En un mundo perfecto, este simulacro de votación del 1-O se hubiera frenado hace tiempo, pero no por la acción de los tribunales o de los que se oponen al mismo, sino por la cordura de los que lo iniciaron a base de saltarse toda la legalidad y las normas básicas de comportamiento democrático, incluyendo el debate, el análisis de las propuestas y la consideración de los que piensan diferente.
En un mundo perfecto, hace años que Jordi Pujol estaría entre rejas, acompañado de varios de sus hijos y de su fiel lacayo Artur Mas. En ese mundo ideal los representantes de la antigua Convergencia jamás hubieran tomado rehén al pueblo catalán para tapar toda su corrupción bajo una inmensa bandera de apenas un siglo de vida.
En ese mundo perfecto, los dirigentes catalanes jamás hubieran osado utilizar a la mitad del pueblo como ariete contra la otra mitad, desenterrando viejos fantasmas y creando divisiones que hace una década no existían. Por cierto, «enhorabuena» por la fecha elegida y rescatar al franquismo del olvido.
En mi mundo un tipo de la mediocridad de Carles Puigdemont no sería considerado ni para una concejalía menor de Gerona, no digamos para una alcaldía o para la presidencia de una comunidad tan importante como la catalana. Jamás podría llegar a un puesto de ese calado y aprovechar su atril para mentir descaradamente a la ciudadanía.
En un mundo perfecto, ese indigente intelectual que es Gabriel Rufián solo acapararía minutos de fama en El club de la comedia y jamás en el Congreso de los Diputados. Y Junqueras no pasaría de ser el bobo útil por el que sentiríamos cierta conmiseración de no ser por su infinita capacidad para mentir y manipular. En ese mundo perfecto los chicos de la CUP vivirían en una comuna similar a la Christiania de Copenhague, con sus locuras, sus sustancias y sus teorías irrisorias, y no serían más que parte de un paisaje arcaico en mitad de una gran urbe moderna.
En un mundo perfecto no se adoctrinaría a los niños desde bien pequeños en las escuelas, contándoles unas milongas que no están en los libros de Historia, ni narrándoles un relato épico sobre una supuesta opresión que nunca fue tal, ni se les utilizaría para los objetivos de «sus mayores». En ese mundo perfecto no se llenaría el cerebro de los niños de ideas peregrinas que conviertan a hijos de castellanos, extremeños o andaluces (como el propio Rufián) en radicales independentistas enfrentados a esa España de sus padres.
En un mundo perfecto la prensa sería libre, no estaría dirigida o mediatizada y no sería necesario que Reporteros Sin Fronteras tuviera que emitir comunicados acerca de las «denuncias de varios periodistas, catalanes, españoles y extranjeros sobre linchamientos en las redes sociales aparentemente instigados y/o secundados en entornos de poder en Cataluña, así como sobre presiones reiteradas por parte de determinados responsables de Comunicación del Gobierno autónomo catalán«, ni se comentaría que «las ansias del Gobierno de la región por imponer su relato a la prensa local, española e internacional han traspasado líneas rojas«.
En un mundo perfecto, los jueces podrían trabajar con independencia y no estar sometidos a la designación o control de los gobernantes. Del mismo modo, los cuerpos y fuerzas de seguridad trabajarían para defender la legalidad vigente y velarían por el cumplimiento de las normas, sin verse en la tesitura de acatar órdenes de consejerías de Interior sectarias y politizadas, o mandos recién nombrados (en julio) cuyo mayor mérito era su fijación por el secesionismo.
En un mundo perfecto Arnaldo Otegui sería considerado el tipejo ruin y despreciable que siempre fue, un terrorista, amigo y defensor de más terroristas que no saldría de su aldea porque sería un apestado en todas partes, jamás una voz a considerar o un apoyo para causa alguna. En ese mundo perfecto ETA habría desaparecido hace décadas o no habría existido nunca y sería impensable escuchar o leer mensajes de apoyo a un proceso de ruptura por boca de unos terroristas confesos.
En ese mundo perfecto las palabras de catalanes ilustres como Boadella, Sardá, Serrat o Borrell , estén de acuerdo o no con los mismos, tendrían mayor eco y repercusión que las falacias de Anna Gabriel, Raül Romeva o Lluís Llach.
