba cuatro, y me ha dado por pensar si esta mujer va a ser una de las que tiene problemas reales con las matemáticas. Bromas aparte, siempre he creído que el cambio climático y la igualdad de género eran dos luchas necesarias que deberían acometerse por separado, porque además esta mezcla afectaba negativamente a la resolución de ambas. La primera debe estar dirigida por el mundo de la ciencia, la ingeniería, la tecnología, el diseño de productos y nuevas técnicas, etc., mientras que la segunda debe analizarse desde perspectivas jurídicas, sociales o educativas, y se puede y debe avanzar mucho en las conquistas sociales en todos los países. Y todo ello es independiente de los avances tecnológicos o científicos, y de las normativas sobre emisión de gases, residuos o economía circular.

Puede que esté equivocado, ojo, por eso, cuando se presentó el estudio ¿Por qué el Pacto Verde Europeo tiene que ser ecofeminista? corrí a descargarlo antes de que lo retiraran (como hizo el ayuntamiento de Madrid con el del machismo de la M-30, por cierto).

Uno tiene que aprender de todo y de verdad que tengo la mente abierta a nuevos conocimientos, pero es que el propio prólogo, con un lenguaje inventado e incómodo de leer, estuvo a punto de hacerme desistir del intento:

Quizás sea la primera vez que leo un estudio o informe de este tipo en el que el autor explica su condición sexual, identidad de género y raza (al menos creo que quiere decir que no es blanca), factores que, por lo general, me dan exactamente igual cuando voy a leer a alguien. Reconozco que no me he leído las 151 páginas porque tiene partes infumables, pero sí los capítulos que me interesaban, que eran los que podían relacionar el cambio climático con la perspectiva de género, porque trato de entenderlo. El Informe defiende justo lo contrario de lo que indicaba yo en los párrafos precedentes: «buena parte de las políticas medioambientales ignoran el género (…) y el Pacto Verde Europeo no es ninguna excepción. Se centra fundamentalmente en resolver los problemas con soluciones tecnocientíficas, a pesar de que lo que realmente necesitamos son respuestas transformadoras desde el punto de vista social». De verdad que hay párrafos que me parecen propios de gente obsesionada con las diferencias entre hombres y mujeres, o de meter un ideario sobre asuntos que no tienen nada que ver: comienza con los movimientos LGBTQ+, luego los LGBTQIA+, luego desaparece la A, pero, ¿no estábamos hablando de cambio climático?

Yo creo que hace falta que cada uno trabaje en su especialidad y que los fondos públicos, ya sean europeos o nacionales, se destinen a su mejor uso posible. Los Fondos Next Generation no son regalos de la Unión Europea, sino préstamos que habrá que devolver con los rendimientos generados en actividades productivas, no en financiar tanta comisión de estudio para decirnos que los tornados o los terremotos son machistas:

Ya lo están consiguiendo. Resulta casi imposible enfrentar esta corriente, ahora bien, por mucho que consigan fondos de la Unión Europea, no creo que me vean utilizando el término «todes»:

Es tal el ideario de términos y explicaciones sobre identidad de género que cuando llega el capítulo en el que tienen que opinar sobre los efectos de determinadas sustancias químicas sobre las mujeres, caen en el hecho de que llevan páginas explicando que sentirse mujer es algo ajeno a los genitales o al propio cuerpo, así que tienen que aceptar el «convencionalismo» de que un cuerpo tenga anatomía femenina o masculina. Ay, la química, esa otra machista y tránsfoba.

Después de leer algunos capítulos y revisar el índice del Informe, comprobé que de lo que menos había aprendido era de cambio climático, una pena el tiempo invertido. Esta semana entrante, sin ir más lejos, se presentan en Europa algunos de los siguientes asuntos:

  • Propuesta de modificación del Régimen de Comercio de derechos de emisión.
  • Unificación de normas estándares de CO2 para turismos y furgonetas.
  • Propuestas previas al consejo de Energía del martes sobre los enfoques de la Directiva de Energía Renovable y la Directiva de Eficiencia Energética.
  • Estudio sobre los mecanismos de ajuste de carbono en frontera.
  • Durante la jornada organizada por Business Europe, se analizará la Estrategia de químicos para la sostenibilidad. En particular, los Reglamentos europeos REACH y CLP.
  • Diversos avances del Fondo Social por el Clima.
  • Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo sobre los requisitos de diseño ecológico aplicables a los productos sostenibles.

Y estas son solo algunas de las iniciativas en marcha, hay muchas más. Ninguna ha tenido en cuenta a los zurdos, ni a la gente del Athletic de Bilbao. Si a los temas mencionados le aplico la perspectiva de género, quizás degenero la propia perspectiva del debate.

¿Qué es el TTIP?, por Josean

2014 11 18, TTIP

¿Acuerdo beneficioso para todo el mundo o la culminación del proceso instaurador de esa bien llamada plutonomía? (Def. plutonomía: control de la riqueza económica por una minoría)

Me considero una persona medianamente bien informada, incluso muy bien informada cuando se trata de determinados temas de los que pretendo hablar, Sigue leyendo