Desgraciadamente no vivimos en ese mundo perfecto y utópico en el que trabajaríamos todos por eliminar fronteras y barreras, no por crear nuevos muros que nos separen del vecino de al lado. En ese mundo las banderas serían solo una seña de identidad de un pueblo, apenas unas franjas o un escudo diferentes a los del vecino, ni mejores ni peores, y nunca serían un estandarte por el que iniciar una guerra.
Lo cierto es que en un mundo perfecto el Gobierno de la nación (el actual y los anteriores, porque como recordó Pérez-Reverte, España es culpable) se habría comportado de un modo diferente. Apagando los fuegos y no echando más gasolina. En un mundo perfecto Mariano Rajoy no sería ni habría sido nunca Presidente de Gobierno de uno de los países más avanzados del mundo, una de las 15 primeras potencias económicas. Jamás un presidente de un partido imputado por corrupción nos daría lecciones de democracia desde una sede pagada en negro con el dinero recaudado por los tesoreros (todos imputados) que han pasado por sus filas.
En un mundo perfecto, las mentiras de Cospedal, Ana Mato, Montoro, de Guindos, el propio Rajoy, Gallardón, Esperanza Aguirre, López Viejo y un largo etcétera les habrían hecho, en el mejor de los casos, desaparecer de la vida pública hace años. Y solo una administración de justicia sospechosamente lenta les ha permitido vivir cómodamente en sus casas y no en Soto del Real acompañando a los «ilustres» residentes del penal.
En un mundo perfecto el llamado desafío secesionista no habría sido utilizado por el gobierno central para desviar la atención de los ingentes casos de corrupción que asolaban el partido. La estrategia de la distracción, primera de «Las 10 estrategias de la manipulación mediática» de Timsit. Horas y horas de telediarios, tertulias de radio, expertos constitucionalistas y artículos de todo tipo y pelaje hablando del marco jurídico y el independentismo mientras Jaume Matas, Bárcenas y Granados salían por la puerta trasera de las cárceles, o Rita Barberá y Miguel Blesa se unían a la lista de «imPPutados que fallecen de modo repentino». Y estando solos.
En un mundo perfecto habría un gran pacto de Estado sobre Educación consensuado por la mayoría de partidos y nos habríamos ahorrado siete reformas en treinta años, lo que significa inequívocamente que cada nuevo gobierno ha intentado meter sus zarpas en este asunto con fines nada claros.
En un mundo perfecto, decía al inicio, la prensa sería libre, independiente de verdad, no de subtítulo o anuncio, no se cambiarían directores de medios por otros más afines, ni se chantajearía con la publicidad institucional. Reporteros Sin Fronteras no tendría que condenar «con rotundidad, la utilización de procedimientos judiciales con fines intimidatorios contra medios catalanes de línea independentista«, ni añadir que en esta locura de proceso (o procès) «las maniobras intimidatorias del Gobierno central español no ayudan«.
En un mundo perfecto existiría una verdadera separación de poderes, y en especial un poder judicial independiente y no dirigido por una clase política que ha dedicado estas cuatro décadas de democracia a controlar todos los ámbitos, incluso los que no le corresponden, como “…el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de Competencia,…» (César Molinas, cap. Una teoría de la clase política española, del libro Qué hacer con España, 2013). En ese mundo perfecto el Tribunal Constitucional no habría anulado artículos del Estatut que sí admitió en estatutos de otras autonomías. Curiosamente tras una campaña de ataque al mismo por parte del partido en el poder.
En un mundo perfecto no tendría cabida una «policía política«, ni se hablaría de las cloacas del Estado o de cómo un ministro de Interior como Jorge Fernández Díaz creó unas brigadas de agentes dedicadas a atacar de modo ilegal el proceso soberanista (también ilegal) de Cataluña.
Pero vivimos en este mundo imperfecto, qué le vamos a hacer, en una Europa que vuelve a poner barreras donde las había quitado, con pirómanos y mediocres en los gobiernos de numerosos países y regiones. Y lo peor es que no sé si somos capaces de hacer algo.
La democracia no es un sistema perfecto, pero parece seguro que es el menos malo de los que conocemos. Se nos llena la boca con esta palabra y se nos olvida quizás que la democracia defiende la soberanía del pueblo y el derecho del mismo a elegir y controlar a sus gobernantes, y quizás esa sea la única salida para el «problema» de Cataluña.
En un mundo perfecto se podría hablar y dialogar hasta la extenuación, sin establecer líneas rojas, pero también sin manipulaciones ni injerencias de políticos infectos. No existiría ese miedo a votar del que hablé hace más de un año. Se podrían pactar las condiciones necesarias mínimas para dar validez al resultado del referéndum (participación mínima del 75-80%, mayoría reforzada de tres quintas partes o dos tercios, quiénes pueden votar) y sobre todo se informaría por todas las partes y sin falsedades de las consecuencias de este proceso: salida inmediata de la Unión Europea y la OTAN, fijación de la deuda con el Estado, situación de los catalanes en caso de victoria del SÍ, marco constitucional del nuevo país, lo que queramos,… ¿Aceptarían los dirigentes independentistas actuales el derecho de autodeterminación de sus provincias o ciudades?
Desgraciadamente vivimos en un mundo que dista mucho de ser perfecto, gobernados por unos tipos mezquinos que lo aprovechan todo para perpetuarse en el poder. Espero que mañana no haya ningún muerto, aunque a veces tengo la sensación de que Puigdemont y sus nuevos amigos, los incendiarios de la CUP, buscan un mártir, un Enric o una Mercé que elevar a los altares como víctima necesaria que les ayude a alcanzar su soñada República catalana. Ojalá me equivoque.
Vale, de acuerdo, pero que quede bien claro: los independentistas no son unos desalmados ni unos criminales, son tan respetables como cualquiera y como son la mitad de los votantes catalanes, unos dos millones, hay que escucharles, dialogar y negociar. Si al adversario le arrinconas sin darle una posible salida morirá matando. Que es lo que está pasando hoy.
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De acuerdo, no son unos desalmados, ni unos criminales, y hay que sentarse con ellos, pero según mi modo de ver sí son unos criminales todos los políticos que han mentido a los ciudadanos, manipulado la información, los que se han saltado la ley, los que no han respetado ni lo que prometieron a sus votantes en las famosas elecciones plebiscitarias del 27-S (que no resultaron como esperaban), y sobre todo, sobre todo, son unos criminales HdP los que vivían muy cómodos en el nacionalismo no independentista mientras se llenaban los bolsillos a manos llenas de tres per cent y cambiaron el paso a medida que las investigaciones judiciales les cercaban y les hacían ver que se les desmontaba el chiringuito.
Esos ventajistas (independentistas solo de su propio bolsillo), esos tipos miserables que han sacado a la calle a los que piensan con las vísceras y no con la cabeza, a esos es a los que menos me apetece escuchar. Con el resto, tipo Junqueras, futuro President, que ha reconocido que vivirían peor pero aun así desea seguir adelante porque cree a ciegas en el procès, reconozco que sí hay que dialogar y buscar una salida.
Hoy se ha creado una brecha que va a tardar años en cerrarse. Qué pena.
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Un examen parcial del asunto pero bien intencionado. Imagino que en ese mundo perfecto, ningún Zote Solemne llegado a la presidencia del gobierno de España de la mano del mayor atentado terrorista de nuestra historia, no proclamaría aquello tan celebrado de «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán» o «España es un concepto discutido y discutible» o «el mundo no es de los hombres, sino del viento»
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Por supuesto que en ese mundo perfecto el doble de Mr. Bean no hubiera llegado a Presidente del Gobierno y he tratado de no ser parcial en el asunto, si bien lo lógico es cebarme con el PP, que es quien gobierna ahora mismo. Afirmo que los intentos de control de la educación y el poder judicial se han sucedido desde hace décadas por parte de los dos partidos que se han turnado en el poder. Curiosamente, en varias ocasiones con el apoyo de la extinta CiU, verdaderos iniciadores de esta locura que hoy ha salido tan mal.
